Daniel Innerarity (Bilbao, 1959) ganó en octubre de 2003 el Premio Nacional de Ensayo por su obra La transformación de la política. En ella, Innerarity plantea recuperar la dimensión humana y la iniciativa personal para comprender mejor la sociedad en que vivimos.
La obra, publicada por la editorial Península en mayo del 2002, también recibió el premio Miguel de Unamuno de Ensayo. El autor ahonda en propuestas para una renovación radical del oficio de político, haciendo hincapié en la especial obligación de la filosofía política de "atender para entender lo que pasa" en un mundo cada vez más complejo e incomprensible.
Por su parte, Hannah Arendt, escribió el trabajo «Verdad y política» -a raíz de la polémica generada por su libro Eichmann en Jerusalén- donde se lee que la verdad y la política mantienen muy malas relaciones. Y la filósofa concluye que la mentira siempre ha sido considerada un instrumento necesario y legítimo, no sólo del oficio de político y demagogo, sino también del hombre de Estado. Para Hannah Arendt, la mentira -además de un mecanismo substitutivo de la violencia- tiene la virtud de fabricar unas imágenes persuasivas que consiguen calmar el ánimo del ciudadano.
A ello hay que añadir que siempre hay políticos que se engañan con sus propias mentiras, porque el engaño sin autoengaño es prácticamente imposible. El resultado: gracias a la mentira y el engaño se construye una realidad que está de acuerdo con los deseos o necesidades de quien miente o engaña. Detalle: quien dice la verdad, o pretende buscarla, deviene un peligroso y destructivo enemigo interior. Esta reflexión de Hannah Arendt viene como anillo al dedo para sintetizar el balance del alcalde Cenzano de su gestión al frente del Ayuntamiento de Cuenca durante 2006, televisada con metodología “nodo” por esa desagradable y cansina CNC, que esperamos que desaparezca ya, cuanto antes, al menos en su estructura y formato actual. No hay otra cosa más mala en el mundo, ni en los países más bajos del subdesarrollo mediático tardo y negligente. No sirve ya ni para hacer ciudadanos lerdos, tardo-franquistas, como sus dueños. Sinceramente, los demócratas deberían darle su espalda a plazo fijo, porque no vale ni para hacer empanadas mentales.
Por supuesto, y afortunadamente, el ciudadano vota sabiendo que los políticos mienten. En Cuenca, entre unos y otros, al pueblo inteligente no le queda tampoco la esperanza de que alguna de esas mentiras, de esos sueños, se hagan algún día realidad. Y eso que -dicen- en la política, como en la ficción, todo es posible. Habríamos de creerlo, si no fuera porque con los sociomalistas cenzano-guijarreros esa ilusión se ha hecho también pura quimera.
Así lo constatamos porque esta gente se ha habituado a “vivir de la política”, que es, sin lugar a dudas, un oficio, aunque en algunos casos –como el de ellos- muy bien remunerado y en otros, como ocurre en las pequeñas poblaciones, algo menos. Los hay que han hecho de este quehacer una labor multidisciplinar –como ese “sabelotodo” poco versado en nada de Mtnez. Guijarro- ejerciendo, en sucesivas etapas, en departamentos distintos, desde bienestar social, administraciones públicas o medio ambiente y desarrollo no sé de qué. A la vista de los individuos citados parece como si fuera el único oficio que se da en que la figura, como en sus casos, no siendo experta sirve para serlo. El don de la elocución, que -curiosamente, y por eso llamamos en Cuenca la atención de forma tan repetida- suele dar buenos resultados a los oficiantes pero, al final, debe de ir acompañada de frutos, como ocurre en todas las profesiones. Y en esto sí que fallan los esbozados, de medio a medio: sus intervenciones sólo nos traen servicios tardíos o de segunda mano.
Las encuestas a los ciudadanos sobre la valoración que dan a los políticos, es de las más bajas, también la opinión entre ellos lo es, y al margen de las ideologías que se han quedado como un referente histórico, lo que cuenta es lo que hacen o dejan de hacer. Por lo tanto tiene que resultar muy difícil para el político que tiene que defender un discurso –como Cenzano, que toda su cara es un poema estricto de vergüenza farota e insolente- que obedece a consignas que son contrarias a sus votantes y a los intereses de su comunidad, incluso a su pensamiento (aunque después de los años, de éste les queda poco y autonomía ninguna). Así el mérito para seguir flotando aún es mayor, aunque en el tema que está saliendo a la luz estos días, esto es, el “arrinconamiento” de Cuenca en las inversiones presupuestadas a corto y medio plazo, presupuestariamente contrastadas, la paciencia de los conquenses y, sobre todo, de los votantes de estos individuos, tiene su mérito. Nada ejemplar, pues sirve de hazmerreír en Albacete y demás provincias, que se ríen de este paisaneo cada treinta segundos, y de sus políticos cada veintidós. ¡Anda ya, tíos! ¡Tirad, tirad! Pero lejos de aquí.
El Comunicador Activo
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