Abrieron ayer la alquería del poder socialista en la demarcación conquense el dueño y el mayordomo de ese cortijo. Y lo hicieron con su sobada y envejecida dialéctica: tediosa, trasnochada, ficticia e inverosímil. Como pastores de un ganado arrendado y paticojo, volvieron a anunciar la llegada de empresas a Cuenca y los proyectos superlativos que la Diputación llevará a cabo en esta legislatura. Pero, en verdad, ¿quién puede creer a estos dos señores ya? Sus hechos y movimientos demuestran todo lo contrario, como les desmiente un solo refrán popular: "“Obras son amores, que no buenas razones”, significador de que el amor verdadero se expresa con acciones y no apenas con palabras, por bien fundadas que estén. Un decir desmentido por el obrar de esos dos arrobados dirigentes, albañiles clave del declive gradual de la provincia de Cuenca.
Frente al serial discursivo cargado de promesas, así como de palabras halagüeñas y lisonjeras, ese refrán propone observar la claridad y veracidad de las acciones (obras) concretas, solidarias, oportunas y desinteresadas como prueba de afecto. Así, el refrán denuncia también la hipocresía, que les sale hasta por los poros. Por esto hay que observarles que en su comunicación política hay demasiada incoherencia entre las palabras y los actos, pues en su habla delatan carencia de compromiso. Y el después les hunde. Así pasa con su referencia a la movilidad, donde no asoma ni un ápice el desaguisado del cierre del tren convencional, en cuya negligencia son coautores forzosos.
El refrán les desdice porque invita a mirar más allá del discurso para dirigir la atención a las acciones de las personas, que muchas veces pasan desapercibidas. En este sentido, el refrán se asemeja a la frase del Nuevo Testamento que reza “Por los frutos los conocerán”. Esta frase, atribuida a Jesús, tiene por contexto una metáfora entre la vida espiritual y el mundo vegetal. Son los frutos los que permiten reconocer el árbol. De la misma forma, son los “frutos” que resultan de las acciones humanas, no simplemente las palabras, los que permiten distinguir entre un verdadero o un falso profeta.
Circunstancia en la que cobra valor el humanismo político de Hannah Arendt. Célebremente conocida por sus estudios sobre la banalidad del mal, la obra política de Arendt es extensa y muy rica en conceptos, que están obligados a estudiar y asimilar Chana y Martínez Guijarro. Por esto, con el objetivo de entender mejor el mundo en el que viven, a los dos cortijeros del rebaño sociata les resulta imprescindible la lectura que al respecto desmenuza un artículo de Alfons C. Salellas, donde repasa el humanismo político de dicha filósofa y teórica política alemana.
En su libro Eichmann en Jerusalén, Arendt analiza el juicio a Adolf Eichmann. Contrario a la imagen de un monstruo sádico, Arendt describe a Eichmann como un simple burócrata que cumplía órdenes sin reflexionar sobre las consecuencias. Para él, todo era realizado con celo y eficiencia, sin un sentido intrínseco de “bien” o “mal” en sus actos. Esta falta de pensamiento crítico y la obediencia ciega a las autoridades llevaron a Arendt a acuñar el término “banalidad del mal” para describir esta nueva forma de horror.
Burocratismo que exhalan Chana y Guijarro, que se pierden cuando hablan de protocolos e ignoran la esencia documental de estos. Con lo cual permiten ver la única realidad de sus palabras, que es lamentablemente electorera: sabe su partido el frente que en este último ámbito tiene abierto hasta el 12 de junio, y la jerarquía les ha ordenado que toquen las campanas de la propaganda desde la "casa del pueblo". Y cansinamente, aprovechando el ruido de la prensa afín han comenzado a redoblar sin ton ni son.
Al hacerlo quieren tapar su pobrísimo quehacer al haber dejado de lado también y sistemáticamente el Informe de Financiamiento para el Desarrollo Sostenible 2023 de la ONU, que ni sobrevuela en sus afirmaciones, con lo que denotan un exceso de superficialidad y un inadmisible desnorte operativo.
Desorientación que muestra la peor y más insignificante expresión de la política: mantener el poder por el poder e intentar no perder las adhesiones y privilegios; o sea, una clara banalidad política, que no solo no obtiene triunfos sino que, peor aún, conduce a la nada. Así lo decía José Jaimes Cabrera en 2017, al abrir la cortinilla de esa futilidad y subrayar que en el actuar de un político que aparece en medios de comunicación, mucho de su comportamiento estará bajo el escrutinio público, para bien o para mal, y generará un flujo de información para las redes sociales, que por lo regular eclipsan otros temas que se estén discutiendo, sobre todo si hay un desliz en el actuar del dirigente o líder político. Pero aquí surge una pregunta evidente: ¿ El ruido generado por banalidades nos está distrayendo de los temas importantes? Cuando hay mucho ruido en una plaza no podemos escuchar al interlocutor, lo mismo pasa en la red, hay tanto ruido generado por banalidades que los análisis serios acerca de un asunto importante, pasan desapercibidos por la cantidad de ruido generado.
Si queremos un verdadero debate con contenido y que vaya más allá de las banalidades; deberíamos compartir y discutir artículos o vídeos que de verdad muestren una alternativa o propuestas para diseñar una nueva política económica o centradas en el diseño de nuevas organizaciones, de esta forma el debate tendrá mucho más que aportar, mucho más que las hueras declaraciones -vacías contenido y sobrecargadas de meras promesas- en los medios de comunicación consanguíneos y teleguiados por un espíritu nada crítico ni edificante.
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