Un gran volumen de mi biblioteca personal, dedicado a la Nueva Historia de España-La HIstoria en su lugar (Editorial Planeta), me transporta a La Parra de las Vegas en el siglo XVIII. En ese tiempo es imposible pasar por alto a Don Juan Nicolás Álvarez de Toledo y Borja, primer Conde de Cervera y Señor de la villas de Cervera, La Parra, Villanueva del Palomar, Cañada del Manzano, en parte de Olivares, despoblado de Valdeloso, y por derecho de su madre de Villalva de la Sierra y casería de Valquemado, con sus tercias y alcabalas. En agradecimiento por su servicio al Rey, obtuvo título de Castilla con denominación de conde de Cervera por Real despacho del 3 de octubre de 1790. Con el vizcondado previo de La Parra, cancelado. Bajo obligación de pago por Lanzas sobre ambas dignidades por escritura otorgada en Madrid del día 23 de noviembre de 1789.
La alta nobleza es la clase económicamente dominante en la España del siglo xvm a través del control del medio de producción fundamental, la tierra. Sin embargo, el Estado español de este período no es un instrumento al servicio de dicha clase, ni desde el punto de vista del poder estatal expresado en el contenido de la política desarrollada, ni desde su «aparato», es decir, desde su organización.
En efecto, la política borbónica no supuso en modo alguno «reproducir» la sociedad existente, sus «relaciones de producción», es decir, no estuvo encaminada a beneficiar a corto o a largo plazo a la clase económicamente dominante y ni siquiera trató de mantener un pretendido equilibrio entre nobleza y burguesía —¿cómo hubiera sido posible, dada la debilidad de ésta?—, sino que intentó destruir el poder aristocrático en cuanto era el único freno posible al absolutismo estatal.
Este es el sentido del reforzamiento del poder del monarca, de la unificación centralizadora, de la reintegración de regalías a la Corona y de la supresión de jurisdicciones, de las reformas de la Administración central y local, y, en fin, de unas medidas económicas entre las que deben resaltarse el apoyo a los arrendatarios o la orientación proburguesa de la normativa mercantil e industrial.
Pero, como advierte la historiadora María Ofelia Rey Castelao, más allá de lo que la ley dispusiera, el monte y el bosque constituían no sólo espacios de aprovechamiento económico, sino también de desarrollo de buena parte de la actividad cotidiana rural. Integrados en la existencia de las comunidades, eran objeto de usos cinegéticos —con una vertiente lúdica y simbólica y otra económica y de necesidad—, ganaderos en medida mayor y agrarios —mediante el cultivo periódico—, así como, además, leñadores, aserradores, carpinteros, zapateros, curtidores, carboneros, herreros, toneleros, etcétera, obtenían allí materias primas y combustibles, al igual que lo hacían los agricultores, y allí se asentaban las herrerías y forjas, los hornos de cal y de teja o los comunales de pan, las canteras de piedra, las minas, etcétera, además de que generaban madera, leña y carbón que surtían a los núcleos urbanos para construcción y usos domésticos y artesanales, y nutrían a los astilleros y a todo tipo de industrias.
Clima, suelos, ubicación, supeditaban los usos posibles. Esto significa que existía el correspondiente impacto de las diferencias en las formas de dominio, posesión y gestión de los terrenos de uso colectivo. Como es lógico, había diferencias pronunciadas entre zonas en cuyos montes se practicaba el cultivo periódico y aquellas en que no existía o se había abandonado o entre las que contaban con un arbolado más o menos abundante y aquellas en las que predominaba el monte bajo, toda vez que suelo y vuelo tenían consideraciones distintas, tanto en la legislación castellana como en los usos y costumbres de las comunidades. Las había dependiendo del grado de aprovechamiento del monte como zona de pasto para ganados y del volumen, composición y evolución de la cabaña ganadera y en relación con la existencia o no de dedicaciones profesionales exigentes de leña o de madera y con intereses contrarios al interés general en la medida en que convertían en materia prima aquello que se producía en terrenos de la comunidad y en la medida en que contravenían el ánimo conservacionista del Estado.
Y a lo que iba en este artículo. Los distintos usos, el montante de su población y el emplazamiento de La Parra fueron un factor determinante en el devenir económico del municipio. Éste fue desalojado de los nuevos rumbos de la producción y del mercado del vino. En el siglo XVIII se consolidó, con la nueva burguesía vinatera, la fama de los grandes vinos del mundo, en un proceso paralelo al aumento del consumo de vinos de mayor graduación y edad, es decir de vinos añejos.
En la Europa del siglo XVIII surgieron nuevas prácticas y nuevos espacios de sociabilidad, privados y públicos, que alcanzaron un importante significado social y cultural. Tertulias, visitas, academias, salones, cafés fueron escenarios y tiempos esenciales en la vida de relación social. En la mayoría de los casos había un referente alimentario. Las tertulias eran consustanciales con los refrescos. El chocolate, el té y el café eran elementos imprescindibles de los nuevos ámbitos de sociabilidad. La Barcelona del siglo XVIII puede ser un buen ejemplo. Algo desconocido y nada practicado aún en nuestras tierras de la Sierra Baja conquense.
La literatura y el vino son dos conceptos que han estado unidos desde la época clásica presentando una simbiosis que ha dado lugar a una relación muy estrecha entre ambos. Uno de los ejemplos menos estudiados de esta relación se encuentra en los libros de viaje de los siglos XVIII y XIX en los que se degusta y se reflexiona acerca del mundo del vino español. En este sentido, el objetivo del artículo es recordar cómo se explicaba la impronta de la actividad vitivinícola y de la cultura del vino en el territorio nacional, con especial interés en la Cuenca del Duero y en Andalucía Occidental según los intereses particulares de viajeros ingleses y franceses y las características propias del libro de viajes (la inserción de esta realidad en sus itinerarios, la necesidad de congraciarse al público lector, haciendo referencia al universo cultural común y a las expectativas asociadas a este género de entretenimiento e información, etc.). Finalmente, sus descripciones en la literatura de viajes sobre el entramado de la industria del vino (la recolección, su elaboración, el almacenamiento, su consumo por diferentes clases sociales o su comercialización con otros países) se contrastarán con los testimonios españoles en otros géneros de la literatura de ficción desde el siglo XVIII hasta comienzos del siglo XX. Poco o nada de estas reseñas ha producido relatos específicos de aquellos vinos únicos y artesanales producidos en La Parra, comerciados por transportistas de San Lorenzo de La Parrilla para que se consumiensen en Madrid y Valencia.
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