Asegura el aforismo inglés que para gobernar bien hay que tener mayoría dentro y fuera del Parlamento. El Gobierno de la Comunidad de Madrid perdió ayer toda su legitimidad al dar un golpe de mano contra la mayoría que, fuera de la cámara, se opone a la privatización de la sanidad pública madrileña. Las dimisiones masivas de responsables médicos, las huelgas, las protestas ciudadanas y de los trabajadores sanitarios, no dejan lugar a dudas sobre la repulsa que produce en la mayoría de la población su furor privatizador. ¿Por qué esta saña contra la sanidad pública? ¿Por qué destruir uno de los servicios públicos más queridos por los ciudadanos y más necesarios para ellos?
El Gobierno regional no ha ofrecido un solo dato que avale la tesis del ahorro y, si no lo ha hecho, es por una razón muy sencilla: porque es falso. Si Ignacio González dispusiera de los números que sustentaran su actuación, los mostraría. Pero lo único que le avala es inconfesable. Como en la resolución de un crimen, basta con preguntarse “cui prodest?”, ¿a quién beneficia? Lo veremos pronto: a los amigos de Capio o a otros intereses privados. El día de mañana le pagarán por los servicios prestados, como suele ocurrirles a nuestros gobernantes. Siempre encuentran una jubilación dorada en el Consejo de Administración de alguna empresa. Auguro que la recompensa será jugosa, que no bastará un consejito y unas dietas, porque esta es una faena superior. Tenía que hacerlo el pobre González porque cuando Esperanza Aguirre le dejó a solas con su talento, sintió el temor a un futuro incierto.
Se trata de un temor idéntico al que sienten millones de ciudadanos: ansiedad, angustia, desesperación, como dice el bolero. Se preguntan si todo lo que está ocurriendo es normal, si deben tratar de comprender a unos gobernantes que, bajo la excusa de enjugar el déficit, se sienten legitimados para llevar a cabo cualquier política. No, nada de esto es normal. Y me atrevo a decir que tampoco es democrático. La democracia no consiste en obtener la mayoría en las urnas para, a partir de ahí, actuar a capricho, ejerciendo el poder contra los ciudadanos. No se puede hacer algo tan grave como privatizar la sanidad, es decir, demoler los pilares del Estado social consagrado en la Constitución, sin siquiera haberlo anunciado en el programa y con la profesión y la ciudadanía en contra. Para ese estudio que ha encargado la vicepresidenta sobre la desafección ciudadana hacia los políticos, que llame a González el primero. Él podrá explicar bien cómo se consigue un cien por cien de rechazo en tiempo récord. Por no tener, González no tiene ni el aval electoral de haber encabezado la lista de su partido.
Este es el triste sino de nuestros tiempos, gobernados por un don Nadie, un segundón aventajado que hace trizas el contrato social ante nuestros ojos; que se le da una higa la opinión de la gente porque ya se está asegurando su futuro lejos de las urnas. Es sencillamente mentira que una de las comunidades más ricas de España no tenga dinero para mantener su sanidad pública. Esta es la traca final del Estado autonómico, que todo lo desguazó y lo descompuso en diecisiete para mejor entregárselo a los amigos mangantes -“amigantes”, en feliz expresión de Emilio Lledó-. A estas horas estarán brindando alegres por el nuevo año, que les promete suculentas ganancias.
Si es triste lo que pasa en Espana, la situacion economica y socialista son graves.
Pero hay siempre guardar la esperanza y l'optimismo.
Publicado por: firmar pdf con certificado digital | 14/01/2013 en 08:32 p.m.