Ayer a las siete y cuarto de la tarde, al término de la concentración que hubo en la estación del ferrocarril de Cuenca para expresar la indignación y la pesadumbre de la población por el cierre de la línea del tren convencional, la conversación que mantuve con Fernando Casas sobre este atroz disparate me impulsó a inquirir quiénes son los culpables de que este magnicidio infraestructural haya podido cometerse. Y un cartel por allí distribuido me dio la respuesta a la cuestión. En la imagen precedente están los rostros con su nombre (José Luis M. Guijarro, Luis C. Sahuquillo, Álvaro M. Chana y Darío Fco. Dolz), y bajo el título se rotula al director de esta película de terror ("El último tren"), el inane Emiliano García-Page. Todos ellos malos oficiantes de políticos, cubiertos por el andrajoso hábito que en la Historia de la Ciencia se denomina Agnotología.
En la historia provincial y regional del tiempo presente he hallado una amplia documentación de todos ellos, que tienen de políticos lo que Cantinflas de astronauta. Con la salvedad de que el actor mexicano buscaba la distensión y la risa, mientras los nombrados si algo generan es indignación y lamentos.
Robert Proctor e Ian Bolin acuñaron el término agnotología para designar el estudio de la ignorancia. Explicó Proctor, profesor de Historia de la Ciencia en la Universidad de Stanford, que su propósito se situaba en superar la visión de la ignorancia como un vacío que puede ser llenado por el conocimiento e invita a pensar en las formas en que hoy se produce, en forma premeditada y estructural: por negligencia, miopía, secreto o supresión. El autor muestra que la creación deliberada de la ignorancia es una estrategia para engañar y sembrar dudas sobre los hechos observados y sobre el conocimiento científico, como ha ocurrido en la supresión de la vía de comunicación española, y expliqué al detalle en el trabajo "Innovations and Reforms to Be Introduced for the Modernization of the Conventional Railway Line of Madrid-Cuenca-Valencia", publicado por la Revista Open Journal of Political Science > Vol.12 No.2, April 2022 (ver aquí).
En los muchos estudios de Proctor se argumenta que hay mucho por saber. La ignorancia tiene muchos amigos y enemigos, y ocupa un lugar destacado en todo, desde la propaganda de las asociaciones comerciales a las operaciones militares y hasta los eslóganes para niños. Los abogados piensan mucho en ella, pues aparece a menudo en litigios de responsabilidad por artículos de consumo y en litigios civiles, donde se suele preguntar: "¿Quién sabía qué y cuándo?" La ignorancia tiene muchos sustitutos interesantes y se traslapa de numerosas maneras con el secreto, la estupidez, la apatía, la censura, la desinformación, la fe y el olvido, todos los cuales generan ignorancia y distorsionan la ciencia. La ignorancia se esconde en las sombras de la filosofía y es mal vista en sociología, pero también se refleja en la retórica popular: no es una excusa, es lo que no te puede hacer daño, es una dicha. La ignorancia tiene una historia y una compleja geografía política y sexual, y hace otras tareas extrañas y fascinantes que vale la pena explorar. E ignorancia es lo que han demostrado los políticos antedichos por no defender el mantenimiento, la innovación y la modernización del tren convencional.
En la línea de acusaciones manifestada, me sirve de ayuda otro profesor, Peter Burke, de la Universidad de Cambridge. En concreto su estudio sobre "La ignorancia de la política y la política de la ignorancia", donde habla concretamente de la ignorancia de los gobernantes. A este respecto, todos los gobernantes o, para hablar de forma aún más generalizada, todos los encargados de la toma de decisiones, desde presidentes hasta directores ejecutivos, tienen que tomar sus decisiones bajo condiciones de incertidumbre, ya que no pueden predecir el futuro; sufren de una ignorancia inevitable. Sin embargo, pueden aminorar la incertidumbre si se esfuerzan en informarse sobre los problemas a los cuales se enfrentan. El caso del cierre de nuestra línea es una prueba global de la capacidad de distintos dirigentes y ejecutivos para tomar decisiones informadas en lugar de actuar con base en la ignorancia. Estos dirgentes, como hemos demostrado Fernando Casas, Francisco de los Cobos y yo, sufren de lo que se denomina “una ignorancia dolosa”; es decir, el deseo de no saber. Por esto están de más, sobran, en sus puestos. Y merecen la reprobación general de todos los afectados, presentes y futuros.
En todo caso, algunos prefieren ignorar cualquier conocimiento que no sea de su conveniencia. Es verdad que ahora hay mucha más gente trabajando para los gobiernos que en el pasado, y estos reciben información estadística masiva, sin dejar de mencionar la cuestión de la vigilancia a muchas de las actividades de sus ciudadanos. Como sucede a menudo, sin embargo, resolver un antiguo problema conduce a uno nuevo que lo reemplaza. En el presente caso, el nuevo problema se conoce como “la ignorancia organizativa” (caso de nuestro tren). Para poder recoger tanta información sobre sus ciudadanos, los gobiernos han tenido que convertirse en grandes organizaciones. Como en el caso de otras corporaciones, las rupturas en el flujo de comunicación, ya sea entre las direcciones especializadas o entre los diferentes niveles de la jerarquía administrativa, implican que, como en el siglo XVI, aunque sea por razones distintas, la cúspide del poder desconozca mucho de lo que necesita saber para poder gobernar bien. Y en el aludido caso del ferrocarril a las pruebas me remito: Martínez Guijarro y García-Page no han atendido ninguno de los consejos que sucesiva y periódicamente les he ido generosamente transmitiendo. Con ello se han embriagado de ignorancia, hasta ahogarse en el desastre.
¿Qué deriva de este proceder? Una acusación en toda regla. Los "representantes" electos de Cuenca, como consecuencia de su pésima y demostrada mala gestión han de ser defenetrados, porque han caído en las garras de la ineptocracia, algo que no admite indulto ni perdón, básicamente por el daño causado. Pero, ¿qué es eso de la ineptocracia? La mayoría de la fuentes coinciden en atribuir al catedrático de Filosofía, académico y escritor francés Jean d’Ormesson la definición original: "Un sistema de gobierno en el que los menos preparados para gobernar son elegidos por los menos preparados para producir, y los menos preparados para procurarse su sustento son regalados con bienes y servicios pagados con los impuestos confiscatorios sobre el trabajo y riqueza de unos productores en número descendente, y todo ello promovido por una izquierda populista y demagoga que predica teorías, que sabe que han fracasado allí donde se han aplicado, a unas personas que sabe que son idiotas". ¡Buff! Realmente es difícil definir mejor la situación en la que nos encontramos inmersos en un momento crítico, puesto que hemos entrado en una crisis económica de gran magnitud que además puede llevar aparejada una nueva crisis sanitaria, climática y social. La solución a cualquier problema pasa por encontrar el mismo, evaluarlo y proponer la forma de resolverlo. A veces, tengo la sensación de que no queremos ni ver el problema porque como se dice últimamente “cuando todo es un escándalo nada es un escándalo”.
La calidad del debate político está íntimamente relacionada con las capacidades de sus protagonistas y lo que está pasando en los últimos tiempos, y más directamente en el caso presentado del tren convencional, llama a la reflexión. Los políticos, como servidores públicos y representantes de la sociedad, tienen un requerimiento mayor de ejemplaridad. Disponer a diario de micrófono y tribuna debe ser asumido como una enorme responsabilidad, no como una oportunidad para abusar de su ignorancia y aprovecharse de la ingenuidad del ciudadano medio.
La mezcla de contundencia y desconocimiento no es buen cemento para construir nada sólido. El uso de esta argamasa se está extendiendo con los nuevos usos de la comunicación, particularmente de la comunicación política, donde prima el mensaje corto sobre la argumentación. Este contexto favorece que haya representantes públicos que se comporten como tertulianos, con perdón, cuya capacidad para opinar de todo y a todas horas es proverbial, y sin respetar la más mínima liturgia de los santos lugares. Es el caso de Rafael Mayoral, que aprovechó la tribuna del Congreso para lanzar un duro ataque al banco central. O en la pijada publicada para Cuenca en defensa del plan XCuenca.
Los virus como agentes infecciosos capaces de infectar a todo tipo de organismos, entre ellos, los de las personas, son bien conocidos. Pero también hay virus de clara significación política. Mientras los primeros, atacan personas y las debilitan y matan. Los segundos tratan de desdibujar los intereses sociales comunes y disgregar los colectivos sociales con intereses comunes. Entra aquí siempre el voraz ultra-liberalismo económico, que defiende que la mejor forma de alcanzar el desarrollo económico y la eficiencia en la asignación de los recursos es a través de un mercado libre sin la intervención del estado. Es decir, los del “laissez faire, laissez passer” a ultranza.Y tampoco. Mejor es poner los puntos sobre las íes y para esto la "academia" está mejor preparada. Acudiendo a ella, si buscamos el origen de la definición de ineptocracia, comprobaremos que entre estudiosos y escritores hay discusión acerca del origen y uso de este término. Pero parece haber consenso, pues según Sherman Calvo el origen del término corresponde una filósofa y novelista ruso/estadounidense Ayn Rand (1902-1982 autora del libro “The Fountainhead, en España: “El Manatial”.
El nudo de la argumentación permite, en definitiva, llegar a la misma conclusión con la que calza su último artículo Fernando Casas, La Petición al Parlamento europeo y el ferrocarril (ver aquí): "la rebeldía cívica en nuestra provincia sigue siendo indispensable y más necesaria que nunca."
En este plano, el consagrado escritor Antonio Muñoz Molina (en su obra Todo lo que era sólido. Seix Barral, Barcelona, 2013) realiza un análisis profundo, sin miramientos ni autocensuras, sobre la degeneración de nuestro sistema democrático en los últimos años. Escrito desde la radical libertad de quien se siente dueño de sus palabras y sin hipoteca alguna, el libro desmenuza con la fuerza de un ensayo apasionado y reflexivo cómo la vida pública española ha ido perdiendo sustento moral y ha ido regodeándose en la pestilencia que provoca la ausencia de rigor cívico. Y nos coloca frente al espejo de nuestras propias miserias: las de un lugar que ha pasado de ser El Dorado a convertirse en un país empobrecido y triste, las de un territorio en el que la economía especulativa alimentó durante décadas una "conciencia delirante".
Quizás el error más flagrante del que todos hemos sido responsables haya sido pensar que la democracia no necesitaba aprendizajes y hábitos, que era sólo cuestión de consolidación temporal. Cuando la realidad es que el más exigente de los regímenes políticos necesita virtudes cívicas, transparencia y controles, conjugación de un nosotros que sea capaz de poner los intereses generales por encima de los particulares. Un modelo en el que las leyes deben ser el mecanismo de sujeción de los poderes y no una formalidad elástica que ampare "el abuso, la fantasía insensata, la codicia, el delirio" o simplemente su incumplimiento. Hay que seguir diciendo NO AL ÚLTIMO TREN, y rebelarnos cívicamente para lograr que el "El Crimen de Cuenca.2" no se ruede, y menos con actores políticos caídos en el lodo del desprestigio.
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