"El mayor de los males es salir de la sociedad de los vivos antes de morir" L. A. Séneca
Uno de los recuerdos que ha quedado grabado con tinta indeleble en mi desgastada memoria es, sin duda, aquel cuento que presenta a un niño que, en la cocina de la casa familiar, está labrando, en un pedazo de madera, un objeto. La escena discurre en la gran cocina de la casa en la que, en un rincón de la habitación, encorvado sobre sí mismo e intentando recibir un poco del calor de la gran chimenea, donde arden los leños sobre los que pende el puchero de las viandas, colgado del soporte de hierro; un anciano, de manos temblorosas, intenta, con muy poco éxito, llevarse la cuchara de las gachas, que se están enfriando en el cuenco de madera, a sus arrugados labios. El resto de la familia está sentada ante la señorial mesa de madera, situada en el centro de la habitación, sobre la que están depositados los tentadores, abundantes y exquisitos manjares, de los que están dando buena cuenta los familiares del anciano, sin que ninguno se preocupe de él ni tan sólo para echarle una fugaz mirada. En un momento dado el padre, curioso de saber lo que está fabricando su hijo, le pregunta "Hijo, dime ¿qué es lo que estás tallando? El chico levanta la mirada de su trabajo y, con la inocencia propia de la niñez, le responde: "Estoy preparando el cuenco de madera para, cuando seas viejo como el abuelo, puedas comerte las gachas sentado junto a la chimenea"
Sólo una persona, como este comentarista, que ya ha llegado a esa etapa de la vida en la que de lo único que se puede presumir, y todavía con cautelas, es de tener experiencia; puede acometer un intento de explicar, con la acidez del cinismo, en lo que se ha convertido hoy en día, este paso de la madurez a la tercera edad. Lo normal es que, el que consigue jubilarse, obtenga una pensión que le permita subsistir y disponer de tiempo libre para intentar vivir, lo mejor posible, los años que le restan de vida; pronto, cuando se da cuenta de que no tiene nada que hacer, que sus amigos del trabajo empiezan a rehuirle y la familia lo va aislando para evitar ser el blanco de sus "batallitas"; se convierte en un verdadero estorbo, alguien del que nadie se quiere ocupar y así llega un momento en que, los familiares, se juegan a suertes quien lo debe alojar cada semana en su domicilio. Lo normal es que acabe en un hogar para ancianos, en el que le van a incautar su pensión y va a pasar a formar parte de aquellos que le precedieron y que sólo esperan, en mejor o peor estado, que les llegue la Parca para sacarlos de aquel Purgatorio.
No obstante, hay otros que corren otra suerte. Algunos, incluso, se lo toman como un privilegio. Se trata de aquellos que tienen hijos que trabajan y no saben a quien han de confiar sus hijos mientras ellos están ausentes de su domicilio. "Como papá o mamá no tienen nada que hacer, al estar jubilados, no les importará hacerse cargo de los niños durante el tiempo en que estamos trabajando". No se preocupan de si los pobres viejos ya no tienen fuerzas para aguantar la vitalidad insaciable de sus nietos; ni si tienen frío a la hora de ir a recoger del colegio a sus nietos o les duele la espala o la artritis les impide poder coger con fuerza la mano del niño, que intenta liberarse para corretear por su cuenta. ¡Hay que ver abuelos lo mal criados que tenéis a estos niños!, ¿pero… cómo es posible que el niño se haya caído? ¡Mira el golpe que tiene en la cabeza! ¿Es que no sois capaces de cuidar bien de ellos? Y los abuelos callan. Pensaban que, después de cuarenta o cincuenta años de trabajo, podrían tener una vejez solos y sin otras obligaciones… sin embargo.
Pero, los que constituyen una verdadera bendición para sus familias, son aquellos que disponen de una pensión elevada. Todos se esmeran en tenerlos contentos, incluso se ofrecen a albergarlos y cuidarlos… claro que, a cambio, se quedan con la pensión del anciano. Lo que ocurre es que, si al infeliz que cae en sus manos le coge un infarto, se cae dentro del baño y se rompe la cabeza o,¡ en el colmo de la suerte! es atropellado en la calle por un automóvil; entonces, señores, es cuando todos se constituyen en sus más celosos vigilantes, se turnan en hacer guardia ente la UCI para vigilar que se le den las medicinas a la hora indicada; se les inyecten los calmantes o el suero o se les vigile la presión. No, por supuesto, por interesarse por la salud del enfermo, ¡nada de eso!, se trata de tomar nota de cualquier fallo del hospital para, cuando se muera el anciano, intentar sacarles a los facultativos toda la "pasta" posible, que para ello hay abogados especializados que, por una parte de lo conseguido, se encargan de todos los tramites.
Parece que pocos se han dado cuenta de que las estadísticas están demostrando que, la duración media de la vida, ha crecido de una forma espectacular durante los últimos años, debido a las mejoras de la medicina, de la cirugía, de los medicamentos, de la preparación de los facultativos y del cuidado de la alimentación saludable. Hoy en día, son numerosas las personas que llegan a la edad de jubilación en perfectas condiciones de salud; muchos se jubilan antes de la edad reglamentaria a causa de las jubilaciones anticipadas, debidas a problemas empresariales; los hay que abandonan el ejercicio de sus profesiones en el momento más álgido del ejercicio de su profesión y en condiciones físicas inmejorables para poder desempeñar una labor útil para la sociedad.¿ Es razonable que, con lo que cuesta preparar a un científico, un maestro, un especialista o un buen informático, se desprecien sus servicios que, en muchos casos podrían prorrogarse varios años más a favor de la sociedad?
¿Saben ustedes el motivo principal por el que se envía al ostracismo a personas verdaderamente aptas para seguir trabajando? Pues, porque las mejoras tecnológicas, el desarrollo de las ciencias digitales, la robotización, la telemática, cada vez van reduciendo el número de puestos de trabajo, variando el contenido de los mismos y cerrando las puertas a personas que, en otros tiempos, hubieran estado en perfectas condiciones de trabajar. Por un lado el Estado no dispone de suficientes medios para pagar las pensiones, de aquí que haya tenido que meter mano en el Fondo de Garantía de las Pensiones, para que se hayan podido pagar las pagas extraordinarias de aquellos que perciben pensiones. Por otro, se encuentra que el paro juvenil ronda el 40%, lo que produce que muchos de nuestros licenciados se vean obligados a abandonar España para encontrar un trabajo. Un mordaza mortal que viene costando miles de millones en subvenciones y otra miles de millones a causa de desaprovechar talentos de los que se ha prescindido para jubilarlos antes de tiempo.
¿Hay alguien que se haya preocupado de ello? Posiblemente sí, en cuanto a conseguir alargar la edad de jubilación para las nuevas generaciones, con el objeto de sostener el sistema; sin embargo, se ha abandonado el estudiar otros sistemas en los que la iniciativa privada pudiera intervenir, descargando el peso que significa para el Erario público el mantener el sistema público de reparto. Pero ahí nos topamos con la demagogia de la izquierda, que todavía no ha sido capaz de entender que la iniciativa privada supera, al cien por cien, a la pública, consiguiendo rentabilizar los servicios, de forma que salen ganando los trabajadores y las empresas. O así es como lo veo, señores, desde mi óptica de ciudadano de a pie.
Miguel Massanet Bosch
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