
Me encontraba esta tarde revisando cierta documentación en el directorio de mi hemeroteca personal reservado a Barómetros electorales, cuando de pronto leo un messenger en el que recibo una más que interesante información publicada en Voces de Cuenca (ver aquí), donde en el subtítulo tajantemente se dice que "ninguna formación conquensista secunda abiertamente la propuesta de Juan Andrés Buedo", después de titular la noticia como "Rechazo, dudas y expectación en los grupos conquensistas ante la coalición electoral Cuenca Resiste". Ni me molesta, ni afecta tampoco a la concepción en diseño -insisto en esto: se halla aún delineándose, luego es un anteproyecto, sujeto a la preceptiva evaluación conjunta de todos cuantos se hallen dispuestos, que los hay, a entrar en una alianza de estas características-, puesto que las reacciones a una proposición así es la más común. Si bien la Psicología Electoral ofrece técnicas aptas para un análisis directo de la posición en la que se hallan todos los entrevistados por el periodista firmante.
En esta provincia es más que evidente que se ha consumado la fractura clara y real entre el método tradicional de hacer política y las nuevas necesidades que la sociedad demanda. Frente al inmovilismo o la inhibición, es el momento de la acción. Hemos perdido demasiado tiempo en contiendas partidistas que —sin afectar a los ciudadanos, sino a la distribución de cargos y poder en el seno de los maquinarias— nos han perjudicado. Por eso y por otras razones los ciudadanos han lanzado un mensaje claro y contundente: los modelos tradicionales de hacer política no facilitan demasiado las soluciones que se necesitan en estos cruciales momentos. Así lo confirma el último Barómetro del CIS, al que me remito.
Que esto es así lo demuestra la proliferación de movimientos y plataformas, de nuevos partidos que surgen y recogen una idea común que tiene que ver con la inoperancia del sistema, y en concreto en el territorio de esta provincia, que es claro y definitivo: “Hasta aquí hemos llegado”, frente a las añagazas de los dos partidos rotatorios en el poder de Cuenca, según han demostrado numerosos trabajos y publicaciones, repletos de datos y andaduras que lo confirman. La foto fija de PP y de PSOE atisba una llamada de atención traducida en pérdida masiva de votos dirigidos en buena parte hacia nuevas coaliciones y que se puede resumir en el desencanto primero y la irritación después, de la ciudadanía conquense. Pero el método D'Hondt, que es el sistema contenido en la Ley Orgánica 5/1985, de 19 de junio, del Régimen Electoral General española, y que se utiliza para repartir los escaños o concejales entre las candidaturas de forma proporcional al número de votos obtenidos, perjudica a los partidos pequeños y a las coaliciones "no extendidas". Este es el fondo llano y claro de mi propuesta para la que etiqueté como CRe (o sea, Cuenca Resiste, de gran impacto como se ha visto, pero sujeta la propia marca a las modificaciones derivadas de la evolución de los acontecimientos).
Lo que no es modificable es la llamada a un nuevo liderarzgo político en Cuenca. Está más que demostrado y particularmente lo demostré en el libro Cataluña ensimismada al tratar este concepto. Veamos.
Pese a la multiplicidad de formas en las que ha sido definido el fenómeno del liderazgo y la lógica confusión que se ha producido como consecuencia, siguiendo a Northouse, se pueden identificar una serie de elementos constantes en todos los intentos: es un proceso; trae aparejada la influencia; se ejerce dentro o con respecto a un grupo y va encaminado a una meta, sea cual sea esta[i]. Al enfoque genérico de las cualidades personales del líder se ajusta, por ejemplo, la definición de Reuter hecha en 1941 según la cual el liderazgo es: “el resultado de la habilidad para persuadir y dirigir hombres, sin perjuicio del prestigio o poder que deriva del cargo u otras circunstancias externas”. Pero esta perspectiva arrastra un déficit explicativo, puesto que la lista de rasgos potenciales a tener en cuenta puede llegar a ser tan larga que resultará harto difícil determinar la conexión entre un rasgo determinado y el mayor o menor éxito de un líder, según expuso Santiago Delgado y dejó plasmados en la tabla siguiente.

Tabla de Santiago Delgado en “Sobre el concepto y el estudio del liderazgo político” (2004)
En la democracia representativa se desconfía de los liderazgos, por distintas razones. Desde un punto de vista ideológico, entronizar a un líder y otorgarle cierta bula supone admitir parcialmente el fracaso o los límites de la propia aspiración representativa y deliberativa. El liderazgo, llevado al extremo, es la negación de la democracia por más democrático que haya sido el método para escoger a ese líder. Por otro, la democracia nace históricamente como modelo de representación frente a las monarquías absolutas y, posteriormente, los regímenes totalitarios del siglo XX. El sueño democrático nace contra la pesadilla del tirano. Por tanto, es connatural a la modernidad desconfiar de un líder destacado, considerado más como un vestigio sospechoso del atavismo del poder inmoderado que como un guía en un entorno hostil.
Frederick Hilmer fija los cinco componentes principales del liderazgo: inteligencia, energía, determinación, confianza y ética. El desafío clave hoy en día es el ejercicio de los dos últimos: confianza y ética.” Continuamente, al igual que Hilmer, los expertos observan que el liderazgo político requiere esos cinco ingredientes y especialmente los dos desafíos. Así quedarán aglutinados cabalmente en los respectivos estilos de liderazgo político, que describe el consultor Alfredo Paredes[ii] y quedan englobados en la siguiente imagen.

Cada líder político tiene su propia personalidad y forma de relacionarse con la gente. Para Carlos Denton, presidente y cofundador de la firma encuestadora CID Gallup, hay seis personalidades en las que podría perfilar a cualquiera de ellos, “cada uno con sus fortalezas y debilidades, sus potenciales y requerimientos”.

Un líder político[iii] puede ser: empático, triunfador, visionario, pragmático, populista o disruptivo. Aunque, “probablemente cada uno tiene una personalidad principal definida, y otra secundaria. Nadie es totalmente de una forma”, argumenta Denton, quien ha sido asesor de presidentes y aspirantes a presidentes en varios países. Esas seis personalidades las reunió en el libro “¿Tiene usted potencial para ser líder político?”
El directivo de CID Gallup afirma que en ese contexto, la política tiene que ver cada vez menos con los partidos políticos. “Ahora son mucho más importantes las personas, los personajes y no los partidos”, mantiene Denton, para quien la tendencia la han marcado los milénicos[iv].
Otro consultor político Antonio García Maldonado[v] sostiene, sin embargo, que la tensión entre personalismo y democracia, lejos de desaparecer, no hará más que incrementarse en la era dinámica de las redes, el avance científico-técnico y el auge asiático, pese a los discursos horizontales. Los partidos tienen, por tanto, un reto importante ante sí. Y los líderes, más trabajo que en otras épocas. Si se ha definido el liderazgo como una mezcla de talento y suerte, en esta época de retórica en red pero de premios a la jerarquía hará falta adoptar un enfoque cercano a ese “ironista melancólico” que Manuel Arias[vi] describió como “alguien que sabe que los órdenes individual y colectivo jamás lograrán alinearse de manera satisfactoria, porque es imposible que eso suceda”. Por tanto, García Maldonado recalca que ningún líder puede renunciar a tres cosas aparentemente contradictorias entre sí. Así, utilizando un término popularizado por el economista Dani Rodrik, resume el trilema del liderazgo político en la dificultad o imposibilidad de conciliar:
- a) Control orgánico en una etapa marcada por el deseo de más participación de militantes y simpatizantes.
- b) Atención ineludible a los medios en un panorama mediático nuevo, atomizado, invasivo, politiquero y declarativo, en competencia malsana e hiperpresentista tras la abrupta revolución digital.
- c) Dominio técnico de los asuntos públicos y visión política e intelectual para aposentar una imagen sólida en las fuerzas influyentes del país que, en gran medida, definen la capacidad o no de ganar elecciones y gobernar con virtud y acierto. Un grupo humano que, a diferencia de aquel que representa mayoritariamente el punto anterior, suele moverse e influir a través de métodos clásicos o analógicos.
El calentamiento mediático y tecnológico refuerza la paradoja y la dificultad, que, en opinión de García Maldonado, no hará más que incrementarse en los próximos años. La red, lejos de suponer la jubilación del líder, lo hace más necesario que nunca al multiplicar exponencialmente las voces en disputa. Por otro lado, esa misma red hace imposible volver a las antiguas retóricas jerárquicas con las que se justificaba la necesidad de ese líder. Se imponen buenos equipos dispuestos a ceder el protagonismo al número uno y evitar ruido interno en un momento histórico incierto y sobrecargado de mensajes cambiantes. Es lo que comprenden en España los partidos más asentados, y entre más dudas los partidos asambleístas y horizontales como la CUP, Comunes, Compromís o Bildu . La izquierda siempre ha sido más suspicaz con los liderazgos, por experiencia y origen históricos y por lo que tiene la figura del líder de negación de su esperanza en el colectivo.
Bajo las condiciones asumidas del trilema del liderazgo, el refuerzo de la cabeza visible no se produciría en detrimento de la organización sino en pos de su supervivencia y, finalmente, en aras de su capacidad para implementar las políticas que defiende. La paradoja es que el líder sería así más esencial y al mismo tiempo más instrumental que nunca. El líder es, más que en otros momentos históricos recientes, representante y voz del partido, no de su propia ambición. Por tanto, en las democracias liberales no cabe identificar los hiperliderazgos como contrarios a la democracia. Más bien todo lo contrario. Un equilibrio complejo, propio de una sociedad en mutación y sujeta a diversos vaivenes.
La vida política de Cuenca lleva renqueando desde la última década del siglo pasado por carecer de los líderes pertinentes, más avispados y mejor equipados para gerenciar los asuntos públicos de este lugar; competentes, por encima de cualquier localismo exagerado, para emprender un camino de progreso diferente al llevado a cabo durante los últimos veinte años, y, en consecuencia, dispuesto para la satisfacción general del conjunto de la población conquense. Algo que requiere tanto coraje como capacidad de acuerdo. Lejos de los malos ejemplos de Barreda, Cospedal, Cenzano, Guijarro, Chana o Dolz, que sólo han llevado a efecto una política deshilvanada, sin proyectos, sin ilusiones globales, aquejada de anemia racional y emocional, e igualmente agarrotada por símbolos mitológicos y bulos encantados, yo me vuelco en los lecciones transmitidas por Adela Cortina[vii], al demandar el logro de una autoridad moral. Obtener ésta supone tener olfato para captar las necesidades y deseos del pueblo conquense, incluso para crearlos cuando las gentes todavía no los han sospechado, y tener arrojo suficiente como para embarcarles en la empresa de perseguir el sueño diseñado sin sectarismos de ninguna especie. Esto implica atender ineludiblemente la gran demanda de esta profesora de Ética y Filosofía Política de la Universidad de Valencia:
“(…) es necesario que haya líderes en política con visión de futuro y coraje para defender propuestas irrenunciables, porque quien ostenta el poder, la potestad, tiene una enorme capacidad de orientar el futuro si puede conciliarlo con la auctoritas, con la autoridad moral ganada a pulso. Pero los modelos de liderazgo han variado mucho desde la figura del líder carismático, capaz de seducir por su fuerza de atracción personal, a la exigencia más prosaica de que, amén de tener cierto carisma, el líder sea persona competente, bien preparada, eficiente, eficaz, capaz de generar confianza, con previsión de futuro y entusiasmo, pero también honrada y ejemplar. Los iluminados son peligrosos, porque tienden a emplear su capacidad de seducción para manipular las emociones en provecho propio y de su grupo, procedimiento aún más peligroso cuando las redes sociales amplían el poder de manipulación. Por el contrario, gentes con coraje y responsabilidad por el bien común son las que hacen falta. Y por eso mismo, líderes que ofrezcan buenos contenidos.”
Adela Cortina añade asimismo otro módulo imprescindible para que pueda darse el buen liderazgo. Este elemento lo coloca en la necesidad de buenos seguidores para poder sustanciarse, porque los followers, tan apreciados en Twitter e Instagram, deben traducirse aquí en una ciudadanía lúcida, implicada en el proyecto europeo, consciente de su crucial importancia para Cuenca, Castilla-La Mancha, para España y para el orden mundial. Pero, por desgracia, no es así. Esta profesora lamentaba que en las campañas electorales de corte nacional las referencias a Europa era casi inexistentes hasta 2019, y encuestas sobre los valores de los jóvenes, como las publicadas por el Instituto de la Juventud o la Fundación SM, muestran que su interés por la política europea es muy escaso, que en el orden de las comunidades políticas se sitúa en el último lugar. La máxima que traduce esto es que “no hay buenos vasallos sin buenos señores”, según venía a decir el misterioso texto del Cantar de mio Cid, pero “en sociedades democráticas bien puede decirse que no hay buen liderazgo sin buena ciudadanía, tan protagonista de la cosa pública como los líderes”.
[i] Santiago Delgado Fernández, “Sobre el concepto y el estudio del liderazgo político”, Psicología Política, Nº 29, 2004, 7-29.
[ii] Alfredo Paredes, Estilos de liderazgo político/I, Forbes México, 15 de septiembre de 2015. https://www.forbes.com.mx/estilos-de-liderazgo-politico-i/
[iii] Carlos Denton, ¿Tiene usted potencial para ser líder político?. CID/Gallup Latinoamérica, Costa Rica, 2018.
[iv] Milénico y milenial son alternativas en español al anglicismo millennial, término con el que se hace referencia a las personas pertenecientes a la llamada generación Y, nacidas aproximadamente en las dos últimas décadas del siglo veinte. En los medios de comunicación se encuentran a menudo frases como «La red social va por un millón de ‘millenials’», «El 67 % de los “Millenials”, gente nacida entre 1981 y 1995, comparten detalles personales con sus compañeros de trabajo» o «El 67 % de los ‘Millenials’ (entre 16 y 30 años) compraron por internet en el primer trimestre de este año». Este término da nombre a los integrantes de la llamada generación Y, que en la actualidad tienen entre veintiuno y treinta y tres años y que, sin ser nativos digitales, se caracterizan por su familiaridad con internet y las nuevas tecnologías; también, entre otros rasgos, destacan por ser individualistas, pero contar con gran conciencia global y medioambiental, así como por haber crecido en una época de bonanza económica, pero encontrarse hoy con dificultades para entrar en el mercado laboral.
[v] Antonio García Maldonado, El trilema del liderazgo político, Agenda Pública-El País, 10 de enero de 2018.
[vi] Manuel Arias Maldonado, La democracia sentimental. Página Indómita, S.L.U., Barcelona, 2016.
[vii] Adela Cortina, ¿Faltan líderes en Europa?, El País, 29 de mayo de 2018.
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