En la década de 1970, Manuel Vázquez Montalbán realizó un incisivo análisis de las pautas ideológicas y políticas que ordenan un lenguaje condicionado y que dificultan o impiden, en el seno de una «ciudad», el desarrollo de un lenguaje, de una palabra libre de condicionantes. Pasó revista al papel de los medios y mecanismos de comunicación en la sociedad contemporánea, y a cómo las principales ideologías, y los diferentes actores sociales, los utilizan como soporte privilegiado para la difusión y legitimación de sus propósitos. Se centró tanto en el lenguaje fascista que «jamás quiere decir lo que aparentemente quiere decir, y este equívoco constante conduce a la irresponsabilidad semántica que caracteriza al fascismo» como en la represión de la libertad de expresión que caracterizó el socialismo de corte soviético. Como subrayaba el propio autor, «no es azaroso tampoco que en cuanto el fascismo muere estalle el lenguaje» y recuerda las ganas y las explosiones verbales de los lisboetas en la «Revolución de los Claveles».
Vázquez Montalbán completaba su ensayo, La palabra libre en la ciudad libre, que en numerosas ocasiones teñía de un tono sarcástico, con un singular Epílogo en el cual se presentaba y describía una ciudad ideal muy cercana a los postulados utópicos clásicos en cuanto espacio de convivencia en libertad, pero que al mismo tiempo se revelaba –y aún hoy se revela–, como un lugar asombroso o anheladamente próximo.
En 2003, Vázquez Montalbán revisó la obra, en el que sería uno de sus últimos trabajos. Se mantuvo escrupulosamente fiel a las coordenadas iniciales, pero enriqueció el texto con el conocimiento del papel de las nuevas tecnologías y con referencias a los principales estudios que habían aparecido en los últimos años, como, por ejemplo los decisivos trabajos de Manuel Castells. Si como en la primera redacción de La palabra libre en la ciudad libre (1979) «a comienzos de la década de 1970, yo imaginaba la posibilidad de que la comunicación pudiera ser un consuelo frente a la muerte, con la ayuda de depósitos de memoria y resurrecciones virtuales», hoy, ese anuncio cree el autor que se ha hecho realidad.
Manuel Vázquez Montalban expone algunas de las cuestiones que más le preocuparon a lo largo de su trayectoria intelectual, desde las desviaciones de los poderes autoritarios, los poderes que se sustraen al control de la colectividad, hasta la recreación de comunidades para el hombre actual libres de todas las cortapisas que imponen los sistemas vigentes. Anhela una ciudad libre que sea a un tiempo una factoría bulliciosa gracias al desarrollo de una creatividad sin límites, una ciudad en que «una organización automatizada de la producción deje inmensos tiempos de ocio parar jugar con las cosas y los otros», una ciudad en que «las gentes desnudas alternan con las gentes más imprevisiblemente vestidas, los poetas que declaman con los músicos electrosónicos o medievales, los muros escritos e ilustrados con el hombre anuncio de sí mismo, el predicador con el batería solo, que interpreta en una esquina parte de una conversación que es contestada desde otra esquina por un saxofonista calvo». En esa ciudad se combinan dos fenómenos: por un lado, «la palabra hablada ratifica […] la hegemonía comunicacional detentada desde que el hombre aprendió a hablar, y al mismo tiempo, se vale de toda clase de tecnologías para perder el cáncer de la fugacidad que ha sido su mayor enemigo histórico»; por otra parte, como el poder «tiene un carácter exclusivamente simbólico y se ejerce por muy poco tiempo», «no teme a la palabra libre en la ciudad libre».
Viene a ser esa ciudad un maravilloso entorno de convivencia, que, unido al lenguaje, y despojados ambos de servidumbres, nos trasladan dos instrumentos necesarios para hacer un hombre libre.
No es de recibo, pues, estar resignados a la mediocridad que los políticos al uso nos ofrecen en la cercanía desde hace varios decenios. Cuenca necesita de un nuevo liderazgo, para el que no sirve ni la imagen de Cenzano, ni su paupérrimo discurso, ni sus descabalgados proyectos.
Esto significa que nuestros convecinos no pueden estar instalados en el fatalismo de una derrota en las próximas elecciones municipales a manos de estos fracasados e incompetentes. ¿Cómo se rompe con este trance? Pues la salida se encuentra dentro de los partidos políticos contrarios al PSOE gobernante/dominante en Cuenca. Y para lograrlo deben renovar discurso y equipo. Desde hoy mismo, dentro de un espíritu de concertación avanzado y rupturista, la oposición a los psociatas de Cuenca han de levantar una imagen política de futuro desconocida por estos lares, que se presente desde ya mismo y en todos los ámbitos como la “alternativa al desgobierno de Cenzano” (no debe abandonarse en ningún momento la ocultación de las cuentas municipales practicada por esta gente durante muchísimos años, y exigirle pormenorizadamente lo que han hecho y, como consecuencia, todo lo que han dejado de hacer).
Borrar a Cenzano del Ayuntamiento es la meta, y para esto la fórmula consiste en “levantar expectativas de voto”. Esto necesita acogerse a nuevas estrategias de marketing político que por aquí son desconocidas. Pero haberlas, “haylas”. Este NUEVO PROYECTO CUENCA 2010, que cuente con el sostén de un urbanismo menos especulativo y una impronta sociológica más pragmática, debería arrancar de los aledaños del Partido Popular y podría convertirse en sólo dos o tres meses en esa alternativa que el futuro político de Cuenca podría agrupar “concertadamente”. Cuando técnicamente le preguntan a nuestro editor –no se olvide, él es un teórico de reconocido prestigio en esta materia, académica y profesionalmente-, contesta sonriente que debe pensarse en “Cuenca 2010”.
El Comunicador Activo
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