José Manuel Cuenca Toribio (Publicado en El Imparcial, aquí)
Un miembro de la Real Academia Española alineado en sus posiciones de vanguardia y, por tanto, no perteneciente al gremio de los laudatores temporis acti, el galaico-leonés José María Merino, escribió en una revista canaria ha un bienio: “En el futuro de la narrativa en España —me refiero a la narrativa genuina, no a los sucedáneos que suelen componer el campo del citado best seller- incidirá sin duda la formación recibida en el sistema educativo. A lo largo de los muchos años que llevo visitando centros docentes para hablar de alguna obra mía dedicada al lector juvenil, he detectado un tremendo empobrecimiento en la riqueza léxica y en las capacidades de comprensión expresiva de ese alumnado que deberá ser la clase lectora del futuro. Por eso no me preocupa tanto que aparezcan nuevos soportes para la lectura, como los libros electrónicos, sino que la palabra escrita en forma de ficción acabe degradándose demasiado, para poder ser comprendida y asumida por un lector inculto y mal formado” ( “La página”, 93-4 (2011), pp. 242-3).
Afanados aquí y allá por nuevos planes de estudio para todos los grados de la docencia y el porvenir de tantas cosas relacionadas con la enseñanza en España, la puntualización del autor de novelas como Las visiones de Lucrecia o El río del Edén y ensayos a la manera deSilva Leonesa o Ficción continua no puede ser más oportuna y buida. Con los muchos problemas planteados por la educación bilingüe en gran parte del territorio nacional y la imperiosa necesidad del dominio de varios idiomas extranjeros a partir de la adolescencia, es lo cierto que casi siempre en los debates y discusiones inherentes a tal temática se nos pierde D. Beltrane… Sin un disco duro de conocimiento del mecanismo esencial de la lengua común de los españoles, toda planificación acerca de ella así como de todas las restantes de la península y sus dos archipiélagos carecerá de verdadero sustento y será puramente feérica. No hay queja más común en la plañidera cofradía de los docentes que la imposibilidad de establecer un mínimo diálogo con alumnos desprovistos de normas elementales de comprensión lexical y terebrante indigencia de vocabulario, y ello en modo alguno circunscrito a los escalones iniciales de la educación nacional, sino incluso —y con vigencia cada día más extendida- en los de las Facultades humanísticas. Y no existe, por añadidura y en gran parte como consecuencia natural del hecho aludido, plaga más extendida en el terreno de la actual escritura de autoría celtíbera que la de la logomaquia. Ya no se trata de la eterna controversia en torno a la mayor o menos expresividad del lenguaje barroco o del clásico, sino simplemente del grimorio convertido en rey y señor despótico de las letras impresas hodierno en nuestro país. Prueba minúscula pero gráfica ad calcem. En un libro entre defraudador y sugerente, sus destacados prologuistas, de avezada y competente pluma, afirman: “Por el contrario, la escritura biográfica sigue fiel en la mayoría de los casos a una consideración cuasiprimordialista del individuo, en la que éste nace con una determinada identidad nacional y se mantiene fiel a ella (…) sin mostrar mayores cambios y transformaciones en sus intereses materiales y sus horizontes de valores y expectativas, sus identidades colectivas de naturaleza no territorial (clase, género, religión, corporativa, generacional), y otras identidades territoriales más o menos concéntricas y/o subordinadas (o superpuestas, o híbridas) con la identidad nacional.” (Los heterodoxos de la Patria: biografías de nacionalistas atípicos en la España del siglo XX. Granada, 2011, p.10). El esfuerzo desplegado para lograr, entre la maleza sintáctica y conceptual, un botín no demasiado rico sobre la enfadosa e interminable pero vital cuestión de los nacionalismos, sólo estará aquí, en el ejemplo señalado, al alcance de mentes muy poderosas.
De continuar por la deriva actual es muy probable que pronto el país se halle también en estado de emergencia lingüística, y que la bíblica Babel se reencarne en la vieja piel de toro.
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