
Una colección de fotografías de Jesús Mateo, publicada en Actualidad conquense (aquí), me han llevado a releer el capítulo 3 de un libro que escribí hace casi quince años. He observado, lamentablemente, toda la vigencia del análisis ahí presentado. el cual ha hecho que sienta una especie de deber cívico -sobre todo ahora, cuando estamos a las puertas de la elecciones municipales- de transcribir el epígrafe donde se analizan las "Pautas renovadoras en el planeamiento urbanístico actual" (cfr. "Cuenca 2005. Recorrido sociológico por la Ciudad", pp. 33-37) y que, para desconsuelo de cuantos conquenses la habitamos, no es que se hayan subsanado, sino que permanecen intocadas o han empeorado, a pesar de los tres quinquenios transcurridos. Lean, por favor.
PAUTAS RENOVADORAS EN EL PLANEAMIENTO URBANÍSTICO ACTUAL
Algo apartada de Oviedo en numerosos elementos, Cuenca muestra un nada desdeñable alejamiento de la denominada Vetusta por Clarín en La Regenta o Pilares, en Tigre Juan, una de las ciudades más señoriales y mejor cuidadas de España. Situada al pie del Naranco –la Cuesta le llaman cariñosamente los lugareños–, Oviedo se expande en medio de una atractiva red de calles peatonales inmaculadas, donde no se permite establecimiento a los vendedores ambulantes ni a los vagabundos, por eso su espacio es un ágora encantadora de paseo y disfrute para los ciudadanos y visitantes. Sus piedras nobles, pulidas de lluvia, y los monumentos históricos le dan carta de naturaleza y esplendor histórico.
Cuentan que la clave de su atractivo vigente y panorama impecable está en un Ayuntamiento diligente, con un alcalde como Gabino de Lorenzo, que es reconocido y votado durante doce años por su tarea como edil cuidadoso y trabajador, que mira por su ciudad, algo que no siempre se encuentra en otras ciudades. No es difícil ver en el casco histórico, incluidos los días festivos, a los agentes de la patrulla de limpieza municipal recogiendo los papeles o colillas que arrojan al suelo los desconsiderados. Pues bien, en Cuenca no pasa lo mismo. Ni determinados ciudadanos cuidan de la limpieza de su ciudad, ni sus regidores ponen permanentemente medios y personas para lograr esa pulcritud. Veo en esto un déficit de identidad, que es corregible aprendiendo algunas de las enseñanzas del profesor Fernando de Terán, gran geógrafo. Explica éste, y lo veo a menudo cada cuatro pasos que doy por Cuenca, que, con su tamaño, no muestra una totalidad unívoca, sino que se presenta como una ciudad de ciudades; ensambla “un archipiélago compuesto de islas, es decir, como una suma de fragmentos, de elementos flotantes en un magma impreciso, separados muchas veces por vacíos, por discontinuidades”, tal como explica Terán, quien además agrega que la ciudad así “no es sólo una fragmentación en pedazos, sino una gran heterogeneidad entre esos pedazos, y dentro de esos pedazos va a seguir habiendo ciudad compacta y ciudad difusa”.
El reconocer la entropía y la diversidad como señas claras de identidad de las ciudades no implica, ni mucho menos, que la gestión y el devenir de las ciudades deban ser librados a sus propias dinámicas. Especialmente cuando uno de los principales actores (y con protagonismo en alza) en el momento de hacer ciudad es el mercado, según advertía Lucio Latorre: “No se trata de criticar per se la intervención de actores privados en los procesos urbanos ni de utilizar pirotecnia verbal contra el mercado porque sea algo que pueda sonar bien a algunos oídos. La cosa es bastante más simple: la libre actuación del mercado sin pautas que lo limiten tiende, por su propia lógica capitalista, a la desigualdad, a beneficiar a unos pocos en detrimento de las mayorías. Y eso es algo en que los principales investigadores e intelectuales que se ocupan de lo urbano a nivel mundial coinciden”. Esto me hace traer a Jordi Borja en el instante de aludir a ciertos acuerdos del Plan de Ordenación Municipal de Cuenca, que dejan entrever acciones de ese virus maligno que el citado geógrafo llama ciudad-negocio. Según Borja, lo que las ciudades necesitan “es imaginación cultural con sentido de lo público y no arrogancia ignorante con obsesión de lucro. La reinvención de la ciudad allí donde se ha perdido es una labor política e intelectual, no un resultado mecánico del mercado más destructor que creador de nueva vida urbana”.
Participo de la opinión expuesta por la arquitecta Anna Bofill Levi [1] de que la ciudad es un ente vivo y complejo que ha nacido y ha pasado por muchas etapas diferentes hasta la actualidad. Ciertamente la ciudad es el lugar en donde se establecen las mediaciones, las relaciones entre las personas, relaciones de todo tipo, desde comerciales o de trabajo, hasta personales, de intereses comunes o colectivos, de amistad o de amor.
Los hábitat han ido creciendo cada vez más rápidamente y se han organizado sobre el territorio en configuraciones que corresponden a la organización de la sociedad en cada momento histórico. Es decir, existe una relación directa entre la configuración de la ciudad y la estructura social de las personas que la habitan. Obviamente en Cuenca ha pasado esto también, y está pasando ahora igualmente. Cuando la sociedad no estaba industrializada, las ciudad creció lentamente, con una población repartida en una armonía total con la naturaleza, porque sus habitantes se sentían formando parte de la misma, captaron el genius loci o espíritu del lugar. Su tejido urbano, el que ha pasado a ser patrimonio histórico, tiene un encanto, una fascinación especial, como hemos visto. Ahora es la atracción de miles de turistas porque es un lugar en donde se está bien, a gusto y consciente o inconscientemente se respira la armonía con la naturaleza circundante. Los propios conquenses, sus habitantes, nos podemos orientar en ese espacio urbano e identificarnos con él.
A partir de mediados de los años noventa del pasado siglo la periferia de Cuenca se desplaza más hacia el exterior en etapas sucesivas. Con esto aparecen también las disfunciones creadas por las diferencias entre el centro y la periferia, algunos signos de segregación social y todos los demás problemas que conocemos y padecemos, y a los que nos referiremos en algunas páginas del libro.
En Cuenca estos barrios de nueva creación toman cuerpo y personalidad en la salida de la ciudad a la carretera de Valencia, desde la calle Hermanos Becerril y la extensión anudada con la Avenida de Juan Carlos I, continuándose en los últimos cinco años por el lado opuesto, es decir, la salida de la ciudad por la carretera de Madrid. Estas dos grandes áreas de crecimiento urbano –al menos en cuanto a las viviendas construidas y las grandes zonas comerciales implantadas- han sido diseñadas y construidas por hombres, arquitectos, urbanistas (pocos y de breves miras), técnicos de la ordenación del territorio así como propietarios, promotores, políticos que a partir de los problemas que causaba el ensanche verificado a lo largo de los veinte años anteriores se preocuparon y repararon en las distintas concepciones de cómo había que orientar y ordenar el crecimiento relativamente presuroso de la ciudad. De esta forma, con su singularidad específica y sus atributos distintivos, el modelo de ciudad según el cual se ha ido construyendo el tejido urbano podríamos decir que ha sido pensado asimismo conforme a la concepción aprobada por el Congreso de Arquitectos de Atenas de 1933 (la conocida Carta de Atenas), liderado por Le Corbusier. Muchos de sus criterios y recomendaciones todavía son utilizados por arquitectos y urbanistas de nuestras ciudades, y en el Ayuntamiento de Cuenca es meridiano esto. Este modelo, unido a los efectos de la especulación del suelo y de los intereses particulares del mercado, ha configurado los espacios, el funcionamiento y la imagen de nuestra periferia y de los asentamientos nuevos de nuestro territorio; teniendo como principales fundamentos los siguientes: la zonificación de los distintos usos en áreas para cada actividad (barrios dormitorio, zonas industriales, zonas comerciales, zonas culturales, de ocio, deportivas, etc.) y la red de carreteras y de vías rápidas de circulación para llegar con el vehículo privado lo más lejos posible y lo más rápido posible.
Esto, que en otros lugares españoles y europeos ha producido una serie de disfunciones, tales como la degradación de ciertas áreas de los centros históricos, la aparición de ghettos de población por estatus socio-económico o étnico, el movimiento pendular de los que tienen un trabajo remunerado lejos de sus domicilios, la inadecuación de los servicios y de los espacios públicos a la vida cotidiana, el stress y los problemas de salud física y mental, por el propio tamaño de Cuenca no se ha desatado linealmente aquí, sin que eso quiera decir que no haya tendido a asemejarse (como en el caso de “evasiva” a las comunidades de Arcas, Pinar de Jábaga-Chillarón, Villar de Olalla, etc.).
Siguiendo a Anna Bofill, además, podríamos decir que durante muchos años Cuenca se ha pensado, planificado y construido igualmente desde “el supuesto de que los géneros tienen unos roles asignados en la sociedad: el hombre es el que tiene un trabajo remunerado con el que alimentar a la familia y la mujer se queda en casa para ocuparse del cuidado de todas las personas de la familia y de la gestión del domicilio y de la vida cotidiana. El hombre arquetípico destinatario de los espacios urbanos es varón, adulto, de 18 a 65 años, con buena salud. Y la prácticamente única composición doméstica para la que se proyectan las viviendas y los servicios y equipamientos, es la de la familia nuclear”. Esta es una realidad parcial, sin embargo, puesto que ha empezado a aparecer un cambio en la estructura social en Europa que se observa por el hecho de que la mitad de la población ya no vive en familias nucleares simples y que un cincuenta por ciento de la población femenina en edad de trabajar es activa. En España la tasa de actividad femenina es de un 37,79 %, y de estas, dos de cada tres realizan la doble jornada laboral: la del trabajo remunerado o de producción y la del trabajo doméstico o de reproducción.
Pero la ciudad la viven y la experimentan tanto o más las mujeres que los hombres, puesto que son las que se mueven más en el espacio urbano público para cumplir las tareas de la gestión doméstica cotidiana. Esto significa que, por un lado, debe considerarse toda la diversidad de personas como destinatarias del entorno urbano y, por otro lado, debe pensarse la ciudad desde la perspectiva de género para adecuar los espacios de la ciudad a la vida cotidiana y hacer que la ciudad sea habitable.
Lo primero que debemos hacer, dice Anna Bofill, es preguntarnos si nos encontramos a gusto en cada uno de los lugares en donde pasamos nuestros días: “Desde que nos levantamos por la mañana hasta que nos acostamos por la noche (o al revés si hacemos una actividad nocturna) observar en donde estamos en cada momento, entre paredes, suelo y techo que nos cobijan, nos protegen de las inclemencias del tiempo y además nos facilitan la realización de la actividad que debemos hacer, o nos acompañan y nos reconfortan si nos hallamos en estado de reposo”.
La vida de las personas, así como la de los animales, se puede vislumbrar y explicar desde el movimiento o el reposo. Este es un punto de vista muy útil para comprender nuestra vida cotidiana. Y esto mismo hará que le dediquemos unos comentarios particulares cuando nos refiramos a la estructura social de nuestro municipio.
Las formas que mejor se adaptan a los usos de la vida cotidiana son abiertas y flexibles porque en ellas las funciones especificas pueden ubicarse en un lugar u otro. El llamado organigrama de funciones puede variar, es decir, que pueden cambiar o mudar las situaciones y las distancias entre sí de las estancias.
Naturalmente las viviendas, los servicios, las fábricas, o los espacios urbanos públicos, no todos pueden resolverse con formas abiertas. Algunos de ellos muy especializados (por ejemplo un hospital) requerirán de configuraciones cerradas, adaptadas a cada uno de los requisitos técnicos obligados. Ocurre ahí lo mismo que pasa con una cápsula espacial, que tampoco puede tener formas abiertas.
Sin embargo, hay muchos espacios para la vida cotidiana que no necesitan definiciones tan acotadas de sus formas; al contrario, prefieren formas más abiertas y flexibles que satisfagan más bien la dimensión estética o la confortabilidad de sus habitantes. Son, por ejemplo, las estancias de una vivienda, las escuelas, las salas públicas de encuentro y relación, los centros de recreo, los clubes, las oficinas, los espacios públicos urbanos, algunos talleres o los espacios lúdicos.
Pero todos estos lugares han sido generalmente diseñados con formas cerradas, de manera que las modificaciones en el uso de los espacios suelen ser muy difíciles y las estructuras organizativas de los usos, o las distribuciones, responden a los clichés culturales de nuestra sociedad, en abundantes ocasiones sólo mediatizados por el político o el funcionario de turno. Frente a ello, la forma no puede concebirse tampoco tan abierta porque los condicionantes del uso son mayores, o porque las formas de promoción no lo permiten, entonces es muy necesario contar con el conocimiento de los deseos y las necesidades de los usuarios.
Coordinó Anna Bofill un proyecto europeo llamado “Las mujeres y la ciudad”, (promocionado por la Fundación María Aurelia Capmany e incluido dentro del IV Programa de acción comunitaria para la igualdad de oportunidades de CEE), en el que uno de los resultados fue la realización de un Libro Blanco de análisis del entorno habitado desde el punto de vista del género y de recomendaciones para el diseño de planes y proyectos urbanos desde la vivienda hasta la ciudad. Algunas conclusiones a las que se llegó, en el capitulo que trata del espacio urbano y de la ciudad, fueron :
- El medio urbano influye en la vida cotidiana de las personas, especialmente de las mujeres.
- Las mujeres (población más pobre) son excluidas como usuarias y como conceptoras y decisoras.
- La zonificación dicotomiza a la sociedad.
- La monofuncionalidad distorsiona la convivencia.
- Muchos pueblos, barrios, distritos deben mejorar infraestructuras y servicios.
- Muchos espacios urbanos carecen de personalidad para facilitar la identificación, la seguridad y el acogimiento.
Otro conjunto de objetivos que consideraron importantes en ese capitulo son los siguientes:
- Integrar/mezclar usos, funciones, actividades.
- Dotar los barrios de infraestructuras/servicios necesarios.
- Estimular la creación de espacios intermedios para la relación.
- Los espacios públicos han de ser auténticos lugares para la comunicación y el fluir de las personas.
Hay además evidentes recomendaciones hechas ahí para mejorar las ciudades y los espacios urbanos que son muy apropiadas para la ampliación de Cuenca, por ejemplo:
- Tender hacia el modelo de ciudad pluri-nuclear de estructura celular.
- Planificar estructuras de verde-urbano en todos los niveles.
- Diseñar el espacio urbano con estancias y recorridos con criterios de género.
- Desarrollar agrupaciones vecinales con servicios comunes.
- Integrar vivienda/trabajo/comercio/servicios en agrupaciones vecinales, barrios y distritos.
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