Situación muy indecisa ante el cerrado empate entre PP, PSOE y Ciudadanos
Ha llegado el momento de descubrir si entre los candidatos a La Moncloa hay algún especialista en victorias por velocidad en la recta final de la competición. Ya no vale la campaña preelectoral con pies de plomo a la que veníamos asistiendo, neutralizada en parte por la necesidad del debate sobre la manera de responder a los zarpazos terroristas. Queda muy poco tiempo para esprintar: solo tres semanas hasta el 20-D. La situación es muy indecisa a causa del empate cerrado que se presenta en las intenciones de voto para tres fuerzas políticas, PP, PSOE y Ciudadanos, con Podemos algo retrasado, pero de ningún modo fuera de la carrera electoral. Así se desprende del sondeo de Metroscopia publicado hoy por EL PAÍS, que certifica un cambio espectacular respecto a la situación preelectoral registrada en los comicios generales de 2011.
España está a punto de inaugurar una nueva fase política. Algunas mentalidades clásicas pueden verse descolocadas en relación con una configuración que nunca creyeron posible. La pluralidad abre paso al cuatripartidismo, lo cual modifica necesariamente el modo de resolver los problemas de la vida pública. Las capacidades de negociación y de pacto serán mucho más valoradas que la imposición, la terquedad y el espíritu de enfrentamiento. En ese contexto, el PP y Podemos deberían tomar nota del rechazo que estas actitudes suscitan en el conjunto de la población.
La formación del futuro Gobierno puede depender estrechamente de la capacidad de alcanzar acuerdos poselectorales. Y antes de que llegue ese momento es preciso empujar a los remisos a que se definan sobre asuntos clave, porque el cambio de sistema de partidos se produce en pleno desafío terrorista y con una coalición internacional en ciernes contra el yihadismo, más el independentismo catalán al fondo del escenario. Sobre todo ello los ciudadanos necesitan saber qué piensan los políticos que aspiran a dirigirles.
En teoría, el partido más votado estará mejor situado o más legitimado para conducir las negociaciones destinadas a alumbrar un nuevo Gobierno en 2016. Que se cumpla esa condición, es decir, que efectivamente haya un partido claramente más respaldado, exige que alguno de ellos se despegue nítidamente. Va a saltar por los aires el tópico de que las campañas electorales mueven pocos votos. En las circunstancias en que se encuentra el cuerpo electoral, todo indica que la campaña desempeñará un papel mucho más decisivo que nunca para determinar el veredicto de las urnas.
Hay ganas de votar, y eso va en contra de las campañas con sordina o de la tentación de esconderse en la no-campaña. Es la hora de las propuestas y de los programas; también, de poner a prueba la credibilidad de quien los explica. La vaguedad no es el terreno en que se espera a candidatos que van a ser escrutados con lupa, ni les basta con refugiarse en espacios televisivos de entretenimiento donde cumplen el papel de personajes famosos, más que de aspirantes al máximo poder político. Los ciudadanos esperan propuestas y que los candidatos demuestren que los compromisos electorales son realistas y no voluntarismos imposibles de aplicar o financiar.
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