Ariadna Romans (Art.º publicado en Ethic, aquí)
Más de la mitad de las mujeres que viven en el campo dirigen sus propias empresas. Sin embargo, su tasa de acceso a créditos para lanzar los proyectos es mucho menor que la de los hombres. ¿Cuáles son los problemas de género que persisten a la hora de emprender en el mundo rural? Lo analizamos a través de tres historias.
Ser mujer en el mundo rural no es una tarea sencilla. Mucho menos si se desea emprender un negocio propio. Existen numerosos retos persistentes en la vida emprendedora rural. Se han analizado desde múltiples enfoques, y sin embargo, la pregunta sigue ahí: ¿Qué necesitan las emprendedoras rurales para mejorar su situación? Según Teresa López, presidenta de Federación de Asociaciones de Mujeres Rurales (Fademur), necesitan que se pase de los discursos a los hechos. «Todas las voces expertas coinciden en que las emprendedoras rurales necesitan un impulso para que ellas se vean beneficiadas, pero también sus comunidades. Lo más urgente es una burocracia más ágil y adaptada a su realidad, incentivos económicos para que emprender en su pueblo no sea un acto kamikaze, servicios que les permitan conciliar su vida personal con su negocio, mayor acceso a la financiación (las mujeres tienen una menor tasa de morosidad y, a pesar de ello, un menor acceso al crédito) y una conexión digna a Internet».
Las cifras lo demuestran: el número de socias de cooperativas agroalimentarias, por ejemplo, es mucho menor que el de hombres (ellas representan un 26%) y su presencia en órganos de decisión de la cooperativa es aún menor (7,4%), a pesar de que el 54% de los emprendedores rurales son mujeres, una cifra sensiblemente superior a la de los hombres (46%) que contrasta con la realidad del entorno urbano, donde solo un 30% de mujeres frente al 70% de hombres deciden liderar un negocio. Ante este escenario de constante desigualdad, cerca de 600 mujeres apoyadas por Fademur se reunieron para hacer red, compartir sus proyectos y, sobre todo, apoyarse para seguir adelante con sus iniciativas en estos meses clave posteriores a lo más duro de la pandemia. Estas son algunas de sus voces.
Belén Sesé, artesana de cervezas y hostelera
Belén Vereda nació en Huesca y estudió en Valladolid. Pese a no ser ciudades muy grandes, ella, cuenta, siempre ha sido urbanita. Descubrió el pueblo de Ledigos (Palencia) de la mano de su pareja. En él apenas viven sesenta personas, y una de ellas es su cuñado, con quien comparte la misma preocupación: que el pueblo desaparezca. Por ello, dejó su trabajo en Valladolid para mudarse a Ledigos y así intentar salvarlo de la muerte inminente. Junto a su pareja y su cuñado, reformaron la casa de los bisabuelos para abrir una casa rural y una fábrica de cerveza artesanal. El proyecto se mantiene económicamente gracias a la explotación ganadera de su cuñado, junto a sus esfuerzos personales y una ayuda de la Unión Europea que ha cubierto el 30% de la inversión. Sin embargo, Belén enfatiza en el hecho de que es una apuesta complicada y que la autogestión es mucho más efectiva que las subvenciones, porque no siempre llegan cuando se necesitan ni en la cantidad necesaria.
El proyecto no solo está revitalizando el pueblo, sino que ha sido una alegría para el resto de habitantes, que se sienten esperanzados de tener unos jóvenes que han decidido dar vida a sus calles con un proyecto que cuenta, además, con una filosofía muy centrada en los productos locales y la sostenibilidad. «He nacido para vivir en un pueblo y no lo sabía. Habrá mucha gente que no se lo plantea por sus circunstancias y estoy segura de que, si lo probase le encantaría. Te cambia la vida completamente», afirma. La tranquilidad y la cercanía con la gente son los principales beneficios que destaca, aunque el campo siga teniendo sus retos. «Ahora está en boca de muchos la despoblación pero siguen faltando muchos recursos como sanidad, comunicación, transporte o reciclaje. Hay necesidades básicas que no están cubiertas: tenemos cortes de luz, no llega el ADSL… y esto debe ser cubierto por parte de la administración pública».« Si tuviera que dar un consejo a una mujer emprendedora, le diría que busque su objetivo tanto en lo personal como en su negocio, que analice el mercado y pruebe la experiencia. Que no le echen para atrás los estereotipos del pueblo, ya que solo hacen daño y no ayudan a nadie».
Mariví Vela, ganadera
Vela se crió en una aldea de Albacete. Si le llegan a decir que hoy dirigiría una explotación ganadera, no se lo hubiera creído. De joven se fue a estudiar a Murcia y, posteriormente, trabajar en una oficina. Su puesto era muy exigente: muchas horas, mucho estrés… y un día no dio más de sí. Necesitaba parar. Se fue a su casa del pueblo y pensó hacia dónde continuar. Se introdujo en el mundo de la avicultura ecológica. Le daban miedo los animales, por lo que «fue todo un reto aprender a relacionarse con ellos y saber interpretar sus necesidades», recuerda. «Mi proyecto inicial era una granja de gallinas ecológicas, pero ahora también hago agroturismo, con visitas para particulares y colegios que vienen a ver cómo funcionan los procedimientos, a interactuar con los animales y a fomentar la economía circular mediante la creatividad con productos reciclados». Este año, ha sido ganadora de los Premios Gran Selección de la categoría a la mejor empresa de venta directa.
Si bien la pandemia le ha supuesto un obstáculo mayúsculo, ahora vende sus huevos en hostelería de alta cocina, en venta directa y también en grandes superficies. Los llaman los ‘huevos Michelín’. Está pensando en ampliar su negocio y meter 1.000 gallinas más. «Al principio, cuando contaba la idea a la gente, me miraba como diciendo ‘¿dónde va esta?’ y se tomaba a risa que una mujer pudiera lograr lo que ha logrado. El entorno rural, como todos, es muy machista», afirma. «Nadie va a hacer nada por ti. Si tienes fuerza para buscarte la vida lo vas a lograr, pero tienes que ser tú quien lo emprenda, quererlo ‘por mis huevos’, nunca mejor dicho en mi caso». «Es muy complicado pero se puede hacer. Yo sola llevo toda la granja. No he tenido vida ninguna en los últimos años, pero esto ya lo daba por hecho. Ahora bien, la libertad y la autonomía, eso no te lo quita nadie».
Mariela Eliana
Originaria de Lima (Perú), Eliana se casó y vino a vivir a España. Dedicó toda su vida a cuidar de sus hijos y su marido, pero un día se dio cuenta de que se había olvidado de sí misma, de sus proyectos. Tras completar un curso de inglés que no creía capaz de terminar, Mariela vivió el subidón de hacer algo por y para sí misma. Se lanzó a emprender. Ahora, gracias al apoyo de una amiga y con el ánimo de su familia, ha empezado su propio negocio vendiendo productos cosméticos elaborados con plantas amazónicas de Perú.
«Lo más importante es hacer el cambio de chip y volver a creer que tú puedes conseguirlo», asegura. Cree en el producto que vende, pero tenía miedo que no convenciera al resto por provenir de otro país. Sin embargo, está teniendo mucho éxito entre sus primeras clientas. «No debemos desanimarnos», insiste. Eliana destaca, eso sí, la importancia de dejarse ayudar. En su caso, una amiga le apoyó económicamente para lanzar su negocio. «Tenemos que ser perseverantes y no desanimarnos. Innovar y reinventarse es importante. Ser mujer no delimita».