Mariano Rajoy en conferencia de prensa, tras comunicarle al Rey que no cuenta con apoyos para la investidura. ZipiEFE
Como estaba previsto, las consultas del Rey con los partidos políticos solo han podido constatar el fracaso de cualquier solución posible de gobierno a partir de la actual composición del Congreso. Los partidos, que se acusan mutuamente de la responsabilidad de este final, van a correr el riesgo de medirse de nuevo en las urnas, sin garantía alguna de que el próximo Parlamento sea capaz de acabar con la incertidumbre que ha pesado sobre el actual. Más allá del desprestigio de las formaciones políticas, la principal conclusión de lo sucedido es desoladora para la institución que representa a los electores.
Salvo los grupos del PSOE y de Ciudadanos, los principales sectores parlamentarios no han tenido suficientemente en cuenta que la primera de las obligaciones asignadas por la Constitución al Congreso es la de elegir a un presidente del Gobierno. Y ese trabajo es tan relevante que su incumplimiento hace imposible la continuidad de la legislatura. El Parlamento sustenta la legitimidad de todo el sistema político emanado de las urnas, y por eso es grave constatar su impotencia, reflejo de la que sufren los grupos que lo componen.
En la legislatura precedente se acusó al Gobierno de Rajoy, con razón, de desentenderse de las Cámaras y restar importancia a la potestad legislativa —una imputación similar a la que se lanzó contra anteriores Parlamentos de mayoría absoluta socialista—. Por eso era importante verificar el funcionamiento de una institución integrada por minorías. La experiencia no ha sido satisfactoria: aquellas han sido incapaces de acordar una geometría capaz de alumbrar y sostener a un Gobierno, al modo en que se resuelven estos asuntos en otros países europeos que no tienen mayorías absolutas. Por eso la legislatura se encamina hacia un final abrupto.
A falta de centrarse en lo esencial, se ha mantenido la apariencia de un régimen parlamentario. Todo empezó con pequeños espectáculos: fórmulas imaginativasde acatamiento de la Constitución, peleas por la ubicación física en el hemiciclo y hasta un beso entre Pablo Iglesias y Xavier Domènech en sesión plenaria. Tomarse el Parlamento como un escenario de animaciones televisivas denota lo poco que algunos creen en la institución como centro del trabajo político. Es cierto que el edificio sirvió de sede a las negociaciones para la investidura y a la ratificación del pacto entre PSOE y Ciudadanos. Pero se han tramitado una veintena de iniciativas sobre temas tan serios como la derogación de la reforma laboral y de la LOMCE, o la implantación de la “ley 25” de emergencia social, sabiendo que todas ellas iban a decaer con la legislatura si los grupos parlamentarios no acertaban a investir a un jefe de Gobierno.
España tendrá que votar de nuevo, seis meses después de haberlo hecho. Ningún problema se ha resuelto en el periodo transcurrido y el aplazamiento de las soluciones tampoco arregla los existentes. A pesar de todo, hay que impedir que la crisis y el desánimo se adueñen de este país: eso obliga a todos los partidos a actuar de manera más responsable antes y después del próximo 26 de junio.
Podemos e IU se quedan a dos escaños del «sorpasso» al PSOE
La convergencia de Iglesias y Garzón (24,1%) supera al peor PSOE en votos, pero no en escaños. El PP sube y ganaría las elecciones con el 30,2% y C’s se estanca en el 15,5%
Ainhoa Martínez. Madrid. (Publicado en La Razón.es, aquí)
El tiempo se agota. Los partidos políticos tienen hasta el martes –día en que el Rey se reúne con los líderes de las formaciones con mayor representación parlamentaria– para articular una alianza que les permita evitar las urnas. Sin embargo, lejos de afanarse en buscar el entendimiento, desde todas las sedes generales se trabaja ya con el escenario de la repetición electoral y se miden, en clave de estrategia, las fortalezas y debilidades con las que cada cual concurrirá al nuevo proceso. En un principio se apuntaba a que la correlación de fuerzas sería la misma, un contexto que supondría el fracaso añadido de unos resultados prácticamente idénticos a los de diciembre, pero la obstinación de Podemos por superar al PSOE y evitar así exhibir el desgaste electoral que les ha supuesto su bloqueo en las negociaciones ha abierto la puerta a la convergencia con Izquierda Unida para lograr el ansiado «sorpasso». No obstante, según indica el «tracking» de intención de voto realizado semanalmente por NC Report para LA RAZÓN, el objetivo que persigue Pablo Iglesias –con la confluencia de los dos partidos de izquierda– no llegaría a materializarse en número de escaños, aunque en porcentaje de votos superarían a los socialistas en más de tres puntos. Si hoy se celebrasen elecciones, el PP volvería a ganar, mejorando considerablemente los resultados que obtuvo el 20-D y superando la barrera psicológica del 30% de los apoyos. El PSOE mantendría por la mínima su hegemonía al frente de la izquierda, con entre 80 y 83 escaños, seguido de Podemos y sus confluencias (donde se incluiría a IU) con entre 74 y 81. Ciudadanos volvería a ser cuarta fuerza y sumando sus hasta 45 escaños con los del PP acariciarían la mayoría absoluta para gobernar.
A pesar de que con la calculadora en la mano parece un movimiento maestro, la realidad constata que la política no son matemáticas. El factor de la ley electoral impide a un Podemos escorado a la izquierda dar la puntilla al peor PSOE de la democracia, que volvería a romper su suelo histórico. La suma de los votos de IU a los de las confluencias de Iglesias eleva a la formación morada tres puntos y medio, desde los 20,6% que cosechó en solitario en diciembre hasta los 24,1% que lograría si hoy se celebrasen los comicios. La unión con IU, que le supone a Podemos abandonar la transversalidad que abanderó en la pasada campaña, le permite –sin embargo– granjearse entre 5 y 12 escaños más de los que posee en la actualidad y esconder así la pérdida de votos que le auguran todas las encuestas.
Por su parte, los socialistas siguen en negativo y ven amenazada su hegemonía al frente de la izquierda. El partido de Pedro Sánchez no es capaz de rentabilizar sus esfuerzos para formar Gobierno y se coloca ya por debajo del 21% de los sufragios. Con el 20,9%, marca el peor dato en las encuestas realizadas desde las elecciones y, si hoy se celebrasen de nuevo, volvería a romper su suelo histórico con un punto menos que el 20-D. Este resultado se encuadra en su quinta semana de caída consecutiva y representaría la pérdida de dos escaños respecto al barómetro anterior y entre diez y siete menos de los que posee en la actualidad. Con el porcentaje de votos que obtendría, Sánchez dilapida su ventaja sobre Podemos –que ya le saca más de tres puntos–, aunque todavía atesora la segunda fuerza, si atendemos al número de diputados.
En la semana transcurrida desde el último «tracking», el PP mantiene su ascenso a un ritmo lento pero constante que le permitiría seguir al frente de La Moncloa. El partido de Mariano Rajoy logra arañar una décima más de subida y encara su tercera semana al alza. Con un 30,2% de los votos, los populares conseguirían hoy casi un punto y medio más con respecto a los resultados del 20 de diciembre –28,7%–. Esta subida, sin embargo, le reportaría al PP entre 125 y 130 escaños, uno menos que hace una semana y hasta siete más de los que posee en la actualidad. La estrategia de Rajoy de dejar hacer al PSOE sigue dando sus frutos y con la franqueza de anunciar que le comunicará al Rey que no posee los apoyos para la investidura se gana el favor de los votantes.
La mejora de Ciudadanos también es acentuada con respecto al 20-D, aunque se aplaca si la traducimos en número de escaños. La formación de Albert Rivera mantiene el 15,5% de los votos, una décima menos que hace una semana, lo que le hace perder dos escaños. No obstante, si hoy se celebrasen elecciones, C’s experimentaría un incremento de hasta cinco diputados en su grupo parlamentario –pasaría de 40 a 45– y de 1,6 puntos porcentuales, respecto al 13,9% que marcó en diciembre. La estrategia de Rivera de ligar su futuro político al de Sánchez le ha reportado importantes beneficios hasta ahora, aunque –una vez frustrado el acuerdo– parece que comienzan a disiparse. Si volvieran a repetirse los comicios, y como ya sucediera la semana pasada, la formación naranja podría replantearse su pacto a la izquierda teniendo en cuenta que la suma de PP y Ciudadanos sería capaz de desbloquear la situación de ingobernabilidad, ya que conseguirían acariciar la mayoría absoluta con hasta 175 escaños. El resto de fuerzas políticas apenas sufren cambios en la semana: los nacionalistas ERC mantienen 8 escaños, mientras que DyL y PNV empatan con seis diputados.
Mención específica merece el dato de la abstención, que crece un 0,6% en la última semana y un punto en el último mes. La incapacidad para alcanzar un acuerdo por los principales partidos políticos y la convocatoria de una nueva cita con las urnas generan un amplio sentimiento de apatía entre los votantes, que se quedarán en casa un 5,5% más en junio que en diciembre. El aumento de la abstención perjudica, sobre todo, a los nuevos partidos –Podemos y Ciudadanos– que consiguieron el 20-D movilizar a españoles que no habían votado en anteriores convocatorias.
Al borde de la convocatoria de unas nuevas elecciones, el futuro político del país se presenta incierto. Los españoles empiezan a tomar posición alineándose con pequeñas variaciones que podrían acabar siendo decisivas pero que, de momento, muestran un panorama similar al de los pasados comicios. El último movimiento que apunta la coalición Podemos-IU ofrece pocas perspectivas. Quedaría a 1,5 puntos y 20 escaños del PSOE que, pese a sus vaivenes internos, resiste, instalado en la cota del 20-D.
Según los datos de la encuesta de Sigma Dos para EL MUNDO, de ser mañana la cita, los cambios más trascendentes se registrarían en los partidos emergentes -de largo los más volátiles-, beneficiando a Ciudadanos y penalizando a Podemos, en tanto que las dos formaciones históricas, PP y PSOE, apenas se moverían de las casillas de partida.
Los populares seguirían siendo la fuerza más votada (29,5%), seguidos a algo más de siete puntos por los socialistas (22,2%). Podemos (18,6%) no lograría elsorpasso y repetiría como tercera fuerza tanto si se presenta únicamente con sus confluencias como si traba una alianza con Izquierda Unida. Y Ciudadanos progresaría respecto al 20-D pero no llegaría al 15% de los sufragios.
En definitiva, nuevo sudoku, apenas con algún cuadrante resuelto. Larecomposición de la izquierda, vía fusión, absorción, coalición o confluencia entre Podemos e IU modificaría poco el panorama. Por ahora, no implicaría el sorpassode Podemos sobre el PSOE.
De acuerdo con los datos de la encuesta, la formación de Pablo Iglesias aglutinaría el 18,6% de los votos, 3,6 puntos por debajo de la de Pedro Sánchez y dos puntos menos de los que obtuvo en las elecciones del 20-D. Así, su cuenta de escaños -se incluye la suma con Compromís, para comparar con los resultados obtenidos en diciembre-, ascendería a 58; es decir, 11 menos que los logrados hace cuatro meses.
Por su parte Izquierda Unida, que el 20-D, pese a su millón de votos, sólo consiguió dos diputados, podría ahora triplicar hasta los seis. Su porcentaje de sufragios subiría menos de un punto respecto a los últimos comicios lo que viene a demostrar que el partido de izquierda clásica se quedó en algunas provincias a sólo unos milímetros de conseguir representante.
En el sondeo, se ha incluido un apartado en el que se calcula el rédito que podría reportar la alianza electoral Podemos-IU que estos días sondean ambas fuerzas. Y la conclusión es que el resultado no se correspondería con la suma de lo que alcanzarían por separado los dos partidos: sería algo mayor en escaños, pero inferior en porcentaje de votos.
Presentándose juntos a las elecciones, conseguirían un 21,5% de las papeletas -un punto y medio menos que el PSOE- y 70 escaños, es decir, sólo uno más que los que obtuvo Podemos junto con sus confluencias el 20-D. La distancia en diputados respecto a los socialistas seguiría siendo de 20.
Si Podemos e IU optan por seguir presentándose por separado, la primera obtendría 58 diputados y la segunda seis, de manera que un emparejamiento postelectoral que no supusiera fusión de siglas se quedaría en 64 escaños, pero representaría en total al 23% de los votantes.
Pablo Iglesias y Alberto Garzón, el pasado febrero en el Congreso. | BERNARDO DÍAZ
Los cálculos de Podemos e IU
Estos cálculos son los que centran hoy la atención de ambos partidos, especialmente de IU que se debate entre las previsiones ascendentes que en solitario le presentan las encuestas y la posibilidad de formar parte de un grupo parlamentario potente, capaz de mirar cara a cara al PSOE, pero en el que sus siglas acabarían diluyéndose.
Para Podemos, por el contrario, la alianza con IU sería positiva porque le permitiría sortear la importante caída que hoy por hoy predicen los sondeos. Eso sí, como mínimo le obligaría a relegar de los primeros puestos de las listas a alguno de sus nombres conocidos para dar visibilidad al nuevo socio.
La mayoría absoluta, siempre a través de pactos, se presenta otra vez más que difícil. El tándem mejor situado, si dejamos de lado la gran coalición PP-PSOE -que para fraguarse necesitaría probablemente de un cambio de liderazgo en ambos partidos-, sería el de PP y C's. Esta pareja sumaría, de acuerdo con el sondeo, 171 escaños (126 del PP y 45 de C's), a falta de cinco, que serían muy caros, para formar gobierno.
Del lado contrario, la única posibilidad pasa de nuevo por la amalgama de fuerzas, ya que en estos cuatro meses que han transcurrido desde el 20-D se ha constatado la incompatibilidad del trío formado por PSOE, C's y Podemos. Sin embargo, no bastaría con la adición de partidos de izquierda y sería necesario dar entrada al nacionalismo en todos sus matices.
La pareja PSOE-Podemos sumaría 149 diputados (91 de los socialistas y 58 de Podemos), a 27 de la mayoría absoluta. Atrayendo a IU, la fuerza que proporcionalmente más rédito sacaría a las nuevas elecciones, se quedaría en 155, de manera que requeriría aún de los diputados independentistas catalanes -ERC y DL- e incluso de los nacionalistas vascos del PNV, para llegar a la cota que abre las puertas de La Moncloa: 176 votos.
La gobernabilidad así vuelve a presentarse complicada. De nuevo serán necesarios pactos cuya negociación nacerá lastrada por los agravios que se han infligido unos y otros desde el pasado 20-D.
Frío saludo de Mariano Rajoy y Pedro Sánchez en el Premio Cervantes. | EFE
Un alianza quimérica
Una entente cordial entre Pedro Sánchez y Mariano Rajoy suena a quimera. Para que el PSOE y el PP pudieran entenderse en algo más que los asuntos de Estado clásicos -terrorismo, soberanía nacional y, de vez en cuando, política exterior- ambas formaciones se verían obligadas a una profunda revisión de sus cúpulas, líderes incluidos. Un acuerdo de estas características entre las dos fuerzas que han protagonizado el bipartidismo implicaría para ambas una auténtica convulsión interna.
La revisión de estructuras y nombres será una exigencia que muy probablemente se le plantee también al PP si la pareja con la que puede bailar es Ciudadanos.
El partido de Albert Rivera ha dejado muy claro en los últimos meses que el principal obstáculo que ve a un entendimiento con el PP se llama Rajoy. Para la formación naranja, que gusta de enarbolar la bandera contra la corrupción, el líder de los populares no puede ser la persona que encabece un Gobierno y un proyecto de regeneración para España.
PSOE y Podemos también tendrían que superar muchas dificultades para caminar juntos. La primera y más importante es la profunda reticencia que buena parte del socialismo muestra hacia la formación morada, acrecentada por la actitud exigente que desde el primer momento exhibió Pablo Iglesias para sentarse a negociar. Los escarceos entre ambos partidos se han saldado finalmente con acusaciones de traición.
Por último, la reedición de la sociedad PSOE-C's ofrece pocas perspectivas. El pacto que alcanzaron decae con la convocatoria de nuevas elecciones y, además, tanto Rivera como Sánchez ya han constatado que su acuerdo no puede saltar barreras ni por la izquierda ni por la derecha.
El hemiciclo del Congreso, durante los actos con motivo del IV centenario de la muerte de Cervantes.Juan Carlos HidalgoEFE
Contra lo que exigían la responsabilidad y el sentido común, las fuerzas políticas no dan muestras de intentar un esfuerzo final para evitar la repetición de las elecciones, como probablemente habrá de constatar el Rey en la ronda de consultas que iniciará mañana con los dirigentes políticos. La situación nos conduce hacia las urnas por una mezcla de liderazgos débiles e intereses partidistas, unida a la falta de ambición en un proyecto para España. Si votar otra vez fuera la llave para estabilizar la situación política, al menos habría una esperanza; sin embargo, existen pocas razones para confiar en que la dinámica abierta camine en esa dirección.
En más de cuatro meses solo ha habido un intento serio de formar gobierno. Ese único proyecto, fruto del pacto entre el PSOE y Ciudadanos, fue combatido sañudamente por el Partido Popular y Podemos, los grandes culpables de que sea preciso repetir las elecciones generales por su actitud destructiva. Pedro Sánchez, en la brega hasta los debates de investidura, desapareció del primer plano y nadie más ha vuelto a intentar otro pacto, y menos que nadie Mariano Rajoy. Desde la votación fallida de Sánchez se ha entrado en una dinámica de callejones sin salida, muchos amagos y ningún avance. Cabe suponer que el presidente en funciones no caiga en la tentación de ofrecer lo que sea en el último minuto, con tal de seguir en el poder, después de haberse limitado a verlas venir.
La probable convocatoria a las urnas encontrará a la sociedad cansada, aburrida y hastiada. Los índices de confianza en la situación política son llamativamente bajos, a juzgar por las encuestas. Casi todo el año de 2015 se consumió en campañas electorales de ámbitos diversos —autonómico, municipal, estatal— antes de entrar en otro largo compás de espera en 2016. Salvo grandes sorpresas, no queda más perspectiva que la de organizar una nueva campaña electoral y prolongar la interinidad hasta el verano. Mucho tiempo para una situación razonable de estabilidad, pero más aún en un país acuciado por problemas y fracturas muy urgentes. Ni siquiera hay garantías de que puedan aprobarse los próximos Presupuestos del Estado —actividad vedada legalmente al Gobierno en funciones— y se aleja el horizonte de la reforma de la Constitución, apenas evocada ya ni por los socialistas, antes sus grandes defensores.
Los partidos llegan desgastados y las instituciones en crisis
Los problemas no aguantan eternamente. En palabras de Jean Monnet, uno de los padres de lo que es hoy la Unión Europea, “nada es posible sin las personas, pero nada es duradero sin las instituciones”. Agotado por la crisis de confianza provocada por tantos años de problemas económicos, este país se enfrenta además a una crisis institucional. Los partidos principales llegan medio deshechos a la probable convocatoria de elecciones. Y el Gobierno en funciones se niega a cumplir los mínimos deberes que le impone el control parlamentario.
Las propias Cortes salen trompicadas. El Senado no tiene prácticamente nada que hacer y el Congreso ha perdido la oportunidad de demostrar que una cámara sin mayoría absoluta podía convertirse en el centro de la vida política. El nuevo Congreso ha matado el tiempo tramitando iniciativas que, como sabían los diputados desde el primer momento, carecían de viabilidad en caso de interrupción de la legislatura. Lo cual no ha sido óbice para plantear desde la derogación de la LOMCE a la rebaja de la edad del voto a los 16 años o la batería de medidas sociales contenida en la llamada ley 25. Con estos intentos se han entretenido unos grupos parlamentarios refractarios a cumplir la primera de sus obligaciones, que era la de preparar la elección de un presidente del Gobierno, una tarea constitucionalmente tan decisiva para el Congreso que su incumplimiento aboca a la inminente disolución de las Cortes.
El Congreso pierde la ocasión de demostrar lo que se puede hacer sin mayoría absoluta
Si hay que votar de nuevo, se habrá perdido más de un año sin querer saber nada de la prolongación de los altos niveles de desempleo y de empleo precario, ni de las reformas paradas por falta de impulso político, ni de la irrelevancia exterior, ni del deterioro de la confianza en Europa. Vivimos simplemente de las rentas de una salida de la crisis económica que, apenas iniciada, ya deja entrever el peligro de la contracción del crecimiento. Cómo no alarmarse ante la falta de pulso y de nervio que supone la imposibilidad de identificar un proyecto capaz de sacar a este país de sus crisis.
Las fuerzas políticas que intenten polarizar y crispar, en busca de los votos que no tuvieron el 20 de diciembre pasado, se merecerán una tajante descalificación en las urnas. Lo mínimo que cabe esperar de los partidos principales es que guarden las suficientes reservas de responsabilidad como para resolver de inmediato la formación de un Gobierno tras las elecciones del 26 de junio —si son irremediables—, y pongan en marcha una legislatura digna de este nombre.
Si la coalición electoral Podemos-IU se materializa, quedaría como segunda fuerza política en votos —por delante del PSOE— en unas hipotéticas elecciones en junio. Esa es la conclusión de un sondeo de Metroscopia elaborado a partir de 1.200 entrevistas a principios de este mes, y del que se extrae otro dato: los votantes de Podemos son bastante más partidarios de esa alianza que los de IU.
Metroscopia ha preguntado a los potenciales votantes de Podemos e IU —y a los del resto de partidos— qué harían si se repiten las elecciones y esas dos fuerzas concurren juntas en toda España. El resultado es que esa coalición "podría ser la segunda fuerza política nacional": obtendría el 20,8% de los votos, ligeramente por delante del PSOE (20,1%) y ocho puntos por detrás del PP (29%). Se produciría así el sorpasso a los socialistas por la izquierda, un vuelco al que IU aspiró en vano durante tres décadas y que Podemos persigue desde que nació hace dos años.
Esa conclusión, incluida en el Pulso Electoral (I) publicado por la empresa demoscópica el pasado 7 de abril, no es resultado de sumar directamente el voto estimado por separado para Podemos e IU —porque se entiende que no todos los votantes de esos dos partidos apoyarían la coalición—, sino que "contabiliza la predisposición a votar esta candidatura por parte de los potenciales electorados de Podemos e IU". Es decir, se ha preguntado a esos votantes si seguirían apoyando a Podemos e IU en el caso de concurrir juntos, y en función de sus respuestas —más o menos tajantes— se han establecido cuatro escenarios con distinta distribución de voto. En dos de ellos, incluido el que Metroscopia considera más probable teniendo en cuenta la evolución de las últimas encuestas, se produce el sorpasso al PSOE. Sería, en todo caso, un sorpasso en porcentaje de voto, no necesariamente en número de escaños, porque ahí opera la Ley Electoral (tradicionalmente en perjuicio de IU).
Más entusiasmo por la coalición en Podemos. Un 76% de los votantes de Podemos consultados son partidarios de que su partido vaya en coalición con IU, y el 67% dice que con toda seguridad votaría a esa lista conjunta. Un apoyo bastante superior al que se produce entre los votantes de IU: estos respaldarían también la operación de confluencia (59%), pero solo un 43% están seguros de que le darían su voto. Esa mayor reticencia entre los simpatizantes de IU se ve igualmente en otro dato: un 12% tienen claro que jamás votarán esa lista conjunta, un porcentaje de rechazo que baja al 3% entre los votantes de Podemos.
Garzón impulsa la recuperación de IU. Desde enero, Podemos ha ido cayendo en las encuestas de Metroscopia (ha pasado del 22.5% de entonces al 17% de ahora), mientras Izquierda Unida subía (del 3,2% a más del doble: 6,7%). Eseresurgir de IU "se explica fundamentalmente por la atracción de votantes fugados de Podemos que, en este momento, se cifra en un 13% y que parece ir de la mano de una gran mejoría de la imagen de Alberto Garzón", dicen los autores del sondeo. El líder de IU recibe un apoyo importante en distintos sectores del electorado de izquierdas: el 91% de los votantes de IU aprueba su actuación política, pero también lo hace el 80% de los de Podemos (que respaldan más a Garzón que a Pablo Iglesias: 80% frente a 65%); incluso entre el electorado del PSOE la simpatía por Alberto Garzón se acerca a la de Pedro Sánchez (65% frente a 71%).
Pablo Iglesias y Alberto Garzón, en el Congreso, este miércoles.Uly Martín / ATLAS
El PP sube, el PSOE sigue bajando. Según la encuesta, elaborada con 1.200 entrevistas realizadas el 5 y 6 de abril, el PP volvería a ganar hoy las elecciones, y con más apoyo que el pasado diciembre: 29% de los votos, frente al 28,7% de entonces. Los populares llevan subiendo en intención de voto en los sondeos de Metroscopia desde febrero, después de que Mariano Rajoy renunciara a intentar formar Gobierno por falta de apoyos parlamentarios. Por el contrario, el PSOE —cuyo líder, Pedro Sánchez, sí intentó la investidura tras pactar con Ciudadanos— no ha dejado de caer lentamente, y este último sondeo le adjudica un 20,1% de los votos (logró un 22% en las elecciones del 20-D). Podemos obtendría hoy un 17% de las papeletas, e IU un 6,7%. Ciudadanos lograría un 17,7%, casi cuatro puntos más que en diciembre aunque ligeramente menos que en el sondeo publicado el 3 de abril. El 8% de quienes votaron al PSOE en diciembre afirma que si se repiten las elecciones votará esta vez a Podemos, un porcentaje que se eleva al 22% cuando se les pregunta por su simpatía hacia una lista conjunta Podemos-IU.
En el PP aún hay quien piensa que si Podemos hace al PSOE una nueva oferta, en el último minuto, podría lograr un pacto «a la valenciana» que evitaría la convocatoria de nuevas elecciones el próximo 26-J. Sin embargo, la tesis de que el acuerdoIglesias-Sánchez es cosa hecha ya no se escucha en los pasillos de Génova 13. El partido y el Gobierno operan ya como si los comicios fueran inevitables.
Los expertos en asesoría política mantienen que lo que tiene que hacer un partido para ganar unas elecciones es poner el foco en lo que los ciudadanos consideran que son mejores que sus competidores. Es decir, convertir el atributo que las encuestas le otorgan como propio en lo único importante.
Eso fue lo que hizo el PP en la campaña del 20-D al repetir el argumento de queRajoy había mejorado la economía partiendo de una situación desesperada (el rescate) heredada del Gobierno anterior (el PSOE). Mientras que los socialistas pretendieron centrar la campaña en la corrupción, el PP insistía machaconamenteen la economía.
El Partido Popular actuó como si el PSOE fuera su único adversario, como había venido siendo habitual en contiendas anteriores, ninguneando a Ciudadanos y dándole oxígeno a Podemos como partido que podía restarle apoyos a los socialistas.
Aunque el PP perdió un tercio de sus votos, logró ganar, mientras que el PSOE salvó por los pelos la segunda plaza y, por tanto, mantuvo su estandarte como primer partido de la oposición. ¿Qué ocurrirá en la próxima campaña? ¿Mantendrá el PP un discurso basado exclusivamente en la economía?
La perspectiva ha cambiado mucho en estos cuatro meses. No sólo porque los datos económicos ya no son tan brillantes (ayer el ministro de Economía, Luis de Guindos, revisó a la baja los datos de crecimiento y empleo y al alza los de déficit previsto), sino porque los asesores de Génova y Moncloa consideran que la economía ya no supone un elemento movilizador para el votante del centro derecha.
El PP quiere aparecer ahora ante los ciudadanos como el auténtico valladar frente al avance de Podemos, el muro de contención contra un frente de izquierdas en el que da por hecho que estará el PSOE.
El pasado lunes lo expresó con nitidez el presidente de la Xunta de Galicia, Alberto Núñez Feijóo, al explicar que su motivación fundamental para permanecer en política es «frenar a Podemos».
En cierto sentido, es la vuelta al clásico eje izquierda-derecha (metiendo en el mismo saco a Sánchez y a Iglesias), lo que permite al PP apelar con mayor justificación al «voto útil».
El PP no recurrió a ese argumento en la campaña del 20-D porque pensaba que podía formar un gobierno con Ciudadanos, partido al que bastaba con mirar por encima del hombro y con el que, además, existen coincidencias programáticas en el terreno económico, el leit motiv de esa campaña.
Sin embargo, ahora el PP considera vital recuperar a una parte de los votantes que se marcharon a C's y sabe que la única forma de lograrlo es apelar al «voto útil», argumentando que no hay otro partido que pueda hacer frente de manera sólida a Podemos y, por tanto, que la división del centro derecha sólo beneficiaría al bloque de izquierdas.
Puede que ese cambio de orientación en las prioridades de campaña le dé buen resultado al PP, pero debe tener cuidado con poner demasiado énfasis en los aspectos bolcheviques del partido de Iglesias. Eso fue lo que intentó Esperanza Aguirre y hoy tenemos el Ayuntamiento de Madrid gobernado por una coalición de izquierdas.
Transcurridos más de cien días desde las elecciones generales y en la recta final del hasta ahora fracasado intento de formar Gobierno, toca hacer un breve balance. Esta etapa deja lecciones para ciudadanos y partidos que serán fundamentales para que los primeros determinen cómo votar en el futuro, y para que los segundos repiensen sus estrategias de negociación.
¿Qué han aprendido unos y otros? Los ciudadanos se han familiarizado con el dilema entre representación y gobernabilidad: tener más partidos permite una mejor representación de la pluralidad de intereses, pero dificulta las mayorías parlamentarias. También han aprendido la diferencia entre lo que es aritméticamente posible y lo que (de momento) es políticamente viable. Quizás la mayor sorpresa en este sentido ha sido la imposibilidad de un mínimo acuerdo entre Ciudadanos y Podemos, dos partidos que se estrenaron en la política nacional bajo una misma demanda de regeneración política e institucional, pero cuyas diferencias ideológicas se han revelado insuperables.
La lección para los partidos es que la formación de Gobierno está abocada al fracaso si se negocia pensando al mismo tiempo en elecciones y pactos. Lo primero conlleva marcar líneas rojas, lo segundo implica diluir fracturas ideológicas o territoriales. Si a ello se añaden las limitaciones derivadas de los equilibrios de poder interno en cada partido, el triángulo de objetivos —pactar, ganar si hubiera elecciones y minimizar las divisiones internas— se vuelve imposible.
La obsesión de los partidos por evitar la culpa del fracaso revela que el latente pulso electoral ha sido el factor más influyente en las negociaciones, con ciertos matices. Pedro Sánchez pactó con Ciudadanos en gran parte forzado por una batalla de liderazgo dentro su formación. Su papel en la negociación le ha otorgado visibilidad, pero el pacto con Rivera puede debilitarle electoralmente, bien porque desvirtúa su crítica a Ciudadanos o porque las cesiones sean penalizadas por la izquierda. La estrategia de Podemos ha estado dominada tanto por el atractivo de ir a una segunda vuelta como por los equilibrios de poder interno. En cambio, con una organización interna relativamente controlada, a Ciudadanos el pacto con el PSOE le ha proporcionado el protagonismo que perdió tras el pinchazo del 20-D, algo que la opinión pública parece estar premiando. Finalmente, el PP es un partido secuestrado por la estrategia de supervivencia de Mariano Rajoy, quien lo fía todo a unos nuevos comicios.
De todas las lecciones aprendidas en este nuevo tiempo político, la más importante está por llegar. Si hay que pasar de nuevo por las urnas y los costes son altos para todos, los partidos aprenderán a eliminar la repetición de elecciones de su horizonte de negociación. Y el cansancio de los votantes quizás les haga más proclives a aceptar cesiones y alianzas que a día de hoy parecen políticamente inviables.
El 20-D puso fin al sistema bipartidista y provocó un escenario en el que los acuerdos con los partidos periféricos ya no bastan. Volver a las urnas no es el fin del mundo, sobre todo si los votos son fruto de una mayor deliberación
Está bastante extendida la opinión de que el tiempo transcurrido desde las elecciones del 20 de diciembre ha venido a dar una mala imagen de nuestra democracia en el exterior y es causa de inquietud en la ciudadanía. Creo, sin embargo, que ha sido un periodo del que podemos obtener muchas enseñanzas y que, en ese sentido, puede venirnos bien en este momento de cambio en nuestro panorama político. Concretamente, desde que Pedro Sánchez aceptó el encargo de formar Gobierno, todos los ciudadanos hemos podido ver, y los analistas comentar, la discusión, los argumentos, las negociaciones, las reacciones de unos y otros frente a las jugadas del oponente y, por supuesto, la escenificación de todo ello en el Parlamento a cargo de sus protagonistas más conspicuos. Decir que se trata de “una farsa”, “un ejercicio inútil” e incluso —¿a santo de qué?— un ejemplo de corrupción, como se ha permitido nuestro presidente del Gobierno en funciones, me parece un despropósito, máxime cuando la descalificación viene del que, después de haber recibido en primer lugar el encargo del Rey y haberlo aceptado, tras pensarlo mejor decidió rechazarlo.
En contra de la postura del señor Rajoy creo que todos hemos tenido con este motivo ocasión de asistir a un debate del mayor interés y que los votantes del 20-D habrán podido apreciar, aunque sea a toro pasado, las consecuencias del voto que, sin tener tal vez entonces conciencia plena de sus efectos, depositaron en las urnas ese día. Aquellos comicios, en un momento de crucial importancia para el futuro de nuestra democracia, produjeron un resultado insólito: acabaron con el sistema bipartidista y dieron lugar a un nuevo escenario donde los acuerdos con los partidos periféricos o nacionalistas ya no bastan para formar Gobiernos. Lo cual, por cierto, no es la menor de las ventajas de la nueva situación. Pero hay otras, y la principal es que hemos asistido a un ensayo general de política abierta, a la vista de todos. Por primera vez en mucho tiempo y, desde luego, por primera vez en cuatro años, el Parlamento ha sido el centro de la política, el foro donde los actores han tenido que salir a dar la cara y donde se ha podido constatar la calidad de verdad y la intención real de las propuestas.
En estos días, los políticos han tenido que afinar mucho lo que podían prometer o comprometer y también, en el ardor de las discusiones y declaraciones, han aflorado los sentimientos y han tenido expresión los afectos, los rechazos, los talantes autoritarios o comprensivos, los odios y rencores, las ambiciones, los ideales. Hemos podido observar mejor a los que nos van a gobernar escuchando sus discursos, que, en este caso, no eran de mero trámite como ocurría mientras se gobernaba por decreto, sino con toda la carne en el asador y con el resultado incierto, que es como se ve de verdad lo que vale y lo que no. En resumidas cuentas, hoy tenemos una idea más clara, y si tuviéramos que votar de nuevo lo haríamos con mejor conocimiento de causa.
Hemos podido observar mejor a los que nos van a gobernar escuchando sus discursos
Por lo dicho, no me parece que tener que volver a las urnas sea el fin del mundo, sobre todo si los votos son consecuencia de una mayor deliberación y un mejor examen. Al día de hoy, comenzadas ya las esperadas reuniones entre los líderes de PSOE, Ciudadanos y Podemos, no creo que nadie pueda predecir el desenlace, esto es, nuevo Gobierno ya o nuevas elecciones. Si, como parece más probable, ocurriera lo segundo no estarán de más algunas consideraciones con ayuda de la experiencia de estos tres meses últimos a los que vengo refiriéndome. El PSOE y su secretario general salen muy reforzados de este episodio. Sánchez, dado prematuramente por muerto en diciembre, ha demostrado que sabe navegar contra los vientos adversos y que no pretende estar en posesión de la verdad, pero también sabe sostener sus posiciones. A diferencia de Rajoy, su actuación intentando formar Gobierno ha sido impecable con las instituciones, con los usos democráticos y con el electorado. Si, como cabe esperar, el partido le apoya ahora sin fisuras, me parece que mejoraría notablemente su resultado en relación con el obtenido en las urnas en diciembre. Si así fuera tendríamos una de las patas que podrían asegurar la gobernabilidad, cosa que seguramente tendrá en cuenta el voto moderado de izquierda y, tal vez también, el más alejado del centro.
Ciudadanos, muy mermado en cuanto a sus expectativas en el tramo final de la campaña pasada, ha recuperado en este trayecto gran parte del terreno perdido, y, seguramente, muchos de los que, tapándose la nariz, votaron al PP cuando su instinto y sus principios les pedían votar Ciudadanos no harán lo mismo si tienen la oportunidad de rectificar. Ello sería una excelente noticia porque querría decir que la derecha moderada se decide por fin a abandonar el reducto de la intransigencia, el inmovilismo elevado a la categoría de estrategia y el dogma como refugio de la ignorancia. Esta sería otra de las patas, y no parece que, a partir de ahí, fuera imposible lidiar con un PP que, ahora sí, tendría que invitar a Rajoy a que abandone la lucha por seguir en el poder a la que se viene dedicando; hay que decir que no es el único. Según The Economist, la razón de que Xi Jinping, presidente del Gobierno chino, no haya cumplido con las promesas que hizo tras su nombramiento es que, como repetidas veces se ha comprobado en la práctica de los regímenes no democráticos, keeping in power is a full time job, conservar el poder es un ejercicio a tiempo completo.
Por primera vez en mucho tiempo el Parlamento ha sido el centro de la política
El caso de Rajoy indica que el ejemplo sirve también para las democracias: nuestro presidente no solo está ahora en funciones; lo está desde que se inició la legislatura hace cuatro años. La conservación del poder le ha absorbido de tal manera que no ha podido ocuparse de nada más, ni de sus compromisos electorales (no ha cumplido ninguno), ni del problema de Cataluña, ni de nuestro lugar en Europa. Más recientemente, y superándose a sí mismo, ni siquiera intentó cumplir el encargo recibido del jefe del Estado de formar Gobierno, y, para rematar la faena, ha decidido ahora no someterse al control del Parlamento. Al considerar esta trayectoria, uno no sabe qué es lo más extraordinario, si el aguante del personaje o el de la ciudadanía que lo ha tenido que soportar.
La realidad esconde siempre algo que no se muestra en la apariencia. El PP saldrá beneficiado si, con este motivo, acomete en serio su regeneración. Esto es lo que deberían pensar sus fieles votantes tradicionales. Mejor que sus votos deben darle al partido una tregua. Porque, como ha sugerido Rubalcaba, si los ciudadanos amnistían a Rajoy, los socialistas tendrían que entenderse con él. Y eso sí que podría ser el fin del mundo.
Jaime Botín es alumno de la Escuela de Filosofía. Fue presidente de Bankinter entre 1986 y 2002.
Cien días sin Gobierno después los españoles se muestran muy descontentos con la situación política. Un 78% considera que es mala o muy mala. Las posibilidades de pacto que hay sobre la mesa tampoco parecen convencerles y muchos opinan que antes de ver un Ejecutivo del PP o del PSOE con apoyos quizá sería conveniente acudir de nuevo a las urnas.
Si así fuera, los datos de la encuesta de Sigma Dos para EL MUNDO muestran variaciones en la intención del voto respecto al 20-D que afectan esencialmente a los partidos emergentes y que serían suficientes para despejar el camino a un eventual Gobierno de centro derecha. PP y Ciudadanos podrían unidos conformar un Ejecutivo sustentado por hasta 180 escaños. Los populares obtendrían un 30,2% de los sufragios (1,5% más que el 20-D) y 128 escaños, en tanto que la formación de Albert Riveracosecharía el 16,2% de los votos (2,3 puntos más que en diciembre) y saltaría hasta los 52 diputados.
La peor parte de una nueva llamada a las urnas sería para Podemos. El partido dePablo Iglesias parece pagar cara su actitud intransigente en estos tres meses tanto en lo que se refiere a su relación con otras fuerzas políticas como respecto a los problemas internos de su partido. La formación morada sufriría un duro varapalo: perdería cuatro puntos de intención de voto y obtendría 49 escaños, 20 menos que en las elecciones de diciembre.
El PSOE, por su parte, seguiría anclado en el resultado del 20-D, el peor de su historia. Volvería a anotarse un 22% de lo sufragios y 90 diputados.
Con estos resultados el panorama de la gobernabilidad se despejaría por el flanco derecho. PP y Ciudadanos podrían conformar un Gobierno apoyado por una amplia mayoría, aunque un pacto de estas características con la formación naranja implicaría con toda seguridad un cambio de liderazgo para los populares, habida cuenta de queAlbert Rivera ha sentenciado ya a Mariano Rajoy.
El PSOE, en un escenario como el que perfila la encuesta, dejaría de ser decisivo para la gobernabilidad y se vería obligado a competir por el reinado de la oposición conPodemos, un partido que sufriría una auténtica sangría en beneficio, en buena medida, de Izquierda Unida que podría pasar de los dos diputados con que cuenta en la actualidad, a seis, un número que le permitiría constituir grupo parlamentario propio.
El panorama político es ahora tan incierto que los españoles empiezan a dar por hecho que tendrán que votar de nuevo. Así, cuando se les pregunta qué prefieren, un Gobierno del PP con apoyos o nuevas elecciones, apuestan mayoritariamente por esta última opción (61,9%), especialmente los más jóvenes. Sólo entre los votantes de PP yC's gana la primera alternativa.
Si se hace la misma pregunta ofreciendo como alternativa un Gobierno del PSOE con apoyos, los votantes vuelven a inclinarse por el camino de las urnas (51,6%) frente a 42,6%. Curiosamente, los votantes de Ciudadanos apuestan con decisión (63,9%) por votar de nuevo antes que avalar la fórmula del Ejecutivo socialista con los respaldos necesarios.
Quien fíe a la repetición de las elecciones la solución del actual puzle político no está sabiendo captar las señales que la ciudadanía lleva semanas emitiendo y que este sondeo de Metroscopia corrobora. Tres meses después del 20-D, el 70% de los españoles sigue prefiriendo un multipartidismo equilibrado al anterior escenario de corteBINARIO. En proporción de dos a uno, continúan deseando que los partidos cedan todo lo que sea necesario para que se pueda formar Gobierno. Y, por si quedara alguna duda, las intenciones de voto que declaran para el caso de unas nuevas elecciones sugieren un resultado sensiblemente igual al que se dio en diciembre, con probables leves oscilaciones en los escaños de PP y PSOE y, posiblemente, con un diferente reparto entre Ciudadanos y Podemos del centenar largo de diputados que, en conjunto, ahora suman. Los acuerdos a tres bandas seguirían, así, siendo necesarios (pues continúa resultando inverosímil una “gran coalición” PP-PSOE liderada por Rajoy).
Aunque propicios, en esencia, a seguir votándoles, no por eso los españoles dejan de estar muy enfadados con sus dirigentes (con unos —los de PP y Podemos— claramente más que con otros, como los datos revelan). No comprenden que se afanen por abrir entre ellos insalvables fosos separadores que realmente no existen entre sus votantes. La sociedad española actual, plural y diversa como es, convive de forma mucho más apacible y respetuosa que como actúan y hablan algunos de los que dicen representarla. Quizá los excesivos tacticismos, las sobreactuaciones (y las infractuaciones), sobre todo en los puntos más extremados del arco ideológico, se deban a una insuficiente aceptación de lo que el tiempo político nuevo —que no lleva trazas de que vaya a desaparecer en el futuro inmediato— reclama: más humildad posibilista y menos maximalismo arrogante. Y quizá deriven también de la deficiente atención que muchos representantes de la voluntad popular prestan a lo que quienes les han votado llevan transmitiéndoles, desde hace meses, sondeo tras sondeo: “Tenéis carta blanca para buscar acuerdos”. En estas condiciones, apelar al respeto a los votantes como excusa para hacer —o no hacer— solo revela, en realidad, pusilanimidad o falta de liderazgo.
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