Ese pueblo, Ejido de Altonovillo, no existe; pero lo contado aquí se parece a otro tan real como la via misma. Y en resarcimiento de la persona que está padeciendo los desagradables acontecimientos se escribe este reporte figurado, que a tramos tiene mucho de real.
Se inspira en una cabildada cuya pintura tiene tiznes y sobredosis de desatención administrativa, intento de torbo agenciamiento y, finalmente, modificación acertada ante notario de la herencia de una vivienda que pasa con plena voluntad de la propietaria a sus descendientes legítimos.
Así, es el caso, como cuenta el heredero harto de maledicencias y tergiversaciones, que en la localidad ocurrió lo siguiente:
xxxxxx (la titular y dueña de la vivienda) tenía hace años la voluntad de dejar su casa al Ayuntamiento, tal y como hace meses el alcalde de "Ejido" (nombre analogado) tuvo la “imprudencia” de publicar (documento administrativo que nadie tenía porque conocer, por cierto, y que se hizo público antes incluso del sepelio de xxxxxx).
Pero años después cambió de opinión (de eso vosotros y los vuestros debéis de saber mucho, de todo esto viene la porquería que tratáis de meter, y deberíais ir pasando página).
Por varias razones:
A pesar de que ahora mismo nos venga a la mente alguna que otra persona rencorosa que hemos conocido, hay un aspecto que no debemos descuidar. Esta dimensión, este sentimiento profundo (y sin duda autodestructivo) no lo experimentan de forma exclusiva quienes no saben practicar el saludable ejercicio del perdón. En realidad este tema tiene su profundidad, sus matices y dimensiones contrapuestas en las que todos nosotros podemos derivar en un momento dado.
Son situaciones como vemos comprensibles, aunque no saludables desde un punto de vista psicológico. No lo es fundamentalmente porque el rencor se caracteriza por un hecho altamente nocivo: la cronicidad. Son estados angustiantes que se alargan en el tiempo, que se arrastran hasta el punto de interferir en otros ámbitos de la vida. Cambia el humor, se pierde la confianza en los demás, varían las actitudes y se altera incluso el tipo de trato que prestamos a quienes nos envuelven. El rencor es como el óxido, se extiende y termina debilitando toda estructura, toda identidad. Por esto, sin dejar de lado los garrotazos salidos de cualquier alcalde como el del Ejido de Altonovillo, malo y filibustero, lo mejor que se aconseja en la Psicología Social es alejarse de las personas rencorosas.
Principalmente porque dichas personas tienen una caja fuerte en su interior. En ella esconden el peso de un agravio, el dolor de un engaño, de una traición o incluso de un abandono u ofensa. Esa caja está blindada por una razón evidente: no desean olvidar ni un matiz de lo sucedido. Así, a todo ese daño moral comprimido y a buen recaudo, se le añade esa tristeza que en un momento dado mutó en rabia y más tarde en odio. Y este último, como sentenció Tennessee Williams, es un sentimiento que sólo puede existir en ausencia de toda inteligencia. Gandhi lo dejó escrito: "No dejes que se muera el sol sin que hayan muerto tus rencores."
Últimos comentarios