Redacto despacio y con cuidado en el folio. "En términos generales -le escribo- admito lo que usted ha advertido. Pero no me ha aclarado si la muerte dulce es o no voluntaria. Y aquí se encuentra el quid: en el derecho a una muerte digna, a una muerte responsablemente asumida. La cual es, básicamente, un derecho de autodeterminación individual. Se trata de que cada uno pueda decidir por sí mismo, desde su plena capacidad jurídica o, en su defecto, a través de un previo testamento vital, cuando quiere, y cuando no quiere, seguir viviendo".
-Querido Tomás, el juicio sobre la eutanasia suele depender, en alto grado, de la actitud metafísica de quien lo emita. En la muerte, ¿qué es lo que se nos va? La conciencia, el alma, el espíritu... Cada religión responde a su manera. El Islam con el paraíso; los cristianos con el cielo, el purgatorio o el infierno; los hinduistas y budistas con la reencarnación. Si uno cree en la reencarnación, es fácil que no le dé mayor importancia a la muerte. Le dará igual unos días que unos meses, antes o después, ya que ha de volver y lo hará bastantes veces antes de quemar todo el Karma que se debe purgar para acceder al Nirvana. Si no cree en la reencarnación y es cristiano, tampoco tiene por qué acelerar su acceso al cielo. Mientras que si es agnóstico y piensa que nada hay después de la muerte, lo más razonable es que intente prolongar sus días en la tierra. Sigo sin comprobar un sentido ético a que un moribundo pueda acelerar su muerte, aun cuando se haya detectado a ciencia cierta un proceso letal irreversible. Por mucho que esa persona esté lúcida y pida terminar, no debería ayudársele a ello.
Tengo la impresión que este capellán no percibe el carácter intolerable de un ser humano reducido al estado de piltrafa vegetativa en contra de su voluntad. Es el derecho a dimitir, a una muerte sin dolor y sin angustia. Una facultad inscrita en el contexto de una sociedad secularizada, que no cree ya que el sufrimiento innecesario tenga razón alguna. ¡El que quiera sufrir, que lo haga! No es fácil convertir en palabras la exasperación de mi ánimo y el tormento a que se ven sometidos mis sentidos. Caigo en la cuenta de que hace falta el reconocimiento a morir con dignidad como uno de los derechos humanos fundamentales, lo mismo que es preciso una medicina que respete la voluntad del paciente. Resulta consecuente con su misión apostolical la respuesta de mosén Joan, aunque retomo el bolígrafo y le contesto: "No son suficientes los adelantos de la medicina paliativa y el tratamiento del dolor, porque están todavía en pañales y, en cualquier caso, la última palabra y la última voluntad deben corresponderle al enfermo. No hablo sólo por mí, sino porque la propia experiencia lo demuestra, ha de tenerse en cuenta que en las peticiones de autoliberación, antes que el dolor físico, prima el sentimiento de que uno ha perdido la dignidad humana".
Las toxinas de las dudas no minan la entereza de este cura. Sus planteamientos superan la seca y elemental elucubración. Por esto mismo, declara:
-Hay un sector de la población que entiende que morir dignamente exige que el Estado permita que un médico procure la muerte a aquellos enfermos terminales que así lo soliciten. Esta es, precisamente, la eutanasia activa; la que, con la oposición de ecologistas y liberales ha sido aprobada en Holanda. Pero, como ha dicho su propio ministro de Justicia, no la ha legalizado. O sea, no ha despenalizado la eutanasia, sino que ha contemplado una serie de supuestos, regulándolos muy estrictamente, en los que se exime de responsabilidad penal a los médicos. Moralmente hablando, no se puede distinguir entre matar a una persona o dejar que se muera, puesto que ambas conductas tienen la misma intencionalidad y el mismo resultado: la muerte. Ahora bien, nos hemos situado en un terreno resbaladizo, en el que no es fácil aislar cada caso de las circunstancias concurrentes. Si los datos no me fallan, a pesar del riguroso sistema de garantías formales, en los últimos años más de mil personas han recibido la inyección letal sin su consentimiento. Se trataba de enfermos en estado de coma, minusválidos psíquicos, recién nacidos con taras y enfermos seniles. A la hora de la verdad, el precedente holandés lo que demuestra es que los serios intentos de control por parte de su eficiente Administración no han sido suficientes para impedir que en nombre de la eutanasia se hayan cometido barbaridades a lo largo de los años. Dicho con propiedad, el Senado holandés ha aprobado una legislación que afecta a "las decisiones médicas sobre la finalización de la vida". Se establece un procedimiento que viene a constituir una especie de eximente de responsabilidad penal. El control judicial se ejercerá a posteriori. Y las autoridades sanitarias, junto con los jueces, deberán verificar si la actuación médica se ha atenido al procedimiento establecido. Bueno... Ahí está la fórmula holandesa, que abre el camino de una nueva legalidad y que influirá en las soluciones que otros países den al problema.
Tranquilamente le dejo que termine de hablar, y luego, con la mano temblorosa, de manera rotunda escribo en el folio: "No puedo más. Ahora necesito la gran liberación. Por favor, mosén, ayúdeme. Intente que me aplique el equipo médico que me cuida, con independencia de legalismos inservibles, algo que podríamos denominarle la calidad de muerte del enfermo terminal. Dígaselo a Lluís Cava. ¿Qué hago en este hospital? No poseo la adecuada intimidad y los seres queridos se retraen a aglomerarse en este cuchitril. En definitiva, me siento abandonado. Y aún tengo que dar gracias, como uno de mis muchos privilegios, por no estar sometido a esa imagen, tan penosa como frecuente en los modernos hospitales de la Seguridad Social, de muchos enfermos que asisten con ansiedad y temor a la agonía y muerte de su compañero de habitación, con un pequeño biombo como única frontera. Insisto, valoren todos mi opinión".
Últimos comentarios