Bien, ahora toca hablar de presupuestos. El partido en el gobierno y la oposición se enzarzan en discusiones numantinas sobre la bondad o la falta de realismo, según sus respectivos puntos de vista, de los PGE; sabedores, ambos, de que el resultado ya está pactado, sean cuales fueren los argumentos que se esgriman en el Parlamento porque, si queremos ser sinceros, esta institución, teórica representación de todos los españoles, hace ya mucho tiempo que ha dejado de tener otra utilidad que la de convertirse en notario de los deseos del Gobierno del señor Rodríguez Zapatero quien, si asiste a sus reuniones, es para dar la sensación de que la vida política española sigue viva y que, mal que nos pese a los desengañados, España continúa siendo una democracia en la que se cumplen las condiciones de libertad, de representatividad y de respeto a las leyes, incluyendo, como no, la Constitución por la que debiéramos regirnos pero, y es penoso tener que decirlo, los únicos que parece que la respetamos somos aquellos, cuyos intereses están lejanos al mundo de los lucros políticos, de los mangoneos urbanísticos, de los contratos públicos y de los arribismos endogámicos de los que, (forman muchedumbre), viven con tanta holgura a costa de los tradicionales “enchufes”, asignados a los paniaguados de los partidos del arco parlamentario.
Prescindiendo, pues, de todo este espectáculo dedicado, en exclusiva, a aquellos ciudadanos, incautos o cándidos, que todavía prestan credibilidad a tales demostraciones de incapacidad, ineficacia y defensa a ultranza de las poltronas en las que se han asentado, sin ánimo de abandonarlas, todos nuestros teóricos representantes políticos; que dormitan sosegadamente en sus asientos del Parlamento y sólo despiertan a la voz o el timbre que llama a votación, para contribuir, ignorantes de aquello que refrendan o rechazan, si no es que les afecte a sus propios bolsillos, en cuyo caso, todo son oídos para no perder ripio. Observando, objetivamente, el panorama que se despliega ante nuestros incrédulos ojos –que nada tiene que ver con los rifirrafes de los parlamentarios –, simplemente, desde nuestros puestos de simples ciudadanos de a pie, no podemos dar crédito a que se esté ya pensando en que el año próximo España comenzará a recuperarse y que las previsiones que hace nuestro Gobierno den la impresión de que estén pensadas a espaldas de los ciudadanos, sin tener en cuenta todos los datos económicos que, con tozudez numantina, nos advierten de que: en lugar de despejarse el panorama económico, se va oscureciendo, como si se presagiase que la tormenta de inestabilidad económica, en lugar de amainar va a entrar en fase de ciclón tropical.
En efecto, unos presupuestos en los que parece que todo lo novedoso que hay en ellos es un aumento desproporcionado de los impuestos que, según decía el señor Rodríguez Zapatero, hace un año, nunca se tocarían y, más tarde, que sólo serían unos pequeños retoques al alza de unos pocos impuestos; a medida que se acerca el nuevo ejercicio, se va revelando, por parte de las Administraciones públicas, que la sangría que se nos va a practicar en nuestros bolsillos a causa de las ávidas sanguijuelas de Hacienda, en cumplimiento de las órdenes recibidas de quienes nos han conducido a la actual situación; no sólo serán mucho más cuantiosas que las que se nos anunciaron, sino que, por añadidura, van a repercutir en todo el panorama impositivo español, incluidas las administraciones comunitarias y municipales. A los aumentos ya anunciados del IVA, IS, IRPF, Donaciones, incremento del 1% sobre el Catastro (lo que afectará a Sucesiones), Transmisiones Patrimoniales etc. ya se nos está anunciando el incremento del impuesto de Circulación, con la infantil excusa de “que tributen más los que más contaminen”. Evidentemente, éste, ya es uno de los llamados, por la señora Salgado, impuestos o tasas verdes que forman parte de este famoso plan de la Economía basada en “las fuentes de energía renovables”; gran invento del señor Zapatero para conducir a España, de una forma sibilina, hacia el sistema de la Economía de Estado que, anteriormente se practicaba en todas las naciones de la otra parte del famoso “Telón de Acero”. No importa que fuera un sistema fracasado, que fuese la causa de la ruina de todas aquellas naciones y que terminara en el famoso “crash” escenificado el 9 de noviembre de 1989 con el derrumbe del Muro de Berlín, 28 años después de que fuera construido. El empecinamiento característico de ZP en mantener sus planes partidistas respecto al modelo de país en el que quiere convertir a España, no se detiene ante una medida tan inoportuna, impropia, desaconsejable para enfrentarse a la situación actual y de tan poco aceptación para el pueblo español si, con ella, consigue aplazar el derrumbe de nuestra economía aunque sea por unos pocos meses, siempre esperando que el señor Obama le saque las castañas del fuego; algo poco probable, si es que nos fijamos en las dificultades que tiene en su propio país y en el endeudamiento en el que lo ha sumergido, lo que ha colocado a los EE.UU en uno de los deudores más grandes del Mundo, dependiendo de China y la India, dos naciones que han absorbido una gran parte de su deuda pública.
Lo que ocurre, y este dato no se airea, es que España ya tiene un endeudamiento del 170% del PIB y, sin embargo, los presupuestos vienen condicionados por la carga del desempleo que precisa de una dotación complementaria de 30.000 millones de euros y, es por ello, que el Gobierno tiene que acudir desesperadamente a exprimir al pueblo friéndole a impuestos porque, en caso contrario, no sólo no podrían pagar el desempleo, sino que tampoco, los 22.000 millones de euros a que ascienden los intereses que deberá hacer efectivos a causa de nuestro endeudamiento. Este es el problema al que se enfrenta nuestro Ejecutivo, pero el que nos afectará, de verdad, a los ciudadanos puede llegar a cotas impensables. Si a una economía lastrada por más de 4 millones de parados, una cifra que va creciendo cada día; con una contracción de la demanda interna reflejada en el 24% al que ha ascendido el ahorro familiar, consecuencia de la lógica preocupación de los españoles por su futuro inmediato; con las empresas que no invierten, que tienen un bajo rendimiento y que no pueden rivalizar con su homólogas extranjeras por falta de competitividad ( en gran parte debido a la poca flexibilidad en la adaptación de sus plantillas y en los elevados salarios que se han visto obligadas a aceptar para evitar huelgas y paros); parece una decisión suicida cargar a la sociedad española ( la ministra Salgado ya reconoció que la clase media sería la que más saldría perjudicada) con un incremento de impuestos, cuando los combustibles ( petróleo) siguen subiendo, las ventas bajando; los salarios se estancan; los créditos siguen sin aparecer aunque, eso si, los bancos ya vuelven a las andadas y reparten beneficios como si nada hubiera pasado.
El Ejecutivo no hace caso de las advertencias de Bruselas, que ha puesto en cuarentena los presupuestos de la señora Salgado; no hace caso de la oposición ni de los técnicos de su propio partido (Solchaga, Sevilla, y el propio Solbes, que recriminan la política económica de ZP). ¿Serán todos unos tontos, menos ZP? Es poco probable, por eso todavía resulta más temible estar en manos de un obseso que se cree en posesión de la verdad, la suya, la misma verdad de la que presumía Adolf Hitler. Ya veremos a dónde nos conduce porque, si se equivoca, ¡vamos servidos!
Miguel Massanet Bosch
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