Este blog pretende ser un equitativo rincón de la crítica a la propaganda política. En su modestia, tiene abiertas las ventanas a cuantos aires nos libren de las contaminaciones ideológicas.
El trance del coronavirus. Un esbozo sociológico de la pandemia La prolongada depresión emocional y material del coronavirus, vivida como un extrañamiento forzoso ya antes del confinamiento, posee unos efectos sociales, políticos, sanitarios, culturales y económicos, debidamente evaluados en esta monografía, que, en nueve capítulos, dictamina el futuro que ha de venir tras esta serie de problemas.
Cataluña ensimismada Demanda la reconstrucción de un catalanismo equilibrado, capaz de responder a las necesidades concretas de un país y de una sociedad, y que, marginando nacionalismos extremos (españolistas e independentistas), pueda cohesionar e integrar diferentes sensibilidades; gobernando para la gente y, en especial, para aquellas personas que más sufren las desigualdades e injusticias sociales.
Enigmas del porvenir de Cuenca. Luces y sombras para salir del estancamiento En Cuenca sobra el "resultadismo" estratégico, que es una inadmisible entrega de las llaves de la continuidad en el estancamiento e incluso en el retroceso en todos los ámbitos socioeconómicos. Está obligada a sustituir a sus actuales líderes, que viven de la política sin aportar nada a ésta.
Últimos libros de J. A. Buedo sobre Cuenca
Contexto sociopolítico y progreso de Cuenca Obra publicada por la Editorial Alfonsípolis en mayo de 2010. En sus 254 páginas, ayuda al lector a conocer las claves de la vida pública conquense, al tratar los problemas colectivos más recientes de esta provincia y reflexionar sobre ellos.
Cuenca 2005. Un recorrido sociológico por la Ciudad Para bajar este ensayo del servidor sólo tiene que hacer clic en el Download que figura al pie de este artículo, publicado en Aires de La Parra el 23/05/2006
Cuenca en la encrucijada. Repercusiones de ampliación UE El Download de esta obra figura al término del artículo "Buen gobierno local y ampliación europea", publicado el 1/12/2005 en Aires de La Parra, desde donde puede bajarse haciendo un clic.
Marco Político para la Sociedad de la Información en Cuenca Para bajar la obra del servidor sólo tiene que hacer clic en el Download que figura al pie de este artículo, publicado en Aires de La Parra el 26/11/2005
Gabinete de Exploración y Análisis Sociológico
Gabinete de Exploración y Análisis Sociológico Constituido para servir como herramienta complementaria al Observatorio Político, Económico y Social de "La Vanguardia de Cuenca". Y, con ello, facilitar la práctica de la buena gobernanza en todas las instituciones de Cuenca.
Vadémecum de política municipal: "cómo gobernar un ayuntamiento" Esta obra del profesor Rafael Jiménez Asensio, se publicó en 2017 por el Instituto Vasco de Administración Pública. El Vademécum de Política Municipal (Cómo gobernar un Ayuntamiento) es una síntesis de la primera parte del libro Cómo gobernar y dirigir un Ayuntamiento, editado por el citado Instituto.
TheCircularLab TheCircularLab es un centro de innovación situado en Logroño que centra su actividad en el estudio, prueba y desarrollo de las mejores prácticas en el ámbito de los envases y su posterior reciclado.
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Fundación Democracia y Gobierno Local Entidad sin ánimo de lucro constituida en mayo de 2002 por iniciativa de la Diputación de Barcelona. Su finalidad es contribuir y dar soporte a todo tipo de actuaciones y de iniciativas para el conocimiento, el estudio, la difusión y el asesoramiento en materia de régimen local.
DELOS: Desarrollo Local Sostenible POLÍTICA SOCIAL Y DESARROLLO LOCAL-MUNICIPAL
Se indagan los vínculos que existen entre el gobierno municipal y la política social, y, particularmente, qué papel juega la política de desarrollo social en el plano discursivo del gobierno municipal.
Acta de Investigación Psicológica (AIP), publicada cuatrimestralmente por la División de Investigación y Posgrado de la UNAM, posee como objetivos divulgar recientes y relevantes contribuciones de académicos a la Psicología, caracterizándose por su contenido que refleja la transversalidad y el enfoque multidisciplinario de los conocimientos generados.
Juan Andrés Buedo: Estrategias de emprendimiento para el desarrollo de Castilla-La Mancha La obra se centra en el examen de los recursos disponibles por las Administraciones Públicas de Castilla-La Mancha para impulsar el emprendimiento, entendido no solo como la capacidad para iniciar nuevas actividades económicas de generación de empleo y crecimiento social en esta región, sino también como valor social que debe promoverse y ampararse desde todos los poderes públicos.
Conquenses por el Cambio La expresión en la red de un sentimiento, y una razón, que cada vez se extiende más por Cuenca. Después de ocho más cuatro años de gobierno del socialista Cenzano en el Ayuntamiento, Cuenca necesita un cambio que devuelva a los ciudadanos la fe en su ciudad y la confianza en el sistema democrático.
Chasquidos Letras con ácido para derretir el aburrimiento. Por Anselmo Cobirán.
Blogs de Cuenca Blog que recoge una amplia opinión e información sobre Cuenca con unas instantáneas variadas y sugestivas, extraídas de los blogs por aquí publicados
Con independencia de aquellos comentarios ad hoc que cada artículo u opinión puedan suscitar, se publicarán de modo singular e independiente las opiniones de nuestros lectores, remitiendo un correo a la dirección de abajo, poniendo al final del mensaje “PUBLICAR ARTÍCULO”.
Como el resto de los miembros de la UE, España cuenta con un plan climático para instalar de forma masiva energía renovable para cumplir con sus compromisos europeos y ante la ONU de lucha contra el cambio climático. La autorización ambiental de los proyectos, que en algunos casos está despertando el rechazo de distintos colectivos por los impactos en el territorio, depende de varias Administraciones. Pero las grandes instalaciones —aquellas que tienen una potencia superior a los 50 megavatios (MW)— deben ser autorizadas por el Gobierno central, en concreto, por el Ministerio para la Transición Ecológica. Durante los últimos años, la avalancha de proyectos de toda índole y la falta de manos en las Administraciones para poder analizarlos, han terminado en un enorme atasco que se ha liberado en apenas dos meses. El ministerio tenía hasta el 25 de enero para resolver las declaraciones de impacto ambiental (DIA) de un paquete de 202 proyectos que cuentan con el permiso para conectarse a la red eléctrica, requisito indispensable para que puedan operar.
Y en estas, nos aparece el Ministerio de Transición Ecológica y Reto Demográfico explicando que "desde finales de 2018 España se ha convertido en uno de los lugares más atractivos del mundo para desarrollar proyectos renovables". Y enumera los principales motivos: "la fuerte caída de costes de las tecnologías eólica y fotovoltaica y las "excelentes condiciones de nuestro país para desarrollar este tipo de proyectos", entre lo que se destacan la abundancia de recurso solar y eólico, la presencia en toda la cadena de valor industrial, el capital humano cualificado, un sector financiero sofisticado y "bajas densidades de población en gran parte del territorio".
Esta última "bondad" enfureció lógicamente a la España Vaciada, partido que agrupa a las 170 plataformas que desde hace años luchan por el equilibrio territorial del país. Se interpretó la frase como un sinceramiento por parte del MITECO sobre el atractivo que tiene la despoblación para promotores e inversores. "Destapa su opinión de la España Vaciada y los territorios de sacrificio que nos condenan a ser", tuiteó el pasado miércoles por la mañana la cuenta oficial de esta formación política. "El MITECO reconoce en el boletín oficial que la despoblación de nuestra tierra es un buen negocio para las eléctricas y estado. Por eso no tendremos tren de alta velocidad ni inversiones en infraestructuras con la complicidad de los diputados y senadores de nuestra provincia", se quejaron desde Salamanca. Y, a traves de esta página, venimos a hacerlo los miembros del Grupo de Acción para el Progreso de Cuenca, sumándonos a lo afirmado por los salmantinos, en cuanto hace y afecta al trenicidio cometido en nuestra provincia.
Es una indignación agregada a nuestras exigencia de reanudación de los servicios del tren convencional Madrid-Cuenca-Valencia (ver aquí) porque el Gobierno reconoce que "las bajas densidades de población" que sufre la España Vaciada son una excelente oportunidad para llenarnos de plantas solares y parques eólicos aunque no aporten ningún beneficio a sus territorios. Somos sus territorios de sacrificio".
Las colisiones de pájaros con los aerogeneradores suponen uno de los grandes problemas ambientales de la energía eólica, además de las líneas para transportar la electricidad que se genera. Y, cuando los parques están en zonas sensibles, se analiza la mortandad que puede provocar cada molino para establecer si es admisible o no. En el caso del parque eólico del Maestrazgo, donde se han identificado 79 especies de avifauna, destacan el buitre leonado, el alimoche y el águila real. También se ha constatado (aunque de forma más ocasional) la presencia de águila perdicera y quebrantahuesos. Varios de los aerogeneradores se han suprimido cuando se ha considerado que causarían altos daños en estas especies protegidas o cuando se ha concluido que supondrán un gran impacto visual desde alguno de los municipios de la zona. Y así lo vemos en Campillo de Altobuey (Cuenca)
Aunque nadie duda que el futuro modelo energético en nuestro país pasa por el necesario despliegue, entre otras fuentes, de la energía eólica, no conviene olvidar la conciliación entre esta energía limpia y el paisaje, que ha derivado en una polarización de los puntos de vista, inducida sobre todo por la transformación súbita que provocan los aerogeneradores en el paisaje. Y Campillo es un ejemplo cercano y directo.
Los aerogeneradores suelen ser cada vez más altos y tienden a situarse en crestas montañosas o en zonas donde el viento es más constante e intenso. Los aerogeneradores se agrupan en parques eólicos, a menudo acompañados de un edificio de control, una subestación eléctrica de transformación y una línea de evacuación, que añaden artificiosidad al paisaje. El mar también es un emplazamiento idóneo para los aerogeneradores, gracias a la constancia del viento. El resultado es que, muy a menudo, las zonas con las mejores condiciones de viento coinciden con los lugares de mayor exposición visual y significación simbólica.
Hace ya diez años Pere Sala Martí, Coordinador del Observatorio del Paisaje de Cataluña, indicó que la presencia de aerogeneradores genera controversia. A algunas personas les resulta agradable su forma estilizada o su color blanco, y los ven como un símbolo vinculado a la sostenibilidad. Por otra parte, otros tienen una opinión contraria, porque contrastan con los paisajes rurales tradicionales o desfiguran fondos escénicos. Para estas personas, más que un impacto visual, los aerogeneradores provocan un impacto en el carácter del lugar, que tiene que ver con dimensiones de carácter identitario, cultural e incluso afectivo que explican por qué la gente se siente parte de un sitio. Esta es una cuestión relevante que no se debería menospreciar. A menudo la oposición a muchos parques eólicos se ha banalizado y se ha considerado la controversia como una simple discusión de carácter estético, cuando las razones que explican el rechazo a proyectos generalmente mal explicados y nada o poco consensuados con el territorio son mucho más de fondo.
Podemos remitirnos, como hace este mismo especialista, a Gobiernos como los de Francia o Escocia, entre otros, con una larga tradición en temas de paisaje, todo esto lo conocen bastante bien y han entendido desde hace tiempo que, para que los nuevos parques eólicos sean bien aceptados, los aerogeneradores no se pueden poner como quien clava agujas de coser en un acerico, de cualquier manera y en cualquier lugar, sino que hay que compatibilizarlos con los valores ecológicos, históricos, estéticos o simbólicos del paisaje. ¿Se da esto en Campillo? Externamente todo da a entender que no. Por eso, frente al derrumbe paisajístico de este pueblo conquense salta a los ojos, los gobiernos antes citados hace tiempo que, conjuntamente con las entidades promotoras de la energía eólica y con las que defienden la conservación del paisaje, publican manuales con criterios y ejemplos para minimizar el impacto de los aerogeneradores en el paisaje. Afortunadamente, hoy contamos con bastantes conocimientos, experiencia y tecnologías de todo tipo, como el análisis de cuencas visuales o las modelizaciones 3D, como para poder afirmar de manera objetiva y contrastable que hay lugares donde los aerogeneradores encajan y lugares donde no: Campillo de Altobuey. Mi consejo es el mismo que el de Pere Sala: "En tierra habría que procurar evitar instalaciones en zonas emblemáticas o ante hitos relevantes; concentrarlos en lugar de dispersarlos y tener muy en cuenta elementos estructurantes como el parcelario, la vialidad o el horizonte, entre otros criterios de integración en el lugar".
La idea de este artículo reminiscente ha partido de Vicenta, para mi -invariablemente con cariño y respeto, como nuestros padres, a todas horas grandes amigos- siempre "Vicentita la de Doro". Me la ha transmitido a traves de un WathsApp mediante la fotografía que antecede. Al que le he respondido: "¡Cuánta nostalgia infantil habrá dejado en mi alma! Sobre todo el Jueves Lardero de 1957, aquel en el que mi padre decidió emigrar a Cataluña". Y ella ha continuado:
-Pero... así recordamos a los nuestros y yo me pongo en contacto contigo -añadiendo el punto artífice de estas líneas-: Yo no he llegado a celebrarlo, pero mi madre sí nos contaba anécdotas de ese día.
Anécdotas, en efecto. Que nos traen nombres que pasaron a la olvidada historia de La Parra, nunca escrita, y, sin embargo, siempre vívida para cuantos hemos tenido la dicha de albergar en ella nuestro cuerpo y espíritu.
Al llegar a este punto, recibo -cosas de la sociedad de la información que domina nuestros movimientos- un mensaje de voz de María Asunción López Laparra. En él me dice que está en el pueblo con las cenizas de su madre, fallecida el pasado 28 de enero. Otro golpe fuerte para la savia de nuestra villa, terruño de orgullo, digno sentir y brío para mojar la honradez encarnada en la pirámide existencial de todas las familias que aquí se han generado.
Fuerza y vitalidad que reencauzan el objetivo de esta jornada. El Jueves Lardero es el nombre con el que se conoce en diversas partes de España al jueves en que comienza el carnaval. En otros lugares se conoce como Jueves Gordo, el día de la tortilla o el día de la mona (Albacete).
Jueves Lardero es el primer día de la celebración del Carnaval. La palabra carnaval procede del latín 'carnem-velare', que significa "dejar la carne", como signo de la llegada del período de la Cuaresma en el calendario litúrgico, que da comienzo el día de Miércoles de Ceniza. La festividad de Jueves Lardero es un homenaje a la despedida de la carne. Antiguamente, los religiosos cristianos aprovechaban el día de Jueves Lardero para darse un último festín comiendo carne de cerdo en abundancia, antes de la Cuaresma, en la cual tenían prohibido su consumo como ofrenda a Dios. El origen de la palabra 'lardero' deriva del latín 'lardarius', que significa tocinero. Forman parte de su familia semántica el verbo 'lardear' --untar en grasa-- y el sustantivo 'lardo' -grasa o tocino-. Lingüísticamente, la diversidad de la geografía española otorga diferentes nombres al Jueves Lardero, la denominación más popular. En la provincia de Salamanca se conoce como el "jueves merendero", y el "día del choricer" en Aragón. No obstante, también tiene su rincón en otros idiomas. En Cataluña celebran el "dijous de gras", en la Comunidad Valenciana el "dijous de berenar" y en las Islas Baleares el "dijous llarder". La costumbre más generalizada en España es merendar carne de cerdo acompañada de pan y huevo o tortilla. También es tradición hacerlo en el campo y con amigos o familia. Pero también surgen diferencias dependiendo del lugar en el que te encuentres.
Cuenca, y por tanto La Parra, cumple con su tradición disfrutando este día con tradicional bocadillo de tortilla, chorizo y pimientos, que ha hecho siempre las delicias de grandes y pequeños.
El periodista de la Cadena SER Paco Auñón contaba años atrás la simbología de esta costumbre en Cuenca. Y, resumiendo, decía que el Jueves Lardero, es una fiesta popular y de origen pagano que se celebra en Cuenca. Su día es siempre el jueves anterior al Miércoles de Ceniza, la fecha que marca el inicio de la Cuaresma, el periodo de cuarenta días que distan hasta el Domingo de Ramos. Todo esto se calcula con la Semana Santa y ésta con la primera luna llena de la primavera.
El Jueves Lardero consiste en comer en el campo, y generalmente, carne. ¿Y por qué carne? Lo de lardero viene de las lardas, la grasa del cerdo y tiene un origen antiguo en las culturas mediterráneas, como casi todas las fiestas que aún celebramos, aunque adaptadas a la liturgia cristiana.
En las saturnales romanas, en torno al solsticio de invierno, se acostumbraba a comer en exceso, dicen que para acumular grasa en el cuerpo y suportar mejor los días más fríos del año. A las vistas de la primavera se ayunaba para perder esos kilos de más, es decir, la Cuaresma. Así que, el Jueves Lardero, en plenas fiestas del Carnaval (que también viene de carne) es como la última gran comilona antes de la dieta, la forma de atiborrarse antes de que comience la Cuaresma, en la que se come más pescado y se ayuna, aunque eso ya no lo hace casi nadie.
El Jueves Lardero es un día muy especial, sobre todo para los niños, porque desde media mañana no hay clase y todos se van de merienda con sus amigos al campo a pesar del frío que acostumbra a hacer por estas fechas (cuando uno es niño no se tiene frío).
Se dice que en Jueves Lardero, una tajá y un huevo. Y lo típico es la tortilla de patatas y algo de la orza: chorizos, lomos, morcillas, costilla… Vamos, que de orza a lorza hay solo una letra de diferencia.
Se trata de pasar un día al aire libre, donde la principal protagonista es la gastronomía de la zona. Son fiestas más celebradas en la comunidades más orientales de nuestra geografía, dónde se hace real el famoso refrán «Jueves Lardero, longaniza en el puchero». Y quien en La Parra estéis, que la felicidad y el estómago llenéis.
Artículo publicado en El País, el 19 de enero de 2023 (ver aquí)
El ascenso de Donald Trump mostró que el trastorno egocéntrico en los líderes tiene consecuencias reales; las redes sociales han potenciado en los ciudadanos esa clase de personalidad frágil y tóxica y están desterrando el debate serio
De un tiempo para acá, una palabra que antes era especializada, o que formaba parte solamente del léxico de ciertas profesiones, ha estado apareciendo en la prensa y en discursos diversos, como si hubiera descubierto de repente los placeres de vivir al aire libre. La palabra es narcisista; la hemos visto aplicada a Donald Trump, por ejemplo, y, como narcissist es un sustantivo, ha venido acompañado de adjetivos para describir mejor al expresidente: maligno es uno de los más usados. No sé cuándo haya empezado esta palabra a hacerse presente en nuestra conversación de todos los días, pero hace poco me encontré —es la maldición de los que acumulamos revistas— un artículo de Vanity Fair publicado allá por los meses remotos de 2015, cuando el mundo era otro en parte porque Donald Trump no había sido elegido todavía. En él, un grupo de psicólogos y psiquiatras se atrevía a lanzar por primera vez su veredicto: estábamos ante un narcisista de libro de texto, un caso extremo en un oficio —el de los políticos― de casos extremos, y la idea de que un hombre semejante llegara a la presidencia tenía que ser motivo de preocupación.
Todo en el artículo era alarmante. Para George Simon, profesor de seminarios sobre comportamientos manipuladores, Trump era un narcisista tan perfecto que sus apariciones públicas eran inmejorables como ilustración de las características de este desorden; si no tuviera a Trump, decía Simon, se vería obligado a contratar actores y dibujar viñetas. Hablando del bullying, los constantes comportamientos de matón y la tendencia a la humillación del otro que Trump había convertido en estrategia cotidiana, el psicólogo clínico Ben Michaelis hacía un diagnóstico preciso. “El narcisismo es una defensa extrema contra los propios sentimientos de inutilidad”, decía. “Degradar a la gente es en realidad parte de un trastorno de personalidad”. Wendy Behary, que aparecía en el artículo como autora de un estudio titulado Desarmar al narcisista, hablaba de la relación que tienen los narcisistas con la verdad: “Los narcisistas no son necesariamente mentirosos, pero se sienten notoriamente incómodos con la verdad. La verdad significa la posibilidad de sentirse avergonzados”. La vergüenza que les causan sus carencias o sus fracasos es lo que los especialistas llaman la herida narcisista; en el caso de Trump, la herida es del tamaño de su ego.
El artículo de Vanity Fair, recuerdo bien, causó un revuelo predecible. Dar semejantes diagnósticos rompía con un precedente de la vida política estadounidense: la llamada “regla Goldwater”. En 1964, la revista Fact publicó una suerte de encuesta en la que los psiquiatras opinaban sobre la idoneidad psicológica del senador Barry Goldwater, candidato a la presidencia. El senador demandó a la revista y ganó, y desde entonces se instaló un tabú entre los profesionales de la salud mental, que dejaron de emitir diagnósticos sobre los políticos… hasta que apareció Trump, y la inquietud fue demasiada como para quedarse callados. Siete años después del artículo, todo el que haya estado medianamente despierto ha podido ver las consecuencias de poner a un narcisista en posiciones de poder, pues los hay varios y en varios países: donde hay un Trump hay un Putin. No hay nada nuevo en el hecho mismo, por supuesto: desde que Havelock Ellis lo identificó a finales de siglo XIX, el narcisismo como desorden mental nos ha permitido entender mejor a Hitler y a Stalin, y fantasear con la idea de todo lo que no habría ocurrido si alguien le hubiera dicho al uno que pintaba bien y al otro que no era mal escritor.
Pero el diagnóstico de narcisismo es algo serio, y el narcisista es una persona tóxica que hace daño a quienes lo rodean. Pues bien, en los últimos tiempos hemos recurrido al mismo término para describir un fenómeno muy distinto: la emergencia en las redes sociales de un nuevo egocentrismo que hoy nos parece síntoma de algo más. Hay un ensayo de Falso espejo, el libro de Jia Tolentino, que lo explica con elocuencia. Tratando allí de analizar el fenómeno por el cual nuestra actividad en internet suele limitarse a lo que está de acuerdo con nuestras opiniones y prejuicios, Tolentino llega a esta conclusión que me parece inapelable: el problema con las redes sociales tal como están concebidas es que sitúan la identidad personal en el centro del universo. “Es como si nos hubieran puesto en un mirador desde el cual se ve el mundo entero”, dice, “y nos hubieran dado unos prismáticos que hacen que todo se parezca a nuestro propio reflejo. A través de las redes sociales, muchas personas han llegado rápidamente a ver toda nueva información como una especie de comentario directo sobre quiénes son”.
Me gusta ese ensayo porque Tolentino, aparte de ser buena ensayista, es una milenial muy activa en redes, con lo cual habla o parece que hablara desde una autoridad que otros escépticos no tenemos. Pero cualquiera que tenga la mirada lúcida, o que pueda salir a mirar el mundo sin esos prismáticos que todo lo distorsionan, se ha dado cuenta recientemente de que detrás de muchos de nuestros enredos contemporáneos está la misma causa: la hipertrofia de las identidades, que responde también a su fragilidad o a su incertidumbre. En Corre a esconderte, una de las novelas más inteligentes que he leído en los últimos meses, Pankaj Mishra pone a un personaje (no muy simpático, dicho sea de paso) a hablar de estos tiempos en los que todo el mundo se ha convertido en una marca, y, por lo tanto, en promotor de sí mismo. “Nadie”, dice, “ni siquiera los más ricos y bellos y famosos, está seguro de quién es, y todos luchan por ser reconocidos en la economía de la atención de las redes sociales”.
Y esto es un problema. Son esas identidades demasiado frágiles e inciertas las que han desterrado de tantos lugares el debate serio, aunque a veces sea airado y aun hiriente, y han anulado la diversidad de puntos de vista cuando alguno parece escandaloso o simplemente heterodoxo, y han reemplazado el enfrentamiento y el conflicto, tan necesarios y saludables en una sociedad abierta, por la cancelación (otra de las palabras clave de nuestro tiempo) y el silenciamiento del contradictor: que deja de ser contradictor, por supuesto, para convertirse en amenaza y enemigo. Estos individuos exigen al mundo entero que los vea como quieren ser vistos, aunque para ello sea necesario que el mundo cambie su comportamiento, sus opiniones y su lenguaje; tienen una sensibilidad hipertrofiada, y se han convencido de que el mundo entero debe tener como máxima prioridad cuidar sus emociones y protegerlos de las ofensas. Las ofensas pueden ser imaginarias, es decir, sólo existir en la mente del ofendido; pero el ofendido seguirá exigiendo que se le respeten a toda costa, porque son suyas y para él son reales, y eso es lo único que importa.
Un día sabremos medir hasta qué punto estas distorsiones han afectado nuestra forma de dialogar, de negociar y, sobre todo, nuestra forma de votar. Pero si es necesario nombrar el mundo con precisión, habremos de convenir que una cosa son los narcisistas malignos tipo Donald Trump, cuyas patologías y carencias (como lo sabe todo el que haya leído a Shakespeare) tienen un efecto muy real en nuestras vidas políticas, y otra muy distinta el “narcisismo”, entre comillas muy grandes, como rasgo de carácter del mundo virtual. Sin duda los dos están comunicados por pasajes subterráneos. También esto habría que explorarlo alguna vez.
Hace varios días recordaba una de mis escritoras favoritas, la majestuosa y afectiva Irene Vallejo, en su columna de El País (ver aquí), que cuando muere alguien querido, se desvanece el futuro que no compartiremos, pero también grandes regiones del pasado. En su tierna fermentación de ideas, ese vahído palidece lo que vivimos juntos, el bullicio íntimo, las canciones, los chistes impenetrables para el resto del mundo y los recuerdos quedan huérfanos igual que un zapato solitario.
Este duro crisol me ha envuelto por un momento con la manta del espíritu de Samuel Eskenasy, el protagonista de la novela que estoy fraguando en estos instantes, el cual tras la pérdida de su ser más querido, tiene que acostumbrarse a un mundo cercenado, a una casa desierta. Un hogar gris en el que las cosas siguen en su sitio aunque, sin la lozanía de la persona que las atesoraba, ofrece un perfil ajado, insulso y aburrido. Y, a medida que pasan los días, disminuye el escepticismo de la desaparición, pero se prolonga ese marchitamiento, como una hoja decadente recién caída del árbol en otoño, como una rueda pinchada, y ese arrebato sin freno que sube a los ojos convertido en sollozo.
Los últimos días de octubre dan paso al tiempo de Difuntos, cambio de ciclo, de tiempo, de época, nos adentramos en un espiral de recordatorio hacia aquellos que ya no están con nosotros, recordamos a todos los santos y a los difuntos, revivimos supersticiones, cuentos y leyendas que, un día nos transmitieron nuestros padres, madres o abuelos.
Este tiempo de difuntos y ánimas es momento de compartir en familia la compra de flores Y adornos, la limpieza de tumbas y panteones, la compra de castañas, buñuelos o huesos de santo. Es época de convivir con la estirpe y degustar la gastronomía conquense, que acoge estas efemérides amargas con un toque distintivo.
El día de los Santos con el estómago lleno y la lumbre encendida se hace más llevadero. Hay quien prefiere revivir recuerdos en soledad, mientras otros desean pasar el duelo de la celebración, marcada por el luto en el almanaque, acompañados de la familia o los amigos.
Pese a no ser un aperitivo exclusivo de esta fecha, nos encontramos en el meridiano otoñal, época idónea para consumir un entrante de castañas asadas y satisfacernos con su aroma característico, el mismo que recorre cocinas y fogones de los artesanales braseros alzados en el corazón de muchos hogares de nuestra provincia. En los que como plato principal se hace una buena sartén de gachas autóctonas.
Me dio algo de pelusa mi esposa al volver desde el pueblo a casa y contarme que mi cuñada y sus primas prepararon ese guiso fuerte ayer, después de elaborar los ramos y las coronas de flores para, a continuación, llevarlas a engalanar las tumbas de los seres más estimados ahí yacentes. No sin antes pasar por la boca unos buenos postres, con la esencia azucarada del día; una efeméride un tanto amarga para algunos, que siempre podrá endulzarse con la gastronomía más dulzona de la provincia, ya sea con huesos de santo, buñuelos, rolletes, torrijas e incluso puches.
Yo tuve que apechugar con la comida precocinada que ella me guardó. Y, encima, cometí la equivocación de poner una selección de música que contenía una de las canciones que más huella me ha dejado: Everybody Hurts de R.E.M. Sí, la canción que como escribió Jorge Fuentes "más a hecho llorar a los hombres" (escuchar aquí).
En 1993 el grupo estadounidense R.E.M. lanzó su octavo álbum de estudio, “Automatic for the people”, sindicado por la crítica como el mejor disco de su carrera. El single más popular de ese disco sería la bella balada “Everybody Hurts” (“Todo el mundo hiere”), cuya música y letra fue escrita casi en su totalidad por el baterista Bill Berry -quien quería escribir un mensaje de esperanza comprensible, directo y carente de metáforas a los adolescentes-, aunque en los créditos se adjudicó su autoría a los cuatro integrantes de la banda.
Desde esa fecha a la actualidad, esa canción de 5:24 minutos, cuyo arreglo de cuerdas fue escrito por John Paul Jones, bajista de Led Zeppelin, se convertiría en un estandarte de la tristeza y la melancolía y en un auténtico clásico musical de la década de los 90’, tal como reconoció el bajista Mike Mills: “Apenas compusimos y grabamos la canción, dejó de pertenecernos y empezó a formar parte de todo el mundo. Es una pieza universal y puede significar algo para casi cualquier persona con la cual te relaciones, sin importar su lugar de origen o la lengua que hable”:
Cuando tu día es largo y la noche, la noche es tuya en soledad. Cuando estás seguro de que has tenido suficiente de esta vida, bueno, resiste. No te dejes ir, porque todo el mundo llora y todo el mundo hace daño de vez en cuando.
A veces todo sale mal. Ahora es momento de cantar a coro. Cuando tu día es una noche solitaria, resiste. Si te sientes como soltándote, si piensas que ya has tenido suficiente de esta vida, resiste.
Porque todo el mundo hace daño, consuélate con tus amigos. Todos hacemos daño.
No lances tu mano, oh, no. No lances tu mano, si sientes que estás solo, no, no, no, no estás solo.
Si vas por tu cuenta en esta vida, los días y las noches son largos, Cuando piensas que ya has tenido suficiente de esta vida como para aguantar.
Bueno, todos hacemos daño algunas veces, Todos lloramos. Todos hacemos daño algunas veces. Todos hacemos daño algunas veces. Así que resiste, resiste, resiste.
REM - Everybody Hurts - Todo el mundo hace daño.
Me puso la música largamente melancólico y me acordé también de muchos seres queridos que, aguijonados por la muerte, ya no estaban a mi lado; empezando por mis padres, continuando con mi hermano Nino, mi primo Manolo, y así... Hasta que me sacó de la abstracción mi amada Juli al regresar al hogar, ya de noche.
¡Volved por mí! Primer premio en la categoría de relato XIV Concurso de Relatos Escritos por Personas Mayores, organizado por la Fundación ”la Caixa” en colaboración con Radio Nacional de España. 26 de octubre de 2022
Deseo Cumplido Primer premio en la categoría de microrrelato XIV Concurso de Relatos Escritos por Personas Mayores, organizado por la Fundación ”la Caixa” en colaboración con Radio Nacional de España. 26 de octubre de 2022
Artículo publicado en RdL-Revista de Libros, el 5 de octubre de 2022 (ver aquí)
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La invención de España. Leyendas e ilusiones que han construido la realidad española
Henry Kamen
Espasa Calpe, Barcelona, 2021, pp. 517
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En el año 2006 publicó el autor una obra que llevaba por título Del imperio a la decadencia. Los mitos que forjaron la España Moderna, traducida al inglés y editada dos años después como Imagining Spain: Historical Myth and National Identity. El pasado octubre apareció en formato de bolsillo esta Invención de España, en buena medida versión aumentada del primero. De tales títulos se infiere que todos ellos tratan de mito, invención, leyenda e ilusión. El mito es la etiqueta que con mayor frecuencia se endosa a los acontecimientos escrutados, serie que arranca en Numancia, pasa por la Reconquista, los siglos del imperio de los Austria, la Ilustración, llegando a la Constitución de 1812, la República y la Guerra Civil. La secuencia se enriquece en páginas finales con la fantasía (en referencia a la Constitución de Cádiz) y el sueño, capítulo en el que se incluye el epígrafe «La monarquía española: una institución siempre en entredicho» (cursiva mía).
No es esta Invención, desde luego, lectura fácil de digerir. El texto se articula en diecinueve capítulos que a su vez contienen entre tres y ocho epígrafes, lo que provoca no pocas reiteraciones, por lo demás incluidas ya en otras obras del autor. Con todo, es el carácter hosco del discurso, de principio a fin, lo que acaso mayor sorpresa causará al lector, como de facto sorprendió a quienes leyeron la edición de 2008. Advirtió uno de ellos en la escritura tono de «ira», de «enfado», de «furia», resueltamente «encendido»1. Anotó otro la propensión del autor a fustigar a los «historiadores profesionales», sostener interpretaciones del pasado «deliberadamente polémicas»2, tanto como para que un tercero comprendiese que Imagining Spain hubiese puesto de los nervios a gente «todavía muy sensible» hacia los mitos que el autor somete a escrutinio3. Éstos, los mitos, eran siete entonces; pero habiéndose ampliado la cronología de esta Invención por ambos extremos resulta inevitable que la lista haya adquirido dimensiones desproporcionadas.
No queda nada claro, sin embargo, qué sea para el autor esto del mito. «La realidad es lo que aparentemente sucedió, mientras que el mito es lo que debería haber sucedido (el pasado) o lo que esperamos que suceda (el futuro)», escribe Kamen. Se definiría, pues, el objeto por oposición a la realidad, aunque habrá de reconocerse que tan mítico es el salto que realmente dio Bob Beamon en 1968, como los Fueros de Sobrarbe, fabricados por el jurista Jerónimo de Blancas en 1588. Reconozcamos, en todo caso, que el concepto no es fácil de aprehender4, y prueba de ello es que en La invención de la tradición de Hobsbawm y Ranger pasan estos como sobre ascuas por el asunto5. Tampoco ayuda gran cosa la brevísima introducción que Hugh Trevor-Roper redactó para The Invention of Scotland. Myth and History6, obra, por lo demás, tan deliciosa y divertida de lectura como erudita en su confección. Cuenta su biógrafo7 que el autor comenzó a interesarse por la historia de Escocia desde el previo acercamiento a la Ilustración escocesa. Al impulso académico se añadió el político, urgido por el resultado de las elecciones de 1974 que otorgaron al Scottish National Party el suficiente número de escaños como para despertar la inquietud en más de uno. Las escasas tres páginas que Trevor-Roper dedicó a presentar su Invention soslayan la definición o conceptualización del mito, salvo para postular que éste, en el caso de Escocia, «nunca ha sido marginado por la realidad, o por la razón, sino que permanece hasta que se ha descubierto otro, o fabricado, a fin de reemplazarlo». La intención de T.-R. no resulta, pues, muy lejana de la que anima a Kamen, convencido éste como está de que «muchos españoles» vivimos todavía en el siglo XVI8. A T.-R. le bastaron tres ejemplos para dar cuenta de su potencia en la historia de Escocia y en su proyección política hasta hoy. Fueron éstos: el mito de una «ancient constitution», el mito de una supuesta y no menos vieja creación poética, y -lo más divertido- el desentrañamiento de que la célebre sinfonía de cuadros y colores con la que se adorna el tradicional kilt no es sino el lucrativo invento (éste sí) de un par de astutos entrepreneurs cuando despertaba el siglo XIX9. Kamen multiplica los ejemplos hasta lo inimaginable, si bien caben dudas de que buena parte de ellos puedan etiquetarse de mitos, y que acaso lo más sensato hubiera sido mantenerlos recluidos en el desván de las leyendas. Sorprende asimismo que el autor proponga más de uno inédito, por ejemplo, el de la limpieza de sangre. Semejante atracón no carece de riesgos. A fuerza de tanto mitificar, podría el lector llegar a la conclusión que La invención de España es precisamente eso, un tinglado de materiales de dudosa calidad presto a desmoronarse al mínimo soplo de realidad.
Mito por mito, qué mejor que comenzar por el de «La pérdida de España». Se lee en estas páginas que «es posible» que el «más fundamental para la invención de la España cristiana medieval sea la idea de su pérdida y su posterior recuperación»; y poco más adelante consta que, para la explicación de esta «pérdida», circula entre los españoles «una leyenda tradicional que se ha convertido en la versión clásica de los acontecimientos». Esa leyenda no sería otra que la de Florinda la Cava. ¿De veras? Tengo todas las dudas de que, salvo en los manuales de historia de la literatura, la leyenda en cuestión forme parte de los de historia, tanto universitarios como del bachillerato. Por ello es fácil estar de acuerdo con el autor cuando escribe que «hace tiempo que los expertos dudan de la verosimilitud de numerosos elementos de esta versión». ¡Y tanto que hace tiempo! Uno de tales fue don Ramón Menéndez Pidal, quien en 1925-1927 ya incluyó la leyenda en su Floresta10.
Y es que no se mueve con soltura el autor por el Medioevo, poco cercano al modus operandi de los medievalistas. Las dudas que exhiben proceden, según él, de que «quienes redactaron las crónicas fueron escritores musulmanes y cristianos que las escribieron mucho después y sin ningún conocimiento directo de los acontecimientos» (cursiva mía). A propósito del reino de Asturias, en su condición de origen del de España, y del tránsito en cuestión, argumenta que de ello «no hay pruebas documentales aceptables de los pormenores» (cursivas mías). Otorgando a Pelayo el título de «figura mítica» y acto seguido el de personaje de «ficción», dado que «no hay forma de documentar con precisión su existencia ni sus hazañas» (cursiva mía), me pregunto a qué categoría pertenece entonces de las enunciadas páginas atrás; a saber, la real («lo que aparentemente sucedió») o la mítica («lo que debería haber sucedido […] o lo que esperamos que suceda»). Tanto las crónicas musulmanas como las cristianas hablan de él, aunque en ellas «no hay nada totalmente fiable». Aunque a la postre parece importar poco «si [Pelayo] existió como si no», y otro tanto acontece respecto al enfrentamiento (evitaré lo de batalla) de Covadonga. «De ninguno de estos detalles hay pruebas fiables»; «es posible que la falta de pruebas directas invalide todo intento de identificar a Pelayo con Covadonga, pero, evidentemente, no descarta la posibilidad de que se produjera en aquella región algún incidente militar que frenara el avance de los musulmanes».
En la siguiente página se aludirá ya sin duda al «revés que sufrieron los musulmanes en Asturias». Cualquier salida se antoja válida11.
Algo similar ocurre al afrontar la presencia islámica en España, por la que sobrevuela el mito de la convivencia entre las tres religiones, el florecimiento cultural, etcétera. Para empezar, se postula que «no se trató de una conquista al uso»; «los musulmanes no llegaron necesariamente para establecerse de forma permanente, sino que hubo una larga serie de llegadas y partidas, en las que un sector de los invasores sustituía a otro» (luego cabe deducir que musulmanes los hubo siempre…). Cierto es que la Hispania resultante de la invasión «no se creó sólo por la fuerza; también dependió de medidas a largo plazo para estabilizar el régimen». Tales medidas (fiscales, religiosas, sociales), sin embargo, fueron exactamente las mismas allí donde el Islam impuso su presencia, tanto hacia el este como hacia el oeste12. La toma de Bujará y Samarcanda (712) tuvo su réplica en la de Hispania (711). Las poblaciones conquistadas (dhimmis) eran sometidas al pago de un tributo (jiziya) a cambio de protección; los fieles musulmanes por su parte pagaban la sadaqa (limosna). «L’État, c’est en effet l’impôt»13. Y por lo que se refiere al ejercicio de la religión, las llamadas “Gentes del Libro” (ahl al-kitāb) (judíos, cristianos) no plantearon al Islam particulares problemas siempre y cuando éstas aceptaran su autoridad14.
“Expulsión de los moriscos”, Gabriel Puig Roda (1894).
El autor tampoco participa de la leyenda dorada de al-Andalus; apuesta por un escenario de «enfrentamiento profundo entre la sociedad cristiana y la islámica», y a propósito de la convivencia añade que, de haber existido, tal cosa debió de ser «a la fuerza». Concurro en que la leyenda en cuestión ha llevado a exageraciones difícilmente asumibles. La edición inglesa del libro de María Rosa Menocal que el autor cita se abre con un prólogo de Harold Bloom que constituye un buen ejemplo de estos excesos. Según Bloom, la expulsión de musulmanes y judíos de España en 1492 (sic) constituyó un «brutal disaster» cuyos efectos se perciben en Cervantes; desde entonces -agrega- España murió para no resucitar hasta la muerte de Franco, momento a partir del cual se ha vuelto otra cosa «todavía no por entero definible»15. Temo al respecto que tanto Kamen como Menocal se valen de herramientas conceptuales que de poco sirven para encarar el asunto («pluralismo», «tolerancia», «secularismo», «libertad religiosa», «progresismo»). El párrafo de Menocal que el autor transcribe («Sólo en ocasiones, esta tolerancia incluyó garantías de libertad religiosa comparables a las que esperamos de un Estado moderno tolerante») da buena cuenta de la fina percepción del tiempo histórico que exhibe la autora…
Observo también que Kamen, apelando al «sentido común», acaba por recular de su propia posición aceptando que «ha habido lugares y épocas en los cuales, a pesar de los conflictos periódicos, las comunidades sabían llevarse bien entre ellas», practicaban «cierto nivel de convivencia», siendo, paradójicamente, los propios musulmanes quienes entre sí habrían usado de la violencia más cruenta. El recurso al sentido común suele, en efecto, proporcionar salida a embrollos como éste. Un buen conocedor de estas cuestiones señaló hace tiempo que lo que funcionó en aquella España fue «un status quo de tregua o desarme que permitía la existencia continuada de las tres religiones, siendo de tener en cuenta que la libertad de creencia era entonces mucho más importante a este nivel colectivo o de grupo que no (como a la moderna) en el terreno individual. La medida en que una situación de esta clase pueda ser calificada de “tolerancia” queda desde luego como cuestión de puntos de vista o de un simple escarceo semántico». Y a continuación añadía:
«Del otro lado la necesidad de la economía, el trabajo y la cultura de moros y judíos fuerza a una claudicación en materia de libertad religiosa similar a la de estos otros pueblos cuando, también contra sus principios, se doblegan de facto y de jure al poder cristiano»16. Dicho de otro modo: ambas partes, en especial cristianos y musulmanes, acabarían percatándose de que los beneficios de la convivencia superaban con creces los inconvenientes de hacer las maletas de forma voluntaria o forzosa. No les habría movido una actitud tolerante, sino lo que Brian A. Catlos ha llamado «principio de conveniencia»17. El fenómeno es perceptible no sólo en España sino también allí donde cristianos y musulmanes han convivido (Palestina, Sicilia…), dependiendo los avatares de la relación tanto de la magnitud de las poblaciones respectivas o del grado de dependencia de una comunidad respecto a otra. En este sentido, el caso hispano pasa por ser el «cisne negro” de la historia». En fin, por lo que hace al territorio del «conocimiento humano», resulta innegable que, en su transferencia de Grecia a Occidente, la conexión islámica Bagdad-Córdoba-Toledo proporcionó a Europa un caudal de sabiduría de valor capital18. En la Andalucía del 951, «un monje bizantino, un judío español y ciertos médicos musulmanes depuran» la traducción del célebre tratado de Dioscórides que Hunayn Ibn Ishaq había vertido al árabe en Bagdad un siglo antes.
No podía el autor dejar de tocar el «más fundamental» y también «más ficticio» concepto de la historia hispana: la Reconquista. «Se trataba», y desde luego todavía se trata, de «definir un lapso enorme y complejo de Historia medieval con una etiqueta compuesta por una sola palabra» (sic). Pero argumentar en contrario que «ninguna campaña militar en la historia de la humanidad ha durado tanto» se me antoja un recurso bien pobre; y reducir los enfrentamientos habidos a lo largo de casi ocho siglos a la batalla de Las Navas, por mucho que haya sido «decisiva», no ayuda gran cosa, especialmente si a continuación se admite que «de forma esporádica durante todos esos siglos se produjeron innumerables choques, ataques y asedios significativos», a la vez que estos mismos enfrentamientos vuelven a limitarse dos páginas más allá a «muy pocas batallas». Por cierto: el calificativo de «decisiva» que se le endosa en la pág. 80 desaparece en la 97: «no fue una batalla decisiva para la historia de los reinos peninsulares ni alteró el equilibrio de poder entre cristianos y musulmanes». Poco después la misma batalla comparece de nuevo para reencarnarse como el fin de la Reconquista, dando paso a un «contexto» irreconocible tres siglos más tarde. Por lo demás, convendría hacer ver que enfrentamientos como éste hubo unos cuantos, saldados con victoria cristiana (Simancas, 939; El Salado, 1340) y otros con derrota (Alarcos, 1195; Zalaca, 1086). Pero produce hasta sonrojo tener que advertir que la actividad militar no fue lo único que ocupó a los hispanos durante ocho siglos. Hubo, primero, re-conquista y tras ésta re-población, y ni siquiera ésta fue en algunos casos definitiva, como aconteció en León, repoblado en 856 y arrasado en 986. Acaso convenga reparar también en que la lucha no fue siempre de cristianos contra musulmanes, y que la conveniencia dio lugar a pactos y alianzas inverosímiles entre unos y otros. En las Memorias del rey de Granada, destronado en 1090 por los almorávides, se relatan las cuitas de Ibn Ammar, muñidor de una alianza entre Alfonso VI y él para hacerse con la ciudad en estos términos:
«Si la ganase, no podría conservarla más que contando con la fidelidad de sus pobladores, que no habrían de prestármela, como tampoco sería hacedero que yo matase a todos los habitantes de la ciudad para poblarla con gentes de mi religión. Por consiguiente, no hay en absoluto otra línea de conducta que encizañar unos contra otros a los príncipes musulmanes y sacarles continuamente dinero, para que se queden sin recursos y se debiliten. Cuando a eso lleguemos, Granada, incapaz de resistir, se me entregará espontáneamente y se someterá de grado, como está pasando con Toledo, que, a causa de la miseria y desmigamiento de su población y de la huida de su rey, se me viene a las manos sin el menor esfuerzo»19.
Mito particular de la Reconquista lo es también para el autor la toma de Granada, que, «en la mayor parte de la bibliografía», se «atribuye» (sic) a los Reyes Católicos. Carece no obstante de sentido, según él, incluir dicha campaña en el proceso, pues, siempre según su opinión, este último eslabón constituyó «una etapa muy diferente», si bien, «como no podía ser de otra manera, algunas de las referencias siguieron siendo medievales». No se aclara, sin embargo, qué hubo de diferente en la campaña de Granada, y si lo que se sugiere novedoso residió en su presentación como una cruzada, lo que cabe decir al respecto es que esto venía de lejos.
Es sabido que el discurso de Urbano II en Clermont el año 1095 que dio curso a la primera cruzada culminó en la caída de Jerusalén en manos cristianas cuatro años después. No es aventurado postular que desde fines de la década de los 1080 el papa venía prestando atención a la situación de España20, y recuérdese que Toledo cayó en 1085. Tiene sentido asimismo que para entonces la reconquista del territorio hispano dispusiese ya de un armazón ideológico que Urbano encontraría útil para elaborar el «cocktail rhétorique» del célebre discurso. Así había sido en efecto. Desde el momento en que se hizo necesario, la clerecía del reino de Asturias se puso a la tarea de construir un relato cuyo hilo conductor tomaba materiales de época visigoda y se enriquecía con el paso del tiempo. Sus principales ingredientes: Guerra Santa y Cruzada. ¿Hasta cuándo? Un cronista musulmán se atrevió a dar respuesta mediante las palabras que puso en boca de Fernando I poco antes de la caída de Toledo: «Solamente pedimos nuestro país, que nos lo arrebatasteis antiguamente al principio de vuestro poder y lo habitasteis el tiempo que os fue decretado. Ahora os hemos vencido por vuestra maldad. ¡Emigrad, pues, a vuestra orilla y dejadnos nuestro país!, pues no será bueno para vosotros habitar en nuestra compañía después de hoy, pues no nos apartaremos de vosotros a menos que Dios dirima el litigio entre vosotros y nosotros»21.
Detalle de “Julián Romero y su santo patrono”, El Greco (1612)
Por lo demás, siglos de presencia musulmana y hebrea en España hubieron de dejar huella. Kamen etiqueta sin embargo el resultante prejuicio de la limpieza de sangre como «supuesta obsesión», «ficción fascinante», carente «base real», y aduce el ejemplo del maestre de campo Julián Romero, al cual Felipe II hizo caballero de la orden de Santiago ordenando al tiempo que no se investigara su limpieza. Las cosas no fueron exactamente así. En 1558 el rey transmitió su voluntad al Consejo de Órdenes, pero difirió la merced hasta tanto «se reciba la información que se acostumbra para saber si en su persona concurren las calidades» de rigor. En su caso no era la limpieza lo que estaba en juego, sino su condición hidalga, la cual, pese a todo, fue sometida a escrutinio22. Hubo que esperar a la dispensa papal (1561) para que Julián pudiera lucir su hábito en el retrato que El Greco pintó. Que las concesiones de hábitos no eran tan fáciles de obtener lo prueban los casos de otros militares insignes, Sancho Dávila y Cristóbal de Mondragón. A Dávila había prometido el rey un hábito (1570). En su caso era una bisabuela la piedra en el camino. El duque de Alba salió en su defensa sugiriendo se pidiera dispensa al papa, a lo que se negó el presidente del Consejo de las Órdenes; conceder un hábito a un converso, y en persona de tal relieve, sería una puñalada y el fin de las órdenes, advirtió; intervino directamente el marqués de Aguilar ante Felipe II, quien asimismo recibió carta del interesado, que puso sobre la mesa su dimisión de todo cargo. Murió en 1583 sin haber logrado su recompensa. Lo de Mondragón fue si cabe todavía más triste23.
Los archivos de los colegios mayores salmantinos albergan centenares de interrogatorios hechos en el lugar de origen de los presuntos candidatos; incluso los pasaportes para el viaje a Indias requerían de la deposición de testigos que declarasen su sangre limpia. Refresco los datos del calvario sufrido por Diego Velázquez para obtener el hábito de Santiago: i) 1636: primera noticia de que el pintor aspira a ello «a ejemplo de Tiziano»; ii) 1650: desde Roma se insta al Nuncio a que apoye la concesión, a la que sigue la probable oposición del Consejo de Órdenes; iii) 1658 el rey otorga la merced previa «información que se acostumbra para saber si concurren en él las calidades que se requieren»; iv) primera ronda de testigos: 75 interrogados; v) segunda ronda: 24 más; vi) 1659 tercera y última: otros 50; vii) ese mismo año el Consejo de Órdenes rechaza la pretensión, bien es cierto que en cuanto a la hidalguía del aspirante, no a su limpieza. La dispensa papal se hacía necesaria. Una vez concedida, el rey procedió a otorgar la merced «no obstante las no probadas noblezas» de dos abuelas y un abuelo. Hubo de ser ahora, y a instancia del Consejo, que Felipe IV, «de propio motu, cierta ciencia y poderío real absoluto», añadió a la dispensa de Roma la condición hidalga de don Diego24.
Los procedimientos, pues, no eran ninguna broma, dado que tanto el asunto de la hidalguía como el de la limpieza de sangre tampoco lo eran. Jean-Frédéric Schaub ha llamado la atención sobre el hecho de que «el éxito de unos cuantos» (los conversos que consiguieron «colarse» (sic) en ayuntamientos, órdenes militares o cofradías) no evitó que ni cristianos viejos ni conversos de antiguo siguieran manteniendo o incluso reforzando el «rechazo moral» que les merecían los advenedizos25.
Sería tarea para nunca acabar el repaso a otros epígrafes de esta Invención. Por salir de lo propiamente histórico comentaré el titulado «Dudas y mitos sobre La rendición de Breda». La cosa empieza mal, dado que el autor ejecuta a Justino de Nassau desde el principio, dándolo por muerto «poco antes de la rendición» (falleció en 1631). La entrega de las llaves que hace el difunto Justino es, se dice, asimismo «ficticia». Luego, precedida por un «sin embargo» y un «tal vez», aparece lo que sigue: acaso ocurra que «nos estemos engañando sobre lo que en realidad se aprecia en la pintura de Velázquez» (cursiva mía). Las vacilaciones se suceden: «sabemos que Spínola era un hombre justo, pero, como demuestra [¿?] el sitio de Ostende, no era comprensivo en absoluto»; «es posible que su gesto […] -si eso fue lo que ocurrió- no fuera típico de él». El crescendo prosigue cuando se afirma que la pintura en cuestión «contiene errores reconocidos», frase de la cual no es fácil saber qué resulta más sorprendente, si lo de los errores o lo del reconocimiento. «Es posible que el artista se esforzara en verificar la información, pero también tuvo libertad para expresar sus propias ideas». La serie continua por la afirmación de que no hubo ninguna batalla y sí un asedio, a mayores de que, «por supuesto», no hubo tal victoria. Dicho de otro modo: el asedio anula la batalla. Sentenciando que «la pintura de Velázquez carece de fundamento histórico» el autor se pregunta «¿qué motivos tuvo para pintarla?», y la respuesta es que se trataba de «mostrar una imagen que fuera aceptable en España».
Conozco un par de interpretaciones sobre el cuadro en cuestión; ambas se interesan por el mensaje político que pudo haber inducido al artista a elegir la iconografía que finalmente resultó. Ninguna de ellas ha interesado a Kamen. En 1978 Luis Díez del Corral sugería que Velázquez ideó la composición de la obra con anterioridad al 28 de abril de 1635, cuando el embajador de Toscana la vio colgada. Añadió que el cuadro «no está imbuido, ciertamente, de espíritu triunfalista», sino del de reconciliación, en línea con el papel jugado por Spínola en la conclusión de la Tregua de 1609 y en las abortadas conversaciones al mismo efecto de 1627-1628. El ilustre politólogo estaba, por tanto, persuadido de que la obra traducía un «estado de ánimo» que preludiaba «el espíritu de Westfalia»26 y no tanto un éxito militar pasado. La publicación en 1981 del libro de Brown y Elliott sobre el palacio del Buen Retiro puso el acento, a mi modesto entender, más en la composición e iconografía del cuadro que en la coyuntura política del momento en que fue pintado27. Su propuesta, en todo caso, insistía en la voluntad del artista en presentar el hecho de la rendición huyendo de la humillación del vencido mediante el rescate de una iconografía de los usos de la guerra que en la de Flandes estaban a la orden del día28. Escuela de soldados, al fin y al cabo.
Kamen apuesta por una cronología tardía, 1638, con la guerra contra Francia en curso, sumada a la de Flandes que seguía corriendo. Acepta el mensaje de reconciliación, pero cree que el cuadro constituye un lamento ante «el final de la grandeza», habida cuenta de que por entonces (1637) Breda había sido re-conquistada por la República. La gestualidad, lo que el autor llama «el apretón de manos» (¿?) de los respectivos comandantes, no sería, de este modo, sino réplica del que en 1637 habían practicado Federico Enrique y Gomar de Fourdin. Así sucedió, en efecto. Una «verdadera y breve» relación del sitio de Breda cuenta que el gobernador de la plaza llegó al encuentro en carroza aquejado de fiebre, si bien, a la vista de vencedor, pidió un caballo y lo montó para descender luego, actitud que imitó Federico Enrique. Tras un breve intercambio de «saludos y cortesías» se despidieron «de la manera más amigable»29. La escena no era «la contraria» a la de 1625, sino la misma, salvo que los papeles se habían invertido. La guerra, las treguas, los asedios, etcétera se desenvolvían de acuerdo con unos códigos de conducta que las partes conocían. Incluso la masacre de las poblaciones urbanas obedecía a circunstancias precisas tras las cuales era posible prever lo que pudiera ocurrir o no30>. Velázquez se valió de la imaginación (¡era un artista!) e introduce en la escena la entrega de las llaves porque, sencillamente, tal gesto formaba parte de aquellos códigos. Imágenes al respecto las hay ya para la Edad Media (tapiz Bayeux, siglo XI), testimonio escrito en 1492 (guerra de Granada) o en un hermoso dibujo de Juan Bautista Tiépolo (1596-1770) en el que lucen llaves, lanzas, caballos, vencedores, vencidos y de fondo el asedio de rigor. Todavía al filo del siglo XX el ilustrador portugués Rafael Bordallo Pinheiro presentó al rey Sancho I en actitud de impedir a los cruzados que en 1189 habían pactado la rendición de Silves la masacre de la población. Una fuente coetánea describe la salida del gobernador musulmán «solus in equo», como de costumbre31. No le falta aquí razón a Kamen: «no era nada excepcional» lo ocurrido 1625, como tampoco en el siglo XI o más tarde. Dicho de otro modo: Velázquez no precisaba del ejemplo de 1637.
En fin, si algo hemos aprendido en las últimas décadas es que las singularidades nacionales parecen estar condenadas a ceder ante enfoques de carácter más global, y el que de éstos nos concierne, como más próximo, es el constituido por los países de la cristiandad latina, diversa de la oriental y ortodoxa32. En ella primaron las similitudes sobre las diferencias, incluso en ciertos aspectos de la doctrina y práctica de la religión; de modo que tan «profundos defectos» aquejaban a los españoles en materia de fe como al pastor inglés que preguntado si sabía quién era el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo contestó: «Al padre y al hijo los conozco bien pues cuido sus ovejas, pero no conozco a ese tercer paisano; no hay nadie de ese nombre en nuestra aldea»33. Y también pudiera ser que la desafección que se predica de la monarquía española, afirmación sostenida en cuatro páginas, revele no tanto una hercúlea capacidad de síntesis como una ligereza difícilmente demostrable. Los españoles, se dice, «nunca prestaron un apoyo incondicional a la institución de la monarquía», lo cual es cierto, pues condiciones las hubo; tal como Olivares escribió al infante don Fernando: «Acá, Señor, aunque no tenemos fueros, es menester cumplir con el pueblo». Ruth Mackay comprobó en su día que en los momentos más críticos del siglo XVII la relación entre gobernantes y gobernados (aquiescence) nunca fue inconditional, sino dependiente de que el monarca cumpliera su parte del pact34. Leo asimismo que el «caso» (sic) español presenta características «mucho más graves que en cualquier sitio de Europa», en referencia a la escasa simpatía hacia la institución. Sin ir más lejos, «los españoles no creían en el derecho sagrado de la monarquía», proposición que, así formulada, ignoro si era así; lo que sí sé es que disponían de un amplio abanico de opciones, desde que el rey era «Dios en la tierra» (fray Juan de Santa María), su vicario e incluso el mercenario de su pueblo. Personalmente me hubiera sentido mucho más tranquilo con un rey mercenario que con el modelo que el clero de Inglaterra auspiciaba en 164035. De aquellos polvos… Antes, pues, Vitoria, Mariana o Suárez que Bossuet. Respecto al hecho de que aceptaran «un nivel normal» (¿?) de reverencia hacia su rey, al cual «no trataban […] como si tuviera un papel político especial, como hacían los ingleses y otras naciones», también es cierto, a falta de alguna precisión. Por ejemplo: en 1586 Felipe II hizo publicar una Pragmática de las cortesías. Para sí mismo quiso que en la correspondencia a él dirigida se le tratara únicamente de «Señor», y que en la despedida la cosa no fuera más allá de «Dios guarde la Cathólica Persona de Vuestra Magestad». No era muy diferente al trato usado con el rey de Francia36. Éste y el de Inglaterra curaban las escrófulas, no siendo hasta el reinado de Jorge I que éste puso fin al «royal touch» por considerarlo práctica de tufo católico y estuardiano. El resultado no estaba desde luego garantizado. Samuel Johnson fue sometido a la operación cuando niño «without any effect». Aquí se había abandonado la ceremonia cuatro siglos antes. Tampoco desplegaron los reyes de España un ritual de coronación homologable con la de sus pares europeos; sabemos desde hace tiempo que «en los reinos hispánicos los atributos de la realeza juegan un papel menos importante que en el resto de Occidente»37. Ahogado por las deudas, en 1561 Felipe II puso en venta «el ornato imperial» de su padre y de su bisabuelo. El medieval alzamiento del pendón real bastó durante siglos para escenificar el tránsito de un reinado a otro. En este sentido se afirma también que los hispanos no respetaban los principios del derecho hereditario, “«o que estaba bien», pues de vez en cuando existían discontinuidades en la sucesión al trono. Menos mal que la especificidad se acaba con el párrafo: «en el resto de Europa hubo problemas similares, sobre todo en el siglo XIX». Los hubo, claro; pero si se califica de «espectáculo poco edificante» que durante la Guerra de Sucesión hubiese en España dos reyes, conozco el caso de un país (Francia) en el que hubo tres…; cayeron asesinados todos ellos entre 1588 y 1610. (El diablo está en los pequeños detalles). Lo cierto es que estas cosas ocurrían en todas partes, porque, como recuerda Edgar Faure, lo más patético que le ocurre al rey absoluto es la dificultad que puede tener para garantizar la transmisión de su propio poder38. Lo experimentó Francia entre Valois y Borbón, y con anterioridad había sido también un problema dinástico el que diera lugar a una guerra que duró cien años. Las alternancias de dinastía formaban parte de un sistema de estados que por eso mismo se ha dado en llamar dinástico. Las hubo suaves (de Tudor a Estuardo), y por supuesto sangrientas. Rodaron cabezas coronadas tanto en Francia como en Inglaterra, y en la última, en particular, el establecimiento de una república que se llevó por delante la de Carlos I. Ya he aludido al «espectáculo poco edificante» de los dos reyes. Lo fue también la conocida como farsa de Ávila, la revuelta nobiliaria contra Enrique IV en la que, según dice la crónica, el arzobispo de Toledo remató la ceremonia «quitándole la corona de la cabeza». A Carlos Estuardo le habían privado ya de la corona cuando una fría mañana de enero de 1649, frente a Banqueting House, perdió también la cabeza. «De un modo u otro, la mayoría de los monarcas de la España posmedieval tuvieron que sufrir una suerte similar». Ahí queda eso.
La guinda de estos párrafos la proporciona el recordatorio de la frase de Ortega (1930) «¡Delenda est Monarchia!», el entusiasmo republicano de Azorín y el de «los literatos» en general. Un repaso a Las armas y las letras de Trapiello hubiera tal vez desinflado la apreciación hacia el republicanismo tanto de Ortega como de buena parte de los «literatos» coetáneos39. El encantamiento les duró bien poco. Las cosas empezaron a torcerse en 1934, y en 1936 comenzó la huida. La nómina de los que entonces abandonaron su país es tan extensa como trágica. Todos ellos comparecen en el índice onomástico: Azorín, Baroja, Américo Castro, Marañón, Menéndez Pidal, Ortega, Sánchez-Albornoz. Maeztu sería ejecutado en octubre. El trato dispensado por Kamen a la tarea de los nombrados va más allá del ninguneo; y la institución que cobijó la investigación sobre el pasado su país, el Centro de Estudios Históricos (1910-1939), se pinta como la fábrica donde tomaron cuerpo los mitos. Pero hay aquí algo que no funciona. Al pasar por alto el autor el trauma de la Guerra Civil, el resultado viene a ser que el mismo discurso mítico parece haber servido durante la Dictadura, la República y el franquismo. Uno de los personajes más citados -y fustigados- por el autor, don Ramón Menéndez Pidal, publicó La España del Cid en 1929, razón por la cual resulta harto dudosa la afirmación de que su libro empezara a circular «justo» cuando el régimen nacionalista de Franco «estaba buscando un sostén ideológico en la experiencia histórica de España». La utilización de los hechos históricos por toda clase de regímenes políticos ha estado en todo momento a la orden del día, y de forma especial con ocasión de guerras o momentos especialmente críticos en la historia de los pueblos. El «Unus Deus, unus Papa, unus imperator» que Ernst Kantorowicz empleó en su Federico II (1927) fue traducido por el nazismo como «Ein Reich, eine Volk, eine Führer40. Otro tanto ocurrió con la noción de Grossraum de Carl Schmitt, prostituida en Lebensraum41. Pero la talla intelectual tanto de los unos como de los otros, españoles y no españoles, sometidos ambos a experiencias dolorosamente similares, no torció en modo alguno la trayectoria de sus respectivas investigaciones. Lo que dijeron o escribieron en los ’20 aguantó firme en los ’30 y los ’40, al margen de la evolución de sus posiciones políticas. Quienes corearon el lema de Ortega serían también testigos de sus azarosos días del verano de 1936, y de un más o menos explícito volte-face antes o después por parte de todos ellos. Trapiello lo ha contado con pelos y señales.
Marañón fue uno de tantos. Formó parte de la Agrupación al Servicio de la República, pero en el momento que estalló la guerra huyó a Francia con su familia y la de Menéndez Pidal. No es desconocida su simpatía por el nuevo régimen, como tampoco que, si en su día había propugnado una «rectificación» al curso de la República, en 1943 volvería a hacerlo a propósito del de Franco, de quien por entonces echaba pestes. El embajador inglés Samuel Hoare confeccionó entonces una lista de «españoles representativos» en la que el doctor formaba equipo con Azorín, el cardenal Segura y el general Matallana42. Menéndez Pidal, por su parte, esperó a 1947 para hacer público su ideal, bajo presupuestos tales como que «suprimir al disidente, sofocar propósitos de vida creída mejor por otros, es un atentado contra el acierto»; o bien condenar «la enervante y desmoralizadora situación de vivir sin un contrario, pues no hay peor enemigo que no tenerlos», y rematar el párrafo con este dardo: «No es una de las semiespañas enfrentadas la que habrá de prevalecer en partido único poniendo epitafio a la otra»43.
1. Véase la reseña de Mauricio Tenorio en The Journal of Modern History, 82 (2), 2010, pp. 487-488. Donde se incluye la referencia al «constante ninguneo» (sic) con el que Kamen trata a los historiadores españoles.
2. Id. de Sara T. Nalle, The Americas, 66 (2), 2009, pp. 269-271.
3. Id., de Enrique A. Sanabria, Journal of World History, 21 (3), 2010, pp. 509-512.
4. Manuel García-Pelayo, Los mitos políticos, Madrid, 1981, pp. 11-37.
5. Barcelona, 2002, p. XX. La edición original es de 1983
6. New Haven-Londres, 2008.
7. Adam Sisman, Hugh Trevor-Roper. The Biography, Londres, 2010.
8. Del Prefacio a la ed. de 2008.
9. Es este epígrafe el que puede leerse, resumido, en la edición española de la edición de La invención de la tradición.
10. Floresta de leyendas heroicas españolas, 3 vols., Madrid.
11. Recomendable la lectura de Alexander Pierre Bronisch, Reconquista y guerra santa. La concepción de la guerra en la España cristiana desde los visigodos hasta comienzos del siglo XII, Granada, 2006.
12. Gabriel Martínez-Gros, L’Empire islamique. VIIe-XIe siècle, Paris, 2019
13. Ibid., p. 68.
14. Dictionnaire de L’Islam. Histoire, idées, grandes figures, Adel Theodor Khoury, Ludwig Hagemann, Petre Heine y Christian Cannuyer (eds.), Turnhout, 1995, sub voce Tolérance.
15. The Ornament of The World. How Muslims, Jews, and Christians Created a Culture of Tolerance in Medieval Spain, Nueva York-Boston-Londres, 2002, pp. xi-xii. Versión española: La joya del mundo: musulmanes, judíos y cristianos, y la cultura de la tolerancia en al-Ándalus, Barcelona, 2003.
16. Francisco Márquez Villanueva, «Moros y judíos», El concepto cultural Alfonsí, Madrid, 1995, pp. 95-105.
17. Muslims of Medieval Latin Christendom, c. 1050-1614, Cambridge, 2014, pp. 522 y ss.
18. Violet Moller, The Map of Knowledge. How Classical Ideas Were Lost and Found. A History in Seven Cities, Londres, 2020.
19. El siglo XI en primera persona. Las Memorias de ‘Abd Allāh, último rey Zirí de Granada, destronado por los Almorávides (1090), traducción del árabe, introducción y notas de É. Lévi-Provençal (ob. 1956) y Emilio García Gómez, Madrid, 2018, p. 175.
20. Peter Frankopan, La première croisade. L’appel de l’Orient, París, 2019, pp. 44 y 184.
21. En Alexander Pierre Bronisch, Reconquista y guerra santa. La concepción de la guerra en la España cristiana desde los visigodos hasta comienzos del siglo XII, Granada, 2006. El texto en cuestión, p. 500.
22. Antonio Marichalar, Julián Romero, Madrid, 1952, cap. III. Más información en Raymond Fagel, Protagonists of War. Spanish Army Commanders and the Revolt in the Low Countries, Lovaina, 2021, cap. I
23. Ambos casos en caps. II y III de la segunda de las obras incluidas supra
24. Jaime Salazar, «Velázquez, caballero de Santiago», en Velázquez en la corte de Felipe IV, Carmen Iglesias (ed.), Madrid, 2003, pp. 95-126.
25. «La mácula como recurso político en las sociedades ibéricas de la época moderna», en La Inmaculada Concepción y la Monarquía Hispánica, J. J. Ruiz Ibáñez, G. Sabatini y B. Vincent (eds.), Madrid, 2019, pp. 59-81.
26. Velázquez, la Monarquía e Italia, Madrid, 1979, pp. 194-200.
27. Un palacio para el rey: el Buen Retiro y la corte de Felipe IV, Madrid, 1981.
28. The Principles of the Art Militarie Practiced in the Warres of the Vnited Netherlands, Londres, 1637. Citado por Geoffrey Parker en «The Etiquette of Atrocity: The Laws of War in Early Modern Europe», Empire, War and Faith in Early Modern Europe, Londres, 2003, pp. 143-168. Véase asimismo
29. A Trve and Briefe Relation of the Famovs Seige of Breda: Beseiged, and Taken in Vnder the Able and Victorious Conduct of his Highnesse the Prince of Orange, Captaine Generall of the States Armie, and Admirall of the Seas, &c., Delf, 1637, p. 14. Copio el enlace:
30. Jean-Léon Charles, «Le sac des villes dans les Pays-Bas au XVIe siècle. Étude critique des règles de guerre», Revue Internationale d’Histoire Militaire, 24 (1965), pp. 288-301. Elena Benzoni, «Les sacs de ville à l’époque des guerres d’Italie (1494-1530): les contemporains fase au massacre» David El Kenz (ed.), París, 2005, pp. 157-170. Añádase: D. Alan Orr, «Communis Hostis Omnium: The Smerwick Massacre (1580) and the Law of Nations», Journal of British Studies, 58 (2019), pp. 473-493.
31. C. W. David, «Narratio de itinera navali peregrinorum Hyerosoliman tendentium et Silviam capientum A. D. 1189», Proceedings of the American Philosophical Society, 91 (1939), pp. 591-676, en concreto p. 628.
32. Heinz Schilling, Early Modern European Civilization and its Political and Cultural Dynamism, Hanover-Londres, 2008, introducción
33. Keith Thomas, Religion and the Decline of Magic, Hardmonsworth, 1984, p. 196.
34. The Limits of Royal Authority. Resistance and Obedience in Seventeenth-Century Castile, Cambridge, 1999.
35. John Neville Figgis, The Divine Right of Kings, 2ª ed., Cambridge, 1992, pp. 142-143.
36. David Lagomarsino, «Furió Ceriol y la “Pragmática de las Cortesías” de 1586», Estudis. Revista de Historia Moderna, 8 ( 1979-1980), pp.
37. Percy E. Schramm, Las insignias de la realeza en la edad media española, Madrid, 1960, p. 63.
38. La banqueroute de Law. 17 Juillet 1720, París, 1977, p. 68.
39. Cito por la ed. de 2017.
40. Pierre Boureau, Histoires d’un historien: Kantorowicz, París, 1990.
41. Matthew Specter, «Grossraum and Geopolitics: Resituating Schmitt in a Atlantic Context», History and Theory, 56 (2017), pp. 398-406.-
42. Jimmy Burns, Papa Spy. Love, Faith, and Betrayal in Wartime Spain, Nueva York, 2010, p. 266-286.
43. «Los españoles en la historia», prólogo a la Historia de España por él dirigida, incluido en Los españoles en la historia y en la literatura. Dos ensayos, Buenos Aires, 1951, pp. 150-152.
No quería dejar pasar este mes, que está dando ya sus últimos estertores, sin hacer un breve apunte dedicado a los vanidosos de La Parra, me ha instigado a ello este nene rubio -llamado "Juanandresete"- de la fotografía precedente, tomada en 1952, que siempre guardó en la memoria un refrán conocido por muy pocos: De viñedos, anda La Parra llenos. Se lo enseñó su padre, en cuyo homenaje y para dar a éste tersura literaria, me ahorro otros portillos con el fin de dejar aquí constancia de ese autor, de cuyas memorias he sacado el adagio. Es el primero por la izquierda que porta las andas del Santo Cristo en septiembre de hace muchos, muchos años y fue funcionario del Ayuntamiento del pueblo.
La añoranza del pasado nos retira del presente, sobre todo cuando incurrimos en una cierta manera de usar la palabra “antes”, bien lo tiene explicado el periodista Álex Grijelmo, subdirector de El País. “Antes” contiene mucho más de lo que define su significado. La extensión cronológica de este adverbio abarca lo mismo siglos que horas, días que minutos, pero esta cierta forma de decir “antes” no se define por la distancia temporal, sino por designar un tiempo que ya fue archivado.
“Antes esto se hacía así”, “antes había aquí un parque”, “antes se repetía curso”, “antes me decías otras cosas”. Un revés porque lleva la vista atrás en un signo inexorable que la desvía del presente. Este uso de “antes” da idea de un tiempo irrepetible, abarcador de contextos caducados que nunca podremos recuperar en su esplendor. Lo he observado desde Cuenca en el color de la cuenta de Faceook que tiene ahora el pueblo en 2022, que posee la grandeza de ofrecernos a las personas que no hemos podido estar presentes en su fiesta desarrollada a mediados del fenecido mes.
Decir “antes eso se hacía así” constituye la disculpa perfecta para, al volver los ojos hacia el pasado, quitarle la mirada al presente y no buscar soluciones a los problemas de hoy en función de los tiempos de hoy, con las dificultades de ahora y en el contexto en que vivimos. Afortunadamente las redes sociales ayudan a frenar esa temporalidad.
“Antes” —esa cierta forma de usar “antes”— lo dice todo porque, terminaré con el mismo argumento de Álex Grijelmo, sin expresar un límite concreto a partir del cual se activa el contador del reloj mental de quien habla, remite a un tiempo más que pretérito, a un tiempo anterior, a un momento que se fue definitivamente. Y arroja al pensamiento una comparación inevitable en la que el pasado gana siempre, inútilmente.
[Gracias padre mío, por haberme trasladado al "antes" con tu refrán acendrado e impoluto]
La breve estancia de ayer -Día de la Fiesta Patronal del pueblo- en La Parra de las Vegas, de la que nos sacó una malévola indisposición alojada en el cuepo de mi querida esposa, a pesar de la aflicción de este hecho, nos ha dejado sin embargo una buena solada, que a mí en particular me predispone a difundir unos agradecimientos directos y muy personales. Para esto voy a recurrir a Jorge Luis Borges especialmente, gran maestro a la hora de colocar este tipo de toga.
Decía este escritor que, como todos los actos del universo, una dedicatoria es un acto mágico, pues entraña el modo más grato y más sensible de pronunciar un nombre: "Cuántas mañanas, cuántos mares, cuántos jardines del Oriente y del Occidente, cuánto Virgilio..." A los que añado hoy yo: ¡Cuántos Socorro, Esperanza, Eli, Fernando, Emilio, Amparo, Ana, Vicenta, Juan Carlos, Reyes, Chencho...! En suma, qué cantidad de familiares y amigos prestaron su valimiento ayer en la Iglesia a Juli, para arrancarla de las manos del vértigo que la estaban tumbando. Gracias a todos ellos regresamos ambos a Cuenca con pausa y en plenitud. No olvido tampoco a los seis niños y niñas que en el banco delantero al que nos sentábamos nosotros aguantaron con educación primorosa el desarrollo de la misa mientras el abanico de Juli lanzaba el aliviador soplillo refrigerador.
Tan bien se portaron todos ahí que Juli, un pináculo de la práctica religiosa y artística, ha prometido que "mientras pueda acudirá todos los años a esa procesión", que, por cierto, el mal tiempo no permitió recoger al Santo Cristo en su ermita. Lo estará haciendo en los instantes que esta línea escribo.
La eventualidad ha servido para que mi persona, absorbida siempre por compromisos de prodigalidad social, se salga también de los rodales intelectuales y le haya prometido ser más positivo para vivir mejor. Para esto ha servido la suave llovizna que ayer mojó la blanca barba que brota de mis mentones. No constaté en la gente intenciones oscuras y desalentadoras en ninguno de los muchos momentos que en la Iglesia traspasé la mirada para ver el estado de Juli, en todo instante con los ojos cerrados.
¡Gracias Santo Cristo de la Salud!, ha exclamado ella durante el desayuno.
Esta refacción ha pausado el nudo argumental por el que se desenvuelve el presente parecer: Me gusta el pueblo, pero sobre todo su gente. Hace pocos años, por deformación profesional -las cosas esas de la "España vaciada"- y avanzado de toda esa literatura sociológica, pensaba que iba camino del abandono total y la desaparición. Ahora puedo decir con orgullo que no es así. Se ha aplicado la medicina social recomponedora adecuada, en la que tienen un asiento de honor Vicente y Rubén, junto con todos esos jóvenes que dan impronta y calidad a sus iniciativas. Ánimo coterráneos parreños. La edad me permite afirmar, esta es la máxima que quiero transmitir ahora, que es fundamental en el comportamiento social saber distinguir las intenciones oscuras de las desalentadoras. Por esto debe destacarse la gente con capacidad de análisis, ya que son los nuevos guías del mundo de la luz. Veo repoblada La Parra de una nueva generación de amplia cultura, que da motivo para la esperanza y permite observar su creatividad y lúcidas soluciones. Por eso traspasan las fronteras de los intereses egoístas, que tantos años poblaron el municipio. Creo que ahora no se ven, como décadas atrás, "buenos y malos", como en las películas. Si acaso, existen buenas y malas intenciones, y, afortunadamente, La Parra de las Vegas ya ha despertado para ver mejor que nunca a discernirlas.
Ayuda en este camino el símbolo y el mito del Santo Cristo de La Parra. Puedo decir que en mis años de universitario mundano, con ideología marxista rezumando por los cuatro costados (de la que luego tuve que renegar, como demostré en varias publicaciones, tras mantener un entrañable debate politológico con el entonces vicepresidente del gobierno Alfonso Guerra), para conseguir la superación de duros retos personales, durísimas oposiciones en la función pública o difíciles proyectos en los que me vi embarcado, encomendarme a ese gran emblema me dio la fuerza necesaria para conseguir las metas trazadas. Mejor todavía, en la búsqueda de la felicidad, a la que no he renunciado en ningún instante, me ha ayudado a hacer más llevaderas la gran cantidad de actividades que he realizado, fortaleciendo el espíritu y marcando las prioridades que éste establece en el logro de los éxitos.
El reclamo de unas gotas de ternura, en un día como hoy, me ayuda a terminar lo dicho. Voy a hacerlo de la mano del filósofo Baruch Spinoza, quien agrupó todos los posibles tipos de emoción en "formas de placer" o en "formas de dolor", y desde entonces los psicólogos que han venido investigando hasta hoy el complejo y fascinante mundo de las emociones humanas coinciden en distinguir dos tipos generales de las mismas: las emociones positivas (que nos producen gozo y bienestar físico y psíquico, nos motivan e impulsan al logro de nuestros objetivos, constituyen una experiencia subjetiva placentera y son constructivas y salutíferas: entusiasmo, júbilo, alegría, gozo, optimismo, ilusión, aceptación, esperanza, buen humor, confianza, valor/valentía, sentido del humor, adaptabilidad, fluidez, creatividad, elevación y resiliencia, o capacidad de superación) y las emociones negativas (decepción, pesimismo, desilusión, malhumor, melancolía, miedo, tristeza, depresión, desmotivación, desconfianza, irascibilidad, asco, derrota, hundimiento, tedio).
¡Felices Fiestas de Agosto parreños! Un abrazo a tod@s.
Jóvenes, éramos tan jóvenes Soñaba yo, y soñabas tú Y fue… la Verdadera razón De mi vida, nuestros sueños sin temor Los jóvenes quieren ser felices Los jóvenes buscan la amistad Y al fin son de la vida el lugar Que prefiero porque tienen la verdad Brilla ya en tus ojos, la felicidad De verme aquí, junto a ti… que alegría siento en mi Jóvenes, somos aun tan jóvenes El tiempo sigue sin pasar Y son tus besos y tus recuerdos Que vuelven y que guardan nuestro amor
Hoy he sobrepuesto a la imagen de La Parra de las Vegas una canción que da sentido a un refrán vivaz y agudo: Amar y no ser amado, es tiempo mal empleado. Un proverbio que se aposentó en muchos corazones de aquella mocedad de veraneantes que regresaban a los pueblos -dónde tenían sus raíces, arrancadas por el éxodo incontenido de años atrás- en compañía de sus padres y hermanos durante la "España despegada". Así califica la historiografía a nuestro país al referirse a la etapa desplegada desde finales de los años sesenta y cobra pujanza a lo largo de toda la década de los setenta del siglo XX.
Las familias rurales con destino al medio urbano fueron las grandes protagonistas del movimiento migratorio en España de 1950 a 1975. A ello contribuyeron la transformación de los medios de producción agraria con una mayor concentración y mecanización de las explotaciones. Por otro lado, el Plan de Estabilización de 1959 favoreció la absorción por la industria del excedente de mano de obra agrícola. Se calcula que 3.100.000 españoles se trasladaron a la ciudad en la década de 1960. El destino se centró en los focos industriales y del sector servicios de Madrid, Barcelona y País Vasco.
Los meses de julio y agosto de aquellos años, era el momento en que muchos regresaban a sus pueblos de origen, y con ellos los nuevos miembros de la familia, familias muchas veces creadas en aquellos destinos lejanos, esposas, hijos, etc.
Al anochecer regresaban, tras una larga y calurosa jornada en el campo, padres, maridos, hijos... dedicados a la dura profesión de agricultor, bien como peones, bien como amos o arrendatarios. Tras refrescarse y asearse con el agua del “lebrillo” preparada por su esposa o su hija, se sentaban en la puerta de casa, alrededor de una pequeña mesa, en las típicas sillas con asiento de enea o de cordel, con el fin de dar buena cuenta de la cena que,con todo cariño y los “posibles” familiares, preparaba el ama de casa.
La velada se alargaba varias horas y en las tertulias, los vecinos, trataban infinidad de temas: de las cosechas, de política, de la guerra..., también temas sentimentales: noviazgos y casamientos, etc. y como no, todo tipo de rumores, habladurías, cotilleos o críticas referentes a vecinos, familiares o parientes.
En un Seat 127 o en un R-8 cabía, hace 50 años, todo lo que el español medio necesitaba para veranear: la familia, las llaves de la casa del pueblo, el presupuesto total a buen recaudo en la cartera y un equipaje ligero donde el bañador era el rey. Armadas de paciencia, las familias cogían carretera y manta con la única ambición de descansar. Los 'Fórmula V' se encargaban de recordar que las 'Vacaciones de verano' eran para ti (y para mí) y los 'Tequila' invitaban a bailar un rock&roll en la plaza del pueblo, la máxima expresión del cachondeo patrio. Eran los primeros años de los 70, como puntualizó Rocío Mendoza.
La plaza de La Parra aún estaba sin su simbólica fuente. Pero era el lugar de recreo preferente cuando el sol dejaba de apretar. Agrupaba una ebullición social que unía a la vez ocio, cultura -inadvertida, pero antropológicamente digna en relatos de tradiciones y montaje de holganzas-.
En aquellos años, el país tampoco estaba para muchas alegrías: hasta el 77 no se vivieron las primeras vacaciones en democracia y asomaba la crisis del petróleo. Un sondeo del CIS del año 72 revelaba entonces que solo la mitad de la población tenía vacaciones remuneradas y, de ellos, no todos veraneaban. Quienes no lo hacían (un 49%) alegaban que no tenía recursos económicos para ello o que tenían trabajo. Quedarse en casa no era una opción tan rara. "¿Cuántos no se habrán planteado así el verano del coronavirus?", dijo en 2020 Rocío Mendoza igualmente.
Un estudio cercano ha cifrado el fenómeno al que aquí se alude en España en el 24%», como sostiene Alfonso Vargas Sánchez, Catedrático de Organización de Empresas de la Universidad de Huelva, especializado en turismo. Hace 50 años, el fenómeno se situaba en un porcentaje muy similar: el 22% pasaba el verano «en casa».
El verano empezaba cuando llegaban los veraneantes. No el mes de julio, cuando comienzan oficialmente las vacaciones, ni siquiera la noche de San Juan, la más corta y misteriosa del solsticio, cuando la gente se sanjuanea sumergiéndose en las aguas de los ríos o buscando al amanecer el trébol de cuatro hojas mientras las brujas bailan con el diablo en Zugarramurdi o en los páramos castellanos de Barahona o cabe el Moncayo, sino cuando llegaban los afortunados que podían permitirse el lujo de no hacer nada los meses de más calor, al contrario que el resto de la gente. Al revés, el verano era para muchos la época de más trabajo, pues tenían que recoger las cosechas con vistas al largo invierno que habría de llegar.
Julio Llamazares describió muy bien el fenómeno aquí agrupado. E insisto con él, los veraneantes llegaban en coche o a la estación de ferrocarril más próxima con su impedimenta de bultos y de equipajes y sus séquitos de sirvientes, según su categoría y su posición social, y se instalaban en sus casonas cerradas durante el año, pero preparadas siempre para cuando ellos vinieran. Y durante dos o tres meses se dedicaban a veranear, esto es, a no hacer nada, ante la envidia de los vecinos, que les veían ir y venir en sus coches o de paseo con sus sombrillas mientras ellos atendían a sus múltiples trabajos bajo el sol de la canícula o el rayo negro de la tormenta. No es extraño que muchos campesinos comenzaran a alentar ya en aquel tiempo la esperanza de que sus hijos, liberados de su destino por los estudios o por un trabajo en la capital, pudieran convertirse también ellos algún día en veraneantes como los que envidiaban en aquellos instantes.
Su deseo, en cierto modo, se cumplió. Pasaron los cincuenta y los sesenta, la gente emigró en masa a las ciudades y los hijos de aquellos campesinos que veían a los veraneantes ir y venir de paseo o tumbados en sus hamacas en los jardines de grandes tapias mientras ellos atendían a sus múltiples trabajos se convirtieron también en veraneantes, si bien que con menos clase y con la duda sobre su condición de tales que les dejaba su propio origen. Al fin y al cabo, ellos iban solamente algunos días a sus pueblos.
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