Ayer fue un día grande para el acto reivindicativo del Plante 55 en favor del regreso del tren Madrid-Cuenca-Valencia, que tenía desde su propia convocatoria un núcleo transmisor medular: reconocer la bizarría cívica de los alcaldes (de Aranjuez, Arguisuelas, Camporrobles, Cañada del Hoyo, Carboneras de Guadazaón, Castillejo del Romeral, Huete, Santa Cruz de la Zarza, Víllora y Yémeda). Los cuales, actuando con dignidad y en defensa de unos derechos inalienables, recurrieron el decreto del gobierno que cerraba la línea Aranjuez-Cuenca-Utiel, y, merced a su decisión, están logrando que se valore su poder y sea respetado el Estado de Derecho. Gracias al recurso lograron que el tren no interrumpa ese servicio y, por mandato legal, pueda volver a funcionar.
Nuestro testimonio -con amplia difusión en las redes sociales y gran ocultación por parte de los medios de comunicación “dependientes”, o sea, pagados/subvencionados por el poder estatuido en nuestros alrededores-, con orgullo y como nadie, desafía el aislamiento político de Cuenca, como queda reflejado en el libro que recoge todos los avatares de nuestro movimiento social, Reivindicación del tren para el progreso de Cuenca, publicado en breve por la Editorial Universo de Letras.
Esta obra demuestra en sus páginas que, lo cierto -y los hechos varios son la prueba, con el peor de todos ellos plasmado en los resultados de las elecciones municipales y autonómicas de mayo de 2023- es que el pueblo acaba siendo cautivo de los partidos políticos, de todos, que se convierten sino “de jure”, sí “de facto” en el poder mandar, prácticamente, a su antojo y conveniencia. Hemos por ello estimado en numerosos plantes que ya va siendo hora de asentar el problema de forma distinta, porque potencial y agallas no nos faltan. Es seguro, y lo venimos diciendo, que hay mucha pedagogía por hacer, incluido el conocimiento de nuestra verdadera y auténtica historia de convivencia, de valores compartidos, de encuentros y desencuentros, de mitos y de ilusiones, de creencias y proyectos comunes. “Será necesario y prioritario aprender a distinguir al líder con auténtico interés y dedicación al bien común, del felón narcisista y trafullero de turno”, insiste el comentarista Enrique Ortega Herreros. Por descontado la sociedad, el pueblo necesita de sociólogos, pedagogos, filósofos, politólogos, psicólogos y demás intelectuales. etcétera, veraces y honestos para, con su sapiencia, procurar una toma de conciencia comunitaria que se traduciría en una participación y un control del llamado poder político. Esto lleva tiempo, pero siempre merece la pena. Es más, si eso no se hace, si persistimos anclados o refugiados en el individualismo que tanto dificulta la cohesión del grupo, seguirán “los golfos” mandando y dominando al pueblo “pasmado” que seguirá alelado, obediente, sumiso (acaso protestando y ladrando a la luna), pero víctima y culpable a la vez.
Este conciso argumento fue comentado en muchas partes de los diálogos mantenidos entre los asistentes al plante de ayer, lo que me deja dentro de algunas ideas que Eulalio López Cólliga embolsa en su último libro, Cuenca en el Siglo XXI, que será presentado el próximo día 23 de noviembre en el acto público a celebrar en el Centro Cultural Aguirre de Cuenca.
Leemos en el prólogo de esta última obra que la misma aglutina un hado de ingeniería social que no se practica en el territorio provincial al que entrega el autor su nudo informativo y hermenéutico: el enunciado de los proyectos pendientes para la llegada de la prosperidad a Cuenca. Constituye en su conjunto una “memoria precisa” de conquensismo, una crónica interpretativa construida merced a sus colaboraciones semanales en La Vanguardia de Cuenca. A través de ellas realiza un exhaustivo control político, con el resultado de la falta de equidad en el reparto de los bienes gubernamentales efectuados en esta provincia; a la vista de esta indignidad, prepara el futuro en ciernes, el que no es y debería ser, y, página a página, nos detalla lo que Cuenca necesita.
Esta tierra requiere, como el conjunto del país -y así lo testimonia el autor en la inmensa mayoría de sus capítulos-, una vigorización de la autenticidad política, que las promesas no sean vanas incertidumbres, sino una fuerte amalgama de realidades crecientes. Un contexto que lleva sin darse en Cuenca desde hace décadas, y que es explicable a través del contenido de varias lecciones insertadas en el ciclo de conferencias y debates organizado por Fundación "la Caixa", que contó con la colaboración de El Periódico y el Institut Cerda, y se llevó a cabo entre febrero y marzo de 2021.
Este espacio técnico abordó en profundidad aquellos fenómenos y políticas de la diversidad territorial que registran, amplifican o corrigen las desigualdades sociales. En el punto de partida de los debates estuvo la certidumbre de que en todos los tipos de desigualdades existe siempre un común denominador que es la dimensión territorial, ya sea porque se convierte en un reflejo o porque actúa como un factor amplificador o corrector a través de la oferta de medios y oportunidades que proporciona el lugar donde se habita, se trabaja o se vive en comunidad.
Acaba dicho prólogo terciando en un asunto penoso, que va cogido del comportamiento público habido con el aberrante cierre de la línea del tren regional Madrid-Cuenca-Valencia. Demuestra esta decisión que los gobernantes conquenses han nadado en la mediocridad, acogidos a los fueros partidarios. Y, ahogados en sus riberas, ante la moral social, utilitaria siempre, estos prebostes - citados a diestro y siniestro por Eulalio- hallan una justificación, como todo lo que existe por necesidad. Sin embargo, como aclaró José Ingenieros en El hombre mediocre, “por indefectible que sea pensar en el mañana y dedicarle cierta parte de nuestros esfuerzos, es imposible dejar de vivir en el presente, pensando en él, siquiera en gran parte. Antes que las generaciones venideras están las actuales; otrora fueron futuras y para ellas trabajaron las pasadas”. Ninguna de las páginas de esa obra ha olvidado esta lógica, asumible en el refranero español, cuando dice que “alabar lo bueno y vituperar lo malo, justicia es lo que hago”. Ecuanimidad que destila a raudales en libro aludido, que por nuestras manos ha corrido en los dos últimos plantes, y que desde aquí aconsejo adquirir a los ciudadanos de esta provincia, por su bien y por el de las generaciones futuras.