Rosa Díez (Publicado en El blog de Rosa Díez, aquí)
El bochorno que sienten la inmensa mayoría de los ciudadanos ante los escándalos de corrupción que afloran cada día en nuestro país es de tal calibre que no hace falta argumentarlo. Hemos pasado del desapego hacia la política, los políticos y los partidos políticos al rechazo automático respecto de todo lo que tiene que ver con la actividad política. Lo cual no deja de ser un drama.
Es un drama porque sin política no hay democracia. Y sin democracia no hay libertad; y sin libertad no merece la pena vivir. Escribía Mario Onaindía en uno de sus libros –hablando de la batalla que librábamos en el País Vasco–, que “Si no hubiera sabido que el premio era la libertad, nunca hubiera iniciado una batalla tan peligrosa”. Salvadas las distancias y sin el dramatismo de la amenaza de muerte, es ese mismo el impulso vital por la libertad y la igualdad lo que debe seguir moviéndonos a dar la batalla ante el panorama desolador que nos rodea. Porque de eso estamos hablando, de la urgente necesidad de regenerar la democracia para reconciliarnos con la política y para ganar la batalla a la oscuridad.
No quiero parecer dramática; pero creo que estamos en un fin de ciclo que viene marcado por la desesperanza en la llamada clase política (que se extiende al establishment mediático y económico) y la ruptura de todas las reglas, de todos los códigos de encuentro y de comportamiento que nos permitieron construir la democracia tras la muerte del dictador. Los ciudadanos no se fían de los políticos que ellos mismos han elegido, en buena medida porque las apariciones de éstos en los medios de comunicación vienen marcadas por las broncas entre ellos, por las descalificaciones mutuas o por las noticias de corrupciones varias, desde las puramente económicas hasta los casos de transfuguismo o las peleas de control partidario de las instituciones financieras, todos ellos igualmente denunciables.
Muchos políticos dedican cada hora de su vida al trabajo honesto y sacrificado. Muchos políticos combinan su labor en modestos ayuntamientos con su trabajo remunerado en su actividad privada. Muchos políticos le quitan horas a su sueño, a sus amigos , a su familia, para trabajar por el interés común. Son la inmensa mayoría; pero esos políticos jamás aparecen en las noticias. También es cierto que los que aparecen por estar desfalcando la democracia son demasiados; y eso que no conocemos a todos los que se benefician de su cargo público para defraudar los intereses de los ciudadanos. De estos últimos, de los que avergüenzan al sistema, es de los que hemos de ocuparnos.
Para acercarnos realmente al problema, para hincarle el diente, hay que empezar por reconocer su verdadera dimensión. No sirve con afirmar que corruptos y golfos los hay en todo colectivo humano, como he escuchado estos días a diestra y siniestra a propósito de las detenciones de dirigentes del PSC y de CIU, de la dimisión (o así) de un Vicepresidente de Ceuta del PP, del escándalo (siempre sabido y siempre ocultado) de ese comodín balear llamado Munar, o de las mociones de censura protagonizadas por tránsfugas del PSOE o del PP en Galicia, Benidorm o Andalucía. Claro que en cualquier lugar te encuentras con mala gente, con aprovechados, con personajillos que entienden la política como una oportunidad para medrar, cuando no para destruir aquello que no pueden controlar.
Por eso, porque sabemos de la debilidad de la condición humana, hay que establecer reglas preventivas. Quienes sabemos de la importancia de la acción política como instrumento imprescindible para cambiar la sociedad hemos de ser extremadamente cautos y rigurosos. Además de promover cambios legislativos en materias como la financiación de los partidos políticos, la ley electoral, las leyes urbanísticas o el código penal para evitar cualquier tipo de impunidad, hemos de establecer reglas férreas en el seno de las organizaciones políticas. Reglas que prevengan todo tipo de comportamiento incompatible con la regeneración democrática de la sociedad, que debiera ser en este momento la tarea principal los partidos políticos. Ha de haber reglas de comportamiento claras, códigos de conducta que se apliquen a todos por igual. Si el PP o el PSOE no hubieran caído en ese proceso de centrifugación que les impide tomar decisiones en el seno de su organización, casos como el del Gürtel o el de la Munar o el de Santa Coloma de Gramanet no se hubieran llegado a producir. Los partidos políticos mayoritarios del país, transmutados en coaliciones de los diferentes reinos de taifas regionales, se han convertido en organizaciones inútiles para evitar y perseguir los comportamientos irresponsables y contrarios al interés general dentro de sus propias formaciones políticas; y por tanto han dejado de ser instrumentos útiles para promover un proceso de regeneración democrática en la propia sociedad.
Los ciudadanos saben ni el PSOE o el PP serán capaces de promover normas de regeneración en la vida pública puesto que son incapaces de aplicarlas dentro de sus propias formaciones políticas. Y mientras esto siga así, mientras los escándalos ocupen el espacio de la política, el desapego, la desconfianza, el desencanto y, por qué no decirlo, el asco, sustituirá al espíritu cívico y participativo que nuestro país necesita para salir adelante.
Hoy más que nunca este pequeño partido nuestro tiene ante sí una enorme responsabilidad. Millones de ciudadanos buscan aire para respirar entre tanta podredumbre, ante tanto desafuero, ante tanta irresponsabilidad. Son legión los ciudadanos que no se resignan a dejar que las cosas vayan cayendo a este pozo sin fondo al que parecen llevarnos las ambiciones y la mediocridad de los unos y de los otros. Frente a un partido (el PSOE) que gobierna sólo para mantenerse en el poder, que está dispuesto a encontrar cada día elementos nuevos para dividir más a la sociedad y para demonizar a todo aquel que no coincida con su verdad, está otro partido (el PP) que sólo aspira a heredar. Un partido que ha perdido por el camino toda esperanza de representar en España a una derecha europea normal (o sea, nacional), y que no tiene otra ambición que estar ahí esperando a que caiga Zapatero para quedarse con los restos del naufragio. El PSOE dejó de ser hace tiempo un partido de estado (en el sentido de defender la unidad de la nación española para garantizar la igualdad de todos los ciudadanos); y el PP ser ha convertido en una coalición de derechas autónomas. O sea, que ni el uno ni el otro tienen política nacional, ni el uno ni el otro tienen la menor ambición de país.
¿Cómo salir de la crisis institucional que asola España en estas circunstancias? La inevitable alternativa política se abriría paso más rápidamente si la España económica y la España mediática tomaran consciencia de que estos dos no tienen arreglo y actuaran en consecuencia. Haría falta que los medios de comunicación hicieran algo más que dar recetas al PP y al PSOE para que actuaran a la luz de sus editoriales si no quieren verse privados de espacios mediáticos favorables a sus tesis. Pero ese es un mundo que nosotros ni podemos ni queremos controlar. Por eso hemos de reforzar nuestro trabajo y nuestro discurso. Por eso hemos de estar en todos los espacios en los que podamos relacionarnos con la sociedad para hacer propuestas positivas y defender lo que nos une, esa tercera España que se abre paso entre las nieblas de la corrupción y el desencanto.
Nacimos como partido político para regenerar la vida pública española; nacimos para promover cambios legislativos que garanticen la igualdad entre todos los ciudadanos, tales como la ley electoral; nacimos para promover que derechos constitucionales como la Educación, la Salud y los Servicios Sociales básicos fueran garantizadas por el Estado en condiciones de igualdad para todos los españoles; nacimos para promover una Justicia independiente; nacimos para defender la igualdad y la libertad. Por eso, hoy más que nunca, hay que seguir adelante. Porque, como decía Mario, el premio merece la pena. Y porque, aunque suene un poco bilbaíno, la gente nos necesita.
Esta tercera España es la nuestra, la que nosotros representamos. La que sueñan millones de ciudadanos que ni siquiera han pensado aún en ella.
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