
Juan Andrés Buedo describe plenamente en este ensayo la coyuntura política, económica, sociodemográfica de la Comunidad de Castilla-La Mancha en el momento presente, aplanada por el déficit de gobernanza de García-Page y todo su equipo.
Se encuentra distribuido en una amplio número de librerías de toda España, que pueden visitarse en los enlaces sacados de aquí.
Sinopsis
Lleva la sociedad enfrascada desde mediados del siglo XX y principios del siglo XXI, actualmente y en un futuro próximo, en lo que se conoce como El Cambio, en general, que está influyendo en todos los estamentos de la vida social y a nivel personal. Esto nos obliga a replantearnos constantemente nuestras ideas, nuestros hábitos, nuestros trabajos, nuestras relaciones sociales y nuestras costumbres. En definitiva, exige reinventarnos cada día, si no queremos quedar relegados y al margen de la sociedad y de nosotros mismos.
Desde los tiempos de Bono y Barreda, al gobierno castellano-manchego le ha faltado lo que se conoce como Visión Global de la acción política en la intervención autonómica. Esto significa que ha carecido de una fórmula autóctona de pensamiento. Un método que debe ser aplicado por la Junta de Comunidades en general y en todo momento, ejercitando el intelecto de todas las fuerzas políticas a levantar puentes entre temas, sobre posibles causas y posibles efectos, sobre un asunto o situación específica. Donde mejor se constata esto es en la información de la televisión regional, la radio pública y una buena ristra de medios de comunicación, que dibujan un serial de crucigramas, de réplicas y contrarréplicas entre PSOE y PP sobre el tema dominante en la actualidad de cada jornada.
Los acontecimientos que giran alrededor del cambio y la necesidad de una visión global se examinan en los diferentes capítulos del libro, dispuestos para aclarar las amplias debilidades encontradas en el gobierno salido de las elecciones de 2019 en Castilla-La Mancha. Unas heridas a las que hay que poner remedio con presteza y dominio de la situación, porque corre mucha prisa dar respuestas satisfactorias a las demandas derivadas de la pandemia. Esto requiere fabricar nuevos resortes de políticas post-covid, haciendo inevitable frenar el malestar entre los «excluidos» de la ola de crecimiento económico, consumo y prestaciones sociales mejoradas. Un nuevo enfoque poblado de propuestas programáticas orientadas a brindar las «seguridades sociales y personales» propias de sociedades avanzadas. Aquí se emplaza el epicentro de las políticas inteligentes y tenaces para transformar a Castilla-La Mancha en el ciclo post-covid.
Detalles del Libro
ISBN/13: 9788411288163
Num. Páginas: 402
Tamaño: 150 X 210 mm
Encuadernación: Tapa blanda con solapas
Año de publicación: 2022
Editorial: Grupo Editorial Círculo Rojo SL
Categoría: Ensayos literarios
Introducción
ORIENTACIONES PRELIMINARES PARA UN TIEMPO DE CAMBIO
El 21 de febrero de 2021 abrió La Vanguardia de Cuenca una serie de artículos especializados que, a la sombra del título genérico de La corrala de Page, arrancaba con el conjunto de premisas que marcan desde 2019 los actos y las determinaciones de la actualidad política en la comunidad autónoma presidida por el citado regidor. Me refiero concretamente a la versada opinión que Eulalio López Cólliga, exdiputado provincial de Cuenca, transmite semana a semana al presidente de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha. Un conjunto de apreciaciones y valoraciones bien aquilatadas, sabiamente emplazadas y ordenadas según el discurrir de la coyuntura sociopolítica de esta región y su entronque con la general de nuestro país.
Ambos eslabones me han convencido de la necesidad de realizar un dictamen politológico como el realizado a continuación. Despega este con las consideraciones formuladas en la cuarta crónica de la corrala, con cuyos preceptos vamos a arrancar esta introducción.
Si observamos las encuestas del CIS desde 2019, año en que se encendió en ese sacrosanto lugar sociológico la denominada cocina de Tezanos, se observa que ninguno de los líderes políticos españoles llega al aprobado en la valoración de los ciudadanos y los niveles de confianza resultan similares. No es que este fenómeno resulte nuevo, puesto que desde 1996 los datos del barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas indican que la desconfianza hacia la política es casi una situación permanente, solamente superada en momentos muy puntuales por otros aspectos como las expectativas.
Según remarcó Leticia Rodríguez Fernández, docente y directora del Grado en Comunicación Corporativa, Protocolo y Organización de Eventos en la Universidad Nebrija, cuando se constituyen los gobiernos, las decisiones tienden a comunicarse desde la perspectiva partidista e incluso se ficciona el relato si puede hacer daño a la reputación del Gobierno. Nada nuevo, aunque ácido y provocador de mal cuerpo cuanto más cercano se nos aparece. Este es el caso de las Noticias CMM, un boletín obsequioso con Page y su corrala.
En 1992, el sociólogo Steve Tesich hacía alusión al concepto de ‘posverdad’ al referirse a una sociedad que aceptaba la mentira en política, ya que esta servía para protegerles de algo más aterrador: la verdad. Los políticos de la posverdad son líderes capaces, por ejemplo, de crear narrativas que nieguen el cambio climático a pesar de las evidencias científicas. La política (opinión pública y narrativa de los medios) se ha desconectado casi por completo de la política legislativa. Se recurre al impacto fácil y rápido que motive la interacción y se utilizan en ocasiones campañas de propaganda negra para desprestigiar al contrario. La microsegmentación es extensible también a la comunicación en otros medios. Así, los políticos terminan dirigiéndose únicamente a sus audiencias sin confrontar ni preocuparse por los discursos de otras formaciones ni sus potenciales consecuencias sociales. Acudir a la CMM en horario de noticias es la demostración más clara de lo que termina de indicarse. Existe una constante partiditis crónica que deriva de los hiperliderazgos: los partidos tienden a ofrecer una única voz, una única referencia válida o a lo sumo dos. Se minimizan las voces disidentes dentro del partido y el resto de los miembros, bajo estrategia coral, refuerzan el mensaje del dirigente. Estos líderes son capaces de depurar los problemas de los partidos y resultan además difíciles de sustituir, circunstancia que propicia el populismo.
Esto aconseja demandar cierta responsabilidad social en la política que vaya más allá de los objetivos partidistas, que busque el bienestar de la sociedad. La comunicación debe ser una herramienta al servicio de la política, una herramienta que aproxime las autoridades a la ciudadanía y nos ayude a entender los objetivos y propósitos de quienes nos gobiernan. Los medios de comunicación, todos, tienen tendencias políticas en sus noticias, con un favoritismo y apoyo recíproco que es evidente. Por esto la objetividad ha de ser el estandarte a la hora de emitir la información política, puesto que en una democracia parlamentaria como la nuestra el pleno funcionamiento de las instituciones y la independencia de poderes son premisas para que el sistema político funcione de manera sana, justa y ética.
El poder legislativo, el poder ejecutivo y el poder judicial deben ser independientes entre sí y tener una cantidad de poder equivalente. Uno no debe apoderarse del otro, tampoco influenciar el trabajo del otro. Sabemos cuán difícil es y hay cientos de casos de relaciones promiscuas entre los poderes. En ese escenario, la prensa debe ejercer la función de traer información al ciudadano común sobre el funcionamiento de los tres poderes. Al final, en teoría, el pueblo es responsable de poner a esas personas allá ante todo. La prensa se convierte, como dicen algunos teóricos, en el cuarto poder, una institución por sí sola cuyo deber es fiscalizar a los demás y garantizar el funcionamiento saludable de ellos para la población.
Desde los tiempos de José Bono, en Castilla-La Mancha existe una sobreabundancia de la política de álbum familiar, como se denomina a esta fórmula predominante en toda la región, y que constituye uno de los elementos principales, por ejemplo, de la recesión económica conquense ―que no se corresponde con su nivel de renta, más alto―. Parece mentira que habiendo dinero potencial en Cuenca (ya lo dijo un inteligente y joven delegado de la Agencia Tributaria que hace unos años estuvo ahí destinado), se emplee tan mal este, y se invierta ―o peor, no se haga― de una manera tan torpe, como Eulalio López Cólliga viene denunciando con perspicacia y puntualidad en cada uno de los referidos capítulos publicados en La Vanguardia de Cuenca. Pero esto hay que entenderlo ―no justificarlo, ni mucho menos admitirlo―: a nivel privado, los conquenses, que poseen un sentido del ahorro emulgente, austero, de corto alcance y sin someterlo a grandes riesgos, administran sus hogares mejor de cómo lo hacen los representantes políticos elegidos.
La causa de esto último radica en la ley de hierro de Robert Michels. Así lo explica en su gran obra Sociología del partido político en la democracia moderna. Estudio de las tendencias oligárquicas de los grupos políticos (1911). En ese libro se formulaba la llamada ley de hierro de las oligarquías, es decir, la conclusión empírica de que la tendencia hacia la oligarquía es inherente a todo partido organizado. De donde se deduce que la democracia, entendida como gobierno por el pueblo, es irrealizable; siempre gobierna una minoría. Michels se inscribe en la escuela elitista de Mosca y de Pareto, dos gigantes de la sociología política. Como explica el profesor Linz[i], las objeciones esgrimidas contra la ley de hierro son principalmente semánticas; pero los hechos no han cesado de confirmar los enunciados de Michels: los partidos se oligarquizan, los dirigentes son cooptados desde la cúpula, los políticos se burocratizan, y sus intereses prevalecen sobre los generales. Cualquier observador de la sociedad contemporánea comprueba la veracidad de las conclusiones de Michels. Esto revela el general descrédito de los partidos y los altos porcentajes de abstención electoral.
A la ley de hierro de las oligarquías, trasladada al momento presente y circunscribiéndola a Castilla-La Mancha, cabe rotularla como simple y befa corrala política, que gira alrededor del amo de llaves: Emiliano García―Page, alumno disciplinado del expresidente de la comunidad autónoma José Bono, portador muchos años del prontuario de este y acostumbrado a actuar con las exinanidas recetas y procederes del maestro. Su principal emblema es la palabra, la sonrisa y la promesa; mientras olvidan él y los más próximos, sin embargo, que lo que espera la gente de los políticos está en que hagan su trabajo y les dejen en paz, es decir, que hablen de sus cosas lo menos posible. A la mayoría de los ciudadanos les da igual si los rojos y los morados son amigos o no, si los azules y los naranjas se van de copas al salir del pleno/Cortes de C-LM o si los violetas y los verdes se rayan el coche cuando hay ocasión. La prueba está en que, como destacó hace ya unos años la periodista Araceli R. Arjona, por mucho que se empeñan en tirarse públicamente los trastos a la cabeza cual marujas, aún no tienen espacio fijo en los programas del corazón. Se supone que son empleados públicos, no gente de la farándula y, si acaso tienen color, ese es el gris.
Existe un envilecido e irrespirable cobertizo, un mal invento transmitido a través de las frustraciones ideológicas nacidas con el neoliberalismo y sus traumas, al que dicha comentarista prefirió llamar «patio de corrala de hombres con corbata», un artificio bochornoso que ha terminado por denominarse crispación política. Compone esta un simulacro que está minando la fe de los que todavía creen en ellos y ha convertido España en un país en perenne y machacona campaña electoral. Un hastío, vaya. Da igual si miras a Madrid, a Barcelona, a Toledo o al ayuntamiento de tu pueblo. Si en la calle aumenta la violencia, en los parlamentos se ha puesto de moda el insulto y la mentira.
Poca pedagogía política realizan los caminantes de la corrala, olvidadizos de programas al tiempo que manteros representativos de dudosa calidad o cortos pasos, demasiado acostumbrados a desdeñar el punto básico de la dedicación de un político: dejarse la piel al gestionar las obras de tu calle, las inversiones de tu región, agilizar la subvención del colegio de tus niños, etcétera. Y pretenden que, mientras ellos se deciden ―tarde y a menudo mal― a hacer eso por lo que se les paga, los demás andemos armando el puzle de las lindezas que se intercambian.
Unas indelicadezas que los electores estamos obligados a recordar antes de depositar nuestro voto, puesto que política y mentira suelen ser buenas compañeras. El problema, sin embargo, es que los políticos de hoy mienten con torpeza; seguramente, a no pocos les haría bien recordar las recomendaciones que algunos sagaces británicos dejaron escritas allá a principios del siglo XVIII[ii]. Estas premisas incitan a la lectura de El arte de la mentira política, un opúsculo satírico atribuido a Jonathan Swift, aunque en realidad es un panfleto (de 1727) cuya autoría corresponde a un amigo suyo, John Arbuthnot, que se sirve del humor para desplegar su crítica contra la política en la Inglaterra de fines del siglo XVIII, en particular, la practicada por los whigs, los liberales. Sobra decir que Swift y su amigo eran tories, conservadores. La confusión ha empujado a hacer pasar por académica la famosa definición de la mentira política cuando es una humorada. La definía como «el arte de convencer al pueblo, el arte de hacerle creer falsedades saludables, y ello con algún buen fin». Andrés Betancor nos evitó aguantar carros y carretas poniendo las cosas en su auténtico lugar: «La mentira, convertida en política y ensalzada como estrategia ganadora, es la que cava aún más la fosa de la legitimidad de las instituciones»[iii].
Ante este peligro, resalta Betancor que el humor siempre ha sido una poderosa arma de crítica social y subraya que acierta Arbuthnot cuando, al ridiculizarla, caracteriza a la mentira política como un arte; el arte de las «falsedades saludables». Reivindica, como buen tory, el derecho del pueblo a mentir. Rechaza que sea un monopolio en manos del Gobierno, máxime cuando afirma que el pueblo no tiene un «derecho a la verdad política». No tiene este derecho, pero sí, en cambio, el derecho a mentir, a difamar, a calumniar a los políticos. Recomienda, por último, cómo ha de ser la mentira que se difunde entre el público a fin de animar y alentar al pueblo: «Es necesario que no supere los grados habituales de verosimilitud». Y «no es el mejor medio de hacer creer algo al pueblo el quererle hacerle tragar mucho de golpe; cuando hay demasiados gusanos en el anzuelo es difícil atrapar a los peces».
Observado esto, conviene acogerse a las explicaciones de Betancor, catedrático de Derecho Administrativo en la Universidad Pompeu Fabra, que nos sitúa en el buen camino aclarando que la credibilidad es esencial, puesto que ofrece la apariencia de verdad, semblante que permite a la mentira servir de tapadera. De aquí que Cervantes le hiciera decir a Don Quijote que «tanto la mentira es mejor cuanto más parece verdadera, y tanto más agrada cuanto tiene más de lo dudoso y posible». La mentira atrae al mentiroso tanto como engaña al mentido porque, como decía Charles Baudelaire, «tu mentira me embriaga, y mi alma se abreva».
De hecho, como es bien sabido, en el mundo contemporáneo, este que hemos dado en llamar de la posverdad, la mentira política ha superado, tanto en gravedad de sus contenidos como en el alcance de su influencia, todo cuanto Jonathan Swift, esta vez sí, en una obra de su autoría, Los viajes de Gulliver (1726), le ponía en su boca: «Le dije que un primer ministro, o ministro presidente, ... era un ser exento de alegría y dolor, amor y odio, piedad y cólera, o, por lo menos, que no hace uso de otra pasión que un violento deseo de riquezas, poder y títulos. Emplea sus palabras para todos los usos, menos para indicar cuál es su opinión; nunca dice la verdad sino con la intención de que se tome por una mentira, ni una mentira sino con el propósito de que se tome por una verdad».
No puede pasarse por alto que los ciudadanos, atónitos, asisten al espectáculo de la desvergüenza. Y de la falta de respeto: el máximo atentado a la dignidad del ciudadano. Se nos niega, como veremos en muchos episodios recogidos a lo largo de estas páginas, el reconocimiento de que nuestra opinión, nuestro perdón, es importante para el gobernante. «Me engañan, no me piden indulgencia y, además, me quieren convencer de que nunca ha existido la mentira», afirma Betancor. Se revierte así en nuestra contra el proceder desvergonzado del gobernante. Los silencios de García Page a los escritos dirigidos por Eulalio López Cólliga lo dicen todo. Nunca ha tenido el presidente castellanomanchego una sola palabra de contrición en su angosto martinete de mala administración, asentado en el apartado de El presidente responde[iv], sin hacerlo salvo en contadas ocasiones y tambaleando la verdad política con unas respuestas simples, mondas y descalzas.
Este proceder alimenta el descrédito de las instituciones y el alma que le da vida: la política, concluye Betancor. Obra de esta manera abre paso al demérito de la política y de los políticos: «Más gasolina al incendio que se vive en España en el peor momento posible. Y luego se extrañan del incremento de la ultraderecha. Son ellos los que la alimentan creando un círculo “virtuoso” en el que frente-populismo y ultraderecha se necesitan para seguir creciendo».
Sin verdad no hay confianza, afirmaba el historiador Timothy Snyder, en su libro El camino hacia la no libertad[v]. Y ¿cómo puede existir y funcionar un Estado democrático de derecho sin confianza cuando es la seguridad la que le da sentido? Una respuesta que necesita sacar de la acción política casos como los que veremos en los distintos capítulos de este libro, desenvuelto en la metafísica de que la mentira, convertida en política, ensalzada como estrategia ganadora por los ciegos que ignoran, con avaricia, la historia de España es la que cava aún más la fosa en la que se va enterrando poco a poco la legitimidad de nuestras instituciones. Precisamente, aquellas que nos salvan de la barbarie y en mitad del ataque de los bárbaros. «Tu mentira me embriaga, y mi alma se abreva en el odio y la sinrazón; en la desunión. Tu mentira es la enemiga de la democracia», proclama el profesor Betancor.
Tenemos que ser conscientes de que hemos contraído el virus autonómico y de este no puede sacarnos el gobierno de Page, que forma parte de la frívola e inane casta autonómica, en los términos tipificados por Sandra Mir y Gabriel Cruz[vi], que en 2012 decían tajantemente: «Ambulancias que no se mueven, policías que se persiguen, incendios que no se apagan, escuelas que confunden… para darnos cuenta de esto, lo mejor que nos podía haber pasado ha sido la crisis. La estela que va dejando a su paso es como un detergente que limpia los colores con los que se camuflaban las mentiras que durante muchos años nos hemos ido tragando. La crisis nos ha dejado en punto muerto, así que hemos hecho una ITV a fondo de este país, y con mucho sentido del humor le vamos a contar a su dueño, que es usted, que tiene mucho más que pérdidas leves de aceite». Han pasado diez años y el escenario perdura, como nos ha dejado ver la presencia, los atributos y las entrañas más destacadas de la pandemia de la COVID-19. La inspección técnica de las heridas causadas por esta gran plaga, que publiqué[vii] meses atrás como esbozo sociológico, es otra causa inductora de la estructura y el contenido del presente libro, encarado a mostrar los cambios que ha ocasionado esta pandemia y el alcance en los modos de vida, de la convivencia y la producción. Hechos que afectan también a la propia democracia, conmovida por estos cambios, los cuales perturban sus instituciones, tanto en su funcionamiento como en sus distintos controles.
Como ha indicado el controvertido presidente del CIS, José Félix Tezanos[viii], la vida política va a quedar condicionada durante bastantes años «por la forma en la que determinados países hemos reaccionado ante las amenazas de la pandemia». Igual que sucedió en épocas no lejanas de conflictos bélicos, se ha realizado un descomunal esfuerzo económico. De aquí que resulte muy necesario entender lo sobrevenido entonces y extraer las conclusiones más pertinentes para encarar los horizontes de salida de esta pandemia. Va a dejar esta unas sociedades gravemente heridas en el plano humano, económico y laboral, y, a la par, «transformadas en el plano emocional y en lo concerniente a las actitudes sociales y las valoraciones políticas», pronostica el mentado profesor. Por esto mismo ―pienso como él― es importante la edificación de unas políticas poscoronavirus con mucho conocimiento de causa y, en paralelo, que sean conscientes de los nuevos estados de opinión y de las reivindicaciones ciudadanas irrumpidas. Ya no cabe más política contraproducente.
Lleva la sociedad enfrascada desde mediados del siglo XX y principios del siglo XXI, actualmente y en un futuro próximo, en lo que se conoce como El cambio, en general, que está influyendo en todos los estamentos de la vida social y a nivel personal; y que nos obliga, según los estudios de Juan Ferrer[ix], a replantearnos constantemente nuestras ideas, nuestros hábitos, nuestros trabajos, nuestras relaciones sociales y nuestras costumbres. En definitiva, nos obliga a reinventarnos cada día si no queremos quedar relegados y al margen de la sociedad y de nosotros mismos.
Desde finales de los años 60 del siglo pasado, se han producido tantos cambios y tan rápidos que la sociedad, al igual que las personas, han tenido dificultades para digerirlos e ir adaptándose paulatinamente a un cambio permanente y acelerado, provocando transformaciones radicales y disruptivas tanto en la sociedad como en las personas. Esto conlleva una metamorfosis en la forma de pensar y, más importante aún, en las actitudes, en las costumbres de la gente y en sus comportamientos. En estos instantes, es preciso añadir los profundos cambios ocasionados por la pandemia, cuyas consecuencias sobre la salud y la vida de millones de personas ha acarreado un nuevo régimen de prioridades en el debate público.
El profesor Daniel Chernilo[x] ha elaborado una contextualización socio-histórica de la irrupción, expansión y posibles consecuencias a medio plazo de la crisis global del coronavirus. En ella mantiene que la dimensión sin precedentes de la crisis gatillada por el coronavirus se debe al desanclaje entre tres dimensiones fundamentales de la vida moderna: (a) una economía genuinamente global y con una capacidad casi irresistible de movilizar recursos; (b) instituciones internacionales altamente competentes, pero sin capacidad real de acción autónoma; y (c) estados-nación políticamente sobrecargados de demandas que no pueden satisfacer porque arrastran crisis fiscales desde hace décadas, así como el desmantelamiento de sus políticas públicas y servicios sociales.
Nos está trasladando el coronavirus unas lógicas de comportamiento distintas, sobre todo al particularismo español, demasiado anclado en su «quejumbre permanente y generalizadora», que criticó Julián Marías y que se teje a fuerza de expresiones lastimosas, de queja continua, en efervescencia atrasada y que se evidencia sobre todo en nacionalismos ―todos, los centralistas y los periféricos― de vista corta y paso cruzado, que hemos podido recoger en bastantes movimientos y declaraciones del presidente castellanomanchego. Había y hay otros modos y diferentes fórmulas más eficientes para enfrentarse a estos, a través de la oportunidad que ofrece la pospandemia, ampliando y profundizando la ola solidaria y conscientemente politizada y movilizada que fuerce a los gobiernos a un cambio en favor del bien común, la solidaridad y ayuda mutua. No solo se trata, en palabras del prestigioso profesor, investigador y salubrista Joan Benach[xi], de revitalizar servicios sociales golpeados por las políticas neoliberales mercantilistas, sino también de poner en marcha un proceso de cambio radical que permita hacer frente a la crisis ecosocial y climática que vivimos y, al mismo tiempo, cambiar nuestras vidas individuales y cotidianas para avanzar hacia un mundo más humano y realmente sostenible creando una «economía homeostática», que gaste mucha menos energía primaria y adapte el metabolismo ecosocial a los límites biofísicos de la Tierra.
Lo cual ha de conducirnos a abandonar unos cuantos vértices de la lógica económica y cultural del capitalismo. Por ello, cree esencial dicho sociólogo que la población más crítica y politizada capte profunda y ampliamente que lo que está en juego es el colapso de la humanidad; así observa los cuatro retos principales sobre los que hay que reflexionar y trabajar:
- El valor de lo común. Esta pandemia nos sitúa en una «economía de guerra» donde el valor de lo público y lo común, lo comunitario, son una esperanza de cambio. Es reconfortante y emocionante darnos cuenta de hasta qué punto la población siente eso, cómo se organiza, cómo colabora, cómo ayuda a los demás.
- Generar una cultura de esperanza, de alegría y de vida. Hay que desarrollar desde todos los ángulos posibles el cómo vivir bien, cómo podemos vivir mejor con mucho menos y más juntos, como ha dicho la profesora Yayo Herrero, con más empatía emocional, solidaridad y fraternidad. Fomentar eso es fomentar una cultura anticapitalista, ecofeminista y anticolonial.
- La manera de comprender y transformar lo global y lo local al mismo tiempo. Se puede impulsar creando o reconvirtiendo organismos e instituciones globales que realmente prioricen la salud pública, la ecología y la equidad social. Los movimientos sociales y críticos tratan temas concretos en general a nivel local. Algo que va ligado a la planificación de políticas sistémicas, lo cual incluye el análisis, un programa, la organización y la gestión.
- Entender al enemigo y al adversario. Esto es ser estratégicos, entender que estamos en un proceso de lucha de clases duro. Y que no será nada fácil hacer frente a todo tipo de adversarios y opositores de aquellos que se enfrenten contra «el orden criminal del mundo», en palabras del sociólogo suizo y gran analista del hambre y la pobreza, Jean Ziegler.
Tras el shock de la crisis, hemos entrado en el shock económico de la pospandemia, y las decisiones políticas por tomar serán el laboratorio social donde se va a jugar el futuro de la humanidad. Será un tiempo de creciente miedo e inseguridad, un caldo de cultivo perfecto para demagogos y neofascistas. Frente a estos hay que prescindir de cuantos atisbos se dirijan a implantar una sociedad tecno-digital autoritaria, que nos acerque a la vigilancia y control implantados en China y otros países asiáticos. La otra vía general que debemos imaginar e impulsar es luchar por una sociedad mucho más democrática, que cuide la vida en todos los órdenes. La COVID-19 nos enseña la importancia de la salud pública y la equidad, así como la necesidad de cuidar a las personas, a la vida y a nuestro entorno, y cuán fundamental es crear una economía que se organice en torno al bienestar humano, el cuidado de la vida y la estabilidad ecológica en lugar de la acumulación incesante de capital.
El nuevo mundo al que nos dirigimos, según ha anticipado el neurólogo y psiquiatra Boris Cyrulnik[xii], el mayor experto en resiliencia, destapa que nos hallamos ante una crisis existencial, en el sentido en que amenaza la existencia misma de la sociedad tal y como la teníamos organizada. Por esto conviene recordar que en este planeta se han producido cinco extinciones masivas que han destruido hasta el 95 % de las especies vivas. Hemos pasado por glaciaciones y calentamientos. La subida del nivel de los mares ya acabó con plantas, animales y alguna civilización. Cuando las aguas se retiran, encontramos fósiles de organismos marinos en la montaña, o restos de culturas desaparecidas. Pero el ser humano se adapta. Durante los periodos de frío, se hizo cazador; en las épocas templadas, agricultor. Después del coronavirus, habrá cambios profundos, nuevas leyes y valores. Es la regla.
También subraya las cosa positivas que traerá el coronavirus: «Reflexionaremos y discutiremos la manera de construir una nueva forma de vivir juntos. Tenemos la referencia de la peste negra. En pocos años, murieron la mitad de los europeos. Ya no se podía cultivar, no había suficiente mano de obra. Desaparecieron viñedos y campos de cereal. Pues incluso algo tan terrible como aquello tuvo efectos insospechados. La mano de obra de los supervivientes se convirtió en algo tan caro que desaparecieron los siervos. Antes de la peste de 1348, la mayoría de los seres humanos se vendían como parte de la tierra. Las ciudades perdieron población, pero las casas se abarataron y esto facilitó el éxodo rural. Cuando yo nací, poco antes de la Segunda Guerra Mundial, no había Seguridad Social, ni un sistema de pensiones. Pero después de cada crisis hay cambios culturales. Luego, vistos en perspectiva, los consideramos inevitables, aunque ahora lo que nos llega es confusión y desconcierto. Después del coronavirus, creo que la familia y la pareja se verán reforzadas».
Un podcast de la revista Nueva Sociedad[xiii] percibe que la pandemia llegó para alterar nuestro presente, pero también las imágenes de futuro. Esa publicación digital en audio literalmente afirma: «Si en algún momento el futuro representó la idea de progreso, ahora no parece ser otra cosa que incertidumbre. De pronto, nos descubrimos frágiles. La sensación de pérdida de control sobre nuestras vidas convirtió las imágenes del mundo que viene en una clara amenaza. El temor al avance de un virus que no conoce fronteras se potencia en tiempos en que ya se venían difundiendo múltiples relatos de aletargamiento. Y es allí donde vuelve a aparecer la figura del Estado fuerte como garante del bienestar, pero también del orden. En un intento por aferrarnos a algo, el miedo a lo desconocido puede generar lazos de solidaridad, pero también reacciones autoritarias. En tiempos como estos, toca más que nunca combatir los dogmas y sus efectos políticos para darle lugar al pensamiento crítico. Se trata de pensar qué mundo queremos para empezar a encontrar un nuevo tiempo de lo vivible».
Para divisar esos nuevos tiempos, puede servirnos de gran ayuda también el politólogo y expresidente del CIS Fernando Vallespín. Saca a colación la paradoja de encontrarnos en condiciones excepcionales en casi medio mundo y, con esto, ver las declaraciones y actuaciones de muchos líderes nacionales e internacionales, con lo que no podemos evitar aplicar una misma máxima: ese es un líder, ese no. Su tesis es que, bajo las condiciones de la política normal, la mayoría de los liderazgos son constructos de las estrategias de comunicación, son impostados. Cuando cambian las tornas y se pasa a condiciones excepcionales, se quedan, sin embargo, desnudos. No hay política de comunicación capaz de sostenerlos. Salvo que, y en esto reside la cuestión, tengan ciertos atributos específicos, alguna condición natural, no inducida, que denote su auténtica estatura. A él le ha pasado con las declaraciones de Emmanuel Macron o de Angela Merkel, o las de Jacinda Ardern, la primera ministra de Nueva Zelanda; y por mí pasa continuamente lo mismo cada vez que observo el ser, el estar, el viajar, el declarar, el justificar, el confundir y el evidenciar los dañados sostenes del tipo de gobernanza llevada a cabo por el presidente, el vicepresidente y los consejeros de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha.
El fundamento de dicho profesor concuerda con lo explicado por la científica titular del CSIC-IPP, Marta Fraile, a la que no le suena bien la que denomina banda sonora de la gestión de la crisis del coronavirus, donde repiquetea a todo volumen el lenguaje dominante masculino, que tan habitual resulta cuando se trata de la esfera política. Las metáforas que a menudo se escuchan sobre la expansión de la pandemia hacen referencia a la guerra, la ofensiva, el combate o la resistencia en la lucha contra el coronavirus. Alusiones que nos recuerdan a espacios ocupados y protagonizados mayormente por hombres donde se perpetúan los estereotipos de género.
Algunas líderes de varios países del mundo han tomado decisiones contundentes, pero se han desmarcado de ese discurso beligerante. No les ha faltado arrojo y decisión a la presidenta de Taiwán, Tsai Ing-wen; a la primera ministra de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern, o a la canciller alemana, Angela Merkel, para implementar medidas inmediatas ante la aparición y el incremento de los casos de coronavirus en sus respectivos países. Sin dudas y de forma inmediata. Con declaraciones cristalinas a los medios de comunicación desde el primer momento sobre la seriedad de la crisis y la necesidad de implementar medidas drásticas.
Por el contrario, los grandes fracasados en esta crisis están siendo los «hombres fuertes», los machos populistas y todos los que emprenden la lucha contra el virus como una confrontación bélica. Pero, «si pulimos más la lente con la que los/las contemplamos nos damos cuenta también que hay otra variable no menos importante, la cultura política específica que, para empezar, ha hecho posible que tantas mujeres lleguen al poder», descifra Vallespín. Es el caso de la escandinava o la neozelandesa, también la alemana, donde las pautas de cooperación predominan sobre las de confrontación, esas donde la política ―invirtiendo a Clausewitz― es hacer la guerra con otros medios.
Del abanico de argumentaciones recopiladas, cada día más amplio y variado, trasciende una atisbo que no conviene desdeñar, y es el de que 2020 siempre será recordado como el año del coronavirus, tal y como el año 2008 fue el año de la crisis de las hipotecas subprime o el año 2000 fue el año del pinchazo de la burbuja puntocom. Así lo expresa David González, Director del IDHUS[xiv], que, al darnos una visión de los cambios y avances que tenemos por delante, nos pone en guardia ante la impotencia para eliminar de la psique humana el impacto tan grande que estos eventos tienen sobre todos nosotros y, sin embargo, «son situaciones que sientan las bases para transformaciones más profundas que luego tienden a cambiar las dinámicas sociales, económicas y tecnológicas, en general para bien, aunque eso solo se puede ver y deducir mirando hacia atrás y con un análisis muy amplio de aquello que vino `después´ de cada una de estas crisis». Por esto mismo, dibujar las líneas maestras de la humanidad no es tarea fácil precisamente ahora, cuando todavía no tenemos el beneficio que el tiempo nos otorga para echar la vista atrás y comprobar qué tenemos por delante basándonos en ello.
Lo pertinente, en el instante de ahondar en el estudio de las dinámicas que se han puesto en acción hasta el momento para poder predecir y analizar hacia dónde se dirigen, es indicar primero que se trata de un proceso que, lejos de estar sustentado por bolas de cristal o análisis intuitivos, requieren de una altura de miras considerable para poder tomar la foto genérica de cada una de las áreas que el informe citado incluye, como parte del esfuerzo y trabajo del IDHUS por «avanzarse a los resultados que esperamos surjan de los procesos actualmente en marcha en el conjunto de nuestra sociedad, una vez esta se recomponga de los estragos que la pandemia actual está causando», determina su mismo director. Ahí está justamente el análisis que realiza con detenimiento de las diferentes áreas de vida que pueden verse afectadas por los cambios que están en marcha y, de esta manera, pueda obtenerse una idea global de lo que se nos presenta por delante en estos próximos años. Un análisis, cuyo valor sumatorio junto a otros ―como el que en esta misma obra se ha efectuado―, nos sirva para reflexionar sobre el estado de nuestra civilización y el rumbo que esta lleva.
En todo este encadenamiento de conjeturas, Federico Steinberg piensa que lo más probable es que algunas de las tendencias que ya estaban en curso se refuercen, como la plasmación de los límites y riesgos de la hiperglobalización (que llevarán a cierto repliegue del comercio y a la puesta en valor de algunas industrias estratégicas); el descrédito de las políticas neoliberales (que han dejado a los Estados mal preparados para afrontar la pandemia y han reforzado el individualismo en detrimento del sentimiento de comunidad); el aumento de la desigualdad (derivado de las distintas capacidades de los ciudadanos para aprovecharse de la internacionalización y la digitalización); o el ensimismamiento de Estados Unidos (que por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial ha renunciado durante la etapa final de la era Trump a ejercer un papel de liderazgo internacional y se fue replegando, hasta la llegada de Biden).
Desde los tiempos de Bono y Barreda, el gobierno castellanomanchego ha carecido de lo que se conoce como visión global de la acción política en la intervención autonómica. Esto significa que ha carecido de una fórmula autóctona de pensamiento. Un método por aplicar por la Junta de Comunidades en general y en todo momento, ejercitando el intelecto de todas las fuerzas políticas a levantar puentes entre temas, sobre posibles causas y posibles efectos, sobre un asunto o situación específica. Donde mejor se constata esto es en la información de la televisión regional, la radio pública y una buena ristra de medios de comunicación, que dibujan un serial de crucigramas de réplicas y contrarréplicas entre PSOE y PP sobre el tema dominante en la actualidad de cada jornada.
Genéricamente, la posesión de una visión global de las cosas comprende algo tan sencillo y complejo como saber vislumbrar de forma clara, documentada o intuida las consecuencias y los efectos colaterales de una o una serie de acciones. Basta poner ahora un conciso ejemplo: la tramitación del reto demográfico en Castilla-La Mancha. Como comprobaremos en el extenso capítulo a él dedicado privativamente, los borradores e informes que giran alrededor del Anteproyecto de Ley de Medidas Económicas, Sociales y Tributarias frente a la Despoblación y para el Desarrollo del Medio Rural en Castilla-La Mancha si algo generan en los expertos es una crítica áspera de estos por la tramitación lenta, deslavazada e insegura de un texto que peca de inconexiones y vacíos como consecuencia de la demostrada asincronía funcional que irradia un proyecto sin perspectiva integral. Por el contrario, tener una visión global demuestra un nivel de madurez alto de los políticos que la poseen y asegura una toma de decisiones más certera. Certifica en todo instante que se ha hecho un análisis serio de los riesgos y consecuencias de una actuación, justamente porque se tiene esta agudeza sistémica, que significa que se conoce, no solamente el asunto, sino también su impacto en el entorno. Esto ayuda a comprender una situación con una visión 360° y en tres dimensiones con todas sus implicaciones:
- Es conocer y comprender un asunto en su globalidad, cómo interactúan sus partes y qué impacto tienen sobre el entorno. Cómo reaccionan las personas ante ese elemento, ser capaz de visualizar cuál es su futuro y potencialidades, tanto en el mundo empresarial como en la sociedad.
- Comprender cómo las entropías pueden distorsionar el funcionamiento sistémico de una organización (entendiendo por entropía «el grado de desorden de un sistema»).
- Podemos hablar de una visión global sobre el agua, el gas, la energía, la situación global de una empresa, país, sociedad… y sea cual sea el tema.
- Conlleva comprender cuáles son los elementos clave y diferenciar el detalle de lo genérico, aislando lo importante de lo superficial.
- Se trata de entender cuáles son los diferentes enfoques que se pueden tener de una situación o elemento. Cuáles son los impactos sobre el contexto, a causa de las decisiones que se toman al respecto y de las sacudidas para los stake holders, las partes interesadas (todas y de cada una de ellas) a corto, a medio y largo plazo.
- La conmoción que tiene sobre las personas y cómo sean las múltiples interpretaciones de la realidad.
- Es conocer el pasado para comprender las necesidades existentes actuales y prever las necesidades futuras. Es tener un posible mapa borrador de la evolución y tendencias sociales; en qué medida el asunto del que hablamos incide en la vida de hoy e incidirá en la vida del mañana.
A lo largo de la vida ocurren eventos inesperados, imprevistos, que influyen y cambian de forma radical el curso de nuestra existencia. Para estos lances, es necesario estar mejor preparados, si no de forma física ―pues son imprevisibles―, sí de forma mental y de actitud, de manera que cuando sucedan no nos cojan desprevenidos con las graves consecuencias que se derivan, como se ha visto durante la crisis del COVID-19 en todo el mundo. Juan Ferrer, a la hora de explicar por qué ha habido países que lo han superado mejor que otros, recurre a tres palabras clave en gestión de empresas que se son anticipación, planificación y gestión. Su obra sobre los tiempos inciertos tiene varios capítulos que tratan sobre el cambio y los cambios que se están produciendo en la globalización, en el trabajo, en la economía, el progreso tecnológico, la digitalización, la robótica, el teletrabajo, los jóvenes y su futuro, los cambios demográficos y los seniors, las nuevas formas de relaciones sociales, las nuevas profesiones, las nuevas formas de hacer política... El cambio, como destaca, nos obliga a repensar y a replantearnos nuestras vidas de cara al futuro, ligado a un nuevo paradigma: «Nada es estable y todo cambia».
Este canon ha cobrado lozanía con la amenaza brutal del virus, que «ha despertado en muchos la conciencia de que dependemos unos de otros, y de que solo superaremos esta crisis desde la preeminencia del bien común y desde los principios de la equidad y la solidaridad. O desplegamos políticas públicas que eviten nichos de exclusión social o el virus campará a sus anchas. O nos cuidamos todos o nadie estará fuera de peligro»[xv].
El valor de lo público y el trabajo de sus profesionales asimismo se ha visto reforzado en nuestras sociedades. Una revalorización que nos muestra otros interesantes debates. Por un lado, la confianza en la protección que nos dispensa la sanidad pública debe combinarse con un nivel razonable de responsabilidad individual. Además, aplaudir a lo público requiere repensar el debilitamiento de lo público que han supuesto años y años de recortes, de privatizaciones y de discursos contra los impuestos porque, se decía, «el dinero, donde mejor está, es en el bolsillo de los ciudadanos».
Con la crisis del coronavirus, la democracia se ha quebrantado igualmente. A las instituciones se las ha reprochado casi simultáneamente la debilidad de sus respuestas y el exceso de las excepcionalidades decretadas para el ejercicio de las libertades públicas. Una cosa y la otra, según entiende la revista Temas. La falta de recursos de protección, el déficit de herramientas jurídicas, la descoordinación de los mandos... por una parte. Y, por otra parte, la limitación de derechos fundamentales, como la movilidad y la reunión, con controles insuficientes o cuestionables.
Este periodo excepcional reclama la necesidad de actualizar los mecanismos legales y procedimentales para dar respuesta a tales situaciones con efectividad, con seguridad jurídica, con proporcionalidad y con los contrapesos institucionales adecuados. La pandemia nos ha ido convenciendo de que los desafíos se afrontan mejor desde la unidad y la colaboración leal.
El conjunto de argumentos que se han resumido pasaremos a ampliarlos en los capítulos a los que se da paso, dispuestos para aclarar las amplias debilidades encontradas en el gobierno salido de las elecciones de 2019 en Castilla-La Mancha. Unas heridas a las que hay que poner remedio con presteza y dominio de la situación, porque corre mucha prisa dar respuestas satisfactoria a las demandas derivadas de la pandemia. Esto requiere fabricar nuevos resortes de políticas poscoronavirus, haciendo inevitable frenar el malestar entre los excluidos de la ola de crecimiento económico, consumo y prestaciones sociales mejoradas. Un nuevo enfoque poblado de propuestas programáticas orientadas a brindar las «seguridades sociales y personales» propias de sociedades avanzadas. Aquí se emplaza el epicentro de las políticas inteligentes y tenaces para transformar a Castilla-La Mancha en el ciclo poscoronavirus. Veamos pues.
Introducción
ORIENTACIONES PRELIMINARES PARA UN TIEMPO DE CAMBIO
[i] Juan J. Linz, Michels y su contribución a la sociología política, Fondo de Cultura Económica, México, 1998.
[ii] Jonathan Swift, El arte de la mentira política. Ediciones Sequitur, Madrid, 2019.
[iii] Andrés Betancor, La mentira como político, Expansión, 19 de noviembre de 2019.
[iv] https://www.castillalamancha.es/gobierno/presidente/el-presidente-responde.
[v] Timothy Snyder, El camino hacia la no libertad. Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2018.
[vi] Sandra Mir y Gabriel Cruz, La casta autonómica. La delirante España de los chiringuitos locales. La Esfera de los Libros, Madrid, 2012.
[vii] Juan Andrés Buedo, El trance del coronavirus. Un esbozo sociológico de la pandemia. Europa Ediciones, Madrid, 2021.
[viii] José Félix Tezanos, Más allá de las mascaradas políticas, Revista TEMAS, n.º 316, abril de 2021.
[ix] Juan Ferrer, Tiempos inciertos. El Gran Cambio. Edición: http://www.triunfacontulibro.com, 2020.
[x] Daniel Chernilo, El `desanclaje´ entre globalización, sistema internacional y estados-nación, Agenda Pública-El País, 3 de abril de 2020.
[xi] Cfr. la amplia y aclarativa entrevista concedida a www.sinpermiso.info, en 29/03/2020, bajo el titular: Hay que aprovechar esta pandemia para hacer un cambio social radical.
[xii] Carlos Manuel Sánchez, Boris Cyrulnik, neurólogo y psiquiatra: Después de una catástrofe, siempre hay una revolución, entrevista publicada en XLSemanal, en https://www.xlsemanal.com/conocer/psicologia-conocer/20200421/boris-cyrulnik-neurologo-y-psiquiatra-resiliencia-recuperarse-trauma-crisis-coronavirus.html.
[xiii] Vid. ¿Qué pasa con el futuro?, Nueva Sociedad, abril 2020, https://nuso.org/podcast/que-pasa-con-el-futuro/.
[xiv] Instituto IDHUS, Procesos de Futuro: Una visión global del avance tecnológico y social de la humanidad. Ediciones Blurr, Madrid, 2020.
[xv] Editorial, Democracia y pandemia, Revista TEMAS, n.º 315, marzo de 2021.
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