INTROITO
Días atrás, mientras removía diverso material que siempre tengo sistemáticamente clasificado en mi biblioteca, me encontré con el borrador de una novela inédita que escribí entre 1988 y 1989, y que presenté al premio Planeta del año siguiente. Por razones obvias y naturales no fue galardonada, y decidí corregir en aquellos años el borrador. Después me olvidé de éste, atosigado como estaba por el múltiple trabajo en el que me hallaba envuelto. Así quedó arrinconado el bosquejo de la obra literaria a la que titulé Volavérunt felipista.
Pero al verla de nuevo en mis manos observo que sería injusto dejarla sucumbida o ignorada, Sería el primer libro sin publicar de los muchos que he escrito. De forma que, a través de los nuevos medios que la tecnología nos ofrece en estas fechas, escaneado el texto -escrito en su día en WordPerfect con mi primer ordenador personal- y convertido desde el papel en archivo pdf (pues el archivo primitivo desapareció), voy a ofrecerlo íntegro aquí en Salud Literaria. No considero que el volumen deba ahora seguir los trámites reglados para que una Editorial le dé vida. Y por esto también ruego a sus lectores la comprensión que dicho original merece, con sus tachones y añadidos en lápiz efectuados por aquellos años.
Volavérunt felipista se fraguó como una “novela histórica de la actualidad”, pues indaga, recrea e interpreta los tiempos recientes o más próximos por aquello de que la literatura es reflejo de la vida y, según afirmó el crítico Santos Sanz, canta en la nebulosa, que es la aparente realidad, rasgos que en la superficie no se ven.
Esta obra es una ficción realista, pura historia literaria, de los primeros cuatro años de Felipe González al frente del Gobierno de la nación. De hecho, el mismo Presidente (con mayúscula aparece en toda la novela) González adopta un papel de personaje, si no principal, indudablemente de primera línea; con diálogos en los que llega a intervenir en primera persona. La consecución de esto último no resulta difícil por haberse llevado a cabo, previamente, un denso proceso selectivo de recopilación de datos en varias hemerotecas. Ahora bien, sí es preciso poner de manifiesto que el estilo tiene bien aprendidas las anotaciones que hizo Óscar Tacca en “Las voces de la novela” para no caer en esa confusión, tan común, de la esencia de lo narrativo que acaece cuando se introduce en el relato la mera reproducción más o menos veraz, la mera imitación de lo real, haciendo uso de una noción mostrenca del concepto crítico literario del realismo.
Esa ignorancia queda arrumbada en la presente novela porque en el desarrollo de esta, al materializarla, paso a paso se tienen en cuenta los penetrantes consejos alertados por Fernando Lázaro Carreter. Con las enseñanzas del gran académico se busca en Volavérunt felipista marginar la simple equiparación de novela y realidad.
Las formas de introducir una historia, tan carismáticas como memorables, ocultan tras de sí no sólo un brillante dominio del lenguaje y del ingenio, sino también la esencia misma de la novela a la que preceden por completo. Esto es lo que me ha movido a sacarla ahora a la luz y hacer el presente prefacio, como autor de un resultado que pretende conseguir un contacto del lector con unos personajes y unas situaciones sin necesidad, al menos aparentemente, de la intervención del prosista. Desde el principio la novela se sustenta en la tercera persona narrativa. Se intenta con ello presentar un realismo bastante objetivo, sin las molestas pantallas que podrían recordar con notoriedad la presencia del escritor. De esta manera los personajes poseen una dinámica interna y, una vez se les ha dado vida, no quedarán en meras encarnaciones de una ideología.
De los cuatro años de amplitud del tiempo narrado en la obra, el periodo comprendido entre octubre de 1982 y el verano de 1983 está fraguado a base de referencias, porque el protagonista, Adrián Calleja, un funcionario ilustrado en calidad de vida, uno de aquellos llamados yuppies, con la formación de un periodista corriente que gana una oposición de tipo medio, alterna y se relaciona fuera de casa. Siente una desbordada fascinación por la jet-set y no arriba al enclave administrativo del Presidente del Gobierno en La Moncloa hasta el final del verano de 1983, al ser destinado a la Subdirección General de Servicios
A partir de ese instante se inicia un relato lineal sin analepsis amplias, distribuido en seis grandes títulos, cada uno de los cuales posee una serie de epígrafes, hasta un total de treinta y dos, cuya trama responde a los fundamentales episodios en los que se vio envuelto el presidente Felipe González hasta las elecciones legislativas del 22 de junio de 1986.
El mentado funcionario conoce en la brillante Marbella, lugar de reposo, siempre superficial y opulenta colonia de la jet y de sus admiradores, a un director general de la Presidencia del Gobierno que, dada la condición de ser Adrián afiliado al PSOE desde 1974, le consigue el nombramiento como Asesor Técnico de la (supuesta) Subdirección General de Servicios Informativos. Dentro de este órgano le es atribuida la función de poner en marcha una denominada “hemeroteca selectiva”, cuya razón se encuentra en haber pasado ya el periodo inicial de la estancia en el poder por parte del Gobierno de Felipe González. Una etapa en la que se había disfrutado de las rentas psicológicas del que se conoció como estado de gracia.
Al haber aparecido por doquier la crítica acerba, la misión encargada a Adrián estriba en “filtrar” las opiniones y las informaciones cotidiana; y para esto es necesaria una hemeroteca diversificada, que será la Hemeroteca de la novela, con mayúscula, sobre los temas más candentes de la política nacional. Adrián es encargado de organizar la Hemeroteca monclovita, activándola con fluidez y eficacia.
Son unos momentos durante los que muchos españoles se preguntaron dónde se hallaba el cambio prometido durante la campaña electoral de 1982. Y, a la vista de un número cada día más abundante de artículos de opinión, se plasmará aquella máxima de que el cambio estribaba en que España funcionase o de la hacer de España un país europeo. Algo que se tradujo en criterios de utilidad a la hora de juzgar la nueva política española, pero sin suscitar una mutación de envergadura en los valores objetivos que condujesen a ésta.
Otra funcionaria, Susana Garzón, ayuda a Adrián a articular la Hemeroteca bajo el enfoque de que los diez millones de votos subidos al autocar del cambio plantean este no sólo desde el ángulo de la eficacia funcional del poder, sino también de la naturaleza y la ética del mismo. La colaboradora consigue en la novela templar el ánimo de los “impacientes” por las transformaciones del cambio, acudiendo a las declaraciones coherentes. Elabora Garzón un informe donde se anuncian múltiples testimonios que le sirven para concluir que al realizar manifestaciones en nombre del Gobierno se habrá de destacar, por parte de quienes lo hagan, primeramente que el programa de éste necesita un periodo durante el cual se ejecuten una serie de medidas parciales imprescindibles para terminar felizmente el diseño socialista. Lo cual le permite recalcar que “el plazo mínimo para valorar las actuaciones del Gobierno de Felipe González han de ser los cuatro años de la presente legislatura”.
Reconocida la indispensable función de la Hemeroteca, numerosos dosieres -literariamente ideados- analizan los puntos de vista del propio presidente González. Una óptica extraída a través del trabajo previo de selección de sus declaraciones y artículos o colaboraciones efectuados en diversos medios de comunicación entre 1982 y 1986. Y de acuerdo con la estructura de la novela se presenta la máxima rectora de su mandato, fórmula que introduce al lector en la descripción de la que se conoce como “teoría del felipismo”, de la que el periodista José Aumente fue uno de sus más brillantes exponentes.
Esa sentencia presidencial es la siguiente: El Gobierno que presido desde 1982 ha afrontado los actuales problemas de España y los desafíos del inmediato futuro, con un repertorio de actitudes e ideas que tienen como eje la necesidad de modernizar la sociedad española en todos los órdenes, de hacerla más eficaz, desde una visión política que considera como elementos esenciales la justicia y la solidaridad… Para cumplir estos objetivos era preciso proceder a un saneamiento, profundo y gradual, del aparato productivo como el que se ha venido realizando, que ha producido índices de crecimiento positivo en los principales indicadores económicos, e importantes avances en la gestión de recursos y empresas públicas.
Múltiples interrogantes, encuadrados en “La corte de Felipe González”, hacen que Adrián, un felipista convencido, se plantee el tema de la “traición de Isidoro”. De esta suerte, asaltarán sus sienes cuestiones de esta índole: ¿Tendrían razón quienes acusaban al felipismo de oportunismo desideologizado? ¿Sería verdad eso de no ser más que un pragmatismo de regate en corto y de carecer de un proyecto socialista de futuro? ¿Acaso no vivía de cerca, de manera contumaz, el vaporoso y mal formulado propósito de modernizar España, algo que no significaba nada y que no modificaba la esencia de la práctica política del partido socialista, definida en opinión de sus críticos por un oportunismo muy coyuntural para ir sorteando las dificultades y tensiones de cada momento?
Un compuesto de interrogaciones que derivan en la exploración del hecho de si el gobierno felipista siguió una política no socialista y sí otra de regresión, o ajuste; una especie de vuelta atrás, a mecanismos más duros y puros del capitalismo liberal-conservador. Esto llevaba consigo, de ser cierto, el inquietante desmantelamiento ideológico del partido en el poder (el PSOE), lo que hacía vulnerable al felipismo, transformando a éste, sin cobertura teórica, en una simple estructura de poder.
Esa serie de incógnitas posibilitaban su emplazamiento en el tortuoso camino de lo que algún político denominó volavérunt felipista, que no era otra cosa, sino el haber postergado el Gobierno socialista la defensa de los valores que son propios de la justicia social y de la cultura democrática, con el deterioro añadido de los servicios públicos y el funcionamiento del Estado.
En resumidas cuentas, el alcance y propósito de la obra se orienta a la elucidación de las acusaciones realizadas por los contra felipistas. Unas imputaciones que arrancan del convencimiento de estos de que las cosas se podían hacer de otro modo, achacándole al felipismo la carencia de imaginación creadora, de riesgo político, de innovación y cambio efectivo.
Un dossier sobre los fontaneros de La Moncloa, cuya elaboración se encarga a Adrián, permite en la novela contemplar la existencia de una clase de verdaderos cortesanos presidenciales. Un grupo restringido y más o menos eficaz que le resulta necesario al Poder para asumir culpas, para distanciar al ciudadano del poderoso. De esta forma se contempla a ese colectivo fontanero, a una especie de muro de las lamentaciones y las blasfemias nacionales. Un muro, eso sí, burocrático, pulcro e indiferente; una pared dispuesta para poner a salvo los mofletes de Felipe González. Vienen a ser un respetable número de yuppies, del estilo de Adrián, dedicados a engrandecer, redimir y distanciar al Presidente.
La trama de la novela se encara para que las investigaciones sobre la minoría prepotente hagan posible generar en Adrián nuevas dosis de euforia a su talante trepador. Con su carnet de asesor técnico monclovita va a tenerron acceso a la pléyade de banqueros, empresarios, intelectuales y profesionales que, a la sombra de su trato con Felipe González, buscaron destacar y sacar fortuna, o sencillamente figurar. Con este artificio se refieren los “conocidos” cortesanos del Presidente, que gustaban de asistir a recepciones y viajes oficiales, esperando cantados favores.
A través de promiscuos e incansables movimientos, Adrián es elevado hasta el aparato viajero del Presidente en 1984, un año en el que Felipe González iba a estar muy presente en el foro internacional. El protagonista asistirá, en calidad de asesor de la subdirección general de Servicios Informativos, a la mayoría de las ruedas de prensa del presidente a partir del 16 de febrero de 1984, día de la visita relámpago a Madrid de Fidel Castro, el presidente cubano. La novela ofrece así unas dosis abundantes de la representación significativa de esos viajes de Felipe González. Un viaje de fin de semana del propio Adrián permite encajar el tema del terrorismo de ETA en el relato.
Emblemáticamente los episodios con mayor alcance político presidencial entre 1982 y 1986 son desarrollados con ceñida escrupulosidad: La LODE; la disyuntiva OTAN sí, OTAN no; los debates sobre el estado de la nación; los congresos del PSOE; el “caso Flick”; el tema del “Azor”; la caída de Miguel Boyer; el ingreso de España en la Comunidad Económica Europea; la muerte de Tierno Galván; la victoria del sí en el referéndum sobre la OTAN, y el triunfo en la elecciones del 22-J.
Narrado el denso acaecer con la finas lentes de las inquietudes de Adrián, cuyo máximo intento personal se deja centrado en abrirse camino entre la que se conoció como beatiful people, una nueva clase de “gente guapa” que fue prosperando social y económicamente con el PSOE, el partido en el poder. Este reflejo afronta el destino de “jet-setter” del protagonista, que se convierte en conde consorte tras su matrimonio con Carmen de los Pozos, una figura creada en la novela para representar a una supuesta Condesa de Rejón, noble dueña de un viejo patrimonio agrarista, rico y asentado sobre unas modernas actividades vitivinícolas. Merced a este giro puede hablarse de la denominada casta política socialista, siempre acompañada de la religión del consumismo y de la reverencia al dinero. Una práctica predicada por los yuppies, que tenía en la banca y en la bolsa sus mejores púlpitos, y en la especulación la mejor arma para el enriquecimiento.
El matrimonio de Adrián y Carmen discurre dentro de los cauces de máxima felicidad, hasta que él es nombrado, por medio de un acto traidor, Subdirector General de Servicios Informativos. Su puesto anterior lo ocupará una guapa y joven socialista, de la que se cree enamorado y con la que llaga a cometer adulterio. Sin embargo, descubierto por Carmen se ve abocado a un divorcio que le repele, pues odia la separación de su esposa y de su hijo.
Desesperado, huye y se echa en brazos de una reflexión ponderada. No ama ciertamente a la asesora, y, a la vista de la circunstancia que le rodea, abandona su cargo monclovita. A la postre, acude a la ayuda de un aristócrata catalán, conocido en la etapa matrimonial con Carmen, el cual después de las elecciones del 22-J abre a Adrián nuevas perspectivas, nombrándole alto ejecutivo de un banco y como hombre de confianza en Madrid.
Ese nuevo estatus traslada el mensaje final: la ausencia de hesitaciones en Adrián. Este no sufre ninguna crisis de identidad, pasando por ensalmo de defender el socialismo a hacer lo propio con el capitalismo. Una transformación que, como revelaron los sondeos de esa época, se había extendido a una amplia mayoría de la sociedad española.
Adrián, al fin de cuentas, viene a ser un simple miembro de esta última, movida en una alta proporción por metas y orientaciones de corte materialista e individualista. Él, como pone de manifiesto Volavérunt felipista, sólo pensaba en vivir mejor, en ganar dinero como fuera, porque el medio social le violentaba en esa dirección, al admirar más a quien ganaba mucho que a quienes vivían con valores y principios morales. Una doliente historia de realismo visceral que se va a ir agrandado año tras año hasta desembocar sus consecuencias en el momento presente.
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