La derecha y adosados que votaron al PP el 20-N han pasado del mosqueo al cabreo. Creían que el Gobierno, de entrada, iba hacer las cosas mejor, más limpiamente, con coordinación y con más eficacia. El enfado está justificado. Al PP le ha faltado información y análisis solvente de la situación financiera y económica mientras estuvo en la oposición. Montoro y Nadal hacían proyecciones demasiado optimistas. Pensaron que el déficit no sería, desde luego, del 6%, al que Zapatero se había comprometido, pero jamás llegaron a pensar que escalaría al 8,51%. Error. Hasta que descubrieron que el Gobierno socialista se había abstenido de recortar 26.000 millones -en eso consiste la herencia recibida- creyeron que con el Decreto Ley de no disponibilidad del pasado 30 de diciembre, podría ser suficiente, con ligeros retoques en el Presupuesto de 2012. Otro error. Como estaban seguros de ganar las elecciones en Andalucía, prefirieron hacer la reforma laboral y la financiera, pero demorar en lo posible el proyecto presupuestario. Nuevo error. No obtuvieron la Junta andaluza y los Presupuestos le han resultados tardíos a la troika (BCE, FMI y UE), mucho más después de que regateasen sobre la cifra de déficit a conseguir en este ejercicio. Error también, porque con el monstruo bruselense no se regatea: una vez se toma el acuerdo, se cumple y punto.
Tras los presupuestos, ha venido el recorte sanitario y la medidas sobre tasas universitarias, como un complemento de urgencia a unas cuentas públicas que no resultaban suficientemente creíbles. S&P acaba de situarnos en una modesta triple B porque esas cuentas no le cuadran. Tampoco al propio Ejecutivo que, además de subir los impuestos directos este ejercicio (IRPF y Sociedades), ya ha anunciado que subirá en 2013 el IVA y los especiales. Las promesas -vanas promesas- volaron. Y ayer supimos que en España hay ya más de cinco millones seiscientos mil desempleados, y que todavía en 2015 -¡nada menos!- seguiremos en parecidas cifras. La imagen del Gobierno, con un mes de mayo de agitación en la calle, bordea el precipicio sin aparente reacción comunicativa ni especial empatía con la sociedad española. El Ejecutivo y su presidente parecen estatuas de sal, esfinges. Peligro, enorme peligro cuando a un Gobierno no le comprende ni su electorado, pierde pie y se cae. Las grietas en el Partido Popular y en sus entornos comienzan a afectar a la estructura política de su proyecto.
Hay ‘amigos’ que ayudan a que las cosas vayan peor de lo previsto. Curiosamente, o quizás no tanto, el inminente fracaso de la reforma financiera y sobre la que apremia el FMI, se remite a la actitud y la gestión de Rodrigo Rato Figaredo, presidente de Bankia, ex vicepresidente del Gobierno con Aznar y ex director gerente del FMI. Su soberbia persistencia en mantener la carcasa vacía de su entidad como un galeón solitario en la marejada financiera, en alianza torpe con Miguel Ángel Fernández Ordoñez, gobernador todavía del Banco de España, está procurando que el plan gubernamental de reducir mediante liquidaciones y concentraciones entidades fallidas y sin futuro, pierda credibilidad en todas las instancias internacionales. Rato ha espantado a cualquier partenaire bancario -eso sí, ha sido incapaz de hacerse cargo del Banco de Valencia- y se niega a cualquier solución que no sea un ‘banco malo’ que le permita aparcar en él –a base dinero público- el stock tóxico inmobiliario de Caja Madrid y Bancaja. Santander y BBVA –que padecen injustamente las consecuencias de esta altanería- ya han advertido que el ‘banco malo’ sólo prima a los gestores incompetentes, hace recaer sobre los contribuyentes el saneamiento de las entidades insolventes y constituye un mal precedente. En estas circunstancias, el Gobierno, a pesar de Rato y acaso por Rato, está emplazado a tomar una decisión que ha demorado demasiado y que podría ser traumáticamente inaplazable.
Pero, para que todo se complique más aún, el jueves el ministro del Interior, a quien ya se veía neófito en cuestione relativas a ETA, perpetró el peor error de los posibles: anunció chapuceramente un plan para revertir la política de dispersión penitenciaria de los presos de la banda suavizando una condición que hasta ahora se exigía –aunque no por imperativo legal- y que consistía en que el acercamiento a cárceles del País Vasco sólo se producía si, con la renuncia al terrorismo, se firmaba una petición de perdón a las víctimas ante las autoridades penitenciarias. Ahora este requisito no será necesario. Lo peor de este requiebro estriba en su carácter innecesario -¿por qué hay que dar ahora ese paso cuando se acaba de ratificar la doctrina Parot?-, en el previsible fracaso en el logro de la ruptura entre la banda y sus presos, en el pésimo mensaje que se envía a los terroristas que optaron por la llamada vía Nanclares a los que se les exigieron requerimientos superiores, en el desconcierto que el plan ha provocado entre las víctimas y en el PP y en buena parte de su electorado y en la ausencia total de sensibilidad al lanzar esta iniciativa a una opinión pública saturada de problemas y a la que el Gobierno sobresalta con medidas -¿improvisadas?- cada dos por tres.
El plan -denominado como integral- debe responder a claves que se nos escapan al común de los mortales y que sólo los servicios de información gubernamentales conocen, pero constituye una inhabilidad política gravísima lanzarla sin anestesia, acentuado el error por el mal manejo del procedimiento para su conocimiento público. El Gobierno, es de temer, ha vuelto a confundirse, entregándose a un planteamiento precipitado que era el que defendía el PSOE y, en particular, el lendakari López. El de la flexibilización penitenciaria es, justamente, el eje de su campaña electoral para las autonómicas vascas del año que viene. La torpeza estriba pues en la no explicación del por qué; en las ignotas razones sobre el momento; en las razones del qué y en la forma de hacer circular el plan. La duda consiste en si la medida servirá o no para el fin que se propone: debilitar más a ETA y dar un empellón para que se disuelva. O para remitir a la banda un mensaje equívoco.
¿Responderá Rajoy a esta nuevo situación, gravísima, con algo más que el silencio estatuario a que acostumbra?, ¿volverá a comportarse como una ‘esfinge asiria’ haciendo buenas las acusaciones de tancredismo que se le lanzan? A este respecto, el presidente padeció un severísimo ataque de Javier Marías en el suplemento semanal EPS del diario El País con un artículo furibundo titulado ‘La esfinge asiria’. No recuerdo una arremetida más demoledora y visceral al presidente del Gobierno. Y se han podido leer muchos.
Escribía el hijo del ilustre Julián Marías que “personalmente (Rajoy) siempre me ha parecido una cabeza hueca (…) un hombre sin ideas y desde luego sin ímpetu, sin capacidad para entusiasmar a la gente, ni siquiera para crearle ilusión o esperanzarla.” El autor, sin embargo, le reconoce “cierta astucia”, pero de una clase especial: “La astucia clásica de las personas sin ideas consiste en hacerse la esfinge: permanecen calladas mientras las demás parlotean, se muestran enigmáticas e impenetrables, consiguen que los otros se mantengan a la expectativa de sus escasos pronunciamientos a los que se acaba por dar valor sólo por eso, por su escasez.” Pero a Marías, las actitudes de Rajoy le recuerdan a las de alguien. Efectivamente: a las de Franco. La conclusión del literato es que el presidente del Gobierno se está haciendo “la esfinge asiria” porque es barbada a diferencia de las esfinges griegas y egipcias. Lo inquietante para Marías es que la etimología de la palabra esfinge remite a términos tan desasosegantes como el de “agarrador” o “anudador”. Pero “según otros” -dice Marías- la etimología de esfinge es más preocupante: “exprimidor, o incluso, estrangulador”. Por eso, cierra la pieza nuestro autor con esta frase: “En cualquiera de los casos, mejor no recurrir a la etimología, ¿verdad?”.
El electorado del PP y, por extensión, la inmensa mayoría de los ciudadanos, no quieren que el presidente del Gobierno dé la razón a Javier Marías; no desean que Rajoy sea una ‘esfinge asiria’ y que esa imagen sea una metáfora de un Gobierno que resbale y caiga. Y si no lo quieren en ningún caso, menos aún en esta coyuntura agobiante que requiere de interlocución emocional y explicativa con la sociedad. Y previsibilidad en las decisiones y coherencia entre lo que se ha dicho y se hace. Más todavía cuando se ha colado este errado asunto del plan integral de reinserción de los terroristas. Puede entenderse por prudencia el distanciamiento social y mediático en otros momentos pero no en estos compases tan fúnebres para el país, en los que la desesperanza y la resignación comienzan a confundirse con la indignación y el hastío. No es soportable emocionalmente el silencio pétreo de las esfinges barbadas por muy asirias que sean. Comienza a cundir el desconcierto y se espesa el ambiente. Mucho cuidado.
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