
Por primera vez desde el 26 de julio de 2022, fecha del primer plante reivindicativo en defensa del tren convencional Madrid-Cuenca-Valencia, ayer -data del número 128- me sentí desalentado en el ejercicio de esta noble acción. Inmediatamente las entretelas de mi espíritu estallaron, y el temperamento dijo: ¡Hasta aquí, basta ya! ¡Hay que plegar velas! En esencia, el motivo de ese impulso deriva del artículo que, dentro del “Episodio provincial – 7”, se publicó en el Foro Económico y Social Cuenca 2027 con el título de Insignificancia sociopolítica conquense. En este se argumentó la necesidad de crear una potencial ALTERNATIVA DE TRANSFORMACIÓN Y PROGRESO (ATPCu).
No solo no ha habido respuesta, sino que más bien todo lo contrario -asistencia de solo 9 personas al plante 128 de los martes- la ilusión se ha evaporado de mi alrededor. Y no soy, ni he sido en las distintas fases de mi vida, un mastuerzo entregado a causas perdidas. De aquí que la decisión tomada no sea el abandono de la salvaguardia de esa vía férrea, sino la renuncia personal a esos plantes. A los que desde mi tribuna digo adiós.
Sé perfectamente que los destrozadores de la capital de Cuenca (al tiempo que avaladores de llevar toros verdes a la Sierra de Cuenca, expandir carbono en la atmósfera provincial, despoblar este territorio, cubrirlo de capotillos de purines y macrogranjas, evaporar las inversiones productivas e innovadoras de nuestra tierra, etcétera) van a sentir confort y tranquilidad. Son muy dados a cuchichear con sigilo el dicho de "tanta paz lleves como descanso dejas", Pero, les advierto, ni soy un difunto ni voy a rendirme a la política de ”rompehuevos” que practican desde los tiempos de Bono en sus sedes de esas pintarrajeadas “casas del pueblo” (en estas se cobijan andrajosamente).
A comienzos del mes de enero de 2024 Fernando Savater recordaba la advertencia de una milonga argentina: «Muchas veces la esperanza / son ganas de descansar». Es cosa ya demasiadas veces comprobada por la propia experiencia, pese a que -igual que le sucede a dicho filósofo- no soy tampoco muy aficionado a este último vicio que se resiste a salir de la caja de Pandora. Pero resulta que la desesperación declamatoria -«¡No hay nada que hacer!»- es una muestra de pereza aún peor: no hay desesperado que mientras despotrica ocioso no busque la postura más cómoda para esperar el fin del mundo. Reitero, no es mi caso.
Hay tres palabras muy potentes: voluntad, vigor y victoria, que juntas -como me enseñaron en la Universidad de Barcelona-, pueden formar una guía poderosa para el comportamiento personal. Esas `3 V(s)´ se pueden traducir a la vida diaria, y en mi caso la han marcado en cuantiosas decisiones.
Voluntad es la determinación interior para actuar y perseverar. Engloba la capacidad de mantener el rumbo incluso cuando las circunstancias son difíciles; significa tomar decisiones conscientes en lugar de dejarse llevar por la inercia o la comodidad; y, en la práctica, sirve para establecer metas claras, comprometerse con ellas y actuar con disciplina.
Vigor conlleva energía, fuerza y entusiasmo sostenido en la acción. Es decir, no basta con tener voluntad; hace falta energía física, mental y emocional para ejecutar las decisiones. Lo cual incluye cuidar el cuerpo (alimentación, ejercicio, descanso) y alimentar el espíritu (motivación, pasión, propósito).En la práctica requiere mantener un ritmo constante, sin caer en el agotamiento, y recuperar fuerzas cuando sea necesario.
Victoria presupone el resultado del esfuerzo bien dirigido; un triunfo sobre obstáculos internos y externos. La victoria no es sólo el logro externo (premios, reconocimientos), sino también la superación personal. Significa crecer a través del proceso y convertirse en una mejor versión de uno mismo. En la práctica pasa por reconocer y celebrar los avances, aprender de los fracasos, y mantener una mentalidad de mejora continua.
"Plegar la vela", es una expresión náutica que se refiere a recoger o plegar las velas de una embarcación para guardarlas o para reducir su superficie expuesta al viento. Aunque no es una frase muy común en el lenguaje coloquial fuera del ámbito marítimo, existen citas y frases que pueden evocar el espíritu de la acción que aquí me ocupa. "A veces, el mayor avance se logra plegando las velas y esperando el momento oportuno". Esta frase, con la que me quedo ahora, sugiere que ocasionalmente la inacción o la contención son más beneficiosas que seguir adelante a toda costa, esperando la oportunidad adecuada para retomar el rumbo. O sea, "plegar las velas no es rendirse, es prepararse para un nuevo viento." Esta perspectiva ofrece una visión optimista, entendiendo la acción de recoger las velas no como una derrota, sino como una pausa estratégica antes de una nueva fase o un cambio de dirección.
Posición en la que he aparcado ahora. La filosofía política del abandono de una causa reivindicativa puede analizarse desde varias perspectivas críticas y conceptuales contemporáneas, que van desde la resignación social ante la política hasta la reflexión filosófica sobre la deserción y la renuncia.
Según Roberto Esposito, la filosofía política se ha extraviado al perder de vista el problema fundamental: la creciente separación entre política y racionalidad, lo que ha llevado a la política a convertirse en un espacio de retórica y simulación, ajeno a la búsqueda de verdad y justicia. Esto ha generado una resignación popular ante la corrupción y la ineficacia política, manifestada en la idea de que “todos son iguales”. Larga teoría en la que ahora no voy a entrar y dejo para ocasiones posteriores.
Prefiero dejar claro que el abandono de causas reivindicativas también se relaciona con la exclusión social y la apatía política. La acumulación de factores de riesgo -como la exclusión social, la discriminación y la falta de redes de apoyo- aumenta la probabilidad de que los individuos abandonen la participación política activa. Esto se traduce en el abstencionismo y la formación de bolsas de ciudadanía pasiva, que no se involucran en partidos ni organizaciones del tercer sector, lo que debilita la representatividad y la legitimidad democrática.
La pérdida de relevancia de los partidos políticos tradicionales, especialmente de izquierda, y la emergencia de nuevos movimientos sociales han provocado un debate sobre la eficacia de las formas tradicionales de movilización. Algunos partidos abandonan la causa reivindicativa clásica para adaptarse al juego democrático parlamentario, mientras otros se mantienen en la trinchera de la protesta sin participar en el poder, lo que los condena a la marginalidad o la fragmentación
Desde otras perspectivas críticas, como la de Badiou, el abandono de la causa reivindicativa puede interpretarse como una forma de radicalización negativa: una fuga de la política hacia el voluntarismo, el esteticismo o el elitismo teórico. Esta fuga implica una renuncia al espacio público y a la participación en el juego de las opiniones, lo que conduce a una “política sin política”, donde la intervención efectiva se sustituye por la fidelidad a ideales abstractos o al pasado fundador.
Al plegar velas por mi parte las tres corrientes que he sintetizado se han visto envueltas, introducidas por factores tanto estructurales como conceptuales. No termina de ser un abandono, sino más bien un merecido descanso, que me va a permitir avanzar en la tercera novela de la trilogía que en los últimos años vengo dedicando a resucitar costumbristamente la vida del desaparecido establecimiento termal de los Baños de Valdeganga.
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