La baja moral política puede tener efectos devastadores en la confianza pública y la eficacia del gobierno. Cuando los líderes políticos actúan de manera poco ética, se erosiona la confianza de la ciudadanía en las instituciones y en el sistema democrático en general. Esto puede llevar a un aumento del cinismo y la apatía entre los votantes, lo que a su vez puede disminuir la participación ciudadana y la responsabilidad política.
Además, la baja moral política puede fomentar la corrupción y el abuso de poder, ya que los líderes pueden sentirse impunes y actuar en su propio interés en lugar del bien común. Esto puede resultar en políticas y decisiones que benefician a unos pocos a expensas de la mayoría, exacerbando las desigualdades y la injusticia social.
Es crucial que los líderes políticos mantengan altos estándares éticos y actúen con integridad para preservar la confianza pública y asegurar un gobierno justo y eficaz. Y en estos instantes, en los que está ante los ojos de la ciudadanía la imagen del "número 1", el apuntado se ve señalado como no se atiene a dicho patrón.
Por si le resultaran escasos los frentes problemáticos de oposición que tiene que administrar Pedro Sánchez al frente del Gobierno, ahora resurge con una virulencia inusitada el ‘caso Koldo’ para complicar al tablero de la gobernabilidad. La investigación de la Guardia Civil respecto al papel del exministro de Fomento y exsecretario de Organización del PSOE, José Luis Ábalos, podría ubicar, si se confirman los indicios, el endémico problema de la corrupción en el corazón del primer Ejecutivo de Pedro Sánchez. El presidente marcó el viernes una línea divisoria al anunciar que será «contundente» y asegurar que «el que la hace, la paga» sin ningún tipo de contemplaciones. Quiso subrayar así un cambio de rasante y explicitar un discurso de ejemplaridad para contrarrestar con el marcaje duro del PP de Alberto Núñez Feijóo, instalado en una estrategia de implacable oposición como si la legislatura fuera a caer pasado mañana. Pero ciertas ‘amistades peligrosas’ describen un terreno de juego muy embarrado. Determinada escenografía nos llevan a recordar los casos mediáticos del pasado.
Ante este panorama, se debe aplicar Sánchez la doctrina que administró a Rajoy: la responsabilidad por su 'culpa invigilando' y por las amenazas a medios y jueces con el método del 'efecto desaliento' para callarlos e inhibirlos. Si "el que la hace la paga" y si aquí no va a haber "impunidad", ya está tardando el presidente del Gobierno en presentar su dimisión y convocar elecciones. Porque el caso Ábalos y el de su mujer, con un alcance quizás todavía insospechado, pero intuido, cuestionan su idoneidad como jefe del Ejecutivo y su coherencia moral. Toda la responsabilidad política de los episodios que hasta el propio Sánchez no discute (la corrupción de José Luis Ábalos y de otros muchos) y las conductas, al menos impropias, de Begoña Gómez, le interpelan porque él debió evitarlos.
Con cada nuevo informe de la UCO, con cada votación agónica, con cada cesión al independentismo, con cada encuesta, el presidente del Gobierno se atrinchera un poco más en la Moncloa. Toca resistir, se dice. Pedro Sánchez no tiene un solo aliciente, una sola ventana de oportunidad, para convocar elecciones generales y librarse de los grilletes de Carles Puigdemont. Ahora menos, con el caso PSOE abierto en canal. Porque sabe que lo más probable es que acabara en la oposición.
El último promedio de encuestas elaborado por Electocracia con los sondeos publicados por la prensa muestra que el curso empezó mal para Sánchez y sigue peor. El presidente pierde un punto de intención de voto respecto a septiembre y se sitúa en el 28,5 %. Ello equivale a casi tres puntos de retroceso respecto a su resultado en las elecciones generales de julio de 2023, que planteó como un doble nada después de que el PSOE se hubiera descalabrado en las municipales y autonómicas de mayo.
Ya hace algunos meses que Pedro Sánchez está convencido de que puede ser imputado por alguno de los asuntos judiciales que le acechan, sean las acusaciones contra su esposa o alguna otra que puedan propiciar organizaciones de ultraderecha como Hazte Oír (que actúa en el caso Koldo) o Manos Limpias (que ya ejerce la acusación popular contra Begoña Gómez). Está seguro de que es la vía que ha elegido la derecha para derrocarle después de lograr su última investidura. Es posible que ya vislumbrara que el ambiente iba a enturbiarse cada vez más cuando se tomó los famosos cinco días de reflexión de abril. Quizá ahora se entiendan muchas cosas.
Quizá ahora se entiende mejor que en aquellos días Sánchez se planteara si dar un paso atrás o bien tomaba fuerzas para afrontar una percusión judicial constante y de largo recorrido. Por ahora, la Moncloa se esfuerza en transmitir tranquilidad ante las revelaciones sobre José Luis Ábalos. El presidente vino a decir el viernes que se trata de una manzana podrida y que fue apartada del cesto en cuanto surgieron indicios de las andanzas de Koldo García, el hombre para todo de Ábalos.
«El 1» es hoy el «wanted» de las películas del oeste, el «señor X» del final del felipismo, el «M. Rajoy» que propició la moción de censura que le aupó al poder al grito de «ejemplaridad» y «lucha contra la corrupción». El problema es que al 1, Pedro Sánchez, el informe de la UCO que hemos conocido esta semana lo ha puesto ante el espejo. La mentira anida en La Moncloa.
Eso no quita que «el 1» esté cada vez más bunkerizado, victimizado, alejado de la realidad. Como Joaquín Sabina, Sánchez lo niega todo, incluso la verdad. ¡Que ayer habló de las elecciones de 2027!, como si aquí no pasara nada. Este fuerza a la muchachada monclovita a pedirles una reflexión integral y sincera de reconstruir su agenda moral, y, sobre todo y específicamente, con urgencia la del "1"; muy necesitado de fortalecerla para reducir los preocupantes niveles de corrupción en la gestión pública.
Después de todo, en otros ámbitos la moralización ha funcionado como herramienta para cambiar conductas y hábitos perniciosos, así que quizás pueda funcionar también para enmendar nuestra maltrecha política. Quizás incluso pueda defenderse que una determinada ideología política tiene mejores credenciales morales -y que por esa razón deberíamos preferirla.
Demandamos mucha moral porque observamos que se cumple con precisión matemática el diagnóstico que un visionario de nombre Albert Rivera realizara en julio de 2019 desde la tribuna del Congreso: “Usted tiene un plan para perpetuarse en el poder. Y, ¿con quién piensa llevar a cabo su plan el señor Sánchez? Pues con su banda: con Podemos, con Otegi, con los nacionalistas vascos, los separatistas catalanes… Sánchez tiene un plan y tiene una banda. Y la pregunta es: ¿la banda se ha juntado para esta investidura? Sí, pero lleva tiempo operando (...) Usted lleva más de un año ejecutando su plan, un plan que beneficia principalmente al señor Sánchez”. Beneficia, en efecto, a Sánchez y a su familia. La famiglia. A Sánchez y a su Corte, su cohorte, los miles y miles de cargos y carguillos socialistas cuyos garbanzos dependen de la servidumbre al jefe de la banda, al “Uno”. Todas las corrupciones que hemos conocido durante la transición han quedado pequeñas, desde los escándalos de Felipe a los de Rajoy, pasando por los trinques del Emérito, ante la dimensión del robo a mano armada que comanda este sujeto. Porque el objeto del atraco ya no es el dinero, el poder, la influencia o las tres cosas. El objeto del atraco es España, la víctima del desvarío es España. Lo que estos bandidos han puesto en almoneda es la existencia misma de España.
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