Rajoy se ha consagrado como un descomunal perito en agotar los plazos legales y reflexivos para todo. Y por lo mismo, tampoco iba a ser menos a la hora de convocar las elecciones generales. Se lo anunció a Gloria Lomana en Antena 3 como quien dice que se va a hacer la compra regular del supermercado. Esta es una determinación decididamente ortodoxa, pero nos ha llevado a los españoles a vivir en campaña electoral permanente todo el año, con especial intensidad en este otoño. Con lo cual ha logrado que no puedan llevarse a cabo unas reformas de regeneración democrática que son tan necesarias en España -como ha venido evidenciando UPyD desde su mismo nacimiento-. Con su proceder, el mandamás del PP se descuelga con el insólito argumento de que convocando el 20 de diciembre las Cámaras se podrán constituir tranquilamente después de las fiestas. ¡Olé ahí! Tras lo cual no le cabe otra para su satisfacción personal: fumarse un puro y leerse la primera edición de Marca, como censuró el periodista Melchor Miralles.
La democracia se asienta en la participación ciudadana por cuanto admite que la soberanía radica en el pueblo, esto es, que el poder de decisión se asienta en los propios ciudadanos, quienes con sus votos eligen el sistema de gobierno que desean en cada momento. De ahí la importancia de las elecciones periódicas, ya que éstas constituyen el instante esencial donde los ciudadanos con derecho a voto expresan públicamente sus preferencias.
Las nuevas facetas del pensamiento emergente se traducen en la cultura política y en el progreso económico. El ánimo cultural va ligado a la formación, información y compromiso social de los ciudadanos, concretado casi siempre en la voluntad de conocer, opinar y participar en las decisiones públicas desde posiciones críticas. El progreso asume el creciente interés por la eficiencia y la eficacia no medida solamente en términos monetarios. Aspectos tales como la nueva gestión pública, la sostenibilidad ambiental, la conciliación entre la vida laboral y familiar o el compromiso social de las iniciativas empresariales más dinámicas son ejemplo de esas nuevas facetas del pensamiento emergente.
En el nuevo marco globalizado de información en permanente fluir, de contradicciones cotidianas, podemos reconocer la existencia de una creciente demanda por saber para qué, cómo y con quién se adoptan las decisiones que nos afectan. Esta demanda es una de esas oportunidades de cambio que no podemos desaprovechar si no, al contrario, impulsar desde el ámbito básico de convivencia social y poder político.
Ningún ciudadano puede soslayar que el derecho a elegir es la columna vertebral de la democracia, y conlleva la obligación de elegir lo mejor posible. Se emplaza aquí una de las quejas más frecuentes que se hace a los políticos, la de su tendencia a incumplir sus promesas. Nada que objetar porque es una queja realista basada en la experiencia. Pero la cuestión de si un político debe estar o no obligado a cumplir lo que ha prometido a sus electores es más compleja de lo que pueda parecer, como advirtió en febrero de 2014 el profesor y diputado Carlos Martínez Gorriarán al sintetizar en su blog los principios de este problema. Entiende que, además de a los políticos, incluye también a sus votantes, a bastantes de los cuales parece no importarles mucho el cumplimiento, a la vista de que votan y vuelven a votar a partidos y personajes que les han defraudado o engañado una y otra vez. Luego están los que votan -y reclaman que se cumplan- “promesas tan absurdas, improbables o disparatadas que parecen el programa de Peter Pan para el país de Nunca Jamás”, conforme las califica el citado dirigente de UPyD. Para él, la cuestión tiene una doble cara: la responsabilidad política de cumplir los compromisos, expresados en promesas y programas, y la responsabilidad de elegir con responsabilidad y sensatez que corresponde a los electores (razón que convierte en políticos a todos los ciudadanos de la democracia aunque no tengan cargo alguno, guste o no).
La alarma social por el incumplimiento de los contratos políticos aumentó con el escandaloso caso del programa con el que Rajoy y el PP ganaron las elecciones generales de 2011. Ciertamente, recalca Martínez Gorriarán, hay pocos precedentes de “un gobierno tan disímil, incluso antagónico, con lo prometido: ¿qué se había prometido reducir impuestos y crear empleos?; pues toma, aquí tienes exactamente lo contrario”. Rajoy engañó a sus electores y llegó a presidente sin la menor intención de cumplir sus promesas populares. El programa del PP era y es, sencillamente, una tomadura de pelo, diseñado según la definición de Mitterrand: un documento escrito en papel mojado, pensado para incumplirlo al día siguiente de ganar.
Cuando se lanza el mensaje de que "todos los partidos son iguales" no se comete sólo una injusticia con los que no lo son, sino que se está estafando a los ciudadanos y socavando la confianza en la democracia. Si UPyD exige reconocimiento a su transparencia, limpieza, claridad de ideas y coraje a la hora de defenderlas no es por afán de notoriedad, sino para que los españoles sepan, con un ejemplo práctico, que su país no está condenado a la pobreza, la mediocridad y la corrupción. España puede tener partidos limpios, gobiernos eficaces y representantes valientes. Existe un partido que lo ha demostrado en sus ocho años de vida con su actividad en las instituciones y fuera de ellas.
Para que el 20 de diciembre de 2015 sea realmente un punto de inflexión, el momento del gran cambio en la política española, los ciudadanos tienen que poner mucho de su parte. Ellos y sólo ellos deben ser los protagonistas de este cambio. Y para serlo tienen que estar informados de lo que hacen unos y otros, de aquello en lo que se parecen y aquello en lo que no. España se la juega el 20-D. Todos: partidos, medios y ciudadanos, tienen que hacer su trabajo de forma impecable. Los primeros, dando ejemplo; los segundos, con su imparcialidad; y los últimos -que son los primeros- siendo conscientes de la importancia de su voto. Todos aquellos que confían en los españoles están seguros de que estarán a la altura. Por eso UPyD se esfuerza en estar a la altura de lo que merecen.
Unión Progreso y Democracia parte de un supuesto original e innovador: que los ciudadanos no nacen siendo ya de izquierdas o de de derechas ni con el carnet de ningún partido en los pañales. “Vamos aún más lejos, a riesgo de escandalizar a los timoratos: consideramos a los ciudadanos capaces de pensar por sí mismos y de elegir en consecuencia, de acuerdo con las ofertas de los partidos y su experiencia de la situación histórica que vivimos. Por tanto no creemos que nadie esté obligado a votar siempre lo mismo o a resignarse a las opciones políticas vigentes, cuando ya le han decepcionado anteriormente” (Vid. Ideario general de UPyD, en Manifiesto fundacional; http://www.upyd.es/contenidos/secciones/366/Manifiesto_fundacional).
Ser considerados de izquierdas o derechas no parece el centro del problema en UPyD, aunque sus afiliados y simpatizantes se apiadan cordialmente de quien carece de mejores argumentos para descalificar al adversario. Para evitar este falso dilema, los componentes de UPyD prefieren hablar de progresismo en vez de izquierda o derecha. Ser progresista es luchar contra las tiranías que pisotean la democracia formal, así como contra la miseria y la ignorancia que imposibilitan la democracia material. Y ni los actuales partidos de izquierda ni los de derechas tienen el monopolio del progresismo, aunque ambas tradiciones políticas han contribuido a él. A nosotros nos gustaría ser capaces de aprovechar los elementos positivos de unos y de otros, pero sin tener que cargar con sus prejuicios y resabios reaccionarios, que existen en los dos campos. No denuncian que los partidos actuales lo hagan todo mal, sólo señalan que ninguno lo hace tan bien como para que deban renunciar a buscar alguna alternativa mejor.
Los ciudadanos no pueden excluirse de la vida política, ni refugiarse cuando no les gustan las leyes o las decisiones gubernamentales en la abstención o en la renuncia a exigir el respeto a sus derechos y libertades. Porque, se quiera o no, sí que es en su nombre como se legisla o se gobierna: luego no hay más remedio que implicarse para que las ideas tengan voz y estén lo mejor representadas que sea posible. Por eso emprendieron los auténticos integrantes de UPyD –no esos de vaivén y fluctuación para beneficio personal (los que están una temporada en este partido para saltar a otra formación política)- sus andanzas esclarecidas y recaban con decisión el apoyo de sus conciudadanos.
Si la utilidad de un voto ha de medirse por la capacidad de nuestros representantes para enfrentarse con los problemas, para encauzarlos y buscar soluciones a los mismos, no ha habido un voto más útil que el de aquellos ciudadanos que optaron por prestar su confianza a este partido. En ese sentido, el 7 de febrero de 2011 Rosa Díez transmite a sus militantes que deben sentirse orgullosos de haber conseguido que “nuestro discurso, nuestras propuestas, nuestras exigencias de cambiar el sistema y regenerar la democracia formen hoy parte del debate público y político en España; un debate que es tan necesario como imparable”. Y así se lo ha demostrado en el Congreso de los Diputados toda esta legilatura a “Don Tancredo” Rajoy. Razón de más para elegir bien.
Juan Andrés Buedo