Hay quien me ha dicho que soy un influencer en comunicación social, es posible... No lo sé, y, a mi edad, tampoco tiene mucha importancia. Porque, en sentido estricto, se denomina de ese modo a la persona que cuenta con cierta credibilidad sobre un tema concreto, y por su presencia e influencia en redes sociales puede llegar a convertirse en un prescriptor interesante para una marca. Siendo así, es probable que deba aceptarlo, pues llevo dedicado a dicha materia desde 1972, y he practicado el oficio de la opinión pública ininterrumpidamente en muchos medios de comunicación, además de en unas cuantas revistas especializadas.
Digo todo esto porque -me parece casi mentira, con todo lo que ha llovido sobre mis espaldas- algo que empezó casi como un entretenimiento (mis "reflexiones para ejercer un voto inteligente"), una especie de intención optimista, va tomando cuerpo y se hace cada vez más sistémico en el plano político; cobra con las horas mayor audiencia, y comienza a respetarse incluso entre los más escépticos. Lo cual me ayuda a avanzar en todos sus propósitos y filtrar los enunciados a las aguas de más calidad. Y aquí es donde instalo el presente artículo, para exponerlo en la amplia pizarra del Aula Electoral, abierta para divulgar desde abril de 2007 la potencialidad de un proyecto político dignísimo y muy meritorio, aglutinado bajo las siglas de UPYD, en el que fui candidato al Senado por Cuenca en la elecciones generales del 20 de noviembre de 2011.
En esas elecciones empecé a practicar una disciplina cada día más en boga, la neuropolítica, impelido básicamente por carecer de medios materiales, económicos y personales en mi partido. Esto me forzó ya en esas fechas a utilizar con perspicacia todas las redes sociales para buscar el voto indeciso y llevarlo a mis alforjas. Imagínense los esfuerzos de tiempo, imaginación y emprendimiento que me vi obligado a dedicar. Ha de recordarse que en esos años el Big Data y sus aportes empezaba a clonarse pero no se hallaba aún desarrollado.
Este término, fetiche de los gurús digitales que proclaman el futuro -y que yo vengo aplicando a la investigación social desde 2002, cuando realicé mi primer estudio Delphi sobre Servicios Sociales para Talavera de la Reina-, ha cobrado fuerza a partir de 2013 y alcanza su gran explosión en 2016. Se destapa entonces el escándalo de Cambridge Analytica. Esta empresa británica parece que influyó en las Elecciones Presidenciales de los Estados Unidos de 2016 gracias a los datos que compró a Facebook a través de un profesor universitario de Psicología. El impacto de Cambridge Analytica es mucho más profundo ya que sus servicios han sido contratados para participar en más de 200 elecciones.
Cambridge Analytica consiguió datos de 50 millones de usuarios de la red social para analizar su conducta. Para hacerlo, creó una aplicación llamada ‘This is your digital life’. Cambridge Analytica programó la app y escribió sus términos y condiciones. Allí se especificaba que quien usara el software daba permiso para que sus datos de Facebook quedaran registrados, y que se recolectara la misma información de sus amigos. Unas 270.000 personas instalaron la aplicación. Pero como dieron permiso para analizar los datos de sus amigos, la cifra real de usuarios analizados por ‘This is your digital life’ fue de 50 millones. No hubo nada ilegal: todos aceptaron ceder su información para un estudio científico. Se accedió a todo lo que los usuarios hacían en la red social.
¿Facebook puede cambiar las ideas de los votantes? En Cambridge Analyitca había expertos en estadística, analítica de datos, diseñadores gráficos, psicólogos y publicistas. Quienes creaban contenido específico para un determinado perfil. La información hunde o encumbra a cualquiera. El candidato beneficiado, podía susurrar una cosa a un votante y otra cosa a otro. El poder de manipulación no solo fue virtual, se extendió al mundo real al planear los mítines.
En la obra de Adolf Tobeña Neuropolítica: Toxicidad e insolvencia de las grandes ideas, este catedrático de psiquiatría en la Facultad de Medicina de la Universidad Autónoma de Barcelona desenmaraña dos preguntas fundamentales. ¿El votante de izquierdas nace o se hace? ¿Y el de derechas? Tobeña escarba, por tanto, en el origen de las preferencias ideológicas esenciales que distinguen a la sociedad. Y, al mismo tiempo, hace hincapié en debates trascendentales para la sociedad actual. Se derivan de dos preguntas principales: ¿Cómo deben seleccionarse a nuestros líderes políticos? ¿Influyen las diferencias de género en el tablero de la igualdad?
A partir de esas cuestiones desmenuza y responde a si es posible “proponer y contrastar iniciativas y fórmulas de gobernanza sin recurrir a la confrontación”. A través del análisis del marco democrático y de los rasgos biológicos del eje izquierda/derecha, Tobeña utiliza la neurociencia social para exponer las preferencias ideológicas básicas que nos distinguen como ciudadanos. Avanza propuestas para frenar la invasión del pensamiento político tóxico.
En definitiva, pone una herramienta intelectual al intento que vengo creando desde la primera de mis reflexiones electorales para el 28-A. Y por esto mismo, gran parte de mis argumentos desde 2011 son cada día más solventes, porque “se sigue apelando a la concurrencia competitiva entre idearios simplificados”, como asegura Tobeña. “Importa menos que los programas estén bien trabajados, que acarreen material averiado, dudoso o peligroso y que promuevan o amenacen el progreso social”. Bajo este prisma, el autor avisa de la aparición de “aspirantes a déspotas que se reproducen en cada generación. Contando con la posibilidad de que alguno de ellos se encarame hasta cimas de gran influencia”.
Luego, antes de zanjar la cuestión, vuelvo a preguntar a los cientos de lectores que tienen la paciencia de leerme: ¿Estoy equivocado, o estoy en la senda acertada cuando explico paso a paso una génesis democrática que tiene en la deliberación racional y en la búsqueda de acuerdos su eje central? No olvidemos que, según tiene explicado otro ilustre profesor, Domingo García-Marzá, catedrático de Ética y Filosofía Política en la Universidad Jaume I (véase su trabajo sobre Neuropolítica y democracia: un diálogo necesario), existe un punto de partida para este diálogo interdisciplinar que se encuentra en la actual desafección que padecen nuestros sistemas democráticos.
A partir de ahí destacan tanto los peligros de una neuropolítica que comprende los procesos políticos como procesos mentales, como la necesidad de introducir la dimensión afectiva en la política deliberativa.La cuestión que se plantea es si la neuropolítica constituye un buen antídoto contra el excesivoracionalismo de las concepciones deliberativas y participativas de la democracia o más bienrepresenta el último revés para nuestra forma de entender y desarrollar la democracia. La respuesta viene dada en todo instante -y así se deduce de mis reflexiones- desde un concepto de democracia que tiene en la sociedad civil su principal potencial de cambio y transformación social. Aquí me emplazo, así lo cubro con los días y espero que lo entienda el mayor número posible de los ejercientes del voto inteligente en España el 28-A.