EL presidente Zapatero puede no haberse enterado que estábamos en crisis hasta que inflación y paro ganaron la Champions europea y el crecimiento económico se estancó definitivamente a la tasa más baja en doce años, pero no ha perdido ninguno de sus reflejos políticos. Conocía de antemano que los datos iban a ser muy malos, los había anticipado el Banco de España, y ha preparado minuciosamente una respuesta política, Consejo de Ministros extraordinario incluido. Es consciente de que el deterioro de su imagen corre parejo a la debacle económica y de que la actuación de nuestros deportistas en las olimpíadas no le ofrece el respiro del que disfrutó con la Eurocopa. No está el humor de la ciudadanía para fotos en Doñana y ha sustituido el parque natural por la aburrida mesa de la Moncloa repleta de papeles y activos ministros. Ni Obama ni una ministra dando a luz venden ya cuando las previsiones hablan de recesión y tres millones de parados.
El Partido Socialista es una máquina profesional bien engrasada para el marketing electoral y el dominio de la opinión pública. Pero le ha faltado un pequeño detalle: ideas, programas, políticas con las que hacer frente a la situación. No le sirve su excursión radical del reciente Congreso porque eso eran políticas para la prosperidad. Y solo se les ha ocurrido aprobar proyectos antiguos, conocidos y vendidos hasta la saciedad -¿cuántas veces ha presentado ya Solbes la supresión del impuesto sobre el patrimonio? Proyectos además que no serán efectivos hasta dentro de varios meses porque la lentitud e ineficiencia de la Administración ha empeorado con la España plural hasta el punto de que, por ejemplo, la tres veces anunciada trasposición de la directiva europea de servicios no será aprobada formalmente hasta el año que viene. A los cuarenta años del mayo francés está bien que la imaginación haya llegado al poder, pero convertir los Consejos de Ministros en reuniones de estudio semejantes a las tertulias de verano de los universitarios que preparan los exámenes de septiembre no es lo que se necesita para recuperar la confianza.
Si la política económica tiene también ideología, como nos repiten insistentemente desde círculos intelectuales próximos al Gobierno temerosos de que el presidente Zapatero descubra que lo importante es cazar ratones y nos encontremos de repente con un Gobierno eficaz, la ideología de este equipo ministerial bien parece la de las películas de la España de los años sesenta protagonizadas por el inmortal Pepe Isbert, tan obsesionado está con la Memoria Histórica que se confunde de país y añora los tiempos del Ministerio de Información y Turismo. Porque el gran problema económico diferencial de este país, lo que complica tremendamente la adopción de una política de estabilización y de recuperación del crecimiento, se llama la incapacidad del Gobierno central para aprobar unas reformas coherentes sin ceder a los intereses territoriales que chantajean al Estado. El PSC recuerda cada vez más aquel chiste grotesco de que entre lo que tengo y lo que me toca en el reparto, yo comunista. Pero eso no es lo peor, sino la debilidad del tan publicitado Gobierno de España incapaz de dar repuesta a ese chantaje. Escribía el miércoles mi amigo Carlos Mulas, subdirector que fue en la Oficina Económica de Presidencia con el hoy ministro de Industria, que lo que debería distinguir una política económica de izquierdas es la defensa de la inversión pública en tiempos de crisis. El problema, querido Carlos, es que en la España de hoy ni siquiera podemos discutir seriamente del papel del Estado como dinamizador de la actividad económica, lo que efectivamente nos separa a los liberales de los socialistas, sino que con los Estatutos de autonomía aprobados en ese furor descentralizador de Zapatero al que sucumbió el PSOE, la inversión pública ha de territorializarse en función de los derechos históricos. Hemos vuelto al debate entre liberales y carlistas, los socialdemócratas os habéis convertido de facto al feudalismo o en arquitectos de la reconstrucción nacional. Así no puede haber más política económica que la cosmética, ni habrá recuperación el año 2010, por mucho que el presidente se empeñe en predicar optimismo con su sonrisa de galán de cine.
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