Esta mañana he dado un breve paseo por el centro de la ciudad de Cuenca, después de varios días en los que permanecí huido de él, por cuestiones laborales. Y, para sorpresa de mi vista, me encuentro con que siguen plantados en las calles todavía los adornos de las pasadas fiestas. Una desidia que va en detrimento de los de siempre: los municipaloides –poliquillos, jerifaltillos y sucedáneos del ayuntamiento descomedido e inconveniente que tenemos por aquí y cuya pirámide está encabezada por un tal Cenzano- neurasténicos y melancólicos que generan la particular imagen de este espacio geográfico. Supongo, de todas formas, que por las noches no continuarán las luces dadas.
Pero la fotografía de esa dejación dice mucho de quienes deberían cuidarse de mantener siempre una estampa bien acomodada del paisaje cotidiano, y a fe –como he escuchado de un puñado de valencianos que se hallaban de paso por Cuenca- que la exclamación es instantánea: “¿estos están todavía en Navidades?”
No es, insisto, una cuestión baladí, porque como dijo un día el escritor Gregorio Morán cada motivo de costumbre se puede transformar en identidades, ofensas, tradiciones atávicas que llevan apenas un siglo y diferencias entre el pavo, el besugo, la lombarda, el cabrito y demás condumios de las fiestas navideñas.
No obstante, tomado como ripio cenzanero –algún día, si cambian los focos culturales de este meridiano, se escribirán cosas grotescas de este ingenuo político y vacuo personaje, venido a más por unas siglas y los inútiles que bajo ellas se nutren-, comicidad sí produce esta desidia. Una chocarrería que a mi me ha hecho sonreír, mientras recordaba ese pasaje de Morán en el que cuenta la posición comercial ante la memoria histórica. ¡Es de risa!, en efecto, y sale de una información de comicidad patética, la misma que produce ver en CNC o en el Día de leches sociatas ese grupo alzado de “autoridades” (solo de carné) paseando en breve y a corto paso –con velocidad no saben- con algún consejero de la Junta toledanoalbacetense llegado a Cuenca para comer (por supuesto invitados con presupuesto público) y contar al incauto vecino –el que se lo crea, que es difícil- lo bien que lo están haciendo y lo mucho que trabajan por el bienestar de Cuenca también. Yo les veo como aquellos actores de las primeras películas de Berlanga, y sociológicamente compone una imagen antropológica que he dado en llamar “paisaneo”
Precisamente este paisaneo, tan real, me obliga a preguntar a esos individuos qué sacan con la deformación de la realidad y de la historia. Al final, cuando les veo, en especial en los instantes o actividades en los que –como ocio zapaterista que están obligados a emular- se dan al ejercicio de búsqueda y recuperación de muertos, de huesos exhumados, de tumbas en cuneta, me dan pena, porque los encierro en esos afanes canutos de ejercicio necrófilo, dispuesto como una forma de sobrevivir en tiempos difíciles para el empleo y fáciles para la subvención.
Pero volvamos a la Historia y situémonos en la II República española. Nadie que conozca mínimamente ésta puede evitar un escalofrío cuando se pronuncia el nombre de Casas Viejas, "la aldea del crimen", como la llamó Ramón Sénder. Allí, el 11 de enero de 1933, se produjo la más estúpida y cruel de las matanzas republicanas. Presidía el Gobierno Manuel Azaña y era ministro de Gobernación su íntimo amigo, el frívolo e incompetente Casares Quiroga, el hombre que provocó el fusilamiento de Galán y García Hernández porque se durmió y no pudo llegar a tiempo para avisarles, un político cuya única obra positiva pertenece al ámbito de lo privado: ser padre de la gran actriz María Casares.
La FAI había declarado huelga general revolucionaria el primero de enero de 1933, como para inaugurar el año, pero entonces las noticias llegaban muy despacio y en Casas Viejas, provincia de Cádiz, se les ocurrió sublevarse el día 11 y ocupar el pueblo y asaltar el cuartel de la Guardia Civil, cuando ya en toda España había sido desconvocada la peculiar insurrección anarquista. Mandaron fuerzas de Madrid al mando de un sobrado, el capitán Rojas, y cercaron la casa del Seisdedos, jefe de la revuelta, la prendieron fuego y luego fueron asesinando uno a uno a los que huían de las llamas. Mataron a doce anarquistas, incluida la hija de Seisdedos, de nombre Libertaria. Franco hizo cambiar el nombre del pueblo y pasó a llamarse Benalup de Sidonia.
Pues bien, recobremos la sonrisa, porque recuperado de nuevo el viejo nombre, el actual alcalde socialista Francisco González Cabaña, presidente a su vez de la Diputación de Cádiz, y un empresario privado han decidido atraer el turismo, ¿a que no se imaginan con qué? Pues sí: con la memoria histórica. Así, han decidido construir un hotel de cuatro estrellas en el mismo solar donde mataron a Seisdedos. Pensaban llamarlo hotel Libertaria, pero como hubo gente que reaccionó mal, ahora le pondrán La Utopía. Tendrá campo de golf. Como dijo Gregorio Morán, ha quedado por saber si será de doce hoyos y si a cada uno le pondrán el nombre de los doce anarquistas muertos.
Entonces, vistas las secuencias del pobre "paisaneo" de Cenzano y sus muchachos, uno se pregunta: lo mismo que venden un carril-bici por la carretera de la Playa, ¿por qué no ponen "su" memoria histórica a refrescar, emulan a sus compañeros y se pierden en proyectos tan productivos como los de Cádiz? ¿Les hablo un poco más de la Memoria Histórica? Por supuesto que lo haré, sobre todo si continúan engañando al pueblo de Cuenca y confundiendo churras con merinas.
El Comunicador Activo
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