La mitad de la población española se quedó en casa este pasado domingo y no acudió a votar a las elecciones europeas. Algo no va bien en nuestra sociedad cuando la ciudadanía da la espalda al derecho democrático de elegir a sus representantes. Cada vez la brecha entre el mundo de la política y la realidad del día a día de los votantes se hace mayor y esta desconexión se traduce también en huidas hacia delante de muchos electores que optan por opciones rupturistas con lo que consideran el sistema. En estas elecciones hemos asistido a la aparición de fenómenos tan sorprendentes como el de Alvise Pérez en España o un youtuber de 23 años en Chipre, que alcanzó la tercera posición después de presentarse a las elecciones habiendo anunciado que no había votado en su vida.
Con todo, el resultado global de las elecciones europeas ha supuesto un mantenimiento del status quo: la ultraderecha ha crecido, pero no tanto como para cambiar el equilibrio de fuerzas. La futura gobernanza europea seguirá pivotando en torno a los pactos que puedan alcanzar las familias democristiana, socialista y liberal. Pero sería un error que este resultado no provoque una profunda reflexión de las élites sobre cómo recuperar a tantos ciudadanos descreídos que o se quedan en casa o se entregan a propuestas desconocidas como voto de protesta. Los partidos tradicionales insisten en hacer cordones sanitarios a la ultraderecha y no estaría de más que pensaran que igual sería más práctico abordar el fondo del problema que ocasiona este malestar. Hacer políticas de vivienda para los jóvenes que se inician en la vida profesional o mejorar la situación de esa clase media devastada por la crisis económica del 2008. Mientras no se resuelvan muchas de esas carencias, los Alvises de turno seguirán teniendo una base para poder captar electores. Otra reflexión sobre este resultado electoral es la que aporta el exprimer ministro italiano Enrico Letta en una entrevista a nuestro diario: “Hay tensión, hay miedo y hay una demanda de protección” por parte de la población europea.
Los resultados europeos han provocado un cataclismo en Francia donde el presidente Emmanuel Macron se ha visto obligado a convocar elecciones a la Asamblea Legislativa que pueden dar a la formación de Marine Le Pen el gobierno francés. La derecha se ha roto tras la decisión del líder de Los Republicanos, Éric Ciotti, de proponer una alianza con la ultraderecha, lo que le ha acabado costando la expulsión de su partido. Si este año se caracterizaba por ser un año marcado por elecciones decisivas en todos los continentes, solo faltaban estas en Francia que pueden suponer un cambio histórico.
En cambio, en España, la voluntad del Gobierno de Pedro Sánchez es mantenerse como sea en el poder y no avanzar las elecciones pese a su fragilidad parlamentaria. Los comicios fueron ganados, otra vez, por el PP, pero la distancia de escaños fue exigua y lograr más del 30% del porcentaje es un éxito viendo cómo se han comportado el resto de las formaciones socialistas en Europa y también aquellas que detentan el Gobierno. Giorgia Meloni, por ejemplo, ha obtenido un porcentaje más bajo que Sánchez.
Durante la tarde del domingo se respiraba en la Moncloa un ambiente de optimismo. Incluso se llegó a pensar en que se podían ganar las elecciones, lo que hubiera supuesto un gran revés a Alberto Núñez Feijóo. Ese sabor agridulce se complicó aún más al día siguiente cuando la líder de Sumar, Yolanda Díaz, anunciaba su intención de dejar la dirección política de la coalición, y cuando se producía la elección de la Mesa del Parlament de Catalunya en la que los socialistas se quedaban sin el control pese a su victoria electoral. Contratiempos para Sánchez, algo a lo que ya está acostumbrado y que no parece que le vayan a hacer cambiar de estrategia: resistir como sea hasta el final de la legislatura.
La primera sesión de control del Gobierno en el Congreso tras las elecciones evidenció la ruptura total entre Sánchez y Feijóo y aventura una confrontación abierta que marcará los próximos meses. A Feijóo se le han acabado las convocatorias electorales, salvo si en Catalunya Salvador Illa no logra acuerdos para su investidura, y a partir de ahora sus esperanzas de que haya un avance electoral dependerán únicamente de la incapacidad de Sánchez de ponerse de acuerdo con sus socios. Las diferencias en el bloque a su izquierda, entre Sumar y Podemos, y la actitud beligerante de Junts y ERC si quedan fuera del Govern de la Generalitat, no predicen una travesía plácida para el Gobierno de coalición. Pero si hay alguien que da muestras de resiliencia y de capacidad de resistencia es Sánchez. No será fácil su tránsito en esta legislatura, pero tampoco será fácil derribarlo. Aquí se lo iremos explicando.
Esta semana hemos podido cerrar una bonita historia que abrimos hace unos días cuando denunciamos en La Vanguardia la injusticia que se cometía con una familia que había aceptado acoger por la vía de urgencia a un bebé durante seis meses, acogida que por un error burocrático se alargó durante tres años. Entonces la Generalitat decidió retirarle la adopción para dársela a otra familia. La pareja adoptiva expuso su caso a nuestro diario mediante la sección de Cartas al Director, explicando que se habían encariñado con el pequeño y pedían que siguiera viviendo con ellos de forma definitiva. Al relatar el caso, la Generalitat reaccionó con diligencia y ha aceptado finalmente que el niño se quede con ellos. Final feliz.
Y también vale la pena recordar otra noticia muy positiva generada por esa vía de comunicación tan necesaria para nosotros como es la sección de Cartas al Director. En este caso fue una suscriptora del diario, una mujer de 91 años, que explicó que una desconocida le ayudó a atarse los zapatos en plena calle cuando iba cargada con bolsas y no podía hacerlo. La mujer iba en moto, la dejó aparcada, le ató los zapatos y se marchó. La suscriptora, Núria Cavestany, se quedó tan sorprendida de la acción que la explicó en una carta a La Vanguardia. El inquieto Jordi Basté leyó la carta en el Món a Rac1 y habló con ella en directo; la mujer mostró su voluntad de conocer a la amable desconocida. Nos pusimos a buscarla y pocos días después, gracias a las gestiones de la sección de Vivir, logramos encontrarla y reunirlas.
Son dos historias cotidianas que seguramente no merecen los grandes titulares pero que nos hacen sentirnos útiles y unidos con nuestra comunidad de lectores. Para eso estamos, para intentar explicarles cada día todo lo que sucede en este convulso mundo.
La mitad de la población española se quedó en casa este pasado domingo y no acudió a votar a las elecciones europeas. Algo no va bien en nuestra sociedad cuando la ciudadanía da la espalda al derecho democrático de elegir a sus representantes. Cada vez la brecha entre el mundo de la política y la realidad del día a día de los votantes se hace mayor y esta desconexión se traduce también en huidas hacia delante de muchos electores que optan por opciones rupturistas con lo que consideran el sistema. En estas elecciones hemos asistido a la aparición de fenómenos tan sorprendentes como el de Alvise Pérez en España o un youtuber de 23 años en Chipre, que alcanzó la tercera posición después de presentarse a las elecciones habiendo anunciado que no había votado en su vida.
Con todo, el resultado global de las elecciones europeas ha supuesto un mantenimiento del status quo: la ultraderecha ha crecido, pero no tanto como para cambiar el equilibrio de fuerzas. La futura gobernanza europea seguirá pivotando en torno a los pactos que puedan alcanzar las familias democristiana, socialista y liberal. Pero sería un error que este resultado no provoque una profunda reflexión de las élites sobre cómo recuperar a tantos ciudadanos descreídos que o se quedan en casa o se entregan a propuestas desconocidas como voto de protesta. Los partidos tradicionales insisten en hacer cordones sanitarios a la ultraderecha y no estaría de más que pensaran que igual sería más práctico abordar el fondo del problema que ocasiona este malestar. Hacer políticas de vivienda para los jóvenes que se inician en la vida profesional o mejorar la situación de esa clase media devastada por la crisis económica del 2008. Mientras no se resuelvan muchas de esas carencias, los Alvises de turno seguirán teniendo una base para poder captar electores. Otra reflexión sobre este resultado electoral es la que aporta el exprimer ministro italiano Enrico Letta en una entrevista a nuestro diario: “Hay tensión, hay miedo y hay una demanda de protección” por parte de la población europea.
Los resultados europeos han provocado un cataclismo en Francia donde el presidente Emmanuel Macron se ha visto obligado a convocar elecciones a la Asamblea Legislativa que pueden dar a la formación de Marine Le Pen el gobierno francés. La derecha se ha roto tras la decisión del líder de Los Republicanos, Éric Ciotti, de proponer una alianza con la ultraderecha, lo que le ha acabado costando la expulsión de su partido. Si este año se caracterizaba por ser un año marcado por elecciones decisivas en todos los continentes, solo faltaban estas en Francia que pueden suponer un cambio histórico.
En cambio, en España, la voluntad del Gobierno de Pedro Sánchez es mantenerse como sea en el poder y no avanzar las elecciones pese a su fragilidad parlamentaria. Los comicios fueron ganados, otra vez, por el PP, pero la distancia de escaños fue exigua y lograr más del 30% del porcentaje es un éxito viendo cómo se han comportado el resto de las formaciones socialistas en Europa y también aquellas que detentan el Gobierno. Giorgia Meloni, por ejemplo, ha obtenido un porcentaje más bajo que Sánchez.
Durante la tarde del domingo se respiraba en la Moncloa un ambiente de optimismo. Incluso se llegó a pensar en que se podían ganar las elecciones, lo que hubiera supuesto un gran revés a Alberto Núñez Feijóo. Ese sabor agridulce se complicó aún más al día siguiente cuando la líder de Sumar, Yolanda Díaz, anunciaba su intención de dejar la dirección política de la coalición, y cuando se producía la elección de la Mesa del Parlament de Catalunya en la que los socialistas se quedaban sin el control pese a su victoria electoral. Contratiempos para Sánchez, algo a lo que ya está acostumbrado y que no parece que le vayan a hacer cambiar de estrategia: resistir como sea hasta el final de la legislatura.
La primera sesión de control del Gobierno en el Congreso tras las elecciones evidenció la ruptura total entre Sánchez y Feijóo y aventura una confrontación abierta que marcará los próximos meses. A Feijóo se le han acabado las convocatorias electorales, salvo si en Catalunya Salvador Illa no logra acuerdos para su investidura, y a partir de ahora sus esperanzas de que haya un avance electoral dependerán únicamente de la incapacidad de Sánchez de ponerse de acuerdo con sus socios. Las diferencias en el bloque a su izquierda, entre Sumar y Podemos, y la actitud beligerante de Junts y ERC si quedan fuera del Govern de la Generalitat, no predicen una travesía plácida para el Gobierno de coalición. Pero si hay alguien que da muestras de resiliencia y de capacidad de resistencia es Sánchez. No será fácil su tránsito en esta legislatura, pero tampoco será fácil derribarlo. Aquí se lo iremos explicando.
Esta semana hemos podido cerrar una bonita historia que abrimos hace unos días cuando denunciamos en La Vanguardia la injusticia que se cometía con una familia que había aceptado acoger por la vía de urgencia a un bebé durante seis meses, acogida que por un error burocrático se alargó durante tres años. Entonces la Generalitat decidió retirarle la adopción para dársela a otra familia. La pareja adoptiva expuso su caso a nuestro diario mediante la sección de Cartas al Director, explicando que se habían encariñado con el pequeño y pedían que siguiera viviendo con ellos de forma definitiva. Al relatar el caso, la Generalitat reaccionó con diligencia y ha aceptado finalmente que el niño se quede con ellos. Final feliz.
Y también vale la pena recordar otra noticia muy positiva generada por esa vía de comunicación tan necesaria para nosotros como es la sección de Cartas al Director. En este caso fue una suscriptora del diario, una mujer de 91 años, que explicó que una desconocida le ayudó a atarse los zapatos en plena calle cuando iba cargada con bolsas y no podía hacerlo. La mujer iba en moto, la dejó aparcada, le ató los zapatos y se marchó. La suscriptora, Núria Cavestany, se quedó tan sorprendida de la acción que la explicó en una carta a La Vanguardia. El inquieto Jordi Basté leyó la carta en el Món a Rac1 y habló con ella en directo; la mujer mostró su voluntad de conocer a la amable desconocida. Nos pusimos a buscarla y pocos días después, gracias a las gestiones de la sección de Vivir, logramos encontrarla y reunirlas.
Son dos historias cotidianas que seguramente no merecen los grandes titulares pero que nos hacen sentirnos útiles y unidos con nuestra comunidad de lectores. Para eso estamos, para intentar explicarles cada día todo lo que sucede en este convulso mundo.
En vísperas de la jornada de reflexión cualquier analista político avezado no puede dejar de tener la sensación de haber asistido a un déjà vu, la expresión francesa que se utiliza para definir un tipo de paramnesia del reconocimiento de alguna experiencia que se siente como si se hubiera vivido previamente. Porque quiénes llevamos años siguiendo los avatares de la política sabemos que en toda campaña electoral existen dos tipos de partidos, los que ofrecen programas, proyectos y medidas y lo que como no las tienen o quieren ocultarlas por perjudiciales se dedican a torpedear y tergiversar con interpretaciones torticeras las propuestas del contrario. Y esta campaña de las europeas del 9-J ha sido todo un paradigma de este proceder.
Así, desde el Partido Popular, aunque tarde y mal publicitado, nos presentaban un programa europeo para impulsar la creación de un delito de traición para quien atente contra la integridad territorial de cualquier estado miembro, reformar la euroorden para que en el futuro la entrega de presuntos delincuentes sea automática, investigar la injerencia rusa en Cataluña, regular la inmigración, exigir a los inmigrantes adhesión y respeto a los valores europeos, aprobar un reglamento europeo para despolitizar los Centros de Investigaciones Sociológicas (CIS) para evitar su "tezanización" y garantizar la independencia de los medios de comunicación públicos, además de promover rebajas fiscales y defensa de las libertades. Frente a ello, desde el sanchismo gobernante se dedicaban a hablar del fango y del "lobo" de la ultraderecha, con la inestimable colaboración de Vox.
Y efectivamente, fango hay. Porque, con independencia del recorrido judicial que puedan tener, fango es que la esposa del presidente del gobierno esté investigada por presuntos delitos de tráfico de influencias y corrupción en los negocios y que se dedique a enviar cartas de recomendación a empresas que después resultaban adjudicatarias de concursos con dinero público. Fango es que el hermano de ese mismo presidente esté señalado por "elusión fiscal", al trabajar en España y tener su residencia en Portugal, además de haber sido contratado por la Diputación de Badajoz saltándose, al parecer, los trámites de información al pleno y sin consultar con las organizaciones sociales. Y Fango es también el "caso Koldo", "caso Ábalos" o "caso PSOE" investigado por la Justicia por una presunta "organización criminal "formada para lucrarse con contratos públicos de compra de mascarillas". Y fango es el Tito Berni, del que ya parece nos hemos olvidado ante el aluvión de informaciones sobre presuntas corrupciones
Denuncias, investigaciones y asuntos en los Tribunales frente a las que Pedro Sánchez en lugar de dar explicaciones, como hacen los gobernantes democráticos, responde escondiéndose detrás de sus ministros -convertidos en la voz de su amo y sin criterio- y enviando cartas cargadas de infundios, medias verdades y plena de ataques contra los jueces, la oposición y los medios de comunicación independientes para convertir las elecciones en un plebiscito sobre su persona al más puro estilo populista y a imitación del peronismo y Donald Trump.
Y como colofón de la campaña asistimos a la exhibición pública de Begoña Gómez, utilizada por su esposo enamorado como reclamo electoral en Benalmádena excitando las tripas de la secta en lo que puede ser, si las urnas no lo impiden, los prolegómenos de lo que denominan la nueva regeneración democrática. Y que vista la aprobación de la amnistía consiste en cambiar la practica democrática de expulsar de la política a los delincuentes, los corruptos y a los investigados por presuntas corrupciones para convertirlos en héroes mientras se persigue a los jueces y se desmorona el Estado de Derecho.
PD. Y hablando de tierras andaluzas, ahí tenemos a los chicos de Vox pactando con el PSOE para bloquear los presupuestos del Ayuntamiento de Sevilla. Por si alguien, todavía, tenía dudas de la pinza y a quien sirven los votos de Abascal.
Artículo publicado en El Debate, el 31 de marzo de 2023 (ver aquí)
Los populares, con Feijóo a la cabeza, insisten cada vez más en que Sánchez no sobrevivirá al nuevo ciclo electoral, sobre todo si Junts acaba en la oposición en Cataluña. ¿Demasiadas expectativas?
Hoy es Domingo de Resurrección, pero en esta legislatura el reloj de Pedro Sánchez parece haberse detenido en el Viernes Santo. El presidente del Gobierno, que en el pecado de la investidura lleva la penitencia, vive un vía crucis continuo. Y las elecciones catalanas del 12 de mayo amenazan con agravarlo.
La prórroga de los Presupuestos Generales de 2023 y la complicada aritmética parlamentaria que se adivina tras el resultado de esos comicios –a juzgar por los sondeos– es dinamita para la UTE (unión temporal de empresas/partidos) de Pedro Sánchez. Por eso, en vísperas del arranque del nuevo ciclo electoral, la oposición vuelve a hacer sonar las trompetas de un adelanto de las elecciones generales al que los más atrevidos incluso ponen fecha: noviembre. Como en noviembre fue la repetición electoral de 2019. Porque, en este país, poco se recuerda que llevamos tres elecciones generales en los últimos cinco años. Y cinco desde noviembre de 2015.
En los últimos días, el PP ha empezado a alimentar la idea de que esta legislatura ha iniciado una cuenta atrás sin retorno y que Carles Puigdemont apretará el botón nuclear más pronto que tarde. El pasado miércoles, durante su intervención en la Junta Directiva Nacional del PP de Cataluña, Alberto Núñez Feijóo insistió en ello en dos ocasiones.
«Hay que estar preparados ante la eventualidad de otras posibles elecciones (en alusión a las generales) si los independentistas, como parece indicar, van a seguir mandando en el Congreso de los Diputados», aconsejó a los suyos. Y poco después añadió: «(Los socialistas) saben que, después del 13 de mayo, si el independentismo no manda en Cataluña a Sánchez se le acabó la legislatura».
Días antes, también el portavoz del PP en el Congreso, Miguel Tellado, había señalado que esta legislatura se «desmorona» e instado a Sánchez a convocar elecciones cuanto antes, para «devolver a los ciudadanos el derecho a decidir el futuro de España», sostuvo.
No obstante, la estrategia del PP de agitar el adelanto electoral implica riesgos: genera en los votantes un clima de ansiedad contraproducente. Precisamente, eso es algo de lo que le advirtieron los barones del partido a Feijóo con motivo del encuentro que mantuvieron justo después de la mayoría absoluta del PP en Galicia.
El PP también está creando unas expectativas que pueden no verse cumplidas y trasladar al electorado una sensación de fracaso. De hecho, en ello está Sánchez, que no deja de insistir cada vez que tiene ocasión en que la legislatura durará hasta 2027. «Vamos a gobernar nueve años este país y después los españoles tendrán que decidir con su voto», señaló recientemente en el Congreso del PSOE de Extremadura, el de la sucesión de Guillermo Fernández Vara. Pero ocurre que no todo está en su mano.
El cuento de la lechera
A este último respecto, el Gobierno aprobó el martes su Plan Anual Normativo para 2024, en medio de una enorme contradicción: no ha sido capaz de presentar los Presupuestos Generales de 2024 para no dar a los independentistas la satisfacción de tumbárselos y pretende aprobar en nueve meses, y con tres elecciones de por medio, 43 leyes ordinarias y seis leyes orgánicas. «Vamos a intentarlo», afirman en el Ejecutivo, con más fe que convicción. Volverá el «francomodín», porque el Gobierno aprovechará para desplegar varios preceptos de la Ley de Memoria Democrática que colean desde su entrada en vigor, en octubre de 2022. Entre ellos, la regulación del Valle de los Caídos, ahora «Valle de Cuelgamuros», y el cambio normativo para disolver la Fundación Francisco Franco.
El PNV es pan comido si el PSE hace lendakari a Imanol Pradales (lo hará, otra cosa es que les llegue con sus votos o que el PP sea decisivo). A Bildu Sánchez lo tiene seguro porque la izquierda abertzale no puede siquiera amagar con volar por los aires la legislatura y arriesgarse a que gobierne el PP. Y lo mismo le pasa a ERC. Pero Junts es otra cosa.
En cualquier caso, no hay nada que invite a pensar que Sánchez puede romper la baraja antes de conocer el resultado de las elecciones europeas, que se celebrarán el 9 de junio. Ni inmediatamente después tampoco, puesto que el rompecabezas catalán tardará en resolverse. De entrada, solo hay fijas dos fechas: la de las elecciones autonómicas, el 12 de mayo, y la de la constitución del Parlamento de Cataluña, que será el 7 de junio como día límite. Lo que no quiere decir que para entonces haya pacto de gobierno, ni mucho menos.
En su último libro, En tierra firme, Sánchez se recrea en contar cómo tomó la decisión valiente y audaz –a decir de él mismo– de adelantar las elecciones generales el pasado 29 de mayo, tras la severa derrota de los socialistas en las elecciones municipales y autonómicas del día antes. La primera persona a la que se lo contó fue a su mujer, Begoña Gómez. «Aún sonrío recordando la perplejidad con la que reaccionó», rememora.
Artículo publicado en elEconomista.es, el 15 de marzo de 2024 (ver aquí)
El Gobierno de Sánchez posee la misma fragilidad que el caído de Aragonès
Era evidente que el Govern de ERC, sostenido por 33 diputados, después de la salida de Junts de su ejecutivo, podía caer en cualquier momento. Y la misma fragilidad posee el Gobierno de Sánchez, aunque lo disimule. Prueba de ello es la retirada de los Presupuestos Generales del Estado de este año, ya que preveía una posible derrota al carecer de la seguridad de los votos de los partidos catalanes.
El ciudadano, atónito, expectante, asqueado, desilusionado, inquieto, contempla a los políticos insultarse mediante el empleo de un lenguaje barriobajero, utilizando la mentira, el falso testimonio, la prensa subvencionada.
El ciudadano advierte que los políticos, en lugar de administrar la cosa pública de la mejor manera posible, se enzarzan en luchas estériles, dedicando sus energías, su tiempo, a fabricar, a investigar conductas corruptas de sus contrarios -algo que es bueno en sí- olvidándose de sus obligaciones frente a los ciudadanos, sus administrados.
También el panorama político catalán es desalentador. Desde la salida de Junts del Govern, el president y su gobierno han evidenciado su incapacidad de gestión. Ha abandonado sus responsabilidades, bien de un modo consciente, bien por falta de capacidad. La política energética, la del agua, la sanitaria, la educativa, la hacendística, la urbanística, son inexistentes.
Junts, nostálgico, todavía persiste en la continuación de un procés, sin ser consciente que la historia y el ciudadano han pasado página; la izquierda radical vive en la permanente expectativa de "cuanto peor mejor" y destruye cualquier iniciativa, y el PP catalán sabe que sus resultados electorales serán vacuos mientras dependa de las políticas dirigistas de Madrid y su desconocimiento de lo catalán.
El PSC ve diluirse sus posibles éxitos al hallarse arrastrado por el PSOE de Sánchez, que depende de multitud de pequeños partidos que, en cualquier momento, cualquiera de ellos, le puede negar su apoyo, y ante el electorado catalán aparece frágil, inestable y también corrupto.
Por su parte, queda Ciudadanos inane, mientras que la extrema derecha, dividida entre Vox en el ala unionista y la alcaldesa de Ripoll en la independentista, atraen un voto que merma las otras derechas, sin que consiga relevancia.
El "problema catalán" condiciona la política en España desde hace muchos años y los grandes partidos nacionales, el PP y el PSOE, lo han utilizado en función de sus intereses partidistas, sin percatarse que, si no lo abordaban como un problema de Estado, acabaría debilitándolos, como así ha sido.
Ante este panorama, no precisamente halagüeño, el ciudadano advierte, desolado, que una vez más, los políticos de todos los partidos solicitarán su voto para que, sin corregir sus conductas, puedan continuar, como si careciéramos de memoria, al frente de las instituciones para seguir actuando de idéntico modo.
Ante esta nueva convocatoria electoral en Cataluña, me pregunto si, de entre todos los partidos que concurrirán a las elecciones, existe alguno que me inspire lo suficiente para concederle mi voto. Hoy, a la espera de la campaña electoral, en estos momentos y ante este panorama descrito, el único partido que me inspira y atrae, es el del desencanto, y éste es el voto en blanco.
Artículo publicado en vozpopuli, el 8 de mayo de 2023 (ver aquí)
Las elecciones generales de 2023 tendrán más votantes dudosos -aquellos que deciden a quien votar la última semana- que en 2019. En concreto, la cifra aumentará de un 16% a un 23%, según las cifras que arroja el informe 'Unidad Electoral', realizado por el gabinete de incidencia pública BeBartlet. Una tendencia creciente que terminó por dispararse de manera exponencial a partir de 2015, año en el que por primera vez se rompió el bipartidismo. Al haber más partidos elegibles, la ciudadanía comenzó a dudar más, argumentan los creadores de este estudio.
El perfil del votante indeciso, según este informe, es el de una persona de clase media que se sitúa en posiciones centrales a nivel ideológico y que se corresponde con dos grupos de edad: mayores de 65 años y estudiantes universitarios. Ahí es donde los partidos, especialmente PP y PSOE, van a jugarse un buen puñado de votos en unos comicios que prometen estar muy igualados.
Esto implica que las encuestas tienen un menor porcentaje de acierto. Al fin y al cabo, uno de cada cuatro votantes, según este informe, decidirá su voto en la última semana, por lo que la variabilidad de los sondeos puede ser mayor que en otros comicios. En 2015 ya sucedió: un PSOE a la baja consiguió remontar en la última semana y media para mejorar sus previsiones, mientras que Cs, cuya tendencia fue muy buena durante toda la campaña, se hundió en apenas 10 días. Los indecisos hicieron que las encuestas variasen mucho a lo largo de la recta final, alterando el resultado final de los comicios.
"Estamos hablando de porcentajes muy altos de indecisos", cuenta a Vozpópuli Ramón Mateo, autor del informe y director de análisis e impacto regulatorio de BeBartlet. Explica que este fenómeno se puede explicar por dos motivos: la existencia de un número mayor de partidos y el acceso a más información. Esto provoca que "haya más análisis y que la gente se tome más tiempo para decidirse".
La llegada de internet y la proliferación de medios de comunicación ha hecho que "la gente se informe ahora por canales muy distintos" y que se introduzcan "perspectivas más heterogéneas", provocando que los votantes no tengan tan claro qué papeleta escoger hasta el último momento.
Preguntado sobre unas encuestas menos precisas, señala que desde siempre "ha existido la cocina, que sirve para corregir este tipo de sesgos", aunque esta herramienta "también puede fallar" si el número de indecisos es demasiado elevado. Mateo cuenta que en las próximas generales, en las que el tercer partido será clave para que Sánchez o Feijóo se hagan con La Moncloa durante la siguiente legislatura, es difícil obtener una respuesta.
La indecisión hace que los sondeos varíen mucho la última semana y es por ello que los partidos cada vez se toman más en serio la recta final de la campaña. "El partido se juega hasta el último minuto, apurando hasta la jornada de reflexión", relata Ramón Mateo a este diario.
Los votantes de centro, clave
El informe de BeBartlet desvela que en estas elecciones, el votante dudoso de centro, es decir, quien dude entre Sánchez y Feijóo, será fundamental a la hora de conocer el resultado final. "PSOE y PP tienen que atraer al centro, pero sin descuidar los flancos, porque ahí ahora tienen también competencia", señala Ramón Mateo a Vozpópuli. Tal y como indica, ganar el centro siempre ha sido clave, pero en la época 'post-bipartidista' es más complicado, ya que ahora es importante vigilar ambos lados del tablero político.
Un equilibrio complicado. En el caso del PP, compite con Vox por los votos de la derecha, pero no puede debilitarlo demasiado de cara a un posible pacto electoral. De ahí, según Mateo, que se haya escorado ligeramente hacia el centro: intenta pescar votantes en ese espacio sabiendo que Vox va a retener el flanco derecho.
Esto mismo sucede con el PSOE: en los últimos meses ha tratado de marcar distancias con Podemos, especialmente en las leyes más polémicas - 'solo sí es sí, ley de protección animal o ley trans-, aunque estas hayan sido aprobadas en un Consejo de Ministros de mayoría socialista. La aparición de Sumar, un partido que no busca tanto la confrontación como los morados, es el arma que Sánchez pretende utilizar para ganar el centro. "En el PSOE ven con buenos ojos a Sumar porque es mejor visto por el votante", cuenta Ramón Mateo.
Que los indecisos crezcan siete puntos hace que el centro cobre una importancia mayor que en otras ocasiones. Al fin y al cabo, es ahí donde se sitúa la mayoría de este perfil de votante que tomará una decisión sobre qué papeleta depositan en la urna a lo largo de la última semana.
Artículo publicado en La Vanguardia, el 9 de abril de 2023 (ver aquí)
Los electores se toman su tiempo antes de castigar a los partidos políticos por los escándalos que les salpican
El poder corrompe. Incluso aunque no sea absoluto. El vistoso caso Mediador, coprotagonizado por un puñado de políticos de medio pelo, es un buen ejemplo de ello. Y al mismo tiempo, es también una muestra de la amplificación política y mediática que puede adquirir cualquier episodio de corruptelas si va acompañado de imágenes poco edificantes. A partir de ahí, la pregunta se ciñe al impacto electoral que pueden tener este tipo de casos sobre las expectativas de voto del partido afectado: el PSOE.
Ahora bien, la sociedad española ha cambiado seguramente de actitud a la hora de enfrentarse a este tipo de conductas. Hace más de tres décadas, cuando estallaron los principales escándalos que afectaron al Partido Socialista, la sanción electoral tardó en producirse y, además, se vio mediatizada por el contexto de una aguda crisis económica.
La corrupción como problema sigue por debajo de las tasas que se registraban antes o durante la pandemia
Por ejemplo, el caso Juan Guerra (un despacho oficial utilizado por el hermano del vicepresidente para sus negocios) no se tradujo inmediatamente en un visible castigo electoral: el PSOE logró una aplastante mayoría absoluta en las elecciones andaluzas de 1990. Pero cuatro años después, y tras estallar los casos Roldán (cobro de comisiones y robo de fondos reservados desde la dirección de la Guardia Civil) y Filesa (de financiación irregular del PSOE), el socialismo andaluz cedió 11 puntos.
Y en 1995, la combinación de escándalos, crisis económica y desempleo llevó al PSOE a cosechar una derrota de magnitudes inéditas en las elecciones autonómicas y locales. Perdió comunidades como Madrid y Valencia y cedió el poder en decenas de capitales de provincia. Sin embargo, meses después, en las generales de marzo de 1996, los socialistas rozaron el empate con un PP que no acusó los efectos de sus propios escándalos, como el caso Naseiro (de financiación ilegal y verdadero antecedente genético del caso Bárcenas).
El impacto de las corruptelas se ha visto muy condicionado por situaciones paralelas de crisis económica y desempleo
En definitiva, la opinión pública de la época evaluaba la corrupción con cierto escepticismo y se tomaba su tiempo antes de responder con una sanción electoral. Y las elevadas lealtades partidistas también jugaban su papel.
Ciertamente, cuando estallaron esos casos, hasta un tercio de los españoles mencionaban la corrupción como uno de los principales problemas. Sin embargo, esas luces rojas se apagaron súbitamente en la primavera de 1996, tras el relevo en el Gobierno y la definitiva superación de la crisis económica. A partir de ese instante, y aunque menudearon los casos que afectaban al PP (incluido un oscuro episodio de transfuguismo en Madrid que permitió a los populares salvar la presidencia de la comunidad en el 2003), la corrupción desapareció del radar de la opinión pública.
El castigo electoral a las irregularidades solía expresarse más en las locales y autonómicas que en las legislativas
Y aunque las primeras salpicaduras del caso Gürtel datan del 2009, esa sombra no impidió la mayoría absoluta del PP en el 2011, frente a un PSOE desarbolado por la crisis económica y las políticas de ajuste de Rodríguez Zapatero. Es más: pese a la acumulación de evidencias y a la irrupción del otro gran escándalo de esa época (los Eres fraudulentos que afectaban al PSOE andaluz), la corrupción como problema no empezó a despuntar hasta el 2012.
De hecho, el socialismo salvó su continuidad en Andalucía en los comicios de ese mismo año. A su vez, y pese a las cuantiosas pérdidas electorales (de casi cuatro millones de sufragios), el PP quedó primero en las generales de diciembre del 2015 e incluso mejoró su resultado en la repetición electoral del 2016 (recuperó más de 700.000 votos y se encaramó al 33% de los sufragios).
En el pasado, PP y PSOE preservaban el grueso de su electorado pese a la eclosión de graves escándalos
Esos desenlaces coincidían con índices sostenidos de preocupación por la corrupción que alcanzaban o incluso superaban al 50% de los consultados por el CIS. Un auténtico récord. Y aun así, el PP resistía mientras se acumulaban nuevos episodios que afectaban directamente a este partido. En cambio, el electorado de izquierda acabó partido en dos y dejó al PSOE al borde del abismo frente a unas siglas emergentes: Podemos.
En realidad, la clase política comenzó a ser vista como un problema a principios de la década pasada, cuando más de una cuarta parte de los consultados la incluían entre las tres principales preocupaciones. Y aunque con una formulación distinta, desde septiembre del 2019 un 50% de los ciudadanos señalan a los políticos y a la política como problema (una tasa que se eleva hasta el 90% entre el electorado más conservador).
La clase política empezó a ser vista como un problema hace una década y hoy la señala más del 50%
Con la irrupción del caso Mediador –ya que los episodios que vienen salpicando al PP parecen políticamente amortizados–, la corrupción como problema ha duplicado su porcentaje en un mes, hasta rozar el 10%. Pero sigue por debajo de las tasas que se registraban antes o incluso durante el primer año de la pandemia.
¿Es demasiado pronto (y sin la suficiente entidad) como para que la corrupción que ha salido a la luz adquiera relevancia estadística y se traduzca en una sanción electoral? ¿O puede ocurrir lo contrario en un contexto de menores lealtades partidistas? ¿Afectará más a la izquierda y muy especialmente en las autonómicas, pero con menor impacto en las generales? ¿O todo dependerá del lugar que ocupe en la agenda cuando se celebren los comicios? No hay que olvidar que un 40% de los electores decide su voto a lo largo de las dos semanas de campaña.
Junts
¿Borràs y cuenta nueva?
¿Afectará la condena de la presidenta de Junts a las opciones electorales del candidato Trias en Barcelona? No es probable. Ni la trama del 3% impidió la victoria de Artur Mas en el 2010, ni los escándalos sacaron a Jordi Pujol del poder en 1995 o 1999. Es cierto que el cobro de comisiones y los presuntos delitos de la familia Pujol llevaron a la disolución de CDC, pero el declive de esa marca en favor de ERC respondió también a los severos recortes de Mas y, sobre todo, al impacto del procés, que removió los cimientos del sistema de partidos catalán. Además, cada elección es un mundo y los votantes se resisten a admitir que han optado por una marca "sucia", salvo que las evidencias señalen directamente al candidato en liza. La permanencia en el poder autonómico de algunos partidos salpicados por múltiples escándalos es una buena prueba de ello.
Reportaje publicado en El País, el 11 de febrero de 2023 (ver aquí)
Un ejército de expertos en datos, redes, estrategia, publicidad y marketing lleva meses trabajando con el objetivo de conquistar el corazón de los votantes. Quedan poco más de 100 días para las elecciones municipales y autonómicas y 10 meses para las generales. La volatilidad, la indecisión y unos sondeos que apuntan a un empate entre los bloques de la izquierda y la derecha presagian una batalla intensa. Estas son las tripas de las campañas.
La mañana es gélida a las afueras de Madrid. Varios vehículos oficiales azules y grises van atravesando la verja del complejo de La Moncloa en dirección al edificio del Consejo. La reunión con el presidente está programada los lunes a las nueve de la mañana. Es la primera de la semana para el jefe del Ejecutivo y candidato socialista: los maitines de coordinación electoral entre la Presidencia y el PSOE. Allí se ven las caras los distintos responsables de la campaña (en torno a 15 personas), se desmenuzan los datos y se deciden los objetivos, estrategia y agenda. Y se diseña la batalla informativa: el relato de cada día. Empezando por las apariciones de Pedro Sánchez y sus ministras y ministros, que se pretende que salgan en tropel durante la contienda.
Ruge la maquinaria electoral. Es un año excepcional donde van a coincidir las autonómicas y municipales, en el mes de mayo, con las generales, previsiblemente en diciembre. Circulan en el encuentro los sondeos del Partido Socialista realizados por la compañía Simple Lógica (La Moncloa no cuenta con encuestas propias) y los barómetros del CIS; los de la competencia y los que llegan de provincias. Incluso los aportados por la demoscopia de las grandes corporaciones que los facilitan a los partidos como una forma de lobby (una encuesta es cara, entre 12 y 20 euros por entrevistado, y la muestra no debería bajar de 1.000). Es la foto fija del momento. La escucha y el análisis por medios tecnológicos de las redes sociales van más allá: sirven para entender el estado de ánimo de la sociedad.
Ya no hay especialistas en redes sociales, sino expertos en cada red social. Intentan comprender el lenguaje específico, incluso gestual, de los usuarios de cada aplicación. Y enviarles mensajes muy personalizados. No es lo mismo si proceden de Facebook que de Instagram o TikTok. Sin olvidar las tendencias de búsqueda en Google. ¿De qué se habla en la calle? ¿Qué motiva a los ciudadanos? ¿Qué les preocupa? ¿Por qué les caigo bien o mal? Internet es una herramienta y también el nuevo cuadrilátero en el camino del dato al voto. “Comprender es gobernar”, resume Antoni Gutiérrez-Rubí, uno de los grandes asesores políticos españoles, que ha trabajado para presidentes como Alberto Fernández, en Argentina; Gustavo Petro, en Colombia, o Juan Manuel Moreno Bonilla, en Andalucía. “Para influir en el votante, primero tienes que conocerlo e interpretarlo”, explica Roberto Rodríguez Andrés, profesor de la Universidad Pontificia Comillas y en 2018 premio Napolitan (los Oscar del asesoramiento electoral que se entregan en Washington) a la enseñanza de la comunicación política. “No puedes persuadir a quien no conoces y, por tanto, la clave antes de iniciar una campaña es conocer a tu público. Lo que supone usar desde la demoscopia cualitativa y cuantitativa hasta la psicología social, las neurociencias o el análisis del big data. Se trata de saber sus motivaciones y predecir sus comportamientos. Y actuar con un mensaje en consecuencia”. Un tercer consultor de moda, Aleix Sanmartín, que ayudó al popular Moreno Bonilla a conseguir la mayoría absoluta en Andalucía en 2022 y ha desarrollado una herramienta para el PSOE en estas, da su visión del poder de los datos: “Aquí, de intuición, nada. Está todo medido. Todo es científico. Por medio de las encuestas, yo diagnostico y redacto una estrategia. Establezco una pregunta en torno a la cual se va a desarrollar el debate de campaña: ¿economía o progreso social? ¿Igualdad o gestión? Una cuestión que pretendes que la gente interiorice y conteste con su voto”.
La avalancha de información que se maneja en la mesa del presidente Sánchez está empaquetada en un sistema de análisis desarrollado por los técnicos socialistas bautizado como Diana. Cuentan, además, con la aplicación Bloise, que reúne los resultados de los comicios desde 1977, divididos entre las 37.000 secciones electorales del país (cada una tiene entre 1.000 y 2.000 electores) con toda su información demográfica, sociológica y económica, y un miembro del partido asignado para dinamizar cada uno de esos segmentos. Los datos son hoy el arma para ganar unas elecciones (frente al declive de la televisión generalista). Y hay que hacer minería con empresas especializadas. Se cruzan los resultados. Se geolocaliza. Se perfila. Se hipersegmenta por sexo, edad, estudios, gustos y aspiraciones. Y se lanzan bombas propagandísticas de precisión. De forma barata, inmediata y continua. Ciudadanos produjo en la campaña de 2019 más de 4.000 vídeos para Facebook del total de 7.000 que realizaron los partidos. “Con Rivera fue una pura campaña comercial”, recuerda un consultor que trabajó a su lado. La tecnología digital ya se lleva la mitad del presupuesto de campaña.
Y se ha vuelto imprescindible con la generación Z, que se informa por las redes y no por los medios convencionales. Representan una navaja multiusos para escuchar al ciudadano, enviarle mensajes personalizados y usarlo como observador, comentador, creador o amplificador de los posts. El cargo de community manager se ha convertido en uno de los más poderosos de las formaciones políticas. Las redes fueron determinantes en el nacimiento de Ciudadanos, Podemos y Vox, para que se dieran a conocer y se comunicaran con sus seguidores. Y cada una de ellas asume su función: Twitter, para hablar con el candidato; Facebook, para informarse y opinar, e Instagram, para entrar en contacto con los ascendentes influencers del partido.
Sin olvidar, en el terreno de la demoscopia, los grupos de discusión, los focus groups: una decena de personas encerradas en una cámara Gesell (una sala con un falso espejo, como en las rondas de reconocimiento de la policía) a los que se provoca a hablar, a los que se observa, registra y graba, y cuyo discurso y comentarios sirven para ser conscientes de las motivaciones, aspiraciones y miedos de los votantes. Y cuyas reflexiones “de la calle” nutrirán los discursos de los líderes en campaña. Se pueden organizar hasta una decena de estos grupos focales por partido. Para el diplomático Jorge Moragas, jefe de gabinete y de campaña de Rajoy en 2015 y 2016 y hoy embajador en Tanzania, que se pateó elecciones por todo el mundo para aprender el oficio, “una campaña se inicia con tiempo y una buena encuesta cualitativa que no interrogue por intención de voto necesariamente; la clave son las preguntas para coger el pulso profundo del electorado. Luego, sobre la instantánea que surja de la encuesta, se elabora una estrategia y la ejecutas con los medios convencionales y los de nueva generación para multiplicar el mensaje y dirigirlo segmentado al destinatario que te defina la estrategia. Hay que crear contenidos y administrar el tiempo de impacto”.
En el otro lado del arco político, Ignacio Varela, que fue subdirector del gabinete de Felipe González y se ha encargado de campañas del PSOE desde la victoria de 1982 (hasta la llegada de Sánchez) y también para la Unión Cívica Radical en Argentina, describe un manual similar: “La estrategia de campaña es un plan. Un conjunto ordenado de acciones (y de omisiones de acción), recursos humanos y materiales y mensajes que están orientados a la consecución de un objetivo en un periodo temporal. Y ese objetivo es inducir una decisión y comportamiento en el ciudadano: el de votar a un candidato y precisamente en el día fijado para esa elección. Todo debe responder a esa estrategia, desde los mítines y el debate televisado (y el posdebate por las redes, que es vital para convencer a los indecisos) hasta los bolígrafos que regalas”.
Se tira de calculadora. Hay escaños que se pueden ganar o perder por decenas de votos. Cuál será la lista más votada en cada ayuntamiento (la llave para conquistar una alcaldía por el peculiar sistema de las elecciones locales). Quién conseguirá el tercer puesto en una circunscripción pequeña, Vox o Podemos, para dar el triunfo nacional a la derecha o la izquierda. Quién arañará los restos para rascar el último diputado. En qué plazas hay que reforzar el presupuesto de campaña y en cuáles supone tirar el dinero. Qué territorios pendulares debe visitar el líder una y otra vez, y en cuáles está todo ya ganado o perdido. A qué colectivos hay que tocar en un país con 10 millones de pensionistas y solo 7 millones de jóvenes. Quiénes son mis votantes fieles (los denominados duros) y cuáles los de mi competidor. Dónde se encuentran los indefinidos. Y, dentro de estos, cuáles son los posibles, los difíciles y los imposibles. Y la gran pregunta: ¿qué electrochoque les aplico al 30% de los indecisos para movilizarlos?
No se hacen campañas para los 37 millones de votantes del censo, sino para los que hay posibilidad de que te voten; los que necesitas para gobernar. Estricta eficacia en la asignación de recursos. Es el primer mandamiento de las campañas en España. Al contrario de las contiendas en Estados Unidos o Latinoamérica, que son una jungla de dinero, marketing y tecnología digital, un negocio millonario donde casi todo vale (embarrar la cancha con asuntos personales o el manejo de datos confidenciales), aquí los partidos y sus estructuras aún conservan un papel fundamental en la ejecución de la campaña, lo que abarata y aporta sensatez al proceso. En España ya se han activado. Y son muy celosos de su espacio de poder cuando el líder ficha en campaña a un consultor externo que le tutea, maneja una jerga comercial en inglés y va en deportivas. Y nunca da la cara. Para un asesor político independiente, “tu peor enemigo en campaña es el que está en el partido por debajo del líder que te ha contratado. Pero tienes necesidad de entenderte con él porque conoce y domina el aparato, los pueblos, la gente, el sistema, y puede dar dos voces a los apparátchik. Por eso, sobre el papel, el jefe de campaña debe ser alguien del partido, aunque luego lo puentees”.
El circo electoral aún no está privatizado en España. Sus procesos están regulados y fiscalizados por la Junta Electoral Central y el Tribunal de Cuentas. Tanto en el control de la financiación de las formaciones políticas como en las subvenciones que reciben, su techo de gasto en campaña y la partida máxima que pueden dedicar a publicidad —por la Ley Orgánica del Régimen Electoral General (Loreg)—, y en la prohibición de emitir publicidad en las televisiones privadas, publicar encuestas cinco días antes de la votación y de que estas “no contengan falsificaciones, ocultaciones o modificaciones deliberadas”.
La regulación llega a la prohibición de la obtención y uso de la categoría especial de datos personales de los electores (ideología, afiliación, religión, orientación sexual, creencias u origen racial o étnico) por parte de los partidos con el objetivo de segmentar, producir y enviar publicidad a la medida del destinatario, tras una sentencia del Constitucional de 2019. Sin embargo, algunos rasgos de la revolución digital y la fiabilidad de los sondeos (que muchas veces funcionan como una herramienta de campaña para movilizar o desmovilizar el voto, dar moral a las propias tropas y desconcertar a las del adversario) aún se escapan a las previsiones reguladoras de la Loreg.
En ese sentido, la mayoría de los sondeos sobre estimación de voto que se publican en los medios españoles aún adolecen de transparencia. Y se han convertido en un elemento más de trifulca electoral. Resulta complicado discernir los que tergiversan, proyectan medias verdades o, simplemente, engañan. ¿Quién los paga? ¿Quién los firma? ¿A qué intereses responden? ¿A través de qué medio científico realizan sus pronósticos? ¿Hay sondeos a la medida del cliente y al servicio de un titular ruidoso de Twitter? EL PAÍS y la Cadena SER, en una decisión editorial inédita, decidieron hace un año abrir las tripas de los suyos y ofrecer los datos detallados a sus lectores. Belén Barreiro, socióloga, fundadora de la compañía de investigación 40dB. que realiza esos sondeos, explica: “Los hemos abierto y proporcionamos los microdatos, la intención primaria de voto, el cuestionario completo con el orden exacto de las preguntas y el procedimiento seguido para calcular la estimación de voto. También es importante que dejemos claros otros elementos, como la simpatía por los partidos y el recuerdo de voto. Y que cualquiera pueda usarlos para hacer sus propios análisis. Ya no me creo las encuestas que no ofrezcan nuestro nivel de transparencia”.
Quedan algo más de 100 días para la primera gran batalla electoral del año, la municipal y autonómica, que transcurrirá el 28 de mayo. Todos están de acuerdo en que la derecha la va a plantear como un plebiscito sobre Pedro Sánchez y el inicio de un cambio de ciclo. Y el presidente va a reivindicar su gestión enmarcada en el Estado de bienestar y el liderazgo internacional (aprovechando para las generales los fastos de su presidencia del semestre europeo). Después de la pandemia, la sanidad pública va a ser un asunto inédito y vital en la contienda que puede inclinar la balanza. El argumento del centroderecha en campaña ha sido tradicionalmente su mejor gestión de la economía. Sin embargo, con un crecimiento del PIB en 2022 del 5,5% y el empleo creciendo, ese recurso no sirve del todo en esta ocasión. Por lo que se centrarán en argumentos más emocionales, como la unidad de España. “Porque se vota con la piel”, introduce el veterano diputado popular y antiguo director de gabinete del presidente Aznar Carlos Aragonés. “Votar no es racional, es emocional; es como si en un día los 37 millones de ciudadanos cambiaran de coche”, explica Miguel García Vizcaíno, presidente creativo de la agencia Sra. Rushmore, que hizo la campaña de Zapatero en 2008, bajo el eslogan Vota con todas tus fuerzas. “Un coche se compra con el corazón y el estómago, no con la cabeza. Pesa lo emocional. Y pasa lo mismo con las campañas. No seduces al votante hablándole del Consejo General del Poder Judicial, sino de la vida, los sentimientos, lo que compartís”. En ese escenario visceral, los estrategas electorales son conscientes de que los grandes dinamizadores del voto son el miedo (que provoca rechazo) y la esperanza (que provoca ilusión). Y según un estudio publicado por National Geographic, “la decisión final se toma en la corteza prefrontal del cerebro”.
El voto no es un acto plenamente racional. Tiene que ver con nuestra biografía. En los cuarteles generales de los partidos se maneja esa realidad. En el verano de 2020, en su despacho del complejo de La Moncloa, Iván Redondo, consultor político y en aquel momento poderoso spin doctor de Pedro Sánchez, resumió esa premisa a este periodista en una sola frase: “¡Son las emociones, estúpido!”.
Sobre el tablero de juego no es lo mismo defender que atacar. La estrategia es distinta. La primera produce una campaña positiva, y la segunda, negativa (es decir, centrada en los errores de la otra parte más que en las virtudes propias, para desactivar el voto del rival). El titular defiende su legislatura; es el opositor el que tiene que aportar algo nuevo. El que está en el poder tiene otra ventaja: se puede adueñar de las preocupaciones de los votantes del segundo; asumirlas, darles una vuelta y usarlas para captar a los no consolidados. Los consultores lo llaman “triangular”. Por contra, el partido que está en la oposición se tiene que inventar cada día algo nuevo para captar la atención del votante. Hacer ruido. Tacticismo. Los efectos especiales de cada jornada amplificados por las redes.
Abelardo Bethencourt, director de la agencia Ernest, que combina la publicidad con el asesoramiento integral a los candidatos (“investigación, comunicación y organización”), y que antes trabajó del otro lado de la barrera, en el gabinete del presidente Rajoy en La Moncloa, con el que hizo las campañas de 2015 y 2016, critica el sesgo cortoplacista de su profesión, en la que pesa más la forma que el fondo, el discurso que la política: “Hay asesores electorales que saben jugar con las circunstancias inmediatas, responden rápido, son efectistas, pero no analizan a largo plazo. No miden las consecuencias de sus acciones. En esto no se trata solo de vender, tienes que ver desde lejos las ventajas y los inconvenientes de cada mensaje. No es solo comunicar bien, es defender tus posiciones y tener claro adónde vas. Yo no podría trabajar, por ejemplo, para el PSOE”. Para Rafael Rubio, profesor de Derecho Constitucional y consultor político especializado en tecnologías, que trabajó en las campañas de Rajoy, Pablo Casado y antes de John McCain en Estados Unidos, “en España, Iván Redondo fue el que convirtió a la comunicación en lo más importante del ejercicio del poder. Y ese estilo ha prevalecido. Se buscan resultados rápidos y no importa cómo. Y para eso es fundamental la Red”. Para un asesor de uno de los líderes nacionales que pide anonimato, “sin embargo, no es exactamente cierto que se pueda modificar la realidad electoral por medio de maniobras de comunicación política. La decisión de voto no la mueves tan fácilmente a base de ideas brillantes, se decanta a través del tiempo. Pero sí, es cierto, se intenta manipular al votante. Vivimos en una sociedad de mercado y aquí estás vendiendo un candidato y, en menor medida, unas ideas. Capitalismo puro”.
“Trabajar en unas elecciones es como una droga”, explica el consultor Pablo Pombo, que lo ha hecho para el PSOE y Ciudadanos. “Son adictivas por la cantidad de estrés que sufres y la cantidad de variables que manejas en poco tiempo. Cuando entras en este oficio ya no sales”. Una campaña es un acontecimiento efímero que se desarrolla cada cuatro años, dura por ley 15 días, está subvencionado por el Estado, que aporta en torno a 50 millones de euros a los partidos para gastos siempre que consigan representación (el PP y el PSOE se llevan la mitad), y se dilucida en menos de 24 horas, aunque se prepara durante cuatro años, desde la misma noche electoral anterior. En las municipales y autonómicas moviliza a cerca de 100.000 candidatos en 8.112 municipios, 25.000 locales electorales y supone un gran esfuerzo logístico, de comunicación y seguridad para el Estado. Los Presupuestos Generales de 2023 contemplan una dotación inicial de 347,04 millones de euros para las dos citas electorales de este año “y la ampliación de crédito necesaria para sufragar los gastos derivados”.
Cada cuatro años, durante 15 días, el ciudadano se convierte en el objetivo. Y se utilizan sobre él las herramientas propias del marketing comercial (del que se deriva, como un clon, el electoral). Gema Arias e Iñaki Bendito, socios de la agencia de publicidad Kitchen, realizaron las campañas de Sánchez en 2019 con el eslogan Haz que pase. Llevaron a cabo su trabajo igual que si estuvieran “reposicionando una marca. El problema es que en campaña electoral se exigen resultados a muy corto plazo. Los resultados de las ventas comerciales son a largo, pero aquí te lo juegas en un día. La maquinaria del partido es pesada; el resultado, incierto, y el ritmo, frenético”.
Coincide en ese juicio “comercial” el patriarca de la consultoría en España, José Luis Sanchís. A punto de cumplir los 80 años, se estrenó con Adolfo Suárez en 1977 y ha hecho 166 campañas en 20 países. Su récord son 14 presidentes electos. Su último cliente ha sido el socialista Salvador Illa. Sanchís era un economista por Deusto que vendía tomate Apis y representaba a los conserveros españoles antes de formarse en California a mediados de los setenta con el gurú electoral del momento, Joe Cerrell (que hoy trabaja para los Gates), y cambiar su existencia. Su tesis doctoral es indispensable para entender este negocio. Según él, “los instrumentos de venta en campaña son los mismos que los de un producto. Se vota como se compra: importan la proximidad y los sentimientos”.
—¿Vender un candidato es como vender tomate frito?
—Lo mismo. Las técnicas son similares, pero la finalidad diferente. Aquí el objetivo de ventas son 37 millones de personas cada cuatro años a los que tienes que convencer de que tu producto es bueno, mejor que el otro.
—¿Se fía más de la demoscopia o del instinto?
—Lo importante es la demoscopia, porque la intuición falla. Yo me baso en los datos y a partir de ellos… a veces salta la chispa y hago un fuego bueno.
—¿Quién va a ganar las generales?
—Habrá un empate, con más votos de la izquierda.
En este superaño electoral nada parece decidido. Incluso la conformación de los bloques. En el de la izquierda, para empezar, el destino de Sumar. La plataforma progresista de la vicepresidenta Yolanda Díaz tiene que decidir su futuro, su encaje con Podemos y qué fórmula adoptará. Y Podemos e Izquierda Unida, armar su tetris de listas, programa marco y posibles socios y confluencias (Más País, En Comú Podem, En Marea, Compromís, Equo o Adelante Andalucía). Sin olvidar el nuevo partido España Vaciada. Yolanda Díaz, según una fuente de su entorno, “recogerá en estas semanas los resultados de su proceso de escucha a la sociedad, que se ha realizado durante varios meses, a través de 35 grupos de trabajo en los que han colaborado unas 1.000 personas. Están construyendo un programa de país para la próxima década que debe ser progresista”. Según esa fuente, la líder de Sumar tiene la vista puesta en las elecciones generales previstas para diciembre. “Ese es su objetivo. Lo que supone que las formaciones políticas, organizaciones sociales y movimientos que compartan este horizonte de país deben alcanzar un acuerdo amplio. Sumar no quiere ser una suma de siglas, sino un movimiento que transforme España”.
Y en el otro lado del espectro político, la ultraderecha. Según José Luis Ayllón, director senior de contexto político en la consultora LLYC y antiguo director de gabinete del presidente Rajoy, “Vox tendrá la oportunidad de demostrar en las municipales si ya es un partido o solo un movimiento. Para empezar, en cuántos ayuntamientos logra presentarse. Las elecciones territoriales no son determinantes, pero sí el pistoletazo de salida para las generales, y aquí van muy pegadas. Se pueden visualizar cosas que luego pueden pasar en el tablero político”. En cualquier caso, un asesor sénior de uno de los líderes nacionales sentencia: “Lo que no veo es el rebrote del bipartidismo. Con más de tres millones de votos estacionados tanto a la izquierda del PSOE como a la derecha del PP, el escenario continúa siendo multipartidista”.
Las municipales y autonómicas de mayo pueden representar una primera vuelta (al estilo de las presidenciales francesas), previa a las nacionales que llegarán meses después. Sin embargo, dado el carácter personalista de las municipales, donde en muchas ocasiones se votan los candidatos por encima de las ideas, nadie se atreve a hacer pronósticos. Dos especialistas en demoscopia, José Pablo Ferrándiz, sociólogo, docente en la Universidad Carlos III y director de opinión pública de la multinacional de investigación de mercados Ipsos, y Belén Barreiro, de 40dB., coinciden en describir un empate técnico entre los bloques de derecha y de izquierda dentro de un contexto polarizado, multipartidista, volátil (es decir, con muchos ciudadanos que cambian su voto de unas elecciones a otras) y con los bloques fragmentados. Para Barreiro (que fue directora de análisis del presidente Zapatero y también responsable del CIS), “sí, hay volatilidad, pero, si lo miras por bloques, están congelados. La legislatura no les ha pasado factura a los bloques en su conjunto. Ha habido muy poco cambio. Poca transferencia de voto. Es espectacular lo poco que han oscilado. No veo tanto las municipales como unas primarias, sino como un posible voto compensatorio y dual en ese modelo multipartidista: habrá ciudadanos que voten a la izquierda del PSOE en las municipales y al PSOE en las generales. Y otras combinaciones”. Para el profesor Ferrándiz, “Pedro Sánchez no ha mejorado ni empeorado en su valoración. La tendencia no oscila. Tras la guerra de Ucrania y la alta inflación, no es un líder en caída libre. Lo que se detecta es la práctica igualdad entre bloques. El que quiera gobernar necesitará socios, porque el que consiga más votos puede que no gobierne. El PP va a necesitar a Vox y ver si Ciudadanos desaparece, y el PSOE, a una izquierda lo menos fragmentada posible. La demoscopia no es una bola de cristal, pero para que el PP vuelva al Gobierno solo pueden quedar dos partidos en la derecha, la izquierda se debe desmovilizar y tiene que haber una transferencia de votos entre bloques”.
El presidente del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), José Félix Tezanos, catedrático de Sociología, activo militante socialista y sanchista de primera hora, nos recibe en su despacho monacal cerca del Retiro casi enterrado entre papeles. Y diserta: “Vivimos en una sociedad volátil, fragmentaria y sin fundamentos sólidos. No hay mayorías absolutas. Antes, dos partidos respondían a todas las ideologías y creencias, ahora no. No hay sectores mayoritarios ni dominantes. Es una sociedad más compleja, abierta, precaria y desigual, que cambia rápido. Con una juventud olvidada. De los que votan, solo un 25% repiten su elección de una convocatoria a otra. El 50% van cambiando según lo que les convence en cada momento. Y otro 25% esperan al final, toman incluso la decisión en el colegio electoral. Y un tercio dicen que se van a quedar en casa. Todo es líquido e impredecible”.
—¿Por eso fallan las encuestas?
—Les dan ustedes demasiada importancia. Y son una visión parcial; la foto de una situación, no una profecía. La mejor encuesta es la de cuando empieza la campaña, porque lo que importa es ver la motivación. El comportamiento electoral es impredecible. Puedes intuir tendencias. Pero yo no me invento la realidad. No tengo tanto poder.
El resto de los institutos de investigación demoscópica no suelen coincidir con la estimación de voto de los barómetros de Tezanos, que siempre favorece al PSOE. Tanto triunfalismo tampoco agrada en La Moncloa, donde prefieren no morir víctimas del éxito. Narciso Michavila, presidente de GAD3, habitual en los medios, crítico con Tezanos (“está fuera de control”) y cuyas encuestas para Abc y Mediaset se suelen escorar a estribor (fue considerado un estrecho asesor de Pablo Casado), se quita el mantra de chamán demoscópico de la derecha (como durante tres décadas fue el fallecido Pedro Arriola, estratega de Aznar y Rajoy) y opina: “Los sondeos no determinan el voto, pero influyen en él; auscultan y acentúan tendencias, pero no las crean. Yo doy información técnica a los políticos que me la piden. Les doy un diagnóstico, no la solución. Les digo la verdad. A Casado, en su momento. Y a Feijóo, en Galicia. Pero ellos y sus equipos saben cada vez más”.
—¿Qué va a pasar en las generales?
—En la derecha hay volatilidad, y en la izquierda, abstención e indecisión. Yo creo que va a ganar la derecha, aunque al final la izquierda se active, porque hay una clara transferencia de voto entre bloques en esa dirección.
Incertidumbre, emociones y un resultado disputado. Y el telón de fondo de la guerra en Ucrania. Todo es posible. Hay campaña. Dos campañas. Y los militantes vuelven a tener un papel como ciberactivistas. Las modernas campañas en la Red pueden ser como la de Barack Obama en 2008, basada en movilizar el voto propio, o la de Donald Trump en 2016, destinada a desalentar al contrario para que no votara a Hillary Clinton a base de la creación y difusión de bulos y fake news con los que su equipo bombardeó las redes a través de bots y el uso ilícito de datos. Son las “campañas negras”. Algo que ningún partido en España dice conocer. Aunque profesionales del marketing describan “campañas soterradas, bajo radar, que no ven ni los periodistas, basadas en los bulos. No las hacen las agencias, sino los spin doctors maléficos, y tienen cada vez más peso. Con ellas se pueden hacer barbaridades sin firma”.
Once de la mañana. Planta séptima de la calle de Génova, número 13, de Madrid. La del poder en el PP. De frente, la zona del presidente nacional, Alberto Núñez Feijóo, y del equipo que lo apoyaba en la Xunta de Galicia, aterrizado con su jefe en Madrid en abril de 2022 tras la caída de Pablo Casado. En el ala oeste se encuentra el despacho de la secretaria general y portavoz del PP en el Congreso, Cuca Gamarra (la número dos del partido), que procede de la política municipal (fue alcaldesa de Logroño entre 2011 y 2019). “Estamos activados en modo electoral”, explica con ímpetu. “Las campañas autonómicas y municipales son muy especiales; cada municipio es único dentro de nuestro proyecto nacional. Y estas elecciones deben ser una reflexión de lo que pasa en España y de la actuación de Sánchez, y que los ciudadanos se pronuncien. Que las provincias sean el comienzo de la esperanza y el cambio”.
Una compleja nube de puntos sobre una pantalla mural en su despacho muestra la media de intención y estimación de voto de los principales partidos en los últimos 12 meses. En la gráfica se observa el efecto Feijóo a partir de abril de 2022 (aupado también por la victoria del PP en Andalucía en junio de ese año), que supuso una potencial transferencia cercana a los 700.000 votos del PSOE al PP. Y después, cómo se ha ido reabsorbiendo. “Si no nos votan a nosotros, al menos que un millón de socialistas se queden en casa”, se escucha a media voz en esta sala.
La reunión de estrategia electoral en el despacho de la secretaria general del PP responde al mismo esquema que la de La Moncloa: gabinete, partido y grupo parlamentario. Pero en la oposición. Se trata de coordinar esfuerzos y mensaje. Algunos de los asistentes forman parte del núcleo duro de Feijóo. Con los que conquistó cuatro mayorías absolutas en Galicia apostando por un tono centrista y regionalista que eclipsó a Ciudadanos y borró del mapa a Vox. Son todos y todas periodistas. Está Marta Varela, su jefa de gabinete y responsable de su campaña; Mar Sánchez, encargada de proyección e imagen; Luis de la Matta, director de comunicación, y Miguel Tellado, vicesecretario de organización, que no levanta su cabeza del ordenador y está a punto de marcharse a Murcia. El portavoz es el centrista donostiarra Borja Sémper, orillado por Casado y repescado recientemente por Feijóo.
“Tenemos un millón de militantes, somos comercio de proximidad”, exclama el jefe de campaña, Elías Bendodo, número tres del PP. “Vamos a mezclar los asuntos nacionales con la especificidad de cada territorio. Hay que pisar la calle. Feijóo es un municipalista, y Sánchez, pura imagen. La clave del éxito es una mezcla de lo online, para llegar a los jóvenes, y la presencia. Somos la esperanza y la alternativa”. Bendodo, malagueño, es el embajador permanente del presidente andaluz Moreno Bonilla en Madrid. Y sabe de campañas. Ocupó el mismo puesto en la que llevó al PP de Moreno a conseguir mayoría absoluta en Andalucía, en junio de 2022, con un discurso moderado e incoloro, y a frenar en seco la proyección de Vox (y de Macarena Olona) y barrer a Ciudadanos. Andalucía aporta 61 escaños a las Cortes Generales. Los andaluces y el clan de Feijóo copan hoy el poder en el PP nacional.
Con el permiso de Isabel Díaz Ayuso. Que el 28 de mayo se juega una mayoría absoluta a todo o nada en la Comunidad de Madrid esgrimiendo un discurso de confrontación directa con Pedro Sánchez que difiere del de Feijóo. Ninguno de los colaboradores de la presidenta asiste a esta reunión de Génova ni ocupa una posición crucial en el PP nacional. Ayuso representa la situación más incómoda para el liderazgo de Feijóo; su mayoría absoluta sería inquietante para el líder nacional.
En su despacho de la madrileña Puerta del Sol, Miguel Ángel Rodríguez, jefe de gabinete y sombra de la presidenta (hasta el punto de que es difícil discernir quién de los dos es el autor de las salidas de Ayuso; para empezar, el eslogan Comunismo o libertad), reconoce que no habla mucho con Bendodo: “Esto es Madrid y hay celos”. MAR, como es conocido en los medios, ya hacía campañas en los ochenta con Aznar. Fue secretario de Estado de Comunicación, publicitario, consultor y productor audiovisual. Sabe de discurso, publicidad y propaganda. No milita en el PP. Su jefa y él no practican, según un consultor independiente, “la hipersegmentación del electorado, sino la brocha gorda: van a por todos los votos, como los viejos catch-all party”. Rodríguez asiente: “Llevamos cuatro años en campaña permanente”. El resultado es que, según los sondeos, Ayuso roza la mayoría. Rodríguez piensa que la fortaleza de la presidenta es “su capacidad de hablar sin complejos y de llegar al corazón. Y de plantearlo como una batalla directa con Pedro Sánchez”.
—¿Y su debilidad?
—Que cale entre los ciudadanos la idea de que la sanidad en Madrid no funciona.
—¿Se fía usted más de su olfato o de los datos?
—No hay que ahogarse en los datos, sino llegar al corazón. Ser político y liderar supone decir por aquí tiramos, aunque la encuesta te diga lo contrario.
—¿Para qué sirve un asesor?
—Para llevar de la mano a su asesorado por la jungla.
A algunos de esos asesores les gusta definirse como cirujanos de precisión que auscultan, toman el pulso, radiografían, hacen análisis, diagnostican y practican la autopsia, pero la realidad es que no hay más de una docena de grandes profesionales en España. Entre ellos, César Calderón, que obtuvo un Premio Napolitan por una campaña sobre la UGT y lleva 15 años trabajando en España y América: “Yo no soy un teórico. Tengo un método para ganar. En esto tienes que haber pegado carteles; conocer a los líderes y las motivaciones. Y seré un antiguo, pero creo que la palabra aún mueve el voto y que la comunicación política debe ser menos comunicación y más política”. Y otro veterano, Luis Arroyo, que asesora desde hace décadas a los socialistas y su grupo parlamentario. Estuvo en el equipo de Zapatero y en el gabinete de su vicepresidenta María Teresa Fernández de la Vega. En estas comenzó a trabajar en otoño para la nueva candidata socialista al Ayuntamiento de Madrid, Reyes Maroto, hasta que tarifaron: “Las campañas cambian poco voto; no provocan movimientos sísmicos; pero pueden mover tres puntos, que son los que te dan la victoria”.
Y en ese top de los consultores también está Verónica Fumanal, politóloga y especialista en marketing político, que trabajó para Pedro Sánchez y Albert Rivera. “Para mí, una campaña supone tener el tiempo y el dinero suficientes para consolidar un estado de opinión o de revertirlo. Y al final, el éxito es de tu candidato. Yo no puedo tener ego”.
—¿Por qué hay tan pocas mujeres en su sector?
—El asesoramiento siempre se ha visto en lo simbólico como algo muy masculino, igual que el poder, porque el asesoramiento es un tipo de poder: la influencia. Y dejarse influenciar por una mujer aún puede tener connotaciones negativas para el ego masculino.
Palacio de la Moncloa. En la reunión electoral de los lunes que junta todas las herramientas del presidente para las elecciones se intenta conseguir una total sintonía (siempre complicada) de acción y comunicación entre el partido, el grupo parlamentario y el equipo de Pedro Sánchez en La Moncloa; entre el hardware y el software; entre el rodado aparato de Ferraz, 70, que coordina un ejército de 200.000 afiliados y 4.000 casas del pueblo, y el jugo de neuronas (y propaganda) que emana del edificio de Semillas, un Estado Mayor formado por un centenar de técnicos: desde matemáticos y especialistas en encuestas, discursos y eventos hasta creativos publicitarios. El conjunto está al mando de Óscar López, director del gabinete desde la salida de Iván Redondo. Viejo compañero de viaje de Sánchez (con altibajos) y profundo conocedor del terreno de juego, antes de aterrizar en La Moncloa fue secretario de Organización del partido y jefe de estrategia. Un rival lo define como “un político que se mueve bien en el escenario y mejor en el backstage”. Su equipo dirige en la sombra la campaña de Sánchez.
Uno de los asistentes a esas reuniones de La Moncloa comenta alborozado: “Tras la marcha de Iván, ha vuelto el partido. Un externo ayuda, pero nunca sustituye”. Entonces, ¿quién es ahora el estratega? “¡El secretario general, Pedro Sánchez!”, responde Santos Cerdán, coordinador de la campaña, un técnico industrial que ha escalado durante 30 años todos los peldaños del Partido Socialista hasta ser el número tres. Le apodan El Calculadora por su precisión en pronosticar los resultados. Gobierna Ferraz, sede central del PSOE, desde la planta quinta de un edificio de oficinas de aire ochentero donde trabajan un centenar de personas. Los de redes sociales están en la primera planta y sus efectivos se multiplicarán con técnicos contratados en campaña. “Pero no necesitamos que venga nadie de fuera a enseñarnos adónde vamos; somos competitivos, una organización con 143 años”, explica Cerdán. “El presidente nos lanza una pregunta, escucha y decide. Y está encima de todo. Hasta de los tuits. Y va a tener una implicación completa en la campaña. Hacer las municipales representa hacer más de 7.000 campañas, las mismas que los municipios en los que nos presentamos. Y salimos a ganar”.
Quedan 105 días para las municipales y autonómicas. Y menos de un año para las generales. Los estrategas prevén un curso difícil, envuelto en la crispación. Cuando se le pregunta a un asesor leñero como Miguel Ángel Rodríguez si será dura la campaña, el gurú de Ayuso afirma sin dudarlo: “Se va a calentar. Para triunfar hay que saltar a la pista, darlo todo. No te puedes quedar en la barra”.
Es reportero de El País desde 1988. Licenciado en Ciencias de la Información, se inició en prensa económica. Ha trabajado en zonas de conflicto como Bosnia, Afganistán, Irak, Pakistán, Libia, Líbano o Mali. Profesor de la Escuela de Periodismo de El País, autor de dos libros, ha recibido una decena de premios por su labor informativa.
Artículo publicado en TheObjetive, 23 de enero de 2023 (ver aquí)
«Por mucho que los actos de autoafirmación patriótica y/o constitucional sienten muy bien en el alma inmortal de sus participantes, no son en absoluto aconsejables en este momento político»
Vladimir Ilich Ulianov, también conocido por el nombre artístico de ‘Lenin‘, fue sin duda una de las cabezas políticas más sobresalientes de su tiempo, un tipo que fue capaz de organizar una revolución obrera en un gigantesco latifundio agrario y teocrático y tras esto, convertirlo en una potencia global.
Una tarea compleja en la que, además de con las resistencias de la aristocracia terrateniente, las de la burguesía, las de la Iglesia y las del ejército, tuvo que lidiar con una miríada de grupos revolucionarios que competían además unos contra otros por la hegemonía del proceso revolucionario y que además poseían estrategias antagónicas para derrotar al antiguo régimen.
Sobre estos espinosos asuntos Ulianov escribió un librito en el destiló toda su capacidad estratégica -y todo el veneno del que su mente era capaz, que por cierto era bastante- llamado Qué hacer, un breve opúsculo en el que con una enorme brillantez práctica, dedicó sus mejores esfuerzos en caracterizar las fallas estratégicas y estructurales de los movimientos de masas con los que otros grupos revolucionarios pretendían derrocar al zarismo y que a su juicio solo lograban reforzarlo, singularmente las movilizaciones espontáneas, oportunistas y sin un fin concreto que alejadas de una estrategia revolucionaria centralizada solo contribuían a dificultar la creación de una conciencia política de clase unitaria capaz de ganar la batalla al régimen zarista.
Les cuento esto porque, tras ver las imágenes de la manifestación madrileña contra Pedro Sánchez, corrí a releer algunos párrafos de este libro y me quedé maravillado tanto de la capacidad de análisis de Lenin como de la absoluta aplicabilidad de sus máximas a todas y cada una de las movilizaciones que hasta ahora ha producido la derecha española y que, como ya avisaba Lenin, gracias a su anomia política y estratégica, solo han servido hasta el momento para reforzar al actual inquilino de la Moncloa.
Y es que cualquiera con dos dedos de frente que haya estudiado con un mínimo aprovechamiento la situación política española sin apriorismos interesados se habrá dado cuenta de que, por mucho que los actos de autoafirmación patriótica y/o constitucional sienten muy bien en el alma inmortal de sus participantes, no son en absoluto aconsejables en este momento político.
«Sánchez no va a perder las próximas elecciones generales por la movilización de la derecha»
Y la razón es evidente: Sánchez no va a perder las próximas elecciones generales por la movilización de la derecha – esa se presupone-, sino por otros dos elementos bien distintos: el primero, la desmovilización de una parte de los votantes del PSOE hacia la abstención, y el segundo, por el salto de los más moderados y decepcionados de entre estos hacia el PP, y a ninguno de estos dos hitos favorece llenar las calles de Madrid de banderas rojigualdas y discursos enardecidos.
De hecho y por mucho que a algunos les cueste comprenderlo el happening de ayer en las calles de Madrid solo tiene dos beneficiarios: el primero no es otro que el actual presidente del Gobierno, que vivirá en las próximas semanas una nueva luna de miel demoscópica, y el segundo, sus aliados políticos de Vox, un partido que ya ha demostrado en innumerables ocasiones que son el mejor y más leal aliado de Sánchez en su batalla por permanecer cuatro años más en Moncloa y que ya se han ganado con largura el poder ser denominados como la única y genuina derechita sanchista de nuestro país.
Información de EFE, publicada en vozpópuli, el 8 de enero de 2023 (ver aquí)
Los últimos barómetros del CIS arrojan algunos detalles sobre la imagen y preferencias de los votantes, y evidencian también el declive de los socialistas y sus socios de Gobierno
Los últimos barómetros del CIS, en los que el PSOE sigue por delante del PP en contra de los que prevén el resto de encuestas publicadas, también arroja algunos detalles sobre el perfil y preferencias de los votantes, más allá de la discutida estimación de voto del instituto presidido por José Félix Tezanos.
Muchas más mujeres que hombres prefieren al PSOE, en tanto que el PP "pincha" entre los jóvenes pero es el más votado entre las personas de mediana edad, mientras que Vox consigue mejores resultados en pueblos pequeños y Unidas Podemos en las ciudades más pobladas.
Cuando queda como máximo un año para las elecciones generales, un 79,4 por ciento de quienes eligieron la papeleta del PP en los comicios de noviembre de 2019 asegura ahora que volverá a votar a los 'populares'.
Son casi doce puntos más que el PSOE, que se queda en el 67,8 por ciento, incluso por detrás de Vox, que alcanza el 75,4 por ciento de fidelidad de voto.
Incluso Unidas Podemos que, a día de hoy no tiene una candidatura definida para las generales por las incógnitas con el proyecto Sumar de Yolanda Díaz, casi iguala la fidelidad de voto del PSOE, con un 65,8 por ciento.
Como es de esperar, el farolillo rojo lo ostenta Ciudadanos. En pleno proceso de renovación interna, solo un 15,7 por ciento de sus antiguos votantes dice que repetirá papeleta.
Votantes del PSOE y de Podemos, los más indecisos
Esa falta de fidelidad en el PSOE y Unidas Podemos se explica por dos motivos: indecisión y fuga de votantes.
Junto a Ciudadanos, son los dos partidos con más indecisos, un 9,7 por ciento de votantes del PSOE no sabe todavía qué votará, por un 9,3 por ciento de los de Podemos.
Además, un 6,6 por ciento de los antiguos votantes socialistas dice ahora que votará al PP. En sentido contrario, la fuga de voto del PP al PSOE es solo del 0,5 por ciento.
Por contra, la subida del PP se nutre, además de la sangría del PSOE, por la entrada masiva de exvotantes de Ciudadanos, con un 38,4 por ciento de trasvase, y de Vox, que alcanza el 16,6 por ciento.
Las mujeres tiran del PSOE y huyen de Vox
El sesgo de la intención de voto por sexos es determinante en el PSOE y Vox, frente a partidos como el PP, cuyos potenciales votantes se reparten casi a partes iguales entre hombres y mujeres.
Según el último CIS, un 24,3 por ciento de las mujeres encuestadas asegura que votará al PSOE frente a un 19,8 por ciento de los hombres, 4,5 puntos de diferencia.
En el caso del PP, esa distancia se reduce a siete décimas, del 22,2 en intención de voto entre los hombres, al 21,5 entre las mujeres.
Por su parte, Vox dobla el voto masculino al femenino, del 10,8 al 4,7 por ciento.
Pueblos y ciudades pequeñas granero de Vox, las urbes de Podemos
Pequeñas localidades y ciudades de tamaño mediano son el principal caladero de Vox y donde obtiene sus mejores resultados.
Si de media nacional, los de Santiago Abascal obtienen un 7,6 por ciento en intención de voto, en los pueblos de menos de 2.000 habitantes, el porcentaje se eleva al 9,7 por ciento, mientras cae al 5,5 por ciento en las ciudades de más de un millón de habitantes.
Justo lo contrario de lo que se sucede a Podemos que pasa del 6,7 en las localidades más pequeñas al 12,0 de las grandes ciudades. Casi el doble.
El PSOE por su parte obtiene su mejor resultado en las ciudades de entre 100.000 y 400.000 habitantes, con un 24,6 por ciento, mientras el PP escala al 28,7 en los municipios de hasta un millón de habitantes, diez puntos más que el PSOE.
A más edad triunfa el bipartidismo de PSOE y PP
El voto al bipartidismo tradicional triunfa entre los ciudadanos de más edad. El PSOE consigue su porcentaje más alto entre los votantes de entre 65 y 74 años, con un 29,8 por ciento de intención de voto, un 28,8 en los de más 75.
Algo parecido le ocurre al PP aunque de forma mucho menos acusada. Los 'populares' obtendrían su mejor resultado entre los mayores de 75 años, con un 25,8 por ciento, apenas unas décimas más que entre los votantes de 45 a 54 años, con un 25,1 por ciento.
En el otro extremo, Unidas Podemos es prácticamente residual entre las personas mayores, apenas un 2,6 por ciento tiene más de 75 años, frente al 15,2 por ciento de intención de voto entre los ciudadanos de 35 a 44 años.
Mientras tanto, Vox tiene su principal caladero entre los adultos jóvenes y de mediana edad. Su mejor resultado, un 9,6 por ciento, lo saca en el colectivo de entre 25 y 34 años.
El nivel de estudios también influye en el voto
Los socialistas prácticamente doblan su intención de voto entre los votantes sin estudios, un 38,4 por ciento frente al 22,1 que obtienen el conjunto de la población española. También tendría un resultado muy superior en los ciudadanos con estudios primarios, de un 31,9 por ciento.
El PP, por su parte, también tiene un importante caladero en el votante con estudios primarios, del 26,5 por ciento en comparación con el 21,9 de la media nacional.
No obstante, los populares van mejorando sus resultados conforme avanza el nivel de estudios y, aunque baja con los titulados en Formación Profesional, sería el más votado entre los españoles con estudios superiores, escalando hasta el 22,7 frente al 20,6 del PSOE.
Unidas Podemos también mejora sus expectativas de voto entre los votantes con estudios superiores.
En el colectivo sin estudios no obtendría prácticamente apoyos, en tanto que sacaría su mejor resultado entre el colectivo con estudios superiores, al pasar de un 9,5 en la media nacional a un 11,9 por ciento entre los licenciados universitarios.
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