Hay quien me ha dicho que soy un influencer en comunicación social, es posible... No lo sé, y, a mi edad, tampoco tiene mucha importancia. Porque, en sentido estricto, se denomina de ese modo a la persona que cuenta con cierta credibilidad sobre un tema concreto, y por su presencia e influencia en redes sociales puede llegar a convertirse en un prescriptor interesante para una marca. Siendo así, es probable que deba aceptarlo, pues llevo dedicado a dicha materia desde 1972, y he practicado el oficio de la opinión pública ininterrumpidamente en muchos medios de comunicación, además de en unas cuantas revistas especializadas.
Digo todo esto porque -me parece casi mentira, con todo lo que ha llovido sobre mis espaldas- algo que empezó casi como un entretenimiento (mis "reflexiones para ejercer un voto inteligente"), una especie de intención optimista, va tomando cuerpo y se hace cada vez más sistémico en el plano político; cobra con las horas mayor audiencia, y comienza a respetarse incluso entre los más escépticos. Lo cual me ayuda a avanzar en todos sus propósitos y filtrar los enunciados a las aguas de más calidad. Y aquí es donde instalo el presente artículo, para exponerlo en la amplia pizarra del Aula Electoral, abierta para divulgar desde abril de 2007 la potencialidad de un proyecto político dignísimo y muy meritorio, aglutinado bajo las siglas de UPYD, en el que fui candidato al Senado por Cuenca en la elecciones generales del 20 de noviembre de 2011.
En esas elecciones empecé a practicar una disciplina cada día más en boga, la neuropolítica, impelido básicamente por carecer de medios materiales, económicos y personales en mi partido. Esto me forzó ya en esas fechas a utilizar con perspicacia todas las redes sociales para buscar el voto indeciso y llevarlo a mis alforjas. Imagínense los esfuerzos de tiempo, imaginación y emprendimiento que me vi obligado a dedicar. Ha de recordarse que en esos años el Big Data y sus aportes empezaba a clonarse pero no se hallaba aún desarrollado.
Este término, fetiche de los gurús digitales que proclaman el futuro -y que yo vengo aplicando a la investigación social desde 2002, cuando realicé mi primer estudio Delphi sobre Servicios Sociales para Talavera de la Reina-, ha cobrado fuerza a partir de 2013 y alcanza su gran explosión en 2016. Se destapa entonces el escándalo de Cambridge Analytica. Esta empresa británica parece que influyó en las Elecciones Presidenciales de los Estados Unidos de 2016 gracias a los datos que compró a Facebook a través de un profesor universitario de Psicología. El impacto de Cambridge Analytica es mucho más profundo ya que sus servicios han sido contratados para participar en más de 200 elecciones.
Cambridge Analytica consiguió datos de 50 millones de usuarios de la red social para analizar su conducta. Para hacerlo, creó una aplicación llamada ‘This is your digital life’. Cambridge Analytica programó la app y escribió sus términos y condiciones. Allí se especificaba que quien usara el software daba permiso para que sus datos de Facebook quedaran registrados, y que se recolectara la misma información de sus amigos. Unas 270.000 personas instalaron la aplicación. Pero como dieron permiso para analizar los datos de sus amigos, la cifra real de usuarios analizados por ‘This is your digital life’ fue de 50 millones. No hubo nada ilegal: todos aceptaron ceder su información para un estudio científico. Se accedió a todo lo que los usuarios hacían en la red social.
¿Facebook puede cambiar las ideas de los votantes? En Cambridge Analyitca había expertos en estadística, analítica de datos, diseñadores gráficos, psicólogos y publicistas. Quienes creaban contenido específico para un determinado perfil. La información hunde o encumbra a cualquiera. El candidato beneficiado, podía susurrar una cosa a un votante y otra cosa a otro. El poder de manipulación no solo fue virtual, se extendió al mundo real al planear los mítines.
En la obra de Adolf Tobeña Neuropolítica: Toxicidad e insolvencia de las grandes ideas, este catedrático de psiquiatría en la Facultad de Medicina de la Universidad Autónoma de Barcelona desenmaraña dos preguntas fundamentales. ¿El votante de izquierdas nace o se hace? ¿Y el de derechas? Tobeña escarba, por tanto, en el origen de las preferencias ideológicas esenciales que distinguen a la sociedad. Y, al mismo tiempo, hace hincapié en debates trascendentales para la sociedad actual. Se derivan de dos preguntas principales: ¿Cómo deben seleccionarse a nuestros líderes políticos? ¿Influyen las diferencias de género en el tablero de la igualdad?
A partir de esas cuestiones desmenuza y responde a si es posible “proponer y contrastar iniciativas y fórmulas de gobernanza sin recurrir a la confrontación”. A través del análisis del marco democrático y de los rasgos biológicos del eje izquierda/derecha, Tobeña utiliza la neurociencia social para exponer las preferencias ideológicas básicas que nos distinguen como ciudadanos. Avanza propuestas para frenar la invasión del pensamiento político tóxico.
En definitiva, pone una herramienta intelectual al intento que vengo creando desde la primera de mis reflexiones electorales para el 28-A. Y por esto mismo, gran parte de mis argumentos desde 2011 son cada día más solventes, porque “se sigue apelando a la concurrencia competitiva entre idearios simplificados”, como asegura Tobeña. “Importa menos que los programas estén bien trabajados, que acarreen material averiado, dudoso o peligroso y que promuevan o amenacen el progreso social”. Bajo este prisma, el autor avisa de la aparición de “aspirantes a déspotas que se reproducen en cada generación. Contando con la posibilidad de que alguno de ellos se encarame hasta cimas de gran influencia”.
Luego, antes de zanjar la cuestión, vuelvo a preguntar a los cientos de lectores que tienen la paciencia de leerme: ¿Estoy equivocado, o estoy en la senda acertada cuando explico paso a paso una génesis democrática que tiene en la deliberación racional y en la búsqueda de acuerdos su eje central? No olvidemos que, según tiene explicado otro ilustre profesor, Domingo García-Marzá, catedrático de Ética y Filosofía Política en la Universidad Jaume I (véase su trabajo sobre Neuropolítica y democracia: un diálogo necesario), existe un punto de partida para este diálogo interdisciplinar que se encuentra en la actual desafección que padecen nuestros sistemas democráticos.
A partir de ahí destacan tanto los peligros de una neuropolítica que comprende los procesos políticos como procesos mentales, como la necesidad de introducir la dimensión afectiva en la política deliberativa.La cuestión que se plantea es si la neuropolítica constituye un buen antídoto contra el excesivoracionalismo de las concepciones deliberativas y participativas de la democracia o más bienrepresenta el último revés para nuestra forma de entender y desarrollar la democracia. La respuesta viene dada en todo instante -y así se deduce de mis reflexiones- desde un concepto de democracia que tiene en la sociedad civil su principal potencial de cambio y transformación social. Aquí me emplazo, así lo cubro con los días y espero que lo entienda el mayor número posible de los ejercientes del voto inteligente en España el 28-A.
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El análisis (único) de hoy se centra en analizar, desde el lenguaje del discurso político, lo que nos espera desde ya hasta (mínimo) finales de mayo con el maratón pre-electoral, la campaña, los resultados y las negociaciones posteriores.
Es llamativo que uno de los elementos mencionados por la analista sea que el político se ha convertido en "el mensaje", Coincide con lo que publicaba recientemente el editor de Agenda Pública Juan Rodríguez Teruel sobre la personalización de la política, cuyo representante más genuino en España sería el propio Pedro Sánchez; pero no sólo, en absoluto.
Y como la cosa está entre el desgarro de la izquierda y el estancamiento de la derecha y no se puede augurar el resultado, es previsible que el enconamiento entre la una y la otra suba algunos grados más. Queda por saber si, como hablamos de discurso, la izquierda decide utilizar las mismas armas dialécticas de la derecha. Desde luego, indicios ya hay, como de que aún les falta un hervor.
Ya nos lo decía Luis Bouza, también editor de esta casa, hace casi dos años tomando prestada una idea de Margaret Canovan: el populismo es "como una manifestación de la faceta redentora –por oposición a la pragmática– de la democracia". En ésas estamos.
Guillermo Sánchez-Herrero, redactor jefe de Agenda Pública -----------------------------------------
El discurso que (se nos) viene
Uno puede quedarse un poco frío (a la luz de la verborrea política de las últimas semanas, ¿o eran meses?) cuando lea los ejemplos que ha escogido la catedrática Beatriz Gallardo de "discurso político empobrecido, simple, sometido a los reduccionismos; [lleno de] hipérboles que apelan a los prejuicios, filias y fobias del receptor".
Pero lo importante, no nos despistemos, es el análisis en sí, que dice cosas como que la culpa no es (sólo) de los medios de comunicación y las redes sociales y su dinámica, sino que obedece "[también] a la propia intención comunicativa de los equipos de comunicación de partidos y líderes"; que, "en mayor o menor medida", todos utilizan las "retóricas populistas"; y que éstas tienen "mucho mayor impacto cuando elige(n) emociones de expresividad negativa".
¿Un buen colofón? Éste, sin ánimo de señalar: "... consigue presentar las tendencias censoras, excluyentes, insultantes y agresivas como si fueran libertad de expresión, o progreso, o patriotismo". Léanlo.
Dejando por un momento el tono adoptado últimamente por algunos líderes políticos, centrémonos por un momento en uno de los asuntos fundamentales de esta era y que explica tantas derivas: la desigualdad creciente. Pues bien, en el listado de lo que Luis Molina llama "argumentos de brocha gorda" (pinche en la imagen), encontramos el que utilizó Pablo Casado (y antes tantos otros tantas veces) nada más convocarse elecciones generales. ¿Solución? "Lo primero que haremos será bajar los impuestos; todos los impuestos". Dicho así... a ver quién no quiere eso.
Aquí (en la imagen anterior), José Antonio Marina se pregunta cómo introducir racionalidad en el debate político, pero la fórmula que propone parece muy compleja cuando el rival es el entorno en el que nos movemos.
¿Qué es lo que puede pasar cuando se fuerza el discurso (digamos) emocional? Que los enemigos políticos (antes adversarios) pueden llegar a coincidir en su discurso. Pinche en la imagen para ver este ejemplo.
Pablo Casado (PP), Albert Rivera (Ciudadanos) y Santiago Abascal (Vox)
En plena batalla por conquistar los votos del centroderecha PP y Ciudadanos parecen haberse sumergido en un proceso de mutación tras constatar la fuga de parte de sus electorados hacia Vox, un partido surgido en la sacudida del tablero político en el 2014, pero que sobrevivía en la marginalidad sin colarse en las instituciones.
Ahora, en un contexto internacional de repliegue identitario conservador, la ultraderecha puede tocar poder en España. La encuesta del Gabinet d’Estudis d’Opinió Pública(GESOP) le da entre tres y cinco diputados en el Congreso y el último CIS le otorga un escaño en el parlamento andaluz que saldrá de los comicios del 2 de diciembre.
¿A qué electorado seduce Vox? ¿Cómo es el perfil del votante en espectro derecho? Los estudios son todavía preliminares y las muestras demasiado frágiles para determinar el alcance de un proceso en plena transformación, pero preconfiguran un primer retrato robot. No es definitivo, porque el fenómeno no está asentado y se somete a constantes volantazos dialécticos de PP y Cs, pero sí da pistas para comprender mejor qué está sucediendo.
PERFIL DEL VOTANTE MEDIO DEL PP
La mayoría se considera de centroderecha (47,6%) y tienen el mismo electorado que se siente de centro como de derecha pura (22,8). Se detecta un sentimiento más autonomista que en sus competidores, probablemente por el arraigo del estado autonómico que, junto al PSOE, construyó, por la gestión en autonomías en las que ha gobernado largamente y por su implantación en el territorio.
Los votantes de Pablo Casado son tanto hombres como mujeres, sin diferencias significativas por género. Donde sí hay una clara señal es en la edad. El PP es un partido envejecido. El grueso de sus electores tienen sesenta años o más (50,4%), seguidos por la franja de cuarenta y cinco a cincuenta y nueve años (21,9%). Los jóvenes no están en el PP (8,5%). Esto se traduce en una amplia base de jubilados (40,9%), la más elevada de todos los partidos, y un ínfimo resultado entre estudiantes (2%).
Los conservadores tienen a su electorado dividido en cuanto a nivel de estudios, hay tantos votantes del PP que solo ha seguido la enseñanza obligatoria como los que han alcanzado títulos universitarios. Esta es una diferencia llamativa con Cs y Vox. El PP es un partido rural, con su nicho en pueblos y pequeñas ciudades, justamente donde más va a competir con Vox, que pugna claramente por esas plazas. El 4% de los votantes conservadores se han fugado a Vox, según el último estudio del GESOP para EL PERIÓDICO.
PERFIL DEL VOTANTE MEDIO DE CIUDADANOS
Albert Rivera tiene a su electorado dividido entre los que se sienten de centro y los que se autoubican como centroderecha (38,6%). Conserva un pequeño pero llamativo porcentaje de votantes que se siente de centro izquierda (12,1%). Su reivindicación es más españolista frente al autonomismo, una línea en la que compite con Vox. Sigue teniendo una ligera brecha de género.
Ciudadanos recibe más votos de hombres (56%) que de mujeres (44%) y sus bases son sobre todo adultos de franjas intermedias en la escala de edad. Su primer nicho son población de entre treinta y cuarenta y cuatro años (34,1%), seguido por los de cuarenta y cinco a cincuenta y nueve. Es aquí donde se ha producido la mayor fuga de votantes del PP a Cs.
Pero, ojo, el perfil del votante de Ciudadanos cambia según el territorio. Casi la mitad de los votantes de Rivera en España tiene estudios superiores, mientras que en Catalunya solo el 32% de su electorado ha llegado a la universidad. No es un fenómeno único (le sucede algo parecido a Podemos) pero es llamativo. El índice de estudios es otro elemento clave que distingue a las tres derechas. Ciudadanos es claramente el partido en ese espectro ideológico con mayor formación de su electorado.
Rivera ha logrado penetrar en ciudades medianas (donde Vox le gana) y capitales (que se reparten a partes iguales los tres partidos). Sobre el mapa, a grandes rasgos, el PP sigue dominando los pueblos, mientras que Cs y Vox pugnan por los grandes núcleos urbanos. Rivera gusta más a los desempleados que el PP (probablemente por la austeridad de la crisis) y que Vox. Tiene un índice menor entre estudiantes (5,3%) pero es el partido de las derechas que más votos recibe de ese colectivo. Según el último estudio del GESOP es el partido que más nutre de votantes a Vox (7% de fugas).
PERFIL DEL VOTANTE MEDIO DE VOX
El dato más llamativo es la inmensa brecha de género de sus votantes. Su electorado está compuesto mayoritariamente por hombres (75%) frente a mujeres (25%). Los análisis académicos suelen atribuir este salto a la denominada “aversión al riesgo”, un fenómeno según el cual las votantes tienden a escoger menos opciones que consideran arriesgadas debido a los patrones de socialización.
Sus votantes son nítidamente de derechas (55,1%), una ubicación ideológica en la que doblan al electorado del PP y en la que Cs no tiene nicho. Sus bases son las que más declaran tener mayor sentimiento español de las tres derechas. El grueso de sus votantes solo tienen estudios obligatorios (44,8%), un espacio en el que se sitúan por encima de Cs y PP. En el nivel universitario, Vox está por debajo (27,6%) de PP (35,2%) y sobre todo de Cs (47,7%).
Pocos parados les votan y también pocos jubilados. La mayoría de sus electores están en activo (75,8%) y, por lo tanto, no se nutren como otras formaciones de extrema derecha en Europa de los perdedores de la globalización. Con todas las cautelas de un proceso que todavía está en ebullición, los datos parecen indicar que Vox se alimenta más del desencanto hacia de las posiciones más conservadoras del PP hacia esta marca que de una población transversal. Los analistas, sin embargo, apuntan a que todo indica a que necesariamente Vox, si sigue en aumento, se irá haciendo más transversal. Ya lo es en edades.
El secretario de Organización de Podemos, Pablo Echenique. EFE
El secretario de Organización y Programa de Podemos, Pablo Echenique, ha afirmado hoy que su partido se pone como objetivo presentarse en mil municipios en los comicios locales de 2019.
Una cifra que, de alcanzarse, permitiría a la formación de Pablo Iglesias estar presente sólo en el 12,3% de los 8.124 municipios que conforman España, de acuerdo con el INE. O lo que es lo mismo: Podemos se centrará en núcleos de población importantes, renunciando a dar la batalla en el 87,7% de las poblaciones españolas, donde no aspirarán a tener representación.
En una intervención en el Gran Encuentro Municipalista que la formación morada celebra este sábado en Alcorcón (Madrid), Echenique ha recordado que en 2015 su formación decidió no presentarse y apoyó en su defecto otras siglas como Ahora Madrid o Barcelona en Comú, una decisión que en su opinión ha traído “muchos éxitos” pero que también supuso “algún inconveniente” que “ha debilitado” los círculos de la formación.
600 municipios ya están confirmados
“Hoy estamos aquí para decir dos cosas muy claras. Primero, que en 2019 Podemos se presenta a las elecciones municipales por primera vez y la segunda, que salimos a ganar esas elecciones”, ha asegurado Echenique ante un aforo de unas 600 personas que han jaleado las palabras del secretario de Organización y Programa de Podemos.
En el encuentro, celebrado en el Teatro Municipal Buero Vallejo de Alcorcón, Echenique ha reconocido que los comicios del próximo año son una “gran oportunidad” para España y un “gran reto” para su partido.
“Hoy aquí en Alcorcón nos preparamos para ese soleado lunes después de las elecciones municipales”, ha remarcado Echenique, al tiempo que ha añadido que a día de hoy 6.500 personas se han inscrito a los grupos de trabajo municipalistas del partido y casi 600 municipios han entregado sus memorias políticas para que haya una candidatura de Podemos.
El objetivo para 2019, ha dicho, es que Podemos se presente en mil municipios para demostrar “a los que venden odio que ser patriota es proteger a la gente”.
Nunca en la historia de Estados Unidos se habían presentado tantas candidatas a unas elecciones. La gran ola feminista afronta su prueba de fuego: traducir su empuje en poder político
Histórica marcha de las mujeres en Washington el 21 de enero de 2017, tras la investidura de Donald Trump como presidente. Stephen J BoitanoLightRocket / Getty Images
Las elecciones legislativas que Estados Unidos celebra el 6 de noviembre tienen algo de plebiscito sobre Donald Trump. Al fin y al cabo, los comicios de medio mandato siempre sirven para juzgar a los presidentes. Una lectura más elaborada señala que es el Partido Demócrata el que se encuentra ante un gran referéndum que determinará su estrategia futura, e incluso que también los republicanos medirán sus fuerzas y podrán comprobar si, en efecto, se han convertido en el partido de Trump. Pero lo que parece indiscutible es que la gran ola feminista surgida en Estados Unidos se encuentra ante su gran prueba de fuego, su ser o no ser: ha llegado el momento de comprobar si ese empuje que ha desbordado expectativas, traspasado fronteras y hecho correr ríos de tinta se traduce en poder político. Poder a secas. En estas elecciones se votarán todos los escaños del Congreso, 35 de los 100 puestos en el Senado, además se elegirán 36 gobernadores y la composición de 87 Cámaras estatales. También están en juego 5 alcaldías, entre ellas, las de San Francisco y Washington DC.
Un par de cifras reflejan cómo la política sigue siendo cosa de hombres en el país más rico del mundo: solo hay 23 mujeres entre los 100 senadores y 84 entre los 435 congresistas. Pero otra batería de números refleja que, a falta de terremoto, las placas tectónicas se empiezan a mover irremediablemente: nunca en toda la historia se había concentrado tal número de mujeres candidatas como ahora. Según los datos de septiembre del Center for American Women de Rutgers, hay 235 que optan a la Cámara de Representantes, lo que bate ampliamente el récord de 2016 (167), y 22 se presentan al Senado (el máximo anterior era 18 en 2012).
Una sucesión de hechos, que se combinan en algo parecido a una tormenta perfecta, ha desencadenado esta poco menos que insólita movilización política de las mujeres. Primero, la victoria de Trump a pesar de la filtración de un vídeo en el que presumía de tocar sin permiso a las mujeres, y la derrota de la primera mujer candidata a presidente por uno de los dos grandes partidos, a pesar de que consiguió más votos (individuales, no por colegio electoral) que el ganador. La multitudinaria Marcha de las Mujeres, que se celebró al día siguiente de la toma de posesión del republicano, dejó claro que el feminismo iba a ser un frente de resistencia clave. Segundo, la irrupción del movimiento Me Too, a raíz de las acusaciones hace un año de abusos sexuales contra el poderoso productor de cine Harvey Weinstein, que volvió a poner el foco en el desequilibrio de poder. Y por último, la confirmación de un juez conservador acusado de abusos sexuales, Brett Kavanaugh, en el Tribunal Supremo. La ola femenina ante la cita electoral emana esencialmente del Partido Demócrata.
La candidata demócrata al Congreso Alexandria Ocasio-Cortez, en un acto de campaña. BRIAN SNYDERREUTERS
Si hay que buscar una fecha clave, basta preguntar a Emily’s List, uno de los grandes termómetros de este fenómeno. Esta organización, de corte progresista, se dedica desde 1985 a promover la participación femenina en la política. Tras la victoria de Donald Trump su teléfono no ha dejado de sonar: 40.000 mujeres contactaron a Emily’s List para expresar su interés en presentarse a algún cargo electo, cuando en todo 2016 no llegaron al millar. Así que no tienen dudas sobre el detonante de esta ola. “Al ver perder a Hillary, cuando era sin duda la mejor candidata por trayectoria, preparación… Eso sacudió a muchas mujeres estadounidenses, les hizo pensar que tal vez no habíamos llegado tan lejos como habíamos creído”, opina Vanessa Cárdenas, directora de desarrollo de la organización.
La llama ha prendido entre nuevos perfiles de mujeres. Si la cantera habitual de potenciales candidatas se encontraba entre abogadas, lobistas o herederas de dinastías políticas, explica Cárdenas, ahora hay maestras y activistas que se animan a dar un paso al frente. Y también camareras. Es el caso de Alexandria Ocasio-Cortez, la mujer de 29 años recién cumplidos que está a punto de convertirse en la congresista más joven de Washington, tras haber dado la campanada en las primarias de los demócratas en Nueva York el pasado junio: arrebató la candidatura del distrito de Bronx-Queens a un pata negra del partido, Joseph Crowley, que llevaba desde 1999 en la Cámara de Representantes. De origen latino, forjada en el activismo de barrio y empleada en una taquería de Manhattan hasta apenas dos meses antes de la votación, tras su victoria se ha convertido en el máximo exponente de la nueva oleada no solo de mujeres, sino de mujeres ajenas al establishment o pertenecientes a lo que aún se consideran minorías étnicas en la multiétnica América.
La cantera de candidatas era de abogadas, 'lobistas' y herederas de sagas políticas, pero ahora hay maestras y activistas
La diversidad que acompaña este auge femenino supone uno de los principales rasgos diferenciales frente a otros comicios en el pasado en los que las mujeres candidatas cobraron protagonismo. Porque ya hubo un “año de las mujeres” en el pasado: 1992. E incluso un precedente a este: 1984. Aquel año, la congresista Geraldine Ferraro fue elegida como candidata demócrata a la vicepresidencia. Nunca hasta entonces una mujer había ocupado una plaza en el llamado ticket (como se conoce a la pareja de candidatos a presidente y vicepresidente) de los grandes partidos. Aquello elevó las expectativas sobre una masiva afluencia de mujeres a las urnas. Ferraro colocó el género en el debate político y forzó a los republicanos a atender asuntos tradicionalmente asociados con los intereses femeninos. Pero el esperado efecto no se produjo: ella y el candidato a presidente, Walter Mondale, no pudieron evitar la arrolladora reelección de Ronald Reagan.
Rashida Tlaib. Es casi seguro que la palestina-estadounidense será la primera congresista musulmana.
Stacey Abrams. Si logra la victoria en Georgia, será la primera gobernadora afroamericana.
Mikie Sherrill. Piloto de la Armada y abogada, su victoria como congresista por Nueva Jersey lograría arrebatar a los republicanos un escaño que controlan desde hace más de una década.
El de 1992 sí supuso un parteaguas. Entró una cifra récord de 24 nuevas representantes en la Cámara baja y al Senado llegaron el triple de mujeres de las que ya había. Aquella ola femenina se suele atribuir a la confluencia de una serie de tendencias que venían de atrás y, entre ellas, al final de la Guerra Fría, que desvió el foco desde la seguridad nacional hacia territorios tradicionalmente más asociados con los intereses de las mujeres como la educación, la sanidad, el bienestar social y la economía. Hoy, dice Cárdenas, de Emily’s List, el fenómeno se alimenta de asuntos políticos similares (el seguro médico, el cuidado de los padres, de los hijos, las mujeres solas) y, como si fuera un capricho de guionista, se ha disparado con gatillos rematadamente parecidos.
El momento clave de los noventa se dio con la nominación por el presidente Bush del muy conservador juez Clarence Thomas para el Supremo. El proceso de su designación en el Senado se convirtió en un espectáculo nacional cuando una antigua empleada, Anita Hill, le acusó de acoso sexual. Aquel comité judicial del Senado, formado enteramente por hombres, condujo un despiadado interrogatorio a la demandante, que no pudo evitar que su supuesto acosador ingresara en la más alta instancia judicial del país. Fue un revulsivo para muchas. “Quedó claro que la infrarrepresentación de la mujer era un problema”, sostiene Amanda Clayton, profesora de Política y Género en la Universidad de Vanderbilt, Tennessee. “Las mujeres reaccionaron desde el enfado que les produjo comprobar que no ocupaban puestos en los lugares donde se tomaban decisiones. Las similitudes con el momento actual son evidentes”, añade. Los tres eventos se notaron en las llamadas a las puertas de Emerge, una organización que se dedica a reclutar y formar a candidatas demócratas. “Hubo muchas llamadas cuando perdió Hillary en 2016, y hubo nuevos picos cuando estalló el movimiento Me Too y, más recientemente, tras la nominación del juez Kavanaugh”, explica A’Shanti Gholar, directora política de la organización. “Muchas mujeres vieron esos episodios como muestras de que no habíamos llegado lo suficientemente lejos. Han sido tres catalizadores claros”.
El Clarence Thomas de 2018 se llama Brett Kavanaugh. Fue nominado por Trump para el Supremo y quedó confirmado a primeros de octubre, después de una monumental batalla por las acusaciones de abusos que pesaban sobre él. EE UU revivió el caso de Anita Hill. La profesora Christine Blasey Ford, que asegura que Kavanaugh intentó violarla hace tres décadas, testificó durante horas ante unos legisladores mayoritariamente hombres blancos que acabaron por confirmar a Kavanaugh. La polémica supuso la politización del Me Too. Conviene recordar que la ola contra el acoso había comenzado poniendo en la diana precisamente al muy progresista Hollywood, e hizo caer a lo largo de todo un año a popes de la cultura, la comunicación o la política de toda ideología y pelaje. Con la crisis del Supremo, Trump y los republicanos señalaron al Me Too como una campaña de los demócratas.
Sucede que la fractura de género es cada vez mayor en la política estadounidense, y eso es uno de los fenómenos más destacados del momento actual. Las mujeres cada vez más votan a los demócratas, y los hombres, a los republicanos. El género, por tanto, se ha convertido, junto con la raza, la edad y el eje rural-urbano, en uno de los grandes factores que permiten predecir el voto. “Desde hace décadas se viene observando esa brecha de género en la política estadounidense, pero hay evidencia de que en la actualidad es aún mayor”, explica Ruth Igielnik, investigadora de la empresa demoscópica Pew Research. “En nuestro último sondeo, de septiembre, un 58% de mujeres preferían candidatos demócratas frente a un 35%, mientras que un 48% de hombres se decantaban por republicanos frente a un 45%. Resulta además que la percepción de que la discriminación de género es uno de los principales motivos por los que las mujeres están infrarrepresentadas en los altos cargos políticos está el doble de extendida entre los demócratas (64%) que entre los republicanos (30%)”.
Ese aparente distanciamiento de las mujeres respecto al Partido Republicano se refleja también en la dificultad de esta formación para nominar a candidatas. Uno de los motivos de que los republicanos se hayan quedado atrás en términos de paridad tiene que ver con la reciente radicalización que han experimentado las bases del partido, apunta Susan Carroll, catedrática de Ciencias Políticas y Estudios de Género de la Universidad de Rutgers en Nueva Jersey. “La mayoría de las mujeres republicanas en cargos electos pertenecían al ala más moderada del partido, y esas mujeres ya no pueden ganar las primarias”, explica. “El electorado republicano se ha vuelto tan conservador que los moderados no pueden ganar primarias en la mayor parte del país”.
Un análisis en The Washington Post sobre las mujeres que han ganando en sus respectivas primarias arrojaba datos elocuentes. De las 184 que lo han logrado sin tener previamente un escaño —es decir, derrotando al legislador que buscaba renovar su legislatura— la aplastante mayoría es demócrata. Entre las 12 que ahora son claras favoritas a lograr alcanzar en las urnas su escaño, no hay una sola republicana. Entre las 56 candidatas que tienen posibilidades, solo hay una docena del Grand Old Party; y entre las 116 con menos posibilidades, solo 31 compiten por el partido de Trump. Los datos también plantean la cuestión de qué proporción de esta oleada de candidatas finalmente triunfará en los comicios, y de si realmente lograrán incrementar la presencia femenina en las Cámaras de Washington y en las estatales.
Otra incógnita, más allá de la noche del 6 de noviembre, es si este paso al frente constituye un fenómeno puntual o la consolidación de una nueva era, más femenina, en la política estadounidense. En otras palabras: si esto es una reacción frente a Trump o si Trump solo es un elemento acelerador de una tendencia previa. “La historia nos dice que, una vez que las mujeres entran en los puestos de poder, es difícil ver un retroceso”, defiende Clayton. “En 1992, por ejemplo, se produjo un gran salto. Después se estabilizó, pero la presencia de mujeres no llegó a retroceder de forma relevante. Creo que sucederá lo mismo después de estas elecciones. El alto número de candidatas se convertirá en la nueva normalidad”.
Una incógnita es si esta ola constituye un fenómeno puntual o la consolidación de una nueva era más femenina
Algunas tendencias demográficas y sociales alientan este pronóstico. Desde hace décadas, las mujeres, que constituyen más de la mitad de la población, votan en mayor proporción que los hombres. Ese ha sido el caso en todas las elecciones presidenciales desde 1980 y en todas las legislativas desde 1984. “Parte de la explicación es que el nivel de educación de las mujeres ha subido en los últimos años: hoy las mujeres van más a la universidad que los hombres, y la educación superior está correlacionada con la participación electoral”, explica Susan Carroll. “Las mujeres, además, se han vuelto más independientes de los hombres en la toma de decisiones. Hoy es más probable que vivan solas, que sean cabezas de familia. Hay más divorciadas, están solteras más tiempo antes de casarse. Pero el principal factor es el movimiento feminista, que ha conectado la vida de las mujeres con la política. El feminismo, aunque no todas las mujeres necesariamente se sientan identificadas con él, ha influido de manera más indirecta al evidenciar que las mujeres tienen algunos intereses diferentes a los de los hombres”.
En su último libro, A Seat at the Table (Un sitio en la mesa), la doctora Carroll ha recogido testimonios de las mujeres que están en el Congreso sobre por qué consideran que su presencia es importante en las Cámaras legislativas. Las mujeres consideran que más allá de abrir el abanico de temas que serían tratados o tendrían prioridad en una Cámara masculina, su presencia aporta un estilo distinto, y más productivo, que el de los hombres. “Sienten que ellas están más preocupadas por los resultados de las políticas, que están más centradas en que las cosas salgan adelante y menos en llevarse el mérito”, explica. “Las congresistas creen que aportan cualidades nuevas al proceso. Que son más inclusivas, más tendentes al consenso, menos partidistas, más capaces de votar con unos u otros. Y, por último, consideran que su presencia es simbólicamente importante para otras mujeres, porque sirve de ejemplo y modelo”.
Más allá de la cita en las urnas de noviembre, si se mira al horizonte de 2020, cuando EE UU celebrará sus elecciones presidenciales, también cabe pensar que este empuje de las mujeres no se va a evaporar a corto plazo. Elizabeth Warren, senadora demócrata por Massachusetts; Kamala Harris, por California, o Kirsten Gillibrand, por Nueva York, son algunos de los nombres que suenan con más fuerza para tratar de evitar un segundo mandato de Trump.
Susana Díaz agiliza su calendario electoral y anunciará en días la fecha de los comicios andaluces.
La presidenta de la Junta anunciará la fecha de las elecciones la semana que viene. Se especula con el 2 o el 16 de diciembre. Y el presidente del Gobierno no es bien recibido.
Después de semanas de miradas de reojo entre el Palacio de San Telmo y La Moncloa, Susana Díaz ha decidido no esperar más y pisar el acelerador. Tras analizar con su entorno más fiel los pros y contras, la presidenta andaluza ultima la fecha de las inminentes elecciones andaluzas, fecha que según confirman fuentes del PSOE-A a ESdiario, se dará a conocer la próxima semana.
Díaz lleva días sopesando las distintas posibilidades que le da el calendario, pero siempre bajo una premisa que comparte la mayoría del socialismo andaluz: los comicios autonómicos no deben coincidir "ni en pintura" con unas generales anticipadas. Y en la Junta, algunas filtraciones contradictorias llegadas desde Madrid han provocado notables recelos.
Cuando parecía que Sánchez había confirmado su intención de agotar la legislatura, el PSOE-A manejaba elecciones en noviembre. A favor de la lideresa: las encuestas que le dan ganadora y sin posibilidad de suma alternativa entre PP y Cs. Y también la lejanía -se espera para mayo- de la sentencia del juicio de la pieza política de los ERE, que planea como una losa sobre Manuel Chaves y José Antonio Griñán. Y, por tanto, sobre la propia Díaz.
Sin embargo, el desabrido últimatum de Quim Torra este miércoles y la filtración a La Vanguardia de un posible adelanto de las generales antes de fin de año, ha vuelto desatar la incomodidad del PSOE-A ante el riesgo de que los "múltiples frentes" abiertos en La Moncloa -sobre todo el catalán- contaminen las expectativas de Díaz.
Según las fuentes consultadas por este diario, será la próxima semana cuando la presidenta anuncie la disolución del Parlamento andaluz y la fecha de las citas con las urnas. Los socialistas manejan el 2 o el 16 de diciembre. Pretenden además alejar lo más posible la investidura de las elecciones municipales de mayo y los posibles pactos postelectorales.
Cabe recordar que en las anteriores elecciones de 2015, Susana Díaz tardó 81 días en ser investida hasta que el PSOE-A logró alcanzar su acuerdo con Ciudadanos.
Y en este clima, se han vuelto a enrarecer las relaciones entre la cúpula del PSOE-A y Ferraz, más aún tras el anuncio de la incorporación al sanedrín electoral del PSOE para las municipales, autonómicas y europeas del gurú de Sánchez, Iván Redondo.
Simpatizantes del PP en la calle Génova, Madrid. J.P. GANDUL (EFE)
Los resultados electorales de este domingo han repetido el reparto de escaños en 35 provincias y lo ha modificado en 17. De las circunscripciones que han cambiado el color político de los diputados en comparación con el 20-D, las más significativas han sido Sevilla, Bizkaia, Badajoz y Toledo. En estas cuatro, el partido con mayor representación varió con respecto al de los comicios de diciembre. De estos vaivenes, el Partido Popular fue el más beneficiado, al lograr 14 actas más; a diferencia de Ciudadanos, que perdió ocho, y el PSOE, con cinco menos.
En el Partido Popular eran conscientes de que hasta casi una veintena de escaños dependerían de pocas papeletas. Con esta intención, en la recta final de la campaña apeló al voto útil para, así, intentar evitar que sus votantes prefirieran a Ciudadanos en vez de al PP. La estrategia fue un éxito. De las 17 provincias en las que hubo un cambio en el reparto de escaños en comparación con las elecciones del 20 de diciembre, 14 fueron a parar a manos populares.
Los resultados de las elecciones del 20-D demostraron al Partido Popular que estaba cerca de conseguir muchos escaños si conseguía reconquistar a los votantes que prefirieron a Ciudadanos. En esa lucha de restos, en la que entre 1.000 y 2.000 papeletas pueden cambiar el color de un parlamentario, el PP ganó a todos sus adversarios. La estrategia de apelar al “voto útil” en el final de campaña le permitió obtener hasta 14 diputados y ver cómo Ciudadanos perdía ocho.
La otra intención de esta estrategia, aparte de aglutinar el voto del centro-derecha, era contener el posible aumento de la coalición de Unidos Podemos que casi todas las encuestas vaticinaban. Podemos estuvo muy cerca el 20 de diciembre de arañarle al PP en torno a una decena de actas por muy pocos votos. Y esto también salió como esperaban los populares. El partido de Pablo Iglesias repitió el resultado de las pasadas elecciones con 71 escaños y solo arrebató tres parlamentarios a los populares.
pulsa en la fotoGráfico con la variación total de escaños por provincia. EL PAÍS
Sevilla y Toledo
El baile de diputados fue significativo en Sevilla, Bizkaia, Badajoz y Toledo. En estas circunscripciones, el partido con mayor representación varió con respecto al de los comicios del 20-D.
Unidos Podemos, pese a que no consiguió el famoso sorpasso sobre el PSOE, que perdió cinco escaños, sí lo logró con el PNV en Bizkaia. La formación liderada por Iglesias arrebató la hegemonía al nacionalismo vasco. Si el 20 de diciembre el PNV obtuvo tres escaños y Podemos dos, en las elecciones de este domingo fue justo al contrario.
En las otras tres circunscripciones donde cambió el partido con más escaños, la batalla fue entre el Partido Popular y el PSOE. El PP arrebató el liderazgo a los socialistas en dos de sus feudos: Sevilla y Badajoz. En el caso de la provincia andaluza, los populares consiguieron empatar a cuatro diputados con los socialistas —cuando el 20-D tenía tres y el PSOE cinco—. En el caso de Badajoz, las tornas también cambiaron. El partido liderado por Mariano Rajoy logró los tres diputados que sacó la formación de Pedro Sánchez en diciembre, que tiene que conformarse con los dos que obtuvo el PP el 20-D.
Toledo se convirtió también en una provincia donde los electores prefirieron dar su confianza a una formación distinta. Si en diciembre el PP y el PSOE empataron a dos escaños, este 26-J los populares obtuvieron un parlamentario más en detrimento de Ciudadanos, que se quedó sin representación.
En las otras 13 provincias que sufrieron una variación de escaños, el principal beneficiado fue casi siempre el mismo partido: el PP. Donde más consiguió aumentar su representación para llegar a los 137 diputados que finalmente cosechó fue en Madrid, tradicional granero de votos de los populares. En esta comunidad ganó dos, al pasar de 13 a 15 —le arrebató uno a Ciudadanos y otro a Izquierda Unida, que se presentó en coalición con Podemos—. En esta región, el otro baile de actas favoreció al PSOE, que pasó de seis a siete parlamentarios al arañar el otro que obtuvo IU en diciembre.
El único baile de escaños que afecta directamente al llamado sorpasso es en Jaén. En esta provincia, la coalición de Unidos Podemos le arrebata un diputado al PSOE. De hecho, merced a este cambio, Diego Cañamero, que acusó en plena campaña a los socialistas de "haberse liado a puñetazos con la gente", consigue el acta para el Congreso.
EL 'SORPASSO' DE PODEMOS ERA AL PNV
El anhelo de Podemos ante las elecciones del 26-J era adelantar al PSOE como referencia de la izquierda, el llamado sorpasso. Con los socialistas no pudieron, pero con el PNV en el País Vasco sí. Con el escaño que la coalición de Unidos Podemos arrebató a los nacionalistas en Bizkaia, la formación liderada por Pablo Iglesias arrebató la hegemonía al PNV en esta Comunidad —en los comicios de diciembre empataron a seis diputados—.
En la batalla electoral que planteó contra el PSOE, la coalición de izquierdas solo obtuvo cierto rédito en Andalucía, gran bastión de votos para el socialismo. Tanto en Jaén como en Sevilla consiguió sumar un escaño más en detrimento del partido liderado por Pedro Sánchez. Sin embargo, en Almería observó cómo el acta que consiguió el 20-D desaparecía en favor del Partido Popular.
El aumento de 14 escaños del PP contrastó con el declive de Ciudadanos. La formación de Albert Rivera trasvasó casi todos los diputados que perdió, un total de ocho, al partido presidido por Mariano Rajoy. Esta fluctuación de actas propició que Ciudadanos haya perdido toda la representación en Castilla La-Mancha (Albacete, Guadalajara y Toledo) y solo retuviera la de Valladolid en Castilla y León, donde también tenía una tanto por León como por Salamanca.
La víspera de unas elecciones es, por imperativo legal, un día de reflexión. Resulta divertida esta pretensión de imponer pautas de ponderación a los ciudadanos, que son libres hasta para negarse a pensar y dejarse llevar por filias y fobias. Pero, sin caer en la tentación de darle vueltas al alcance de la convocatoria que mañana se consuma, así como sin intención de comparar las distintas opciones que concurren a ella, puede resultar útil meditar por un momento sobre el ambiente en el que se van a celebrar los comicios. Es este un ambiente por lo general triste y derrotista, negativo y quejumbroso, que pone de relieve la existencia de una sociedad preocupada e insatisfecha, quejosa del pasado y recelosa del futuro. Esta percepción negativa de la realidad no se limita a España y Catalunya, sino que se extiende y alcanza a Europa, a Occidente y al mundo en general.
Un mundo globalizado en el que Occidente –agotado el ciclo de quinientos años en que ha ejercido su hegemonía sobre gran parte del orbe, al que explotaba colonialmente– se ha visto privado progresivamente de su antigua y sostenida primacía militar y económica, conservando sólo ventaja en el campo de la investigación –concentrada en Estados Unidos–, lo que le otorga aún una notoria superioridad tecnológica, que, no obstante, no le basta para compensar la pérdida de poder experimentada en otros campos. Ahora bien, más allá de esta valoración occidental, lo grave es que este mundo globalizado no ha acertado aún a implantar un orden jurídico, siquiera sea embrionario, que se exprese en normas y se encarne en instituciones. Lo que provoca situaciones tan lacerantes como los fuertes movimientos migratorios en curso.
Una Europa que hace tiempo ha perdido el rumbo y está inmersa en una situación en la que la ausencia de instituciones con auténtica capacidad política decisoria le impide adoptar políticas unitarias, en aquellos campos que son imprescindibles para el logro de una progresiva convergencia económica y política. Este déficit institucional hace que el poder lo detente, bajo la tutela de la potencia continental hegemónica, una burocracia carente de legitimación democrática de origen y de ejercicio. No extraña que, en este marco, la forma como se ha encauzado el tratamiento de la última y grave crisis económica sea objeto de fuertes críticas por sus efectos colaterales.
Una España en la que un gobierno silente se ha centrado en aplicar con rigor buena parte de las medidas de ajuste impuestas por Europa, si bien es cierto que evitando la intervención formal de su economía; un gobierno que, con el sonsonete de que huye de ocurrencias e improvisaciones y apelando siempre al sentido común que su presidente cree tener en exclusiva, ha eludido sistemáticamente afrontar el tema de la estructura territorial del Estado (el tradicionalmente denominado problema catalán, que es, en el fondo, el problema español del reparto del poder); un gobierno que ha judicializado la política hasta poner en juego el normal funcionamiento de las instituciones; un gobierno superado por el paro; un gobierno incapaz de reaccionar debidamente contra la corrupción y la desigualdad; un gobierno, en fin, cuya nota en política internacional no puede otorgársele, dado que su condición es la de “no presentado”.
Una Catalunya en la que, más allá de la plena legitimidad de todos los posicionamientos y reivindicaciones (incluida la independencia pura y dura), la impericia política de muchos de sus dirigentes ha causado estragos. Estos dirigentes han propiciado que el ejercicio de una parte del poder político se haya desplazado a la calle; han perdido el sentido de la realidad con un verbalismo desnortado, plasmado luego en hojas de ruta inviables; han ido radicalizando su posición futura como forma de eludir la adopción inmediata de decisiones arriesgadas; han sobrevalorado sus fuerzas, sus recursos y sus apoyos; y han despreciado en demasía al adversario, demonizándolo y convirtiéndolo en un enemigo que batir.
Así las cosas, se puede pensar que lo mejor sería tirar la toalla y no votar. Pero no es así. Sin negar que el estado de cosas existente pueda parecerse al que se acaba de describir, se ha de tener muy en cuenta que la situación actual no es peor, ni de lejos, que la existente hace cincuenta o cien años. Al contrario, es mucho mejor en todos los ámbitos y aspectos, siquiera sea por el crecimiento y mejora vegetativos de las sociedades. Pero, además, existe en nuestro caso una poderosa razón que nos ha de impulsar a votar, porque –a diferencia, por ejemplo, de lo que pasaba en los años treinta del pasado siglo– las instituciones democráticas funcionan y, consecuentemente, podemos incidir con nuestro voto en el futuro que nos espera. Lo tendremos claro si pensamos que la esencia de la democracia no radica tanto en elegir al que ha de mandar para que aplique su programa como en, sencillamente, echar al que manda y al partido que lo respalda porque ya no confiamos en ellos. Recordémoslo, democracia es poder echar al que manda.
En unas elecciones, proceso en el que se puede ejercer el derecho fundamental de sufragio protegido por la Constitución, existen varias premisas ineludibles: el voto deber ser universal, libre, igual, directo y secreto. Sin embargo, la singularidad del sistema electoral español, que es el que se encarga, entre otras cosas, de establecer los procedimientos y criterios que deben regir antes, durante y después de las elecciones, produce algunos desequilibrios. Por ejemplo, se da la paradoja de que la normativa electoral es igualitaria pero no equitativa, es decir, el derecho de voto es igual para todos pero el valor cuantitativo real de cada voto acaba no siendo el mismo, sino que puede variar a lo largo y ancho del territorio nacional. Para conseguir un escaño, dos más dos votos no siempre suman cuatro, sino a veces tres y otras ocho. No es una broma, sino una situación pretendida y, además, con justificación.
Hoy por hoy, quizás más que nunca, urge un debate profundo y riguroso sobre qué podría hacerse para repensar la situación, sobre todo a sabiendas de que casiel 80% de la ciudadanía demanda una reforma del sistema electoral, según datos de Metroscopia recogidos en 2016. Hay algunas propuestas recientes interesantes, como la de Alberto Penadés y José Manuel Pavía en La reforma electoral perfecta (2016). No obstante, la mayoría de la población parece tenerlo claro: debe haber mayor proporcionalidad entre votos y escaños, incluso aunque esto haga más difícil la formación de Gobierno.
La premisa teórica “una persona, un voto” en realidad se cumple, por lo que, a priori, un escaño debería costar lo mismo en cualquier parte de España. Sin embargo, conseguir los mismos votos no garantiza obtener los mismos escaños. De acuerdo a los resultados del 20-D y teniendo en cuenta la participación electoral, el precio justode un escaño debió ser exactamente 72.367 votos —resultado del cociente entre el número total de votos emitidos (25,3 millones) y el número total de escaños a repartir (350)—. Pero fueron apenas una decena de provincias las que los repartieron de manera equitativa, entre las que destaca Cádiz, donde los nueve representantes costaron a los partidos 72.246 votos cada uno. En el resto de circunscripciones, el precio fue mayor o menor, hasta el extremo de Madrid y Soria: un escaño madrileño costó 100.748 votos y uno soriano 25.986.
¿Puede entonces justificarse que los votos de Soria valgan casi cuatro veces más que los de Madrid para traducirse en escaños, como sucede hoy?
Los “elementos esenciales” del sistema electoral en España nacen con el Decreto-Ley de 1977 —norma que cubrió la etapa electoral de la Transición política—, y se mantuvieron en la Ley Electoral (LOREG) de 1985, aún vigente. La justificación navega sobre la genérica definición de uno de los pilares del sistema: la representación proporcional. Según una sentencia del Tribunal Constitucional en 1985, existe la “voluntad de procurar” que el número de votos que un partido logra en las elecciones se corresponda con el número de escaños en el Parlamento. De ahí que la proporcionalidad se entienda más como “una orientación o criterio tendencial” que como una estricta regla matemática. Quien legisle dispone de flexibilidad para concretar el grado específico de tal proporcionalidad.
La decisión que se tomó a finales de los años 70 y que perdura hasta nuestros días es la de buscar un equilibrio territorial a la representación para “suavizar los efectos de la irregular demografía”. Para no marginar las zonas rurales y permitir que el grueso de la representación no cayera en manos de las grandes zonas urbanas, la Constitución Española optó por adoptar las que probablemente son las tres grandes restricciones a la proporcionalidad: 1) otorgar a la provincia el rango de circunscripción electoral; 2) atribuir indefectiblemente un mínimo inicial de dos escaños a cada provincia —excepto a Ceuta y Melilla—; y 3) limitar la composición del Congreso de los Diputados a un intervalo de 300-400 representantes. Reforzando el peso de Huesca y Guadalajara y disminuyendo el de Madrid y Barcelona, por ejemplo, se conseguía equilibrar la desproporción demográfica en España en términos de representación.
Con lo cual, el sistema electoral es igualitario porque otorga los mismos derechos electorales y, además, redistribuye los pesos de los votos casi como el impuesto sobre la renta, al dotar proporcional y progresivamente de más peso a las provincias que menos tienen. Pero no es equitativo pues, obviamente, ganar un escaño en una circunscripción pequeña es más barato en términos de votos que en una circunscripción grande.
Los efectos directos de esta dualidad son bien conocidos: la disminución de la fragmentación política de la Cámara y la preeminencia de las dos listas políticas más votadas. Según el Tribunal Constitucional, con el vigente criterio de proporcionalidad se buscaba garantizar el valor supremo del pluralismo de la sociedad española, evitar la atomización de partidos en el Congreso y, a la vez, mediante “ventajas relativas” a los dos grandes partidos, la organización y actuación efectiva de los poderes públicos, o sea, la estabilidad política. Y se consiguió, pero a costa de consolidar la ya aludida paradoja de dar más a los que más tienen: los dos partidos más votados son los más beneficiados en términos de escaños gracias a que se sobredimensionan las provincias pequeñas en detrimento de las grandes. Es cierto que esta prima que obtienen del sistema no es tan opulenta como en otros países —en Grecia, el sistema electoral concede 50 diputados al que queda primero en las elecciones—. Pero en España parece cada vez más complicado legitimar este tipo de regalos, cuando el sistema de partidos ha cambiado y no son ya dos sino cuatro las candidaturas que, con un alto grado de competitividad, se reparten el 85% de los votos —y ninguno de ellos con más del 30% ni con menos del 10% de los mismos—.
En última instancia, debe insistirse en que no es el método D’hondt el responsable de la desproporcionalidad, sino su aplicación a la asimétrica distribución de los escaños entre las 52 circunscripciones electorales españolas. Puede ser aceptable e incluso conveniente cierto grado de elasticidad para establecer el criterio de proporcionalidad pero, eso sí, con la condición de que se potencie una mejor conjugación de la igualdad y la equidad.
Francisco Camas García es analista de Metroscopia.
Sánchez empata en escaños con Iglesias pero continúa dos puntos por detrás
PP y Ciudadanos retroceden y dejan a la izquierda a dos diputados de la mayoría absoluta
JOSE RICO / BARCELONA (Publicado en El Periódico, aquí)
El 'sorpasso' en la izquierda se tambalea al comienzo de la segunda y definitiva semana de campaña electoral. El PSOE ha recortado durante la primera semana parte de la ventaja que le sacaba Unidos Podemos y ahora mismo ambas fuerzas están empatadas en escaños, aunque Pablo Iglesias sigue dos puntos por delante dePedro Sánchez en voto estimado. La última entrega de la encuesta diaria del GESOP para EL PERIÓDICO refleja también un freno de la tendencia al alza que mostraban el PP y Ciudadanos, lo que dejaría al bloque de izquierdas con la posibilidad de llegar hasta los 174 diputados, a apenas dos de la mayoría absoluta. La derecha podría sumar como mucho 160.
Esta séptima y última encuesta está elaborada a partir de 900 entrevistas efectuadas entre el viernes 17 y el domingo 19 (a razón de 300 cada día), justo en el ecuador de una campaña en la que, de momento, los candidatos mantienen enrocadas sus posiciones en cuanto a pactos poselectorales. En este contexto, el PP ve mermada su progresión y cede medio punto y dos diputados respecto del sondeo publicado este domingo. Mariano Rajoy se sitúa en el 28,3% de los votos y 114-118 escaños. Su aliado más natural,Albert Rivera, también pierde fuelle tras una semana de estancamiento y se deja otro medio punto y otros dos parlamentarios, hasta colocarse en el 14,9% y 38-42 representantes.
La pugna entre Unidos Podemos y el PSOE por el medalla de plata(y por la hegemonía de la izquierda) está más reñida que nunca. La coalición de Iglesias gana tres décimas en estimación de voto (24%), pero no consigue arañar ningún diputado más a los 83-87 que ya le pronosticaba la encuesta del domingo. En cambio, los socialistas se anotan tres décimas más (21,9%) y dos nuevos escaños, hasta situarse en la misma horquilla que su más acérrimo competidor (83-87). En una semana, Sánchez ha recortado 1,2 puntos la ventaja que le sacaba Iglesias en voto estimado y le 'robaría' al 4,3% de los votantes de Podemos el 20-D. Un día más, Unidos Podemos paga la indefinición del electorado de IU, reticente a confiar en la nueva alianza. Tres de cada 10 votantes de IU en diciembre siguen dubitativos.
MÁS INDECISOS, MENOS PARTICIPACIÓN
Este último sondeo 'tracking' del GESOP muestra un importante repunte del porcentaje de indecisos, del 19,7% al 21,2%, después de unos días a la baja. También se resienten las expectativas de participación. A seis días del 26-J, la encuesta estima que la movilización se situará entre el 70% y el 72%, un punto por debajo de la encuesta del domingo y rozando el 73,2% que se alcanzó en las últimas elecciones generales. Cabe reseñar que esta estimación no tiene en cuenta el voto expatriado, que hizo bajar la participación en los últimos comicios al 69,7%.
Ficha técnica
-Empresa responsable: GESOP.
-900 entrevistas telefónicas efectuadas del 17 al 19 de junio.
-Universo: población residente en España con derecho a voto.
-Muestra estratificada por comunidad autónoma y dimensión de municipio con selección aleatoria de hogares y con cuotas cruzadas de sexo y edad.
-Error de la muestra: +/- 3,3% para un nivel de confianza del 95% y p=q=0,5.
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