Efectuamos instantáneamente Gallén y yo, mediante muecas, esa patética consulta inarticulada que los conchabados suelen realizar en momentos de apuro frente a un adversario. Inconmovible, Gallén, que parecía encontarse en un trance dialéctico que no le era extraño, pretendió equilibrar la controversia que manteníamos frente a Antoni y Kati:
-¡La nostalgia es un sentimiento noble! Es posible que aquellos sucesos del 68 hayan sido mitificados y convertidos en símbolo. Pero esta imagen está todavía fresca en la memoria de nuestra generación.
-Como sea -dijo nuevamente Kati-, lo cierto es que a algunos la nostalgia les devuelve un 68 libertario, recreado y feliz, la imagen aventurera y rebelde de su juventud. Lo malo está en canonizar la propia nostalgia, elevándola a categorías universales y trascendentes.
Un dependiente se acercó a Gallén para consultarle el precio de un armario que estaba enseñándole a dos clientes, con pinta de novios a punto de casamiento. Sin titubear fijó el valor y retornó a la defensa del Mayo francés. Con disgusto, por las reminiscencias que se me ocurrían, tuve que contemplar a Juanmi como un cuarentón ilustrado. En especial cuando afirmó:
-Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos, que dijo Neruda.
-¡Narices! ¡Esto es evidente! -exclamó Antoni para él solo.
Lo obvio no merece discusión, pensé en ese instante. Aunque no me gustaba que pudiera terminar la polémica sin arrojar nuevas luces sobre mi mente. Por descontado que sacar un mito de todo aquel follón era una cosa poco practicable. Lo único seguro era que todos estábamos hastiados de franquismo.
Atribulado, por fin, repuse:
-No creo que debamos confundir el ansia de retorno a los veinte años con ninguna epopeya que nunca vivimos.
-Terminas de darme la razón -dijo Kati.
La miré como si fuera un bicho raro, advirtiendo la mirada de esta mujer cargada de intención. Estaba lista para dar el último remate. A modo de frontispicio presentó, como buena historiadora, al Mayo francés de agravador de la represión franquista contra la prensa española. Presa de recuerdos, nos habló del Madrid de la censura, del inmenso aparato de medios de comunicación social del Gobierno del régimen, de las materias reservadas por doquier. "Se informaba de mineros que volvían al trabajo -especificó con gesto de estupor- sin que hubiesen ido a la huelga. O del restablecimiento de la tranquilidad en el norte de Africa o en el Sahara, sin que noticia alguna hubiese referido previamente los disturbios precedentes". Sólo la Universidad y Comisiones Obreras, recordó, constituían en mayo de 1968 el único banco de pruebas de la oposición política. Hasta la defensa de la moderación debía hacerse en la clandestinidad. Se refirió Kati además al hecho relatado en una ocasión por el periodista Miguel Angel Aguilar:
-Cuando el 30 de mayo de 1968 en París el general De Gaulle parecía desbordado por los acontecimientos de una nueva sociedad, en el diario Madrid la página editorial se abrió con un artículo firmado por Rafael Calvo Serer titulado "Retirarse a tiempo: no al general De Gaulle". Era jueves y estaba reunido el Consejo de Ministros. El titular de Información y Turismo eligió uno de los expedientes abiertos y propuso resolverlo con una sanción de cierre por dos meses, efectiva desde esa misma tarde. Los ejemplares de la edición fueron oportunamente secuestrados, y antes de que caducara la sanción, en una nueva reunión del Consejo en San Sebastián, sin que a ninguno de sus miembros le temblara el pulso, se impusieron al Madrid otros dos meses de cierre. Así quedó asegurado el efecto de pánico. Aconteció en aquella capital en la que vosotros gritabais: "No pasarán". Y respondieron los franquistas: "Ya hemos `pasao'".
Ésta era la auténtica verdad, contra la que los recuerdos entrañables nada podían hacer. O, ¿quién sabe?, a lo mejor sí; porque la meditación sosegada me ofreció la conveniente serenidad para, sin pretenderlo, amparar mi actitud con una frase que fue catalogada de lapidaria por Gallén.
-Querida Kati... Creo que no has entendido bien lo que quería decir. -Le contesté con aire de reconvención-. Mejor sería que observaras la nostalgia de los seguidores del 68 como una variante del consuelo..., el consuelo de la memoria.
Mi interlocutora hizo un ademán en dos tiempos igual de expresivos. El primero, con una combinación de crítica y extrañeza por mi desconocimiento; el segundo, marcando la lealtad hacia el buen amparo de su tesis.
-¡No me hables de remembranzas! Pues me acuerdo de mis hijos -dijo meneando la cabeza con amargura-. Ellos, hasta su muerte, se sentían intimidados, inseguros, desorientados y escépticos frente a la generación que ostenta en el presente el poder, la vuestra. Una estirpe, la del 68, que erais más rebeldes, teníais una ideología, unos objetivos políticos, sabíais lo que queríais, luchabais contra la dictadura y, si me apuras, hasta erais más valientes. A los jóvenes de hoy, en cambio, la vida les ha resultado fácil. Nacieron en la democracia, se les ha pedido opinión para cualquier cosa y han recibido una educación muy permisiva, que les ha anulado un poco, costándoles trabajo ser críticos.
Escuchando a Kati mi pensamiento se vio acorralado por la sombra de Chuta. También esta añorada joven se quejó de la permisividad paterna. Frente a los padres, llegó a decirme alguna vez, estimaba como concepción equivocada la fórmula de éstos de ser progresista. Involuntariamente, tuve que reconocer, se había pasado de una generación que se rebeló contra el orden y la disciplina, a otra que no estaba en condiciones de rebelarse contra nada, porque ya le habían demolido todas las barreras. ¿Cómo no confesar que junto a los valores de la democracia representativa, convivían otros factores surgidos en los últimos años? Era imposible, ya que ahí estaban el dinero, la fama, el poder, las propiedades, la corrupción y el individualismo. Justo cuanto requería la afluencia en lo que los sociólogos empezaban a llamar una "generación descolocada", carente de valores como la solidaridad, que habían movido durante décadas a jóvenes de todo el mundo. Inclusive a burgueses del género de Lluís Cava, Victoria Llopis, Pedro Bochaca, Clara Colom, Antoni Busquets, Nuria Riudoms y yo mismo. Esta postrera reflexión me determinó a cerrar la interesante discusión, que tuvo su lado positivo en el acrecentamiento de la confianza hacia Kati.
-No va más, señores. -Dije medio en broma-. My way, que cantó Paul Anka, estuvo allí. Que luego el éxito lo torciera no se puede achacar a cuatro personas. Amor es mi canción...
-Muy romántico -terció presto Antoni-. Pero no te confundas, Tomás. Nuestro izquierdismo está repleto de contradicciones. Queda muy bonito fardar de él en estos instantes, sobre todo ante la juventud... Quizás intentásemos en los sesenta ser, a nuestro modo, marxistas-leninistas y materialistas dialécticos. Sin embargo, el concepto político que teníamos no pasaba más allá de algunas triquiñuelas sobre quiméricas huelgas y fantasmáticas dictaduras del proletariado. En los setenta fue diferente, pues la gente que nos lideraba disfrazó sus ansias de poder histórico-universal con una jerga democrática en la que nunca habían creído. Y lógicamente les abandonamos, al no gustarnos las ambigüedades del proceso social y político de la transición española. Llegaron los ochenta, y la izquierda pasó repentinamente de las fantasmagóricas teorías social-revolucionarias a las inconfesables concreciones pragmáticas que no tienen nombre. Los coetáneos con los que hacíamos migas, conseguida la democracia, ya no quisieron transformar nada. Deseaban el poder, que, abrazado al intelectual, se convirtió a comienzos de los años ochenta en tema de moda y obsesión colectiva. A medida en que se avanzaba en la década de los ochenta, la gente de nuestra estirpe, tú principalmente, el más rico de todos y el más sagaz en la práctica mercantil, fue dominada por el cinismo posmoderno. Éste se adentró en los reblandecidos corazones de la pretendida izquierda. Se pasó al "todo vale", con el viejo ideario socialista subido en el barco de la "movida" cultural. Ahí no estuve yo. En cambio, tú sí anduviste pegado al nuevo vanguardismo, más estilizado. ¿Con cuál disfrutaste más, con el del 68, o con este último de la moda, los premios, las fiestas, el dinero, el sexo y el culto a los medios de comunicación?
-¡Alto ahí! -Le interrumpí y aseguré con convicción-: En lugar de izquierdismo, habla de progresismo. En este último es en el que me sitúo. Siempre he estado en favor de una modernidad de signo ecléctico y espectacular.
-¡Hala! Paga y vámonos, chico -terminó por decir Antoni contrariado-. Sólo eres el vivo testimonio de la disolución del proyecto de cambio político de la cultura española en la "movida" vanguardista.
-¡Éste es mi trascendental mérito! -exclamé muy seguro.
Le gustó a Kati la última respuesta. Puso a los políticos en su sitio, afirmando que el papel más vivo y trascendental debía desenvolverlo la sociedad:
-Debemos dejar en evidencia a los políticos erigidos en administradores exclusivos de nuestra sociedad. No es posible hacer "todo para el pueblo, sin contar con el pueblo". Hay que participar y compartir, no sólo votar. A mis alumnos, cuando les hablo de democracia, califico a ésta de un estilo de vida, en cuyos cimientos convergen las instituciones no partidistas. Dentro de éstas coloco a: las asociaciones de vecinos de de cualquier actividad, los sindicatos, los colegios profesionales, las agrupaciones culturales, las organizaciones no gubernamentales... Y, no creáis, llego a convencerles. Lo que tienen claro es que no les ilusiona hoy la política y tampoco se fían de las promesas de sus protagonistas. Sus perspectivas de trabajo son escasas, se encuentran con un presente bloqueado y, en consecuencia, la participación política y el compromiso ideológico no les interesa; se han quedado prendados de los oropeles del sistema, pero no creen en sus valores teóricos, en buena medida porque los compromisos de la clase dirigente no son ningún motivo de orgullo.
Juanmi Gallén, que llevaba un buen rato sin efectuar comentarios, terminó por aceptar que el tema de la conversación no daba ya más de sí y acabó por decidir:
-La juventud estará con la Roméu... ¿Cerramos el trato, Tomás?
-¿Según lo convenido? -le pregunté.
Me puso la mano en el hombro y accedió:
-De acuerdo. -Señaló con la vista hacia la calle y propuso-: Os invito a almorzar, ¿vale?
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