Este blog pretende ser un equitativo rincón de la crítica a la propaganda política. En su modestia, tiene abiertas las ventanas a cuantos aires nos libren de las contaminaciones ideológicas.
El trance del coronavirus. Un esbozo sociológico de la pandemia La prolongada depresión emocional y material del coronavirus, vivida como un extrañamiento forzoso ya antes del confinamiento, posee unos efectos sociales, políticos, sanitarios, culturales y económicos, debidamente evaluados en esta monografía, que, en nueve capítulos, dictamina el futuro que ha de venir tras esta serie de problemas.
Cataluña ensimismada Demanda la reconstrucción de un catalanismo equilibrado, capaz de responder a las necesidades concretas de un país y de una sociedad, y que, marginando nacionalismos extremos (españolistas e independentistas), pueda cohesionar e integrar diferentes sensibilidades; gobernando para la gente y, en especial, para aquellas personas que más sufren las desigualdades e injusticias sociales.
Enigmas del porvenir de Cuenca. Luces y sombras para salir del estancamiento En Cuenca sobra el "resultadismo" estratégico, que es una inadmisible entrega de las llaves de la continuidad en el estancamiento e incluso en el retroceso en todos los ámbitos socioeconómicos. Está obligada a sustituir a sus actuales líderes, que viven de la política sin aportar nada a ésta.
Últimos libros de J. A. Buedo sobre Cuenca
Contexto sociopolítico y progreso de Cuenca Obra publicada por la Editorial Alfonsípolis en mayo de 2010. En sus 254 páginas, ayuda al lector a conocer las claves de la vida pública conquense, al tratar los problemas colectivos más recientes de esta provincia y reflexionar sobre ellos.
Cuenca 2005. Un recorrido sociológico por la Ciudad Para bajar este ensayo del servidor sólo tiene que hacer clic en el Download que figura al pie de este artículo, publicado en Aires de La Parra el 23/05/2006
Cuenca en la encrucijada. Repercusiones de ampliación UE El Download de esta obra figura al término del artículo "Buen gobierno local y ampliación europea", publicado el 1/12/2005 en Aires de La Parra, desde donde puede bajarse haciendo un clic.
Marco Político para la Sociedad de la Información en Cuenca Para bajar la obra del servidor sólo tiene que hacer clic en el Download que figura al pie de este artículo, publicado en Aires de La Parra el 26/11/2005
Gabinete de Exploración y Análisis Sociológico
Gabinete de Exploración y Análisis Sociológico Constituido para servir como herramienta complementaria al Observatorio Político, Económico y Social de "La Vanguardia de Cuenca". Y, con ello, facilitar la práctica de la buena gobernanza en todas las instituciones de Cuenca.
Vadémecum de política municipal: "cómo gobernar un ayuntamiento" Esta obra del profesor Rafael Jiménez Asensio, se publicó en 2017 por el Instituto Vasco de Administración Pública. El Vademécum de Política Municipal (Cómo gobernar un Ayuntamiento) es una síntesis de la primera parte del libro Cómo gobernar y dirigir un Ayuntamiento, editado por el citado Instituto.
TheCircularLab TheCircularLab es un centro de innovación situado en Logroño que centra su actividad en el estudio, prueba y desarrollo de las mejores prácticas en el ámbito de los envases y su posterior reciclado.
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Fundación Democracia y Gobierno Local Entidad sin ánimo de lucro constituida en mayo de 2002 por iniciativa de la Diputación de Barcelona. Su finalidad es contribuir y dar soporte a todo tipo de actuaciones y de iniciativas para el conocimiento, el estudio, la difusión y el asesoramiento en materia de régimen local.
DELOS: Desarrollo Local Sostenible POLÍTICA SOCIAL Y DESARROLLO LOCAL-MUNICIPAL
Se indagan los vínculos que existen entre el gobierno municipal y la política social, y, particularmente, qué papel juega la política de desarrollo social en el plano discursivo del gobierno municipal.
Acta de Investigación Psicológica (AIP), publicada cuatrimestralmente por la División de Investigación y Posgrado de la UNAM, posee como objetivos divulgar recientes y relevantes contribuciones de académicos a la Psicología, caracterizándose por su contenido que refleja la transversalidad y el enfoque multidisciplinario de los conocimientos generados.
Juan Andrés Buedo: Estrategias de emprendimiento para el desarrollo de Castilla-La Mancha La obra se centra en el examen de los recursos disponibles por las Administraciones Públicas de Castilla-La Mancha para impulsar el emprendimiento, entendido no solo como la capacidad para iniciar nuevas actividades económicas de generación de empleo y crecimiento social en esta región, sino también como valor social que debe promoverse y ampararse desde todos los poderes públicos.
Conquenses por el Cambio La expresión en la red de un sentimiento, y una razón, que cada vez se extiende más por Cuenca. Después de ocho más cuatro años de gobierno del socialista Cenzano en el Ayuntamiento, Cuenca necesita un cambio que devuelva a los ciudadanos la fe en su ciudad y la confianza en el sistema democrático.
Chasquidos Letras con ácido para derretir el aburrimiento. Por Anselmo Cobirán.
Blogs de Cuenca Blog que recoge una amplia opinión e información sobre Cuenca con unas instantáneas variadas y sugestivas, extraídas de los blogs por aquí publicados
Con independencia de aquellos comentarios ad hoc que cada artículo u opinión puedan suscitar, se publicarán de modo singular e independiente las opiniones de nuestros lectores, remitiendo un correo a la dirección de abajo, poniendo al final del mensaje “PUBLICAR ARTÍCULO”.
Han pasado 15 años desde que Larry Diamond, catedrático de Sociología Política de la Universidad de Stanford, aseguró que estamos inmersos en una «recesión democrática». En los tres años transcurridos desde que la OMS certificó el coronavirus como pandemia global, esta crisis de la democracia global no ha hecho sino acrecentarse. En otras palabras, el centenar aproximado de países democráticos que hay en el mundo estaría perdiendo calidad, día tras día, en sus respectivos sistemas de gobierno. ¿Y cuáles son los parámetros clásicos que definen una democracia estándar? Son seis: sufragio universal, separación de poderes, libertades civiles, parlamento funcional, partido de la oposición e igualdad ante la ley.
Nueve catedráticos analizan la democracia española
En nuestro país, nueve catedráticos han tomado la decisión de unir fuerzas para denunciar una situación que juzgan de máxima gravedad: la merma progresiva de la democracia española. Sus análisis y reflexiones se han reunido en un libro que publica la Fundación Colegio Libre de Eméritos bajo el título España: Democracia menguante.
A cargo de este informe de situación se halla Manuel Aragón, catedrático de Derecho Constitucional y magistrado emérito del Tribunal Constitucional, que ha expresado públicamente su zozobra en cuanto a que la coyuntura política actual de nuestro país pudiera derivar en una «democracia disminuida». Bajo su batuta, el octeto denunciante lo forman Francesc de Carreras (Catedrático de Derecho Constitucional), Juan Díez Nicolás (Catedrático de Sociología), Tomás-Ramón Fernández (Catedrático de Derecho Administrativo), José Luis García Delgado (Catedrático de Economía Aplicada), Emilio Lamo de Espinosa (Catedrático de Sociología), Araceli Mangas (Catedrática de Derecho Internacional Público y Relaciones Internacionales), Francisco Sosa Wagner (Catedrático de Derecho Administrativo) y Gabriel Tortella (Catedrático de Historia Económica).
El veloz declive de la calidad democrática española
En la prensa generalista se han publicado desde 2020 centenares de artículos inquietos por la deriva política nacional, en especial desde que el semanario británico The Economist eliminara a España del selecto grupo de Democracias Plenas de su Democracy Index (DI) en febrero de 2022 (valorando el comportamiento de nuestro país durante 2021). El 1 de febrero de este año 2023, España recuperaba su estatus de democracia plena, ascendiendo de nuevo al pequeño olimpo de los 24 países más políticamente avanzados del planeta. Pero, ojo, que ocupa el penúltimo lugar, casi rozándose con el siguiente grupo de las democracias deficientes. Pues bien, entre los factores que determinaron la mala posición de España en el prestigioso grupo de las democracias plenas del Democracy Index destacaron las medidas coercitivas que tomó el ejecutivo de Pedro Sánchez durante la pandemia de coronavirus. (Merece la pena recordar que en la cima del Democracy Index está Noruega, que mantiene su primer lugar desde el año 2010, cosa que en la España de la ideología de trazo grueso podría sorprender, ya que el sistema de gobierno noruego es una monarquía parlamentaria).
Deterioro grave y deslealtad constitucional de las instituciones
Si algo ha demostrado la pandemia es que, ante una crisis mundial de semejante envergadura, los países sin instituciones sólidas corren el peligro de perder calidad democrática de manera casi inmediata. En una democracia sana y funcional, las instituciones son el vínculo principal entre la ciudadanía y el Estado, nexo imprescindible para mantener la salud del sistema político. Precisamente, el sector institucional es el que más inquieta a los autores de este informe: «Nos estamos refiriendo principalmente al mal funcionamiento de nuestro Estado social y democrático de Derecho, cuyo deterioro se ha producido sobre todo en el plano institucional». Los autores van más lejos, al concretar que detectan una “deslealtad constitucional” en no pocas instituciones españolas.
La crisis democrática española es superior a la crisis democrática global
Una de las primeras aseveraciones del libro España: democracia menguante es que la crisis democrática global no puede considerarse un fenómeno tan agudo como el de España. No en vano recientes encuestas del Eurobarómetro (verano de 2022) indican que 9 de cada 10 españoles desconfían de los partidos políticos (la media de la UE es del 75%); el 74% desconfía del gobierno (frente al 61% de la UE); y otro 74% desconfía del parlamento (muy superior a la media UE del 60%).
En el capítulo inicial, dedicado al fracaso de la política española, se aportan datos recientes de un sondeo de Metroscopia (Junio, 2022) en cuanto a la «demoledora opinión sobre los políticos» que tiene la población española. Un 87% lamenta que no presten atención a las preocupaciones de los ciudadanos; un 84% echa en falta ideas claras para solucionar los problemas nacionales; un 81% detecta una carencia de vocación de servicio público; un 79% cree que los líderes no tienen la experiencia necesaria y un 75% asegura que actúan de manera deshonesta.
Gobiernos radicales administrando a ciudadanos moderados
En cuanto a la polarización, que con frecuencia se cita en España como un problema inherente a la propia ciudadanía, esta idea se rechaza de plano en el libro. El «bibloquismo», los «cordones sanitarios» y la falta de diálogo derecha-izquierda serían impostaciones de los propios líderes políticos, que infectan con ellas a sus representados. En cuanto a la conchabanza del bipartidismo con el nacionalismo, el veredicto es severo: «No olvidemos que los dos grandes partidos han dificultado siempre la posible emergencia de partidos bisagra (UCD, CDS, Partido Reformista, UPyD, Ciudadanos), prefiriendo el apoyo de los nacionalistas catalanes y vascos». Esta estrategia temeraria, en lugar de integrarlos, habría contribuido a reforzarlos, debilitando al Estado, hoy casi «residual» en algunas Comunidades Autónomas. Como reflexionaba Emilio Lamo de Espinosa en su cuenta de Twitter el 2 de marzo de 2023, aportando un gráfico de autoubicación ideológica del CIS para apoyarlo: «Los españoles llevan siendo de centro izquierda casi treinta años sin variación. No se han radicalizado. Los que se han radicalizado son los políticos, aunque no todos. Gobiernos radicales administrando a ciudadanos que no lo están».
Partitocracia derivada de una Ley Electoral oligárquica
El desmedido poder de los partidos políticos —cimentado por una Ley Electoral anticuada e injusta— habría devorado la separación de poderes: «el líder del partido que gana las elecciones controla no solo el Poder Ejecutivo, sino también el Poder Legislativo, pues los representantes lo son porque el aparato les ha incluido en la lista electoral». En cuanto al Poder Judicial, la Constitución se habría ido «modificando subrepticiamente» para que un «Consejo General del Poder Judicial políticamente mediatizado», junto a un reparto por cuotas de las designaciones directas que hacen las Cortes Generales, permitan a los principales partidos políticos nombrar a los jueces de los principales órganos de la Justicia.
La cultura de la corrupción
No olvidan los autores el gravísimo problema de la corrupción española, citando datos de Transparencia Internacional, que en 2021 situaba a España en el puesto 34 del escalafón global, empatada con Lituania. Constatan que recién estrenado este índice, en 1995, España ocupaba un puesto 26 y llegó a estar en el 20 en el año 2000. Pero quedó en el puesto 41 en 2018, hasta llegar al puesto 35 actual, empatada con Botsuana y Cabo Verde, según el Índice de Percepción de la Corrupción publicado en enero de 2023. En efecto, la cultura de la corrupción parece formar parte de la mentalidad nacional, que justifica la del partido propio y demoniza la del contrario. Los dos partidos mayoritarios tienen largos historiales corruptos, pero tampoco se libran los nacionalistas, ni los pequeños o emergentes. Los juzgados españoles rebosan «casos de corrupción en los que están involucrados políticos pertenecientes a todo el arco parlamentario».
España, ¿país sin ley ni justicia?
Abundan las columnas periodísticas que hablan ya de España, como «un país sin ley». En ese espíritu nos recuerda este libro que no puede haber democracia sin Estado de Derecho, cosa que en otros tiempos hubiera podido parecer una obviedad, pero que hoy es de obligada reivindicación. «Se observa con estupor cómo en parte del territorio español los poderes autonómicos desobedecen, de manera expresa y reiterada, la Constitución, las leyes y las sentencias de los tribunales sin que el poder central lo remedie, usando las competencias de ineludible ejercicio que tiene».
La politización de la justicia se define como el resultado de la partitocracia más cruda y voraz, lamentando que la ciudadanía haya asumido como algo «normal» la existencia de dos bloques entre los jueces de izquierdas y los jueces de derechas. Los autores nos comparan con Alemania y Estados Unidos, cuyos magistrados llegan a los tribunales «cargados de medallas políticas e incluso con el carné del partido en el bolsillo», pero este posicionamiento ideológico no suele influir sobre sus decisiones jurídicas. En España, por contraste, los jueces serían peones de partido, acatando las órdenes del aparato sin demasiada resistencia.
Gobierno «a golpe de decreto» y nula capacidad de absorción de fondos europeos
En el capítulo sobre el gobierno y la administración se puntualiza la cuestión sin ambages y con la claridad meridiana que caracteriza a todo el libro, reiterando que el Poder Ejecutivo ha desplazado al Legislativo, además de instrumentalizar a los tribunales. La masa de decretos leyes convertidos en leyes o convalidados equivale ya a tres cuartas partes del output legislativo, aseguran, y se requeriría una operación colosal para sanear el ordenamiento jurídico. Por si esto fuera poco, se apostilla que todas estas aparatosas «reformas» no mejoran una capacidad de absorción de fondos europeos casi nula, «que nos coloca los últimos de la lista de veintisiete, en la que nuestro modesto vecino, Portugal, figura en segundo lugar». España tiene la peor tasa de absorción de los fondos europeos en el período 2014-2020, con solo un 43% de los fondos ejecutados.
Estado autonómico gravemente disfuncional
En cuanto al estado autonómico, los autores lo desaprueban con una asepsia casi clínica, señalando los dos problemas graves manifestados desde sus comienzos. El primero es la disfunción organizativa, que genera anomalías, duplicidad de funciones y un gasto público innecesario. El segundo es la integración territorial defectuosa, que en determinadas partes del perímetro español pone en grave riesgo la unidad estatal y nacional. La solución que se recomienda sin rodeos es modificarlo para convertirlo en un modelo federal, es decir, en una versión perfeccionada de la actual. «El federalismo no es una forma política más conservadora o más progresista, más liberal o más socialdemócrata, más de izquierdas o más de derechas. Simplemente es una forma de organización territorial que funciona bien en muchos países y, por ello, también debiera funcionar en el nuestro».
Política exterior e imagen internacional: del enfrentamiento interno a la insignificancia global
El capítulo sobre el papel de nuestro país en el escenario mundial acusa a las cúpulas políticas del «descrédito de España como consecuencia de la ruptura de sus obligaciones europeas e internacionales», in crescendo ante las instituciones europeas y los mercados internacionales. Las grietas estructurales del Estado español lo incapacitan para cumplir con sus deberes y compromisos como país europeo y lo deslegitiman para aportar propuestas normativas que le confieran la relevancia e influencia correspondientes por su estatus occidental. Las ineficaces administraciones públicas, colonizadas por los partidos, ahuyentan a las empresas y agentes socioeconómicos. Por no hablar de la dependencia de la ayuda externa para salir de las quiebras internas en que los propios partidos políticos sumen al país, desde las crisis nacionalistas hasta las crisis económicas. La pandemia, lejos de servir como acicate para efectuar las reformas estructurales exigidas en 2019 por la UE, ha agravado junto con la crisis energética los desafíos orgánicos de España como nación europea. Lamentan los autores que la polarización interna haya impedido durante todo un siglo acordar intereses nacionales que permitieran afrontar con fuerza y dignidad el devenir externo de una España autocondenada a la irrelevancia mundial.
Es la economía, estúpido
Esta es la frase que James Carville, jefe de campaña de Bill Clinton, pegó en la pared de su oficina en 1992, bajo otra anotación que exigía «Un cambio» versus «Lo de siempre». Pues bien, para los autores de España: Democracia menguante la política económica española requeriría un cambio radical. En abierta contradicción con la propaganda gubernamental, observan un descenso del PIB por habitante desde 2007; un desempleo que duplica la media de la UE, disparado con los gobiernos socialistas y aminorado con los gobiernos del PP; un mercado laboral agarrotado e inflexible, que conserva la inmovilidad de los tiempos de Franco, con la dualidad de los trabajadores protegidos por el sistema (contratos laborales indefinidos) y los desprotegidos (contratos temporales); y unos sindicatos que no encarnan al sector laboral, sino a las cúpulas políticas y al sector público. ¿Las soluciones que se proponen? Entre otras, flexibilización del mercado, eliminación de trabas al comercio nacional e internacional, conexión del sistema educativo con el sistema productivo, seguridad jurídica como garantía del correcto funcionamiento de los mercados, reconducción del gasto público para impedir que el déficit presupuestario exceda del 3%, incluso llegando al superávit y creación de un mecanismo de fiscalización de las políticas públicas.
Objetivos generales de este informe
La meta inmediata de los autores de este Informe es generar un debate público sobre las averías crónicas de la democracia española, pues en opinión de estos nueve maestros, los peligros que acechan a España son de tal envergadura que, en su opinión, ponen en riesgo su propia existencia. Alegan que este debate nacional sería urgente y perentorio, dado que la ciudadanía ya no puede confiar en soluciones clásicas, como optar electoralmente por la izquierda o por la derecha, sino que se halla ante la disyuntiva de decidir entre la conservación y la destrucción de lo que hasta ahora veníamos llamando la democracia española.
Bibliografía
Democracy Index, The Economist Intelligence Unit (EIU), The Economist, Resultados del año 2022 publicados el 1 de enero de 2023. Vía Wikipedia: https://en.wikipedia.org/wiki/Democracy_Index
Artículo publicado en El País, el 19 de enero de 2023 (ver aquí)
El ascenso de Donald Trump mostró que el trastorno egocéntrico en los líderes tiene consecuencias reales; las redes sociales han potenciado en los ciudadanos esa clase de personalidad frágil y tóxica y están desterrando el debate serio
De un tiempo para acá, una palabra que antes era especializada, o que formaba parte solamente del léxico de ciertas profesiones, ha estado apareciendo en la prensa y en discursos diversos, como si hubiera descubierto de repente los placeres de vivir al aire libre. La palabra es narcisista; la hemos visto aplicada a Donald Trump, por ejemplo, y, como narcissist es un sustantivo, ha venido acompañado de adjetivos para describir mejor al expresidente: maligno es uno de los más usados. No sé cuándo haya empezado esta palabra a hacerse presente en nuestra conversación de todos los días, pero hace poco me encontré —es la maldición de los que acumulamos revistas— un artículo de Vanity Fair publicado allá por los meses remotos de 2015, cuando el mundo era otro en parte porque Donald Trump no había sido elegido todavía. En él, un grupo de psicólogos y psiquiatras se atrevía a lanzar por primera vez su veredicto: estábamos ante un narcisista de libro de texto, un caso extremo en un oficio —el de los políticos― de casos extremos, y la idea de que un hombre semejante llegara a la presidencia tenía que ser motivo de preocupación.
Todo en el artículo era alarmante. Para George Simon, profesor de seminarios sobre comportamientos manipuladores, Trump era un narcisista tan perfecto que sus apariciones públicas eran inmejorables como ilustración de las características de este desorden; si no tuviera a Trump, decía Simon, se vería obligado a contratar actores y dibujar viñetas. Hablando del bullying, los constantes comportamientos de matón y la tendencia a la humillación del otro que Trump había convertido en estrategia cotidiana, el psicólogo clínico Ben Michaelis hacía un diagnóstico preciso. “El narcisismo es una defensa extrema contra los propios sentimientos de inutilidad”, decía. “Degradar a la gente es en realidad parte de un trastorno de personalidad”. Wendy Behary, que aparecía en el artículo como autora de un estudio titulado Desarmar al narcisista, hablaba de la relación que tienen los narcisistas con la verdad: “Los narcisistas no son necesariamente mentirosos, pero se sienten notoriamente incómodos con la verdad. La verdad significa la posibilidad de sentirse avergonzados”. La vergüenza que les causan sus carencias o sus fracasos es lo que los especialistas llaman la herida narcisista; en el caso de Trump, la herida es del tamaño de su ego.
El artículo de Vanity Fair, recuerdo bien, causó un revuelo predecible. Dar semejantes diagnósticos rompía con un precedente de la vida política estadounidense: la llamada “regla Goldwater”. En 1964, la revista Fact publicó una suerte de encuesta en la que los psiquiatras opinaban sobre la idoneidad psicológica del senador Barry Goldwater, candidato a la presidencia. El senador demandó a la revista y ganó, y desde entonces se instaló un tabú entre los profesionales de la salud mental, que dejaron de emitir diagnósticos sobre los políticos… hasta que apareció Trump, y la inquietud fue demasiada como para quedarse callados. Siete años después del artículo, todo el que haya estado medianamente despierto ha podido ver las consecuencias de poner a un narcisista en posiciones de poder, pues los hay varios y en varios países: donde hay un Trump hay un Putin. No hay nada nuevo en el hecho mismo, por supuesto: desde que Havelock Ellis lo identificó a finales de siglo XIX, el narcisismo como desorden mental nos ha permitido entender mejor a Hitler y a Stalin, y fantasear con la idea de todo lo que no habría ocurrido si alguien le hubiera dicho al uno que pintaba bien y al otro que no era mal escritor.
Pero el diagnóstico de narcisismo es algo serio, y el narcisista es una persona tóxica que hace daño a quienes lo rodean. Pues bien, en los últimos tiempos hemos recurrido al mismo término para describir un fenómeno muy distinto: la emergencia en las redes sociales de un nuevo egocentrismo que hoy nos parece síntoma de algo más. Hay un ensayo de Falso espejo, el libro de Jia Tolentino, que lo explica con elocuencia. Tratando allí de analizar el fenómeno por el cual nuestra actividad en internet suele limitarse a lo que está de acuerdo con nuestras opiniones y prejuicios, Tolentino llega a esta conclusión que me parece inapelable: el problema con las redes sociales tal como están concebidas es que sitúan la identidad personal en el centro del universo. “Es como si nos hubieran puesto en un mirador desde el cual se ve el mundo entero”, dice, “y nos hubieran dado unos prismáticos que hacen que todo se parezca a nuestro propio reflejo. A través de las redes sociales, muchas personas han llegado rápidamente a ver toda nueva información como una especie de comentario directo sobre quiénes son”.
Me gusta ese ensayo porque Tolentino, aparte de ser buena ensayista, es una milenial muy activa en redes, con lo cual habla o parece que hablara desde una autoridad que otros escépticos no tenemos. Pero cualquiera que tenga la mirada lúcida, o que pueda salir a mirar el mundo sin esos prismáticos que todo lo distorsionan, se ha dado cuenta recientemente de que detrás de muchos de nuestros enredos contemporáneos está la misma causa: la hipertrofia de las identidades, que responde también a su fragilidad o a su incertidumbre. En Corre a esconderte, una de las novelas más inteligentes que he leído en los últimos meses, Pankaj Mishra pone a un personaje (no muy simpático, dicho sea de paso) a hablar de estos tiempos en los que todo el mundo se ha convertido en una marca, y, por lo tanto, en promotor de sí mismo. “Nadie”, dice, “ni siquiera los más ricos y bellos y famosos, está seguro de quién es, y todos luchan por ser reconocidos en la economía de la atención de las redes sociales”.
Y esto es un problema. Son esas identidades demasiado frágiles e inciertas las que han desterrado de tantos lugares el debate serio, aunque a veces sea airado y aun hiriente, y han anulado la diversidad de puntos de vista cuando alguno parece escandaloso o simplemente heterodoxo, y han reemplazado el enfrentamiento y el conflicto, tan necesarios y saludables en una sociedad abierta, por la cancelación (otra de las palabras clave de nuestro tiempo) y el silenciamiento del contradictor: que deja de ser contradictor, por supuesto, para convertirse en amenaza y enemigo. Estos individuos exigen al mundo entero que los vea como quieren ser vistos, aunque para ello sea necesario que el mundo cambie su comportamiento, sus opiniones y su lenguaje; tienen una sensibilidad hipertrofiada, y se han convencido de que el mundo entero debe tener como máxima prioridad cuidar sus emociones y protegerlos de las ofensas. Las ofensas pueden ser imaginarias, es decir, sólo existir en la mente del ofendido; pero el ofendido seguirá exigiendo que se le respeten a toda costa, porque son suyas y para él son reales, y eso es lo único que importa.
Un día sabremos medir hasta qué punto estas distorsiones han afectado nuestra forma de dialogar, de negociar y, sobre todo, nuestra forma de votar. Pero si es necesario nombrar el mundo con precisión, habremos de convenir que una cosa son los narcisistas malignos tipo Donald Trump, cuyas patologías y carencias (como lo sabe todo el que haya leído a Shakespeare) tienen un efecto muy real en nuestras vidas políticas, y otra muy distinta el “narcisismo”, entre comillas muy grandes, como rasgo de carácter del mundo virtual. Sin duda los dos están comunicados por pasajes subterráneos. También esto habría que explorarlo alguna vez.
Artículo publicado en RdL-Revista de Libros, el 5 de octubre de 2022 (ver aquí)
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La invención de España. Leyendas e ilusiones que han construido la realidad española
Henry Kamen
Espasa Calpe, Barcelona, 2021, pp. 517
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En el año 2006 publicó el autor una obra que llevaba por título Del imperio a la decadencia. Los mitos que forjaron la España Moderna, traducida al inglés y editada dos años después como Imagining Spain: Historical Myth and National Identity. El pasado octubre apareció en formato de bolsillo esta Invención de España, en buena medida versión aumentada del primero. De tales títulos se infiere que todos ellos tratan de mito, invención, leyenda e ilusión. El mito es la etiqueta que con mayor frecuencia se endosa a los acontecimientos escrutados, serie que arranca en Numancia, pasa por la Reconquista, los siglos del imperio de los Austria, la Ilustración, llegando a la Constitución de 1812, la República y la Guerra Civil. La secuencia se enriquece en páginas finales con la fantasía (en referencia a la Constitución de Cádiz) y el sueño, capítulo en el que se incluye el epígrafe «La monarquía española: una institución siempre en entredicho» (cursiva mía).
No es esta Invención, desde luego, lectura fácil de digerir. El texto se articula en diecinueve capítulos que a su vez contienen entre tres y ocho epígrafes, lo que provoca no pocas reiteraciones, por lo demás incluidas ya en otras obras del autor. Con todo, es el carácter hosco del discurso, de principio a fin, lo que acaso mayor sorpresa causará al lector, como de facto sorprendió a quienes leyeron la edición de 2008. Advirtió uno de ellos en la escritura tono de «ira», de «enfado», de «furia», resueltamente «encendido»1. Anotó otro la propensión del autor a fustigar a los «historiadores profesionales», sostener interpretaciones del pasado «deliberadamente polémicas»2, tanto como para que un tercero comprendiese que Imagining Spain hubiese puesto de los nervios a gente «todavía muy sensible» hacia los mitos que el autor somete a escrutinio3. Éstos, los mitos, eran siete entonces; pero habiéndose ampliado la cronología de esta Invención por ambos extremos resulta inevitable que la lista haya adquirido dimensiones desproporcionadas.
No queda nada claro, sin embargo, qué sea para el autor esto del mito. «La realidad es lo que aparentemente sucedió, mientras que el mito es lo que debería haber sucedido (el pasado) o lo que esperamos que suceda (el futuro)», escribe Kamen. Se definiría, pues, el objeto por oposición a la realidad, aunque habrá de reconocerse que tan mítico es el salto que realmente dio Bob Beamon en 1968, como los Fueros de Sobrarbe, fabricados por el jurista Jerónimo de Blancas en 1588. Reconozcamos, en todo caso, que el concepto no es fácil de aprehender4, y prueba de ello es que en La invención de la tradición de Hobsbawm y Ranger pasan estos como sobre ascuas por el asunto5. Tampoco ayuda gran cosa la brevísima introducción que Hugh Trevor-Roper redactó para The Invention of Scotland. Myth and History6, obra, por lo demás, tan deliciosa y divertida de lectura como erudita en su confección. Cuenta su biógrafo7 que el autor comenzó a interesarse por la historia de Escocia desde el previo acercamiento a la Ilustración escocesa. Al impulso académico se añadió el político, urgido por el resultado de las elecciones de 1974 que otorgaron al Scottish National Party el suficiente número de escaños como para despertar la inquietud en más de uno. Las escasas tres páginas que Trevor-Roper dedicó a presentar su Invention soslayan la definición o conceptualización del mito, salvo para postular que éste, en el caso de Escocia, «nunca ha sido marginado por la realidad, o por la razón, sino que permanece hasta que se ha descubierto otro, o fabricado, a fin de reemplazarlo». La intención de T.-R. no resulta, pues, muy lejana de la que anima a Kamen, convencido éste como está de que «muchos españoles» vivimos todavía en el siglo XVI8. A T.-R. le bastaron tres ejemplos para dar cuenta de su potencia en la historia de Escocia y en su proyección política hasta hoy. Fueron éstos: el mito de una «ancient constitution», el mito de una supuesta y no menos vieja creación poética, y -lo más divertido- el desentrañamiento de que la célebre sinfonía de cuadros y colores con la que se adorna el tradicional kilt no es sino el lucrativo invento (éste sí) de un par de astutos entrepreneurs cuando despertaba el siglo XIX9. Kamen multiplica los ejemplos hasta lo inimaginable, si bien caben dudas de que buena parte de ellos puedan etiquetarse de mitos, y que acaso lo más sensato hubiera sido mantenerlos recluidos en el desván de las leyendas. Sorprende asimismo que el autor proponga más de uno inédito, por ejemplo, el de la limpieza de sangre. Semejante atracón no carece de riesgos. A fuerza de tanto mitificar, podría el lector llegar a la conclusión que La invención de España es precisamente eso, un tinglado de materiales de dudosa calidad presto a desmoronarse al mínimo soplo de realidad.
Mito por mito, qué mejor que comenzar por el de «La pérdida de España». Se lee en estas páginas que «es posible» que el «más fundamental para la invención de la España cristiana medieval sea la idea de su pérdida y su posterior recuperación»; y poco más adelante consta que, para la explicación de esta «pérdida», circula entre los españoles «una leyenda tradicional que se ha convertido en la versión clásica de los acontecimientos». Esa leyenda no sería otra que la de Florinda la Cava. ¿De veras? Tengo todas las dudas de que, salvo en los manuales de historia de la literatura, la leyenda en cuestión forme parte de los de historia, tanto universitarios como del bachillerato. Por ello es fácil estar de acuerdo con el autor cuando escribe que «hace tiempo que los expertos dudan de la verosimilitud de numerosos elementos de esta versión». ¡Y tanto que hace tiempo! Uno de tales fue don Ramón Menéndez Pidal, quien en 1925-1927 ya incluyó la leyenda en su Floresta10.
Y es que no se mueve con soltura el autor por el Medioevo, poco cercano al modus operandi de los medievalistas. Las dudas que exhiben proceden, según él, de que «quienes redactaron las crónicas fueron escritores musulmanes y cristianos que las escribieron mucho después y sin ningún conocimiento directo de los acontecimientos» (cursiva mía). A propósito del reino de Asturias, en su condición de origen del de España, y del tránsito en cuestión, argumenta que de ello «no hay pruebas documentales aceptables de los pormenores» (cursivas mías). Otorgando a Pelayo el título de «figura mítica» y acto seguido el de personaje de «ficción», dado que «no hay forma de documentar con precisión su existencia ni sus hazañas» (cursiva mía), me pregunto a qué categoría pertenece entonces de las enunciadas páginas atrás; a saber, la real («lo que aparentemente sucedió») o la mítica («lo que debería haber sucedido […] o lo que esperamos que suceda»). Tanto las crónicas musulmanas como las cristianas hablan de él, aunque en ellas «no hay nada totalmente fiable». Aunque a la postre parece importar poco «si [Pelayo] existió como si no», y otro tanto acontece respecto al enfrentamiento (evitaré lo de batalla) de Covadonga. «De ninguno de estos detalles hay pruebas fiables»; «es posible que la falta de pruebas directas invalide todo intento de identificar a Pelayo con Covadonga, pero, evidentemente, no descarta la posibilidad de que se produjera en aquella región algún incidente militar que frenara el avance de los musulmanes».
En la siguiente página se aludirá ya sin duda al «revés que sufrieron los musulmanes en Asturias». Cualquier salida se antoja válida11.
Algo similar ocurre al afrontar la presencia islámica en España, por la que sobrevuela el mito de la convivencia entre las tres religiones, el florecimiento cultural, etcétera. Para empezar, se postula que «no se trató de una conquista al uso»; «los musulmanes no llegaron necesariamente para establecerse de forma permanente, sino que hubo una larga serie de llegadas y partidas, en las que un sector de los invasores sustituía a otro» (luego cabe deducir que musulmanes los hubo siempre…). Cierto es que la Hispania resultante de la invasión «no se creó sólo por la fuerza; también dependió de medidas a largo plazo para estabilizar el régimen». Tales medidas (fiscales, religiosas, sociales), sin embargo, fueron exactamente las mismas allí donde el Islam impuso su presencia, tanto hacia el este como hacia el oeste12. La toma de Bujará y Samarcanda (712) tuvo su réplica en la de Hispania (711). Las poblaciones conquistadas (dhimmis) eran sometidas al pago de un tributo (jiziya) a cambio de protección; los fieles musulmanes por su parte pagaban la sadaqa (limosna). «L’État, c’est en effet l’impôt»13. Y por lo que se refiere al ejercicio de la religión, las llamadas “Gentes del Libro” (ahl al-kitāb) (judíos, cristianos) no plantearon al Islam particulares problemas siempre y cuando éstas aceptaran su autoridad14.
“Expulsión de los moriscos”, Gabriel Puig Roda (1894).
El autor tampoco participa de la leyenda dorada de al-Andalus; apuesta por un escenario de «enfrentamiento profundo entre la sociedad cristiana y la islámica», y a propósito de la convivencia añade que, de haber existido, tal cosa debió de ser «a la fuerza». Concurro en que la leyenda en cuestión ha llevado a exageraciones difícilmente asumibles. La edición inglesa del libro de María Rosa Menocal que el autor cita se abre con un prólogo de Harold Bloom que constituye un buen ejemplo de estos excesos. Según Bloom, la expulsión de musulmanes y judíos de España en 1492 (sic) constituyó un «brutal disaster» cuyos efectos se perciben en Cervantes; desde entonces -agrega- España murió para no resucitar hasta la muerte de Franco, momento a partir del cual se ha vuelto otra cosa «todavía no por entero definible»15. Temo al respecto que tanto Kamen como Menocal se valen de herramientas conceptuales que de poco sirven para encarar el asunto («pluralismo», «tolerancia», «secularismo», «libertad religiosa», «progresismo»). El párrafo de Menocal que el autor transcribe («Sólo en ocasiones, esta tolerancia incluyó garantías de libertad religiosa comparables a las que esperamos de un Estado moderno tolerante») da buena cuenta de la fina percepción del tiempo histórico que exhibe la autora…
Observo también que Kamen, apelando al «sentido común», acaba por recular de su propia posición aceptando que «ha habido lugares y épocas en los cuales, a pesar de los conflictos periódicos, las comunidades sabían llevarse bien entre ellas», practicaban «cierto nivel de convivencia», siendo, paradójicamente, los propios musulmanes quienes entre sí habrían usado de la violencia más cruenta. El recurso al sentido común suele, en efecto, proporcionar salida a embrollos como éste. Un buen conocedor de estas cuestiones señaló hace tiempo que lo que funcionó en aquella España fue «un status quo de tregua o desarme que permitía la existencia continuada de las tres religiones, siendo de tener en cuenta que la libertad de creencia era entonces mucho más importante a este nivel colectivo o de grupo que no (como a la moderna) en el terreno individual. La medida en que una situación de esta clase pueda ser calificada de “tolerancia” queda desde luego como cuestión de puntos de vista o de un simple escarceo semántico». Y a continuación añadía:
«Del otro lado la necesidad de la economía, el trabajo y la cultura de moros y judíos fuerza a una claudicación en materia de libertad religiosa similar a la de estos otros pueblos cuando, también contra sus principios, se doblegan de facto y de jure al poder cristiano»16. Dicho de otro modo: ambas partes, en especial cristianos y musulmanes, acabarían percatándose de que los beneficios de la convivencia superaban con creces los inconvenientes de hacer las maletas de forma voluntaria o forzosa. No les habría movido una actitud tolerante, sino lo que Brian A. Catlos ha llamado «principio de conveniencia»17. El fenómeno es perceptible no sólo en España sino también allí donde cristianos y musulmanes han convivido (Palestina, Sicilia…), dependiendo los avatares de la relación tanto de la magnitud de las poblaciones respectivas o del grado de dependencia de una comunidad respecto a otra. En este sentido, el caso hispano pasa por ser el «cisne negro” de la historia». En fin, por lo que hace al territorio del «conocimiento humano», resulta innegable que, en su transferencia de Grecia a Occidente, la conexión islámica Bagdad-Córdoba-Toledo proporcionó a Europa un caudal de sabiduría de valor capital18. En la Andalucía del 951, «un monje bizantino, un judío español y ciertos médicos musulmanes depuran» la traducción del célebre tratado de Dioscórides que Hunayn Ibn Ishaq había vertido al árabe en Bagdad un siglo antes.
No podía el autor dejar de tocar el «más fundamental» y también «más ficticio» concepto de la historia hispana: la Reconquista. «Se trataba», y desde luego todavía se trata, de «definir un lapso enorme y complejo de Historia medieval con una etiqueta compuesta por una sola palabra» (sic). Pero argumentar en contrario que «ninguna campaña militar en la historia de la humanidad ha durado tanto» se me antoja un recurso bien pobre; y reducir los enfrentamientos habidos a lo largo de casi ocho siglos a la batalla de Las Navas, por mucho que haya sido «decisiva», no ayuda gran cosa, especialmente si a continuación se admite que «de forma esporádica durante todos esos siglos se produjeron innumerables choques, ataques y asedios significativos», a la vez que estos mismos enfrentamientos vuelven a limitarse dos páginas más allá a «muy pocas batallas». Por cierto: el calificativo de «decisiva» que se le endosa en la pág. 80 desaparece en la 97: «no fue una batalla decisiva para la historia de los reinos peninsulares ni alteró el equilibrio de poder entre cristianos y musulmanes». Poco después la misma batalla comparece de nuevo para reencarnarse como el fin de la Reconquista, dando paso a un «contexto» irreconocible tres siglos más tarde. Por lo demás, convendría hacer ver que enfrentamientos como éste hubo unos cuantos, saldados con victoria cristiana (Simancas, 939; El Salado, 1340) y otros con derrota (Alarcos, 1195; Zalaca, 1086). Pero produce hasta sonrojo tener que advertir que la actividad militar no fue lo único que ocupó a los hispanos durante ocho siglos. Hubo, primero, re-conquista y tras ésta re-población, y ni siquiera ésta fue en algunos casos definitiva, como aconteció en León, repoblado en 856 y arrasado en 986. Acaso convenga reparar también en que la lucha no fue siempre de cristianos contra musulmanes, y que la conveniencia dio lugar a pactos y alianzas inverosímiles entre unos y otros. En las Memorias del rey de Granada, destronado en 1090 por los almorávides, se relatan las cuitas de Ibn Ammar, muñidor de una alianza entre Alfonso VI y él para hacerse con la ciudad en estos términos:
«Si la ganase, no podría conservarla más que contando con la fidelidad de sus pobladores, que no habrían de prestármela, como tampoco sería hacedero que yo matase a todos los habitantes de la ciudad para poblarla con gentes de mi religión. Por consiguiente, no hay en absoluto otra línea de conducta que encizañar unos contra otros a los príncipes musulmanes y sacarles continuamente dinero, para que se queden sin recursos y se debiliten. Cuando a eso lleguemos, Granada, incapaz de resistir, se me entregará espontáneamente y se someterá de grado, como está pasando con Toledo, que, a causa de la miseria y desmigamiento de su población y de la huida de su rey, se me viene a las manos sin el menor esfuerzo»19.
Mito particular de la Reconquista lo es también para el autor la toma de Granada, que, «en la mayor parte de la bibliografía», se «atribuye» (sic) a los Reyes Católicos. Carece no obstante de sentido, según él, incluir dicha campaña en el proceso, pues, siempre según su opinión, este último eslabón constituyó «una etapa muy diferente», si bien, «como no podía ser de otra manera, algunas de las referencias siguieron siendo medievales». No se aclara, sin embargo, qué hubo de diferente en la campaña de Granada, y si lo que se sugiere novedoso residió en su presentación como una cruzada, lo que cabe decir al respecto es que esto venía de lejos.
Es sabido que el discurso de Urbano II en Clermont el año 1095 que dio curso a la primera cruzada culminó en la caída de Jerusalén en manos cristianas cuatro años después. No es aventurado postular que desde fines de la década de los 1080 el papa venía prestando atención a la situación de España20, y recuérdese que Toledo cayó en 1085. Tiene sentido asimismo que para entonces la reconquista del territorio hispano dispusiese ya de un armazón ideológico que Urbano encontraría útil para elaborar el «cocktail rhétorique» del célebre discurso. Así había sido en efecto. Desde el momento en que se hizo necesario, la clerecía del reino de Asturias se puso a la tarea de construir un relato cuyo hilo conductor tomaba materiales de época visigoda y se enriquecía con el paso del tiempo. Sus principales ingredientes: Guerra Santa y Cruzada. ¿Hasta cuándo? Un cronista musulmán se atrevió a dar respuesta mediante las palabras que puso en boca de Fernando I poco antes de la caída de Toledo: «Solamente pedimos nuestro país, que nos lo arrebatasteis antiguamente al principio de vuestro poder y lo habitasteis el tiempo que os fue decretado. Ahora os hemos vencido por vuestra maldad. ¡Emigrad, pues, a vuestra orilla y dejadnos nuestro país!, pues no será bueno para vosotros habitar en nuestra compañía después de hoy, pues no nos apartaremos de vosotros a menos que Dios dirima el litigio entre vosotros y nosotros»21.
Detalle de “Julián Romero y su santo patrono”, El Greco (1612)
Por lo demás, siglos de presencia musulmana y hebrea en España hubieron de dejar huella. Kamen etiqueta sin embargo el resultante prejuicio de la limpieza de sangre como «supuesta obsesión», «ficción fascinante», carente «base real», y aduce el ejemplo del maestre de campo Julián Romero, al cual Felipe II hizo caballero de la orden de Santiago ordenando al tiempo que no se investigara su limpieza. Las cosas no fueron exactamente así. En 1558 el rey transmitió su voluntad al Consejo de Órdenes, pero difirió la merced hasta tanto «se reciba la información que se acostumbra para saber si en su persona concurren las calidades» de rigor. En su caso no era la limpieza lo que estaba en juego, sino su condición hidalga, la cual, pese a todo, fue sometida a escrutinio22. Hubo que esperar a la dispensa papal (1561) para que Julián pudiera lucir su hábito en el retrato que El Greco pintó. Que las concesiones de hábitos no eran tan fáciles de obtener lo prueban los casos de otros militares insignes, Sancho Dávila y Cristóbal de Mondragón. A Dávila había prometido el rey un hábito (1570). En su caso era una bisabuela la piedra en el camino. El duque de Alba salió en su defensa sugiriendo se pidiera dispensa al papa, a lo que se negó el presidente del Consejo de las Órdenes; conceder un hábito a un converso, y en persona de tal relieve, sería una puñalada y el fin de las órdenes, advirtió; intervino directamente el marqués de Aguilar ante Felipe II, quien asimismo recibió carta del interesado, que puso sobre la mesa su dimisión de todo cargo. Murió en 1583 sin haber logrado su recompensa. Lo de Mondragón fue si cabe todavía más triste23.
Los archivos de los colegios mayores salmantinos albergan centenares de interrogatorios hechos en el lugar de origen de los presuntos candidatos; incluso los pasaportes para el viaje a Indias requerían de la deposición de testigos que declarasen su sangre limpia. Refresco los datos del calvario sufrido por Diego Velázquez para obtener el hábito de Santiago: i) 1636: primera noticia de que el pintor aspira a ello «a ejemplo de Tiziano»; ii) 1650: desde Roma se insta al Nuncio a que apoye la concesión, a la que sigue la probable oposición del Consejo de Órdenes; iii) 1658 el rey otorga la merced previa «información que se acostumbra para saber si concurren en él las calidades que se requieren»; iv) primera ronda de testigos: 75 interrogados; v) segunda ronda: 24 más; vi) 1659 tercera y última: otros 50; vii) ese mismo año el Consejo de Órdenes rechaza la pretensión, bien es cierto que en cuanto a la hidalguía del aspirante, no a su limpieza. La dispensa papal se hacía necesaria. Una vez concedida, el rey procedió a otorgar la merced «no obstante las no probadas noblezas» de dos abuelas y un abuelo. Hubo de ser ahora, y a instancia del Consejo, que Felipe IV, «de propio motu, cierta ciencia y poderío real absoluto», añadió a la dispensa de Roma la condición hidalga de don Diego24.
Los procedimientos, pues, no eran ninguna broma, dado que tanto el asunto de la hidalguía como el de la limpieza de sangre tampoco lo eran. Jean-Frédéric Schaub ha llamado la atención sobre el hecho de que «el éxito de unos cuantos» (los conversos que consiguieron «colarse» (sic) en ayuntamientos, órdenes militares o cofradías) no evitó que ni cristianos viejos ni conversos de antiguo siguieran manteniendo o incluso reforzando el «rechazo moral» que les merecían los advenedizos25.
Sería tarea para nunca acabar el repaso a otros epígrafes de esta Invención. Por salir de lo propiamente histórico comentaré el titulado «Dudas y mitos sobre La rendición de Breda». La cosa empieza mal, dado que el autor ejecuta a Justino de Nassau desde el principio, dándolo por muerto «poco antes de la rendición» (falleció en 1631). La entrega de las llaves que hace el difunto Justino es, se dice, asimismo «ficticia». Luego, precedida por un «sin embargo» y un «tal vez», aparece lo que sigue: acaso ocurra que «nos estemos engañando sobre lo que en realidad se aprecia en la pintura de Velázquez» (cursiva mía). Las vacilaciones se suceden: «sabemos que Spínola era un hombre justo, pero, como demuestra [¿?] el sitio de Ostende, no era comprensivo en absoluto»; «es posible que su gesto […] -si eso fue lo que ocurrió- no fuera típico de él». El crescendo prosigue cuando se afirma que la pintura en cuestión «contiene errores reconocidos», frase de la cual no es fácil saber qué resulta más sorprendente, si lo de los errores o lo del reconocimiento. «Es posible que el artista se esforzara en verificar la información, pero también tuvo libertad para expresar sus propias ideas». La serie continua por la afirmación de que no hubo ninguna batalla y sí un asedio, a mayores de que, «por supuesto», no hubo tal victoria. Dicho de otro modo: el asedio anula la batalla. Sentenciando que «la pintura de Velázquez carece de fundamento histórico» el autor se pregunta «¿qué motivos tuvo para pintarla?», y la respuesta es que se trataba de «mostrar una imagen que fuera aceptable en España».
Conozco un par de interpretaciones sobre el cuadro en cuestión; ambas se interesan por el mensaje político que pudo haber inducido al artista a elegir la iconografía que finalmente resultó. Ninguna de ellas ha interesado a Kamen. En 1978 Luis Díez del Corral sugería que Velázquez ideó la composición de la obra con anterioridad al 28 de abril de 1635, cuando el embajador de Toscana la vio colgada. Añadió que el cuadro «no está imbuido, ciertamente, de espíritu triunfalista», sino del de reconciliación, en línea con el papel jugado por Spínola en la conclusión de la Tregua de 1609 y en las abortadas conversaciones al mismo efecto de 1627-1628. El ilustre politólogo estaba, por tanto, persuadido de que la obra traducía un «estado de ánimo» que preludiaba «el espíritu de Westfalia»26 y no tanto un éxito militar pasado. La publicación en 1981 del libro de Brown y Elliott sobre el palacio del Buen Retiro puso el acento, a mi modesto entender, más en la composición e iconografía del cuadro que en la coyuntura política del momento en que fue pintado27. Su propuesta, en todo caso, insistía en la voluntad del artista en presentar el hecho de la rendición huyendo de la humillación del vencido mediante el rescate de una iconografía de los usos de la guerra que en la de Flandes estaban a la orden del día28. Escuela de soldados, al fin y al cabo.
Kamen apuesta por una cronología tardía, 1638, con la guerra contra Francia en curso, sumada a la de Flandes que seguía corriendo. Acepta el mensaje de reconciliación, pero cree que el cuadro constituye un lamento ante «el final de la grandeza», habida cuenta de que por entonces (1637) Breda había sido re-conquistada por la República. La gestualidad, lo que el autor llama «el apretón de manos» (¿?) de los respectivos comandantes, no sería, de este modo, sino réplica del que en 1637 habían practicado Federico Enrique y Gomar de Fourdin. Así sucedió, en efecto. Una «verdadera y breve» relación del sitio de Breda cuenta que el gobernador de la plaza llegó al encuentro en carroza aquejado de fiebre, si bien, a la vista de vencedor, pidió un caballo y lo montó para descender luego, actitud que imitó Federico Enrique. Tras un breve intercambio de «saludos y cortesías» se despidieron «de la manera más amigable»29. La escena no era «la contraria» a la de 1625, sino la misma, salvo que los papeles se habían invertido. La guerra, las treguas, los asedios, etcétera se desenvolvían de acuerdo con unos códigos de conducta que las partes conocían. Incluso la masacre de las poblaciones urbanas obedecía a circunstancias precisas tras las cuales era posible prever lo que pudiera ocurrir o no30>. Velázquez se valió de la imaginación (¡era un artista!) e introduce en la escena la entrega de las llaves porque, sencillamente, tal gesto formaba parte de aquellos códigos. Imágenes al respecto las hay ya para la Edad Media (tapiz Bayeux, siglo XI), testimonio escrito en 1492 (guerra de Granada) o en un hermoso dibujo de Juan Bautista Tiépolo (1596-1770) en el que lucen llaves, lanzas, caballos, vencedores, vencidos y de fondo el asedio de rigor. Todavía al filo del siglo XX el ilustrador portugués Rafael Bordallo Pinheiro presentó al rey Sancho I en actitud de impedir a los cruzados que en 1189 habían pactado la rendición de Silves la masacre de la población. Una fuente coetánea describe la salida del gobernador musulmán «solus in equo», como de costumbre31. No le falta aquí razón a Kamen: «no era nada excepcional» lo ocurrido 1625, como tampoco en el siglo XI o más tarde. Dicho de otro modo: Velázquez no precisaba del ejemplo de 1637.
En fin, si algo hemos aprendido en las últimas décadas es que las singularidades nacionales parecen estar condenadas a ceder ante enfoques de carácter más global, y el que de éstos nos concierne, como más próximo, es el constituido por los países de la cristiandad latina, diversa de la oriental y ortodoxa32. En ella primaron las similitudes sobre las diferencias, incluso en ciertos aspectos de la doctrina y práctica de la religión; de modo que tan «profundos defectos» aquejaban a los españoles en materia de fe como al pastor inglés que preguntado si sabía quién era el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo contestó: «Al padre y al hijo los conozco bien pues cuido sus ovejas, pero no conozco a ese tercer paisano; no hay nadie de ese nombre en nuestra aldea»33. Y también pudiera ser que la desafección que se predica de la monarquía española, afirmación sostenida en cuatro páginas, revele no tanto una hercúlea capacidad de síntesis como una ligereza difícilmente demostrable. Los españoles, se dice, «nunca prestaron un apoyo incondicional a la institución de la monarquía», lo cual es cierto, pues condiciones las hubo; tal como Olivares escribió al infante don Fernando: «Acá, Señor, aunque no tenemos fueros, es menester cumplir con el pueblo». Ruth Mackay comprobó en su día que en los momentos más críticos del siglo XVII la relación entre gobernantes y gobernados (aquiescence) nunca fue inconditional, sino dependiente de que el monarca cumpliera su parte del pact34. Leo asimismo que el «caso» (sic) español presenta características «mucho más graves que en cualquier sitio de Europa», en referencia a la escasa simpatía hacia la institución. Sin ir más lejos, «los españoles no creían en el derecho sagrado de la monarquía», proposición que, así formulada, ignoro si era así; lo que sí sé es que disponían de un amplio abanico de opciones, desde que el rey era «Dios en la tierra» (fray Juan de Santa María), su vicario e incluso el mercenario de su pueblo. Personalmente me hubiera sentido mucho más tranquilo con un rey mercenario que con el modelo que el clero de Inglaterra auspiciaba en 164035. De aquellos polvos… Antes, pues, Vitoria, Mariana o Suárez que Bossuet. Respecto al hecho de que aceptaran «un nivel normal» (¿?) de reverencia hacia su rey, al cual «no trataban […] como si tuviera un papel político especial, como hacían los ingleses y otras naciones», también es cierto, a falta de alguna precisión. Por ejemplo: en 1586 Felipe II hizo publicar una Pragmática de las cortesías. Para sí mismo quiso que en la correspondencia a él dirigida se le tratara únicamente de «Señor», y que en la despedida la cosa no fuera más allá de «Dios guarde la Cathólica Persona de Vuestra Magestad». No era muy diferente al trato usado con el rey de Francia36. Éste y el de Inglaterra curaban las escrófulas, no siendo hasta el reinado de Jorge I que éste puso fin al «royal touch» por considerarlo práctica de tufo católico y estuardiano. El resultado no estaba desde luego garantizado. Samuel Johnson fue sometido a la operación cuando niño «without any effect». Aquí se había abandonado la ceremonia cuatro siglos antes. Tampoco desplegaron los reyes de España un ritual de coronación homologable con la de sus pares europeos; sabemos desde hace tiempo que «en los reinos hispánicos los atributos de la realeza juegan un papel menos importante que en el resto de Occidente»37. Ahogado por las deudas, en 1561 Felipe II puso en venta «el ornato imperial» de su padre y de su bisabuelo. El medieval alzamiento del pendón real bastó durante siglos para escenificar el tránsito de un reinado a otro. En este sentido se afirma también que los hispanos no respetaban los principios del derecho hereditario, “«o que estaba bien», pues de vez en cuando existían discontinuidades en la sucesión al trono. Menos mal que la especificidad se acaba con el párrafo: «en el resto de Europa hubo problemas similares, sobre todo en el siglo XIX». Los hubo, claro; pero si se califica de «espectáculo poco edificante» que durante la Guerra de Sucesión hubiese en España dos reyes, conozco el caso de un país (Francia) en el que hubo tres…; cayeron asesinados todos ellos entre 1588 y 1610. (El diablo está en los pequeños detalles). Lo cierto es que estas cosas ocurrían en todas partes, porque, como recuerda Edgar Faure, lo más patético que le ocurre al rey absoluto es la dificultad que puede tener para garantizar la transmisión de su propio poder38. Lo experimentó Francia entre Valois y Borbón, y con anterioridad había sido también un problema dinástico el que diera lugar a una guerra que duró cien años. Las alternancias de dinastía formaban parte de un sistema de estados que por eso mismo se ha dado en llamar dinástico. Las hubo suaves (de Tudor a Estuardo), y por supuesto sangrientas. Rodaron cabezas coronadas tanto en Francia como en Inglaterra, y en la última, en particular, el establecimiento de una república que se llevó por delante la de Carlos I. Ya he aludido al «espectáculo poco edificante» de los dos reyes. Lo fue también la conocida como farsa de Ávila, la revuelta nobiliaria contra Enrique IV en la que, según dice la crónica, el arzobispo de Toledo remató la ceremonia «quitándole la corona de la cabeza». A Carlos Estuardo le habían privado ya de la corona cuando una fría mañana de enero de 1649, frente a Banqueting House, perdió también la cabeza. «De un modo u otro, la mayoría de los monarcas de la España posmedieval tuvieron que sufrir una suerte similar». Ahí queda eso.
La guinda de estos párrafos la proporciona el recordatorio de la frase de Ortega (1930) «¡Delenda est Monarchia!», el entusiasmo republicano de Azorín y el de «los literatos» en general. Un repaso a Las armas y las letras de Trapiello hubiera tal vez desinflado la apreciación hacia el republicanismo tanto de Ortega como de buena parte de los «literatos» coetáneos39. El encantamiento les duró bien poco. Las cosas empezaron a torcerse en 1934, y en 1936 comenzó la huida. La nómina de los que entonces abandonaron su país es tan extensa como trágica. Todos ellos comparecen en el índice onomástico: Azorín, Baroja, Américo Castro, Marañón, Menéndez Pidal, Ortega, Sánchez-Albornoz. Maeztu sería ejecutado en octubre. El trato dispensado por Kamen a la tarea de los nombrados va más allá del ninguneo; y la institución que cobijó la investigación sobre el pasado su país, el Centro de Estudios Históricos (1910-1939), se pinta como la fábrica donde tomaron cuerpo los mitos. Pero hay aquí algo que no funciona. Al pasar por alto el autor el trauma de la Guerra Civil, el resultado viene a ser que el mismo discurso mítico parece haber servido durante la Dictadura, la República y el franquismo. Uno de los personajes más citados -y fustigados- por el autor, don Ramón Menéndez Pidal, publicó La España del Cid en 1929, razón por la cual resulta harto dudosa la afirmación de que su libro empezara a circular «justo» cuando el régimen nacionalista de Franco «estaba buscando un sostén ideológico en la experiencia histórica de España». La utilización de los hechos históricos por toda clase de regímenes políticos ha estado en todo momento a la orden del día, y de forma especial con ocasión de guerras o momentos especialmente críticos en la historia de los pueblos. El «Unus Deus, unus Papa, unus imperator» que Ernst Kantorowicz empleó en su Federico II (1927) fue traducido por el nazismo como «Ein Reich, eine Volk, eine Führer40. Otro tanto ocurrió con la noción de Grossraum de Carl Schmitt, prostituida en Lebensraum41. Pero la talla intelectual tanto de los unos como de los otros, españoles y no españoles, sometidos ambos a experiencias dolorosamente similares, no torció en modo alguno la trayectoria de sus respectivas investigaciones. Lo que dijeron o escribieron en los ’20 aguantó firme en los ’30 y los ’40, al margen de la evolución de sus posiciones políticas. Quienes corearon el lema de Ortega serían también testigos de sus azarosos días del verano de 1936, y de un más o menos explícito volte-face antes o después por parte de todos ellos. Trapiello lo ha contado con pelos y señales.
Marañón fue uno de tantos. Formó parte de la Agrupación al Servicio de la República, pero en el momento que estalló la guerra huyó a Francia con su familia y la de Menéndez Pidal. No es desconocida su simpatía por el nuevo régimen, como tampoco que, si en su día había propugnado una «rectificación» al curso de la República, en 1943 volvería a hacerlo a propósito del de Franco, de quien por entonces echaba pestes. El embajador inglés Samuel Hoare confeccionó entonces una lista de «españoles representativos» en la que el doctor formaba equipo con Azorín, el cardenal Segura y el general Matallana42. Menéndez Pidal, por su parte, esperó a 1947 para hacer público su ideal, bajo presupuestos tales como que «suprimir al disidente, sofocar propósitos de vida creída mejor por otros, es un atentado contra el acierto»; o bien condenar «la enervante y desmoralizadora situación de vivir sin un contrario, pues no hay peor enemigo que no tenerlos», y rematar el párrafo con este dardo: «No es una de las semiespañas enfrentadas la que habrá de prevalecer en partido único poniendo epitafio a la otra»43.
1. Véase la reseña de Mauricio Tenorio en The Journal of Modern History, 82 (2), 2010, pp. 487-488. Donde se incluye la referencia al «constante ninguneo» (sic) con el que Kamen trata a los historiadores españoles.
2. Id. de Sara T. Nalle, The Americas, 66 (2), 2009, pp. 269-271.
3. Id., de Enrique A. Sanabria, Journal of World History, 21 (3), 2010, pp. 509-512.
4. Manuel García-Pelayo, Los mitos políticos, Madrid, 1981, pp. 11-37.
5. Barcelona, 2002, p. XX. La edición original es de 1983
6. New Haven-Londres, 2008.
7. Adam Sisman, Hugh Trevor-Roper. The Biography, Londres, 2010.
8. Del Prefacio a la ed. de 2008.
9. Es este epígrafe el que puede leerse, resumido, en la edición española de la edición de La invención de la tradición.
10. Floresta de leyendas heroicas españolas, 3 vols., Madrid.
11. Recomendable la lectura de Alexander Pierre Bronisch, Reconquista y guerra santa. La concepción de la guerra en la España cristiana desde los visigodos hasta comienzos del siglo XII, Granada, 2006.
12. Gabriel Martínez-Gros, L’Empire islamique. VIIe-XIe siècle, Paris, 2019
13. Ibid., p. 68.
14. Dictionnaire de L’Islam. Histoire, idées, grandes figures, Adel Theodor Khoury, Ludwig Hagemann, Petre Heine y Christian Cannuyer (eds.), Turnhout, 1995, sub voce Tolérance.
15. The Ornament of The World. How Muslims, Jews, and Christians Created a Culture of Tolerance in Medieval Spain, Nueva York-Boston-Londres, 2002, pp. xi-xii. Versión española: La joya del mundo: musulmanes, judíos y cristianos, y la cultura de la tolerancia en al-Ándalus, Barcelona, 2003.
16. Francisco Márquez Villanueva, «Moros y judíos», El concepto cultural Alfonsí, Madrid, 1995, pp. 95-105.
17. Muslims of Medieval Latin Christendom, c. 1050-1614, Cambridge, 2014, pp. 522 y ss.
18. Violet Moller, The Map of Knowledge. How Classical Ideas Were Lost and Found. A History in Seven Cities, Londres, 2020.
19. El siglo XI en primera persona. Las Memorias de ‘Abd Allāh, último rey Zirí de Granada, destronado por los Almorávides (1090), traducción del árabe, introducción y notas de É. Lévi-Provençal (ob. 1956) y Emilio García Gómez, Madrid, 2018, p. 175.
20. Peter Frankopan, La première croisade. L’appel de l’Orient, París, 2019, pp. 44 y 184.
21. En Alexander Pierre Bronisch, Reconquista y guerra santa. La concepción de la guerra en la España cristiana desde los visigodos hasta comienzos del siglo XII, Granada, 2006. El texto en cuestión, p. 500.
22. Antonio Marichalar, Julián Romero, Madrid, 1952, cap. III. Más información en Raymond Fagel, Protagonists of War. Spanish Army Commanders and the Revolt in the Low Countries, Lovaina, 2021, cap. I
23. Ambos casos en caps. II y III de la segunda de las obras incluidas supra
24. Jaime Salazar, «Velázquez, caballero de Santiago», en Velázquez en la corte de Felipe IV, Carmen Iglesias (ed.), Madrid, 2003, pp. 95-126.
25. «La mácula como recurso político en las sociedades ibéricas de la época moderna», en La Inmaculada Concepción y la Monarquía Hispánica, J. J. Ruiz Ibáñez, G. Sabatini y B. Vincent (eds.), Madrid, 2019, pp. 59-81.
26. Velázquez, la Monarquía e Italia, Madrid, 1979, pp. 194-200.
27. Un palacio para el rey: el Buen Retiro y la corte de Felipe IV, Madrid, 1981.
28. The Principles of the Art Militarie Practiced in the Warres of the Vnited Netherlands, Londres, 1637. Citado por Geoffrey Parker en «The Etiquette of Atrocity: The Laws of War in Early Modern Europe», Empire, War and Faith in Early Modern Europe, Londres, 2003, pp. 143-168. Véase asimismo
29. A Trve and Briefe Relation of the Famovs Seige of Breda: Beseiged, and Taken in Vnder the Able and Victorious Conduct of his Highnesse the Prince of Orange, Captaine Generall of the States Armie, and Admirall of the Seas, &c., Delf, 1637, p. 14. Copio el enlace:
30. Jean-Léon Charles, «Le sac des villes dans les Pays-Bas au XVIe siècle. Étude critique des règles de guerre», Revue Internationale d’Histoire Militaire, 24 (1965), pp. 288-301. Elena Benzoni, «Les sacs de ville à l’époque des guerres d’Italie (1494-1530): les contemporains fase au massacre» David El Kenz (ed.), París, 2005, pp. 157-170. Añádase: D. Alan Orr, «Communis Hostis Omnium: The Smerwick Massacre (1580) and the Law of Nations», Journal of British Studies, 58 (2019), pp. 473-493.
31. C. W. David, «Narratio de itinera navali peregrinorum Hyerosoliman tendentium et Silviam capientum A. D. 1189», Proceedings of the American Philosophical Society, 91 (1939), pp. 591-676, en concreto p. 628.
32. Heinz Schilling, Early Modern European Civilization and its Political and Cultural Dynamism, Hanover-Londres, 2008, introducción
33. Keith Thomas, Religion and the Decline of Magic, Hardmonsworth, 1984, p. 196.
34. The Limits of Royal Authority. Resistance and Obedience in Seventeenth-Century Castile, Cambridge, 1999.
35. John Neville Figgis, The Divine Right of Kings, 2ª ed., Cambridge, 1992, pp. 142-143.
36. David Lagomarsino, «Furió Ceriol y la “Pragmática de las Cortesías” de 1586», Estudis. Revista de Historia Moderna, 8 ( 1979-1980), pp.
37. Percy E. Schramm, Las insignias de la realeza en la edad media española, Madrid, 1960, p. 63.
38. La banqueroute de Law. 17 Juillet 1720, París, 1977, p. 68.
39. Cito por la ed. de 2017.
40. Pierre Boureau, Histoires d’un historien: Kantorowicz, París, 1990.
41. Matthew Specter, «Grossraum and Geopolitics: Resituating Schmitt in a Atlantic Context», History and Theory, 56 (2017), pp. 398-406.-
42. Jimmy Burns, Papa Spy. Love, Faith, and Betrayal in Wartime Spain, Nueva York, 2010, p. 266-286.
43. «Los españoles en la historia», prólogo a la Historia de España por él dirigida, incluido en Los españoles en la historia y en la literatura. Dos ensayos, Buenos Aires, 1951, pp. 150-152.
Un grupo de alumnos se disponía el martes a hacer el examen de Selectividad en la Universidad de Sevilla.PACO PUENTES
La brutal abstención en Francia y la desconfianza en los medios de comunicación tradicionales son solo las últimas señales de un inquietante distanciamiento
[Art.º de A. Rizzi, publicado en El País, el 18 de junio de 2022, aquí]
Desde el castillo, quienes quieran fijarse pueden vislumbrar una muchedumbre que se adensa en el horizonte. Difícil interpretar desde la distancia cuántos en esa multitud dan la espalda, desencantados, incluso resignados, y cuántos dan la frente, indignados, meditando alguna suerte de asalto. Pero está claro que son tantos, y muchas señales apuntan a que son cada vez más. Son jóvenes de las democracias occidentales que conducen sus vidas alejados de un castillo-sistema que no les acoge, no les sirve, y en el que, con muchas razones, no creen.
Esta semana ha ofrecido dos síntomas bastante pavorosos de esta tendencia. Un estudio demoscópico apunta que, en la primera ronda de las legislativas francesas, un 70% de los menores de 35 años no acudió a las urnas (frente al 46% de los mayores de 35). Veremos qué pasa en la segunda. En cualquier caso, da vértigo pensar que, en un país desarrollado, culto y con tanta tradición política como Francia, 7 de cada 10 jóvenes hayan decidido no expresar su opinión en una convocatoria fundamental para la composición del órgano legislativo. Es una cifra que desborda con creces el perímetro de la pobreza, la exclusión, la formación insuficiente. Hay ahí muchísimo más. Es un rechazo sistémico.
En paralelo, el Instituto Reuters para el Estudio del Periodismo ha publicado su informe anual acerca de la información en el mundo digital, y sus conclusiones son desalentadoras, con un mix de bajos niveles de confianza en los medios, interés en declive, cierto hartazgo y otras dinámicas preocupantes. Tristemente, estas tendencias resultan especialmente acentuadas en las nuevas generaciones. Solo un 37% de los menores de 35 años confían en las noticias de los medios por lo general, frente al 47% de los mayores de 55.
Naturalmente, las circunstancias de la juventud son tan variadas como las de los países europeos, y dentro de cada sociedad nacional hay los mil matices correspondientes a cada agrupación de envergadura. Por supuesto, es posible encontrar otro tipo de datos más esperanzadores. Sin duda, se toman iniciativas acertadas para corregir problemas. En España, por ejemplo, la reforma laboral o el incremento del salario mínimo son medidas útiles en perspectiva juvenil. Pero es evidente que hay un común denominador que es como una piedra enorme que pesa y une a generaciones que han ido asomándose a la edad adulta desde la gran crisis de 2008, con todo su perverso arrastre hasta la nefasta contingencia actual. Es evidente que hay un viento amplio e intenso que sopla en contra de gran parte de las nuevas cohortes, que les cierra el paso hacia un futuro mejor que las anteriores —una expectativa que se dio por descontada durante décadas— y que no brota de un fenómeno meteorológico: se conforma, ese viento hostil, en el castillo-sistema del que viven alejados.
La escasa fe en las estructuras políticas o en los medios no es sinónimo automático de falta de interés en la política o en lo que ocurre en el mundo. En algunos casos, la proyección del individuo juvenil en lo colectivo se produce a escala local, otras global —por ejemplo, contra el cambio climático—, con acciones que sobresalen los esquemas de representatividad clásica; asimismo, el mecanismo de conformación de opinión puede discurrir por canales diferentes de los tradicionales. Pero no siempre es así, e incluso cuando lo es, por supuesto, el desprecio por el mecanismo representativo tradicional o la información profesional es una pésima noticia para los sistemas.
Paradójicamente, mientras tantos jóvenes parecen despegarse del sistema político, casi todos están muy integrados en otro sistema: el de las redes sociales. Pero, ay, diciéndolo suave, este último resulta menos constructivo para la sociedad que la política. A menudo, es directamente destructivo, un agujero negro que absorbe energías que podrían ser positivas, que desvía trayectorias, con tanto tiempo malgastado en efímera superficialidad, tanta propagación de estupideces.
Ahí está, a lo lejos, una muchedumbre. Los del castillo con los puentes levadizos hacia arriba harán bien en fijarse más. Y los de la orilla lejana en el horizonte… ojalá no perdáis las ganas de luchar democráticamente y hacer todo esto mejor, mucho mejor de como os lo estamos dejando. Ánimo, per aspera ad astra.
Acabo de darme de baja de un grupo "privado" de Facebook. Y lo siento.
Lo he hecho porque no acepto la censura, y, mucho menos, que se atente a la dignidad personal.
Decía Arístóteles, gran defensor de la meritocracia, que la dignidad no consiste en tener honores,
sino en merecerlos. Y, en esta tesitura, siguiendo a Saramago, amparo mi decisión,
basada en el hecho innegociable de este concepto: "La dignidad no tiene precio.
Cuando alguien comienza a dar pequeñas concesiones, al final, la vida pierde su sentido."
El hombre de cada región, tiene dicho Gervasio Manrique de Lara, es un producto de su medio natural. La geografía modela al ser humano a su antojo. Se comprueba cómo los hijos de emigrantes, que se asientan en otros lugares, adquieren las influencias del ambiente natural donde viven. Por tanto, el medio físico imprime el módulo de expresividad al ser humano.
He aquí por qué Castilla, puntualiza este escritor, nos da un tipo varonil con sus peculiaridades raciales en consonancia con sus circunstancias geográficas.
Las áridas llanuras de Castilla como un mar encrespado, su cielo límpido y despejado, sus lomas rojizas resquebrajadas de sed, la desolación, los éxtasis, el silencio solemne de la monotonía infinita, los paisajes geométricos de líneas cruzadas, el clima extremado imprimen a los hombres de Castilla su heroico estilo de vida con perfiles físicos y espirituales bien acusados, sigue diciendo el mencionado autor.
Así se entiende que el carácter castellano concuerda en armonía -y en todo instante- con el medio natural de su entorno: reciedumbre espiritual, austeridad heroica, estoicismo moral. Por ello descuella el espíritu especulativo y de reflexión. Predominio racional apto para las ciencias que exigen esfuerzo mental. Escasas aptitudes para las creaciones imaginarias. He ahí su realismo en la poesía y el arte [no] son los primores de la loca fantasía. Lo reflejaba Antonio Machado y lo he sentido esta mañana en mi fuero interior al borrarme de la película documental que venía exhibiendo sobre el pueblo en el que nací, La Parra de las Vegas, cuyos aires respiraré mientras viva, mal que les pueda pesar a algun@s.
He dudado sobre si merecía la pena seguir dando partitura literaria a este documental, que ha ido ensanchando paulatinamente el recoveco de "Los vanidosos de La Parra de Las Vegas". Y la Antropología me ha situado en el sendero luminoso: "hay que seguir, no pongas el final" ("y", último nº correlativo, terminación). Por fortuna mi estancia vital posee muchas ventanas, y, si me cierran una, la claridad no se oculta, sino que se expande con mayor vigor abriendo otras. Podrá verse cuanto digo en la novela El compromiso de Samuel Eskenasy, la segunda parte de El artista de Valdeganga, muy avanzada ya.
Este es el punto impulsor del episodio 27 que transmito en esta fecha. Necesito hablar, aquí y ahora, despues de lo sucedido en el pantano de las redes sociales con un grupo constreñido por el que espero no volver a aparecer -la cultura me lo impide-, de una problemática perdurable y actualmente en alza, la que conllevan las envidias y las relaciones sociales en el medio rural español.
El debate sobre las brechas de todo tipo existentes entre el mundo urbano y metropolitano respecto de las zonas rurales o más periféricas constituye un tema de máxima actualidad. Más aún en el contexto del cambio climático y de las decisiones que hay que tomar y acometer para lograr un crecimiento económico que sea sostenido, inclusivo y sostenible a la vez. Bueno, pues el borrado de esta alusión -completada en el post `compartido´ días atrás en el restringido grupo Fk- es el causante de mi salida de éste. Parece que en sus alrededores andan más aplicados en notificar sus andanzas de peña y estómago que en impulsar la cultura y sus estratos. Que les vaya bien.
Sin embargo, se queda muy corto ese camino para tranquilizar la conciencia de cuantos estamos implicados en "crear futuro". El fenómeno de la España vaciada expresa este gran desequilibrio interno que acaba por expulsar de las oportunidades de progreso económico y social a importantes segmentos de la población, o bien les fuerza a las migraciones interiores hacia las grandes áreas metropolitanas en busca de una mejor calidad de vida, oferta de servicios u oportunidades laborales
Según datos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), la proporción de empleos que por su naturaleza pueden realizarse a distancia en las distintas comunidades autónomas españolas oscila entre menos de una cuarta parte en las Islas Baleares y Extremadura y el 41% de Madrid. No solo se trata de una cuestión del tipo de ocupación -paradójicamente más propicias al trabajo no presencial en las grandes ciudades-, sino del acceso a las redes.
El envejecimiento de la población por el éxodo forzado hacia las metrópolis y el difícil acceso a otros servicios básicos (educación o salud) son elementos fundamentales en la desconexión y desigualdad rural que solo podremos resolver con políticas que anclen riqueza y actividad al territorio y que faciliten un crecimiento vertebrador para combatir desigualdades no solo entre regiones de un mismo país, sino también entre países de una misma zona.
Desde el año 2007, más de la mitad de la población mundial vive ya en ciudades y se espera que este porcentaje alcance el 60% en 2030. Este crecimiento de las grandes urbes -en ocasiones rápido y desordenado como vemos en muchas regiones del planeta- reproduce gran parte de los problemas de sostenibilidad globales al provocar ineficiencias y sus propias desigualdades. La contaminación, el desplazamiento de sectores sociales más vulnerables, el incremento de la pobreza e inseguridad urbana o el aumento a veces insostenible del tráfico son solo algunas de las consecuencias directas de la expansión de las ciudades.
Los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de Naciones Unidas priorizan la reducción de las desigualdades «en y entre los países» (Objetivo 10) y la sostenibilidad de las ciudades (Objetivo 11), dos metas interrelacionadas y complementarias.
«Lograr que las ciudades sean más inclusivas, seguras, resilientes y sostenibles», reza el ODS 11; que ello sea posible pasa en buena medida por frenar la urgencia de las migraciones internas del mundo rural al urbano. Por tanto, como dijo Tobías Martínez en marzo pasado, es tiempo de apostar por políticas de arraigo focalizadas en conseguir desarrollo local en municipios más pequeños a los que la baja densidad poblacional y la menor oferta de servicios e infraestructuras parecen condenar al olvido. Unas políticas de arraigo, muy lejos del proceder de ese grupo de "peñistas" centrados en el ocio y no en el empeño por el emprendimiento y el desarrollo sostenible. Han de saber esos turistas de peña escueta que la política es necesaria para cualquier apoyo amparador de efectos positivos, sirviendo de palanca a la transición digital. Este es el modus operandi que permitiría ganar tiempo y espacio para una planificación del territorio más integrada, con una malla de poblaciones pequeñas, ciudades intermedias y grandes que ayuden a corregir y reequilibrar las asimetrías de las grandes megalópolis.
Lo que se ha explicado conlleva tener siempre presente el concepto de los desequilibrios demográficos y el que se conoce como "generación soporte". Lo explicó muy bien el equipo coordinado por Luis Camarero en su trabajo La población rural de España. De los desequilibrios a la sostenibilidad social (Fundación "la Caixa", Colección Estudios Sociales, Núm. 27). Despeja ahí el hecho de que en la reciente historia del medio rural hay muchas generaciones que han tenido protagonismo en distintos momentos. Y se ocupa de aquellos que nacieron en torno a la década de los sesenta en pueblos y pequeños municipios. Al igual que, también, de aquellos que, de la misma generación, se fueron a vivir a zonas rurales. Observa que esta generación es un grupo clave en el desarrollo rural y en la vida actual de los pueblos. Es un grupo relevante no sólo por la edad madura en la que se encuentran ahora mismo sino, sobre todo, por la posición estratégica que ocupan como generación numerosa dentro de la irregular composición generacional que caracteriza al medio rural.
Por ello, por soportar la vida rural, son el sujeto y el protagonista principal de ese libro acerca de la sostenibilidad social de las áreas rurales. Reparan los autores del mismo en la formación histórica y la composición de la generación soporte y terminan analizando cómo, además, su presencia o ausencia expresa, a la vez que define, los distintos paisajes sociales que forman la ruralidad española. A toda esta me abrazo, y, con la misma, justifico mi marcha del grupo de Facebook que termino de abandonar.
Esta semana ha escrito Sergio del Molino que la guerra desnuda la condición humana de una manera radical y poética: “Desde la Anábasis de Jenofonte hasta las crónicas llegadas hoy de Ucrania, sabemos que nada revela mejor el material del que estamos hechos que la guerra”. Nos lo recordaba ayer Pepa Bueno a través de su newsletter.elpais, encabezada por un título inexcusable: ¿Cómo se para esta locura?
Diez días de guerra han forzado a todo el mundo, como remarca la directora de El País, a decidir con quién se alinea, si con el que tira las bombas o con los que las padecen —ojalá con otras guerras que no dejan de producirse en el mundo hubiera una toma de posición tan clara—. Pero la evidencia de la ilegitimidad y la ilegalidad de la invasión no impide que afloren nuestras contradicciones. De aquí que nos hayamos visto "enfrentados al debate sobre el envío de armas a un país asediado, sobre la participación indirecta en una guerra, sobre qué es lo menos malo cuando todo es un espanto. Se han tomado gravísimas decisiones en cuestión de horas. Europa empezó arrastrando los pies con las sanciones económicas a Rusia —demasiados intereses cruzados— y ha terminado dando el paso histórico de coordinar el envío de armas al ejército ucranio".
"Las muertes anónimas, el millón de refugiados en solo unos días y la desestabilización de todo el continente parecen haber acabado inclinando la balanza. Y, sobre todo, la brutal desigualdad en la batalla. La inferioridad militar de los ucranios es tal que incluso se han sentado dos veces a negociar con los rusos mientras bombardeaban su país. Putin no ha decretado una tregua ni siquiera para hablar. ¿Cómo se para esta locura?"
El historiador y filósofo político Luuk van Middelaar, que fue además asesor del presidente del Consejo Europeo, ratifica que con la invasión de Ucrania, el presidente Putin se ha arrojado a lo inimaginable, ha cruzado el Rubicón, ha entrado en un tiempo de guerra. Para él no hay vuelta atrás. Fuego y llamas; todo o nada. Ahora es vital que, por nuestra parte, mostremos voluntad política y serenidad. De lo primero nos sobra; sin embargo, lo segundo es escaso.
Cuando los peligros son grandes se desatan fuerzas inesperadas. "Para empezar", comienza diciendo el citado historiador, "Ucrania, que ha encajado con valentía los primeros golpes, está aguantando y ha alcanzado una gloriosa victoria en la batalla inicial por la opinión pública europea. Ya no estamos ante un país caótico de 40 millones de habitantes a orillas del mar Negro, sino ante una nación que se presenta como portadora de la promesa democrática de Europa y en la que el presidente Zelenski aparece como un héroe universal." Sí, hay energía política a raudales, aunque a veces falte temple estratégico. Esto es preocupante, dice asimismo Middelaar porque, lejos de los bombardeos de Kiev y Járkov, entre los espectadores la preocupación y la inquietud pugnan por imponerse. El triunfalismo que se observa en Twitter sobre los errores de cálculo militares de Moscú es prematuro, sin duda.
Ahora mantener la serenidad es una cuestión de vida o muerte. La prioridad absoluta es evitar el peligro de una guerra nuclear. Es irresponsable y temerario insistir en que Putin está yendo de farol. No es algo que parezca haber calado en todos los principales políticos.
Von der Leyen no es consciente de que para el Kremlin, al que estamos intentando conducir a la razón, las promesas que la OTAN y la UE han venido haciendo a Kiev desde 2008 son una fuente primordial de conflictos. Y ¿qué resultado podemos anticipar?: ¿Ucrania, extinta república soviética, entra en la UE sin ser al mismo tiempo integrante de la OTAN? Lo segundo es una línea roja geopolítica, ya que podría producir una guerra nuclear entre Estados Unidos y Rusia. ¿Acaso puede la UE rescatar a Ucrania de las garras de Moscú, ahora o pronto, sin EE UU, partiendo de su propia cláusula de asistencia militar (artículo 42.7 del tratado de la UE), equivalente nunca puesto a prueba del artículo 5 del tratado de la OTAN? Son cuestiones estratégicas de gran calado, y los giros del destino aún no han dicho su última palabra.
Por descontado, dentro de este ánimo, hay que parar la demencia furiosa de Putin y sus subalternos. Ya se ha pasado por un alto el fuego que se presume efímero, el tiempo justo para la creación de corredores humanitarios por los que evacuar a la población civil. Es el acuerdo alcanzado por las delegaciones rusa y ucraniana en Belovézhskaya Pusha, en Bielorrusia, cerca de la frontera con Polonia. Mientras se produzca la salida de civiles a través de estos pasillos humanitarios, cesarán los enfrentamientos armados. A la espera de una tercera reunión en próximos días, la situación de los refugiados -un millón de personas han salido de Ucrania desde que se produjo, el 24 de febrero, la invasión- continúa siendo la prioiridad para el mundo occidental. En este sentido, la UE acordó otorgar protección temporal automática por un periodo de hasta tres años a las personas que huyen de la guerra.
No debemos perder la guía del referente Merkel. Alguien definió la dupla Merkel-Putin, cuando esta oficiaba de maquinista de la locomotora de la UE, como una pareja tan imposible como duradera. Pese a que Angela Merkel se retiró sin lograr atraer a Vladímir Putin a los principios de legalidad de Europa, lo cierto es que al menos supo contener las ínfulas más primarias del presidente ruso. La conversación de una hora y media mantenida ayer por el presidente galo, Emmanuel Macron (empeñado en suplir el vacío de Merkel), y su homólogo ruso da poco pie a esperar que Putin rebaje la intensidad de sus planes respecto a la invasión de Ucrania. «Lo peor está por venir», concluyeron en El Elíseo tras la conversación: Putin «continuará su ofensiva militar , hasta tomar el control completo de Ucrania». Hay analistas que valoran la ausencia de Merkel en el escenario europeo como una circunstancia que no juega precisamente a favor de una solución lo más incruenta posible a la guerra en Ucrania. Nunca se sabrá, pero el caso es que Merkel y Putin lograron entenderse durante años, aunque sin estar en nada de acuerdo.
Quiero decir con esto que lo que se necesita ahora son Interlocutores dominantes del análisis neuropolítico. Tanto en EEUU como en Europa y Rusia los hay a docenas, luego basta ficharlos para que cosan los hilos bien, milimétricamente. De forma que transmitan, al lado de buenos expertos en Derecho Internacional, una filosafía política apta para zurcir un Acuerdo Marco de Responsabilidad que no pase por alto la "banalidad del bien". No atañe esta a la condición modesta de su ejercicio, sino al modo en que, en demasiadas ocasiones, malbaratamos su dignidad. A falta de que alguien pudiera resolver la condición sustantiva de la virtud o la excelencia, son demasiados los lugares en los que el compromiso ético se exhibe de una forma casi pornográfica.
Lo explicó muy bien Diego S. Garrocho, cuando en septiembre de 2021 habló en Ethic del reconocimiento de una la sencillez en la calidad moral de aquellos que ejecutan acciones heroicas. Se refiere ahí a la espectacularización de la moral contemporánea, que se presenta como el último desarrollo del diagnóstico de Guy Debord: "Hemos cancelado las fuentes clásicas de sentido –la tradición, la religión y la costumbre– para mercantilizar algunos de los fuegos sagrados que en otro tiempo nos sirvieron de inspiración rectora para el gobierno de la vida y la custodia de lo humano".
Esos psiquiatras sociales que propongo han de detenerse en las coordenadas del narcisismo, tan propio de nuestro tiempo -y tan presente en la caracterización política de Putin-, de manera que obligue a los máximos dirigentes mundiales a no sentirse singulares. Así puede acudirse al festival cosmético de valores y principios que deje de ser un vestigio barroco tan reconocible en nuestro tiempo en la Relaciones Internacionales, con mayúscula.
Resulta común e inalterable observar que los "políticos de paso" por Cuenca, en más de un 95 por 100 encabezando listas para el Congreso y el Senado presentadas por el PSOE y el PP, una vez finalizada su legislatura no vuelven a aparecer por esta provincia; adiós y se te he visto no me acuerdo. Estoy pensando en Rafael Mazarrasa y Francisco Utrera, concretamente y a nivel de ejemplo. ¿Y esto por qué? Pues el sustentáculo se halla en las ejecutivas territoriales de los dos partidos citados, siendo asimismo la causa reactiva que nos produce a mucha gente escuchar las promesas que casi siempre terminan incumplidas. Son discursos pobres y elocuentes del pésimo raciocinio salido del conocido como trepa político. Ante estos la reacción más expresiva es poner la cara tiesa, mientras se va deslizando desde la frente a la barbilla un amplio interrogante que se posa en el rostro de los teatreros que les prestan atención.
Ahora sucede muy a menudo en Cuenca capital los fines de semana (viernes, principalmente), en los instantes que posan ante los medios de comunicación local-regionales (?) Page y Martínez Guijarro para vender paja, medias/enteras falsedades y ridículo a espuertas. Estos ilustres cantamañanas, ejercientes del pastoreo de secano en esta Comunidad autónomas -se verá en el libro que dediqué a "El Cambio General y las incertidumbres de Castilla-La Mancha" y está en imprenta en estos instantes-, por sus hechos, delirios y dejaciones, antes de acabar patinando por el precipicio del no retorno, merecen un profundo examen de Psiquiatría Social, con el pertinente dictamen de neuropolítica.
Los delirios según el doctor Yuste Grijalba, miembro de la Real Academia Nacional de Medicina, merecen una preocupación grande, ya que el escenario político español lleva años permitiendo la existencia de una epidemia de tal índole. Él encontró la fuente de infección, el mecanismo de transmisión y los contagiados. Los tres elementos clásicos -semilla, sembrador y terreno- de las epidemias sin que nos falte el modo de transmisión.
Los delirios son un síntoma. Típicos en la paranoia clásica, se pueden observar también en los trastornos afectivos y en la personalidad o en las demencias, sin olvidar las ocasiones en las que una enfermedad neurológica o metabólica debuta con estos síntomas. Los delirios han sido abordados con los instrumentos de la (psico) patología general. Semiología, etiología, patoplastia, patogenia y patocronia. ¿Por qué se producen? ¿Cómo evolucionan? ¿Por qué se mantienen? A lo que cabe añadir, como hace Yuste, otra pregunta: ¿Cómo se extienden en la sociedad si es que esto sucede? Epidemiología.
El delirio es un trastorno básico del contenido del pensamiento, no es una burla o una farsa, sino una visión alterada de la realidad que observada desde el exterior, por el clínico que intenta clasificarlo, tiene un fuerte pero subjetivo, carácter de certeza, de incorregibilidad y de absurdez. En el caso del pretendido cierre por parte del PSOE (en alianza con CEOE) del tren convencional, como ha demostrado la encuesta CITCO_MCV del GEAS-jab, el delirio es lo que se siembra, se extiende, se reproduce en otro u otros, se convierte en epidemia, que, en este caso, se plasman en los resultados obtenidos con esa herramienta y que la opinión pública rechaza por completo los planes de socialistas y empresarios. Estos tienen juicios falsos, erróneos, producidos por falta de capacidad intelectual, falta de formación o variación del estado de ánimo. Debo advertir, con estudios en mano y sobre la mesa que, si vuelven atrás y retornan a la realidad, ambos sectores no caerán en el delirio, pues en la mayoría de las ocasiones este tipo de hechos son reductibles tras el razonamiento pertinente.
Ahora bien, los delirios, como juicios de la realidad falseados, tienen como características una convicción extraordinaria, certeza subjetiva, no ser influenciable por la experiencia, imposibilidad del contenido, son absurdas o erróneas y están teñidas de un componente afectivo que las hace, aún más, incorregibles. Dándose mucho entre los llamados "trepas políticos". A Martínez Guijarro se le cuela a menudo este tipo de disfuncionalidad, principalmente cuando habla de proyectos "pioneros" (pero descubiertos y aplicados en otros lugares años antes) o "ejemplares" (aunque aparcados en estériles garages de inmovilización administrativa o financiera). Cosas de los trepas políticos.
Jaime Figueroa tiene una buena sinopsis -publicada en Terra Rayana- sobre cómo oidentificar a un trepa político. Así, dice que cada vez están más generalizadas las quejas sobre la capacidad de nuestra “clase política”. La descalificación como mediocres, corruptos o simples embusteros se extiende sobre ella como un tsunami imparable de una gran mancha de aceite que se extiende sobre la valoración colectiva de nuestra sociedad.
El embrión de la política mediocre suele germinar en los municipios, en cualquier pequeño pueblo nos podemos encontrar con algún concejal parasitario, copiando sin ningún tipo de rubor o simulando una hiperactividad que pretende trasladar su visión mesiánica del ejercicio de su poder. Cuando su verdadera y en muchas ocasiones única cualidad suele ser el apropiarse de los méritos que le corresponden a otros. En fin, esto no deja de ser una humilde definición más de lo que es un trepa político. Personaje de base ideológica voluble, que hace de la necedad su egocéntrica visión de la realidad.
Suele estar en posesión de una inaudita agilidad camaleónica cuando se trata de aplicar la evolución ideológica –cambio de pelaje– para mudar de “nido” político, que le facilite y le abrevie el tiempo de espera para encumbrar sus ambiciones.
Generalmente, suelen dividir sus propuestas en dos tipos: Las estrafalarias y las del provecho, que señalan hacia un único destino; alimentar y retroalimentarse entre otros menesteres, de reclutar serviles colaboradores. Cuestión que le facilita poner en práctica la prepotencia a la hora de ejercer su cuota de Poder.
Como buen maniqueo, suele tejer una telaraña artificiosa de seguidores, repartiendo las prebendas que le permite la cuota de Poder que por coyuntura ostenta y que a su vez, le otorgue –rebozado– crédito personal y político.
Fuente: Faustino, El Diestro, 10 de marzo de 2019.
El “trepa” es una figura muy de nuestra manera de ser. Los hay en todos los estamentos sociales. En cualquier sitio donde estén reunidas más de una persona, es muy posible que lo haya. La conocemos desde siempre y desde siempre henos aprendido a defendernos contra ella. No obstante, hay una gran diferencia entre el que la ejerce en el ámbito privado y el que la ejerce en lo público.
Sin lugar a duda es en el mundo de la política donde más se acentúa esta práctica tanto en calidad como en cantidad. Nuestra constitución desde que se aprobó, ha dado un poder y una forma de ejercer a los partidos políticos que están pasando una factura, más que elevada a nuestra sociedad. Dentro de esos partidos, rivaliza el egoísmo personal con la vocación de servicio público o si prefieren, los que tienen un desarrollado sentido de la justicia.
Jorge Valencia se refirió hace cuatro años y medio en el asterisc* a los trepas en la política, certificando que son personas sin ideas ni escrúpulos cuyo único objetivo es medrar dentro de su organización política para alcanzar una mejor posición y más notoriedad pública, pero sobre todo para poder lograr un escaño y un sueldo público como colofón. Salir en las portadas y en las televisiones no está nunca de más, y desde luego su ego hay que regarlo todos los días como a una planta trepadora, pero esto es secundario. La verdadera aspiración de un trepa es vivir del cuento sin pegar un palo al agua.
Para lograr su objetivo el trepa hará lo que haga falta: cambiará de chaqueta las veces que sean necesarias, traicionará a sus compañeros por la espalda, dirá una cosa y hará la contraria. Y todo ello lo justificará con cualquier excusa barata bien aderezada de tópicos, frases hechas y demás ocurrencias sin sustancia política pero de gran tirada en el mercado de la «comunicación política» o como quieran llamar al circo barato en el que han convertido el espacio de información política. Porque si la existencia de este tipo de personajillos ya es perjudicial para la política, más grave aún es la aceptación de este comportamiento por parte de los ciudadanos como algo natural.
Un párrafo del editorial -con el título "“Allá donde se pierden los ríos y caminos”- de la revista Los Ojos del Júcar, autodefinida como un espacio de encuentro, creación y discusión para todas aquellas personas e iniciativas que buscan un futuro diferente, más vivo y participativo para la provincia de Cuenca, me ha incitado a releer a Ryszard Kapuściński, el laureado escritor, ensayista y poeta polaco, que está considerado como uno de los grandes maestros del periodismo moderno. El parágrafo alusivo afirma concretamente esto:
"Alejando el tema de la falta de ecosistemas empresariales y creativos de forma consistente en nuestra ciudad; uno de los motivos de este hecho es la ausencia o “mala presencia” de medios de comunicación eficaces y sostenibles. Una estación del AVE estratosférica y una red de carreteras y autovías que, exceptuando a Madrid, lejanas quedan del año 2021. Y de puntilla, el cierre del histórico ferrocarril entre Madrid y Valencia, que comunicaba Cuenca con estas dos grandes ciudades. Y es que es cierto que los tiempos cambian…"
Después de esta afirmación se sumerge en exceso dentro de la literatura acuífera y en las sendas literarias del emplazamiento de estas tierras y sus vías de comunicación. Con ello, deja de lado un aspecto trascendental: el discernimiento fehaciente dirigido a asentar las bases para el imprescindible cambio estructural de esta provincia. Me refiero en particular a la mentira política.
Como remarcó Silvia Hinojosa, la desafección hacia la clase política se ha forjado en parte en la creencia de que todos ellos mienten y además con impunidad. Los sondeos recogen desde hace años un nivel alto de desconfianza hacia la política en España que apunta en ese sentido. Pero hay políticos sinceros y farsantes en un porcentaje similar al resto de los ciudadanos, aunque las consecuencias de sus mentiras son mucho mayores. También sus recursos para mentir o, como en los buenos trucos de magia, presentar la realidad de forma distinta a como es. ¿Es eso una mentira?, podemos preguntarnos. En todo caso, no siempre es voluntaria. La distracción es también una técnica de los políticos para que el ciudadano desvíe la atención de lo importante y se fije en un punto de interés alternativo que no compromete el truco. Si sale bien, los suyos le aplauden. Esto es demasiado común en el hábitat más cercano conquense, como nos demuestran dos de los medios digitales de transmisión informativa de nuestra provincia: Enciende Cuenca y Cuenca News.
“No mienten todos los políticos. Los hay que mienten algo y a veces, y otros intentan mucho no mentir. Los que más mienten son los corruptos para intentar tapar sus actos, es evidente y explica un determinado tipo de mentira –apunta el sociólogo y politólogo Robert Fishman, profesor de ambas materias en la Universidad Carlos III de Madrid–. Pero, en términos generales, los políticos españoles se distinguen más por el intento de excluir a otros actores de la esfera de la legitimidad que por mentir. Me preocupa más esa tendencia a excluir, aunque obviamente se miente”.
Los efectos de la mentira en política suelen tener consecuencias en la vida de los ciudadanos y es un factor que influye en el rechazo hacia ese comportamiento, que tiene una dimensión pública. Pero no está claro que a los políticos se les censure por mentir en la misma medida que se hace en el ámbito privado.
“No hay diferencias entre la mentira social y la política. La mentira siempre persigue encubrir algo que está mal o hacer ver que has hecho algo mejor de lo que es –asegura el politólogo Oriol Bartomeus, profesor de Ciencia Política de la Universitat Autònoma de Barcelona–: La diferencia entre una y otra es a cuánta gente mientes. Y también que se considera que en política la mentira es consustancial. Lo vemos en las encuestas, la gente cree que los políticos mienten y en eso tienen ellos una ventaja, que es que de entrada no sorprende”.
Vistas las circunstancias que rodean y determinan la actividad pública en Cuenca y su provincia, mendicante y de muy baja calidad, voy a analizar las patologías políticas de este territorio en el momento presente, que determinan su paralización y falta de dinamismo económico y social. Y voy a hacerlo a través de una serie de artículos que, inicialmente, redacté para la nueva etapa de la revista Los Ojos del Júcar. Sin embargo, observadas por mi parte determinadas disrupciones en ese medio -donde ya publiqué la gacetilla introductoria-, me parece más util presentar dentro de este blog la amplia serie de dejaciones y omisiones de los representantes públicos, la progresiva propagación de conmociones de desazón política difusa en una parte apreciable de la población aquí instalada. Vamos a comenzar.
Ese angustioso sinsabor está siendo invadido por componentes de un resentimiento crítico que se nota especialmente entre las nuevas generaciones que, en proporciones notables, entienden que no van a lograr –no están logrando– los niveles de vida y de bienestar que alcanzaron sus propios padres, debido a la quiebra de los procesos generales de movilidad social ascendente que experimentaron sus mayores desde los inicios de la revolución industrial. Movilidad ascendente que en muchos lugares ayudó a consolidar modelos de sociedad y paradigmas políticos sustentados en una conciencia social mayoritaria de pertenencia a las clases medias y de autoubicaciones políticas en un centrismo un tanto inespecífico; pero claramente anclado en posiciones de moderación y de rechazo no solo de los extremos ideológicos, sino también de las “estridencias” y las “desmesuras” políticas. Algo que se había logrado afianzar en las sociedades "más avanzadas".
No se alcanzan a palpar materialmente -por fortuna- entre la juventud conquense, pero si entablamos una conversación abierta y sincera con ellos, o nos adentramos en sus cuentas de Instagram, Facebook o Twitter, pronto se observa una plétora de disonancias hermanadas a los extremismos políticos que los medios de comunicación y, principalmente, las redes sociales decantan hacia un bipolarismo intransigente. Son ritmos de hostilidad patológicos que eran calificados por los especialistas en Psicología Social y los intérpretes de fenómenos de ese tipo como una parte de eso que los anglosajones llamaban “la franja lunática de la política” (lunatic fringe).
Estimo necesario aclarar y demarcar en este capítulo introductorio los elementos conceptuales más destacados que componen las “patologías de la política”. Así nadie se llamará a engaño en el momento de adjetivar hechos, déficits, senderos o veredas mal encarados o de resultados negativos, causados por los políticos que han detentado el poder en esta provincia tras la renovación democrática traída por la Constitución Española de 1978.
En esta gran barcaza navegan, en términos médicos, las enfermedades de la política; es decir, los achaques o afecciones de la misma. Así lo corroboró Antonio Alarcó (Vid. Antonio Alarcó (2010): Patologías de la política, en diario ABC, 15 de agosto de 2010).
Subraya este cirujano, político y catedrático español, miembro del Partido Popular, que hay personajes dentro de la política que confunden legitimidad con preparación y que creen que los votos obtenidos por el partido son un apoyo directo de los ciudadanos a su persona (es muy relativo). Además, por arte de magia, se convencen de que tienen toda la verdad en sus manos, que han sido tocados por Dios; creen que son invencibles y que sin ellos la sociedad en la que viven no podría salir adelante.
Tienen un concepto mesiánico de la vida y llegan a vanagloriarse de que por las calles les paran hasta las madres que quieren que sus hijos se saquen fotos con ellos (qué tremenda patología) y además te lo cuentan en serio.
En sus delirios, mienten de forma recurrente y acaban creyéndose sus propias mentiras. Esto lo tiene más que demostrado Eulalio López Colliga, con decenas de ejemplos que, con nombres y apellidos viene evidenciando y poniendo contra la pared.
El neurólogo y ex ministro británico de Exteriores David Owen pasó seis años estudiando el cerebro de los líderes de la clase dirigente y los resultados que obtuvo los publicó en 2008 en el libro «En la enfermedad y en el poder». Según su análisis, hay una razón para este comportamiento y la denominó el “síndrome de Hubris”. Para Owen, cuyas conclusiones pueden trasladarse sin ningún problema a la vida pública española, el poder intoxica hasta el punto de afectar a la mente. Por esto hay que hablar y acercarse a tales políticos con las debidas reservas y guardando las distancias precisas para que no nos peguen su propio contagio. Un achaque que es muy común entre los mandamases conquenses, que siguen enredados por la hebra que heredaron de los usos y las formas políticas caciquiles del siglo XIX, y con las que no han sabido cortar, sino que las practican aún, ahora destempladamente bajo la máscara del que se conoce como “clientelismo de partido” (Vid. José Cazorla (1992): “Del clientelismo tradicional al clientelismo de partido: evolución y características”. Working Paper, Barcelona, 1992, 25 pgs.).
Una exagerada confianza en sí mismos, el desprecio continuado de los consejos de quienes les rodean y el alejamiento progresivo de la realidad, son algunos de los síntomas que presentan las personas que padecen este síndrome. Son iluminados y mesiánicos que toman decisiones precipitadas y poco meditadas que, en la mayoría de los casos, perjudican al colectivo.
Si bien es cierto que esta patología no está incluida en los libros de medicina, también lo es el hecho de que, sin mucho esfuerzo, podemos encontrar entre la clase política a personas que reúnen estas características. Los expertos aseguran que este síndrome afecta sobre todo a hombres y a personas con una capacidad intelectual limitada.
Son políticos que, como les dibuja el profesor Alarcó, están arrastrados por la erótica del poder, tienen problemas para vivir sin el placer del mando; sin el poderío de hacer y deshacer a su antojo. Les gusta el poder por el poder y eso lo suelen reflejar en chóferes, guardaespaldas, etc...
Su patología les lleva a ser secuestradores de voluntades. Aunque digan lo contrario, no creen en la lealtad, sino en el servilismo de los suyos, en la devoción al jefe. «Conmigo o contra mí» o «si no te portas bien no eres de nuestro grupo», son frases clásicas de esta minoría de políticos. Sus confabulaciones enredan la organización a la que pertenecen, tienen muy poca valentía para dar la cara y suelen comprar voluntades.
Son capaces de las mayores atrocidades y, generalmente, confunden trabajar con conspirar. Son destructivos y no creativos. No dudan en autoproclamarse permanentemente, aunque la organización no lo haga, y para ello todos los medios son buenos. Introducen a la organización en deudas sin justificar, generalmente gastadas en el autobombo.
Utilizan a los desencantados y los atraen hacia ellos para reforzarse, buscar argumentos y fomentar aún más la desunión. Muchos de ellos padecen también el síndrome de Peter Pan, son inmaduros.
Suelen recurrir al victimismo cuando hablan de ellos. Dicen que son personas sencillas y no es más que una fachada para justificarse, porque sus actos trasmiten todo lo contrario. Hablan de sus orígenes y lo utilizan como un mérito propio. En lugar de dedicar el tiempo a formarse, echan a su familia la culpa de su falta de formación. Confunden la legitimidad democrática y se olvidan de que ésta sólo sirve para mejorar la vida de los ciudadanos.
La amable consideración hecha por Dean, que se halla preparando su tesis en ciencias políticas, me obliga moralmente a transcribir su e-mail recibido esta mañana, tanto en su versión original (en ingles), como traducido al español a continuación.
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Hi there, My name is Dean and I’m a political science student. I came across jabuedo.typepad.com while I was preparing to write my thesis. I found your page to be a great resource, which has helped me narrow down my thesis topic (how the internet is used for censorship by governments).
Maybe you’d care to add this to your page, too? It would make for a great inclusion on your site, and provide a more complete resource on the subject of internet freedom/censorship.
Thanks again for your helpful site – it’s been great for students like me (I’ve been sharing it with my peers).
Best regards, Dean Williams
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Hola, Mi nombre es Dean y soy estudiante de ciencias políticas. Me encontré con jabuedo.typepad.com mientras me preparaba para escribir mi tesis. Encontré su página como un gran recurso, lo que me ha ayudado a delimitar el tema de mi tesis (cómo los gobiernos utilizan Internet para la censura).
Aparte de su sitio, solo he encontrado algunos otros artículos útiles, como este: https://www.privateinternetaccess.com/blog/internet-freedom-around-the-world-in-50-stats/ El cual contaba con una buena cantidad de información destacando a Internet como una herramienta de censura en todo el mundo.
¿Quizás también le gustaría agregar esto a su página? Sería una gran inclusión en su sitio y proporcionaría un recurso más completo sobre el tema de la libertad / censura en Internet.
Gracias de nuevo por su sitio útil. Ha sido fantástico para estudiantes como yo (lo he estado compartiendo con mis compañeros).
¿Seguro, incomparable gemelo, que hay razones para explicar lo de Afganistán? Lo de Afganistán, mucho nos tememos, es inexplicable. 1, Ha vuelto a suceder. Puede que haya razones que eran buenas cuando debió haberse tomado la decisión de irse de Afganistán, mucho antes, pero que hayan dejado de serlo tras tanta demora. Puede que nunca hubiera habido buenas razones para intervenir en ese país tan inestable y, a la vez, crítico en el choque tectónico de las potencias interesadas en la zona, aunque todas intervinieron. Puede que los países occidentales, en cualquier caso, nunca deberían haber intervenido, teniendo en cuenta el precedente de la guerra de Vietnam. Y puede también que los acuerdos del presidente Trump y su secretario de estado Pompeo, en febrero de 2020, hayan condicionado la ultima fase de la retirada, atando de manos al presidente Biden, quien, por cierto, ha tomado la decisión adecuada2
Al inicio de los años 80 del siglo pasado, la inteligencia norteamericana no debía de saber a ciencia cierta si la URSS estaba al borde del colapso o no, lo que sucedió apenas una década más tarde. O quizá lo estuviera y puede que el enquistamiento del conflicto afgano, pues eso es lo que sucedió en toda esa década, contribuyese decisivamente a la caída de la nefasta utopía soviética. Argumento que se debatió ampliamente en su momento por los estudiosos del fracaso del experimento soviético. También los errores tácticos y estratégicos cometidos por los países occidentales y sus aliados, armando a los muyahidines y otros grupos contra los soviéticos, contribuyeron a crear el caldo de cultivo en el que creció el poder talibán. El caso es que la URSS abandonó Afganistán en diciembre de 1989 para desmoronarse poco después dejando al gobierno amigo de Afganistán abocado a su destino.
Los polvos modernos de los que viene el lodo geoestratégico afgano actual datan de cuando la URSS invadió Afganistán por invitación del Partido Comunista de este país, entonces en el gobierno y en guerra contra una variada y amplia resistencia de grupos islámicos apoyados por Arabia Saudí, Pakistán y los EE. UU. Esta “proeza” soviética sucedió en diciembre de 1979, un año después de iniciada una guerra que duraría hasta 1992. En diciembre de 1978 el gobierno afgano había firmado un pacto con Moscú que autorizaba a la URSS a intervenir directamente en el país. A partir de entonces, se intensificó la intervención de los países mencionados y el aprovisionamiento de armas soviéticas y occidentales en la zona.
El 15 de agosto de 2021 los EE. UU. Comenzaron la retirada de sus tropas en Afganistán. El repliegue se centró en el control de la zona aeroportuaria, para lograr la seguridad de las operaciones aéreas durante la salida de las tropas y de las decenas de miles de nacionales afganos que confiaban en ser trasladados a los países con los que habían colaborado desde que la coalición de las Naciones Unidas, liderada por los EE. UU., expulsase a los talibanes del gobierno en 2001, que no del país, claro.
Los estrategas del ejército americano confiaban en que el gobierno establecido y el ejército nacional aguantasen siquiera medio año para facilitar los procesos de repatriación de los militares extranjeros y todo su staff y de expatriación de los colaboradores locales. Pero en apenas una semana toda la estructura de la república afgana se derrumbó como un castillo de naipes, los milicianos talibanes se hicieron con el control de Kabul y si respetaron la zona aeroportuaria, que podían haber convertido en un infierno, debió de ser por algún tipo de acuerdo con los aliados occidentales. En el plazo marcado del 31 de agosto, hora de Kabul, hace apenas una semana todos los militares extranjeros y miles de colaboradores locales que pudieron atravesar las puertas de la ciudad aeroportuaria de Kabul, tras dos décadas de una calamitosa ocupación pretendidamente benefactora, habían abandonado el país al que las potencias occidentales aliadas querían convertir en una democracia, dejándolo en manos del Talibán 3
Seguramente, amigos lectores, han asistido pasmados a la variedad de análisis que se han producido en los medios, especializados o no, y en las redes sociales (nada especializadas, por cierto) en las que cualquiera que lo desease expresaba opiniones a bocajarro. No es nuestra intención valorar esas opiniones en esta entrada de Una Buena Sociedad 4, pero permítannos centrarnos en una de las derivadas del debate mediático que se ha producido y que nos parece especialmente relevante y, para anticipar lo que sigue, nada acertada.
En una entrevista a RNE, el pasado 18 de agosto, el Alto Representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Josep Borrell, dijo “lo que ha ocurrido en Afganistán es una derrota del mundo occidental” 5. Hace un siglo, el historiador y filósofo alemán Oswald Spengler publicó en alemán una obra muy influyente: Der Untergang des Abendlandes. Su traducción al español por “El Declive de Occidente” se corresponde literalmente con la que se hizo del inglés (The Decline of the West), pero la crítica posterior ha establecido que no fue una traducción afortunada. No era, no obstante, la cuestión lingüística, la parte más relevante del enorme y contradictorio éxito e influencia que tuvo la obra de Spengler, publicada a sus 34 años.
Occidente, la civilización occidental, si es algo hoy, ya no es lo que era cuando Spengler escribió el borrador del primer volumen de su obra, unos años antes del inicio de la Primera Guerra Mundial. Los acontecimientos de entreguerras, el nazismo, la alianza antinazi, la alianza atlántica, la URSS y su imperio y la Guerra Fría se sucedieron hasta que la renovada hegemonía occidental, sobrevenida gracias al derrumbe soviético, en el inicio de la última década del siglo pasado, se vio oscurecida por la globalización. Occidente y la globalización se llevan mal.
Si algo ha desaparecido hoy de la mochila de Occidente es la civilización. Para muchos, desde luego para nosotros, lo civilizatorio es bastante anterior a la emergencia del occidente moderno con la Revolución Industrial, aunque Spengler (y, quizá más, sus entusiastas) asociase esta calidad a su concepto de Occidente.
La globalización es China y, a mucha distancia, un conjunto de países emergentes que titubean a tenor de los caprichos de sus dirigentes y las oscilaciones del precio de las materias primas. China no titubea y está retando a Occidente en todos los frentes, habiéndolo superado en algunos. Y China, naturalmente, mira más que nunca ahora a Afganistán.
Creemos que es un error decir que Occidente ha sido derrotado. La batalla de Kabul se ha perdido irremediablemente. Mejor dicho, la derrota de Kabul venía siendo una derrota por entregas y con final pactado. Ese desgraciado país no ha vivido un periodo de cierto sosiego y manifiesta modernidad desde el reinado de su último monarca, Zahir Shah, transcurrido entre 1933 y 1973, cuatro décadas de convulsiones y lucha de bloques en Occidente que el país logró atravesar sin excesiva injerencia extrajera. Pero los últimos veinte años han sido de guerra larvada porque los talibanes nunca abandonaron el país y mantuvieron sus feudos a buen recaudo y bien provisionados a través de los numerosos pasos fronterizos que tiene el país. En realidad, los talibanes mantuvieron un cerco permanente al Estado afgano que empezó a estrecharse en 2009 con una formidable escalada de los ataques a las fuerzas gubernamentales y de la coalición de las Naciones Unidas.
La idea de que Occidente ha sido derrotado que, como vemos, muchos analistas y algunos dirigentes internacionales han sacado de estos terribles episodios, evoca el choque de civilizaciones y el declive de nuestra civilización occidental, cuando convendría cuestionarse si tal cosa existe hoy. Sin duda existen valores como la libertad, la democracia, la defensa de la propiedad y la competencia que muchos países avanzados, geográficamente occidentales y no occidentales, todavía comparten, practican y tratan de pasar a las nuevas generaciones. Pero no son buenos tiempos para estos valores. Lo de Afganistán es un desastre sin paliativos, especialmente para el pueblo afgano y, sobre todo, para las mujeres. Y los países avanzados que han intervenido deben aprender las lecciones de los errores cometidos, que han sido muchos como revela el informe del SIGAR (Special Inspector General for Afgahn Reconstruction), una agencia independiente creada por el gobierno de los EE. UU, citado en la nota al pie número 4.
La batalla de Kabul muestra que los países avanzados que comparten los valores antedichos deben revisar su posición en el mundo, su intervención en los conflictos en terceros países y hasta qué punto ellos mismos están cumpliendo con los valores que dicen defender. Pero ni es una derrota de Occidente ni debe calificarse de esta manera, menos aún por el jefe de la diplomacia europea. Se comprende el uso de una frase gráfica en un medio de comunicación en el fragor del momento. Pero el mensaje que se transmite no es bueno y desmerece el conjunto de acciones y políticas que muchísimos países avanzados vienen realizando para ayudar a los países con más dificultades.
El ejemplo afgano no es el mejor, pues en él se mezclan ruidosamente la ayuda para la gobernanza con la intervención militar, no exenta de errores. Pero es imposible imaginar la ayuda a este país sin el componente militar. Kabul no es Saigón, aunque lo parezca, por muchas razones que hunden sus raíces en el origen de ambos conflictos 6. Pero es verdad que esta guerra se torció cuando los talibanes comprendieron (les llevó toda una década) que no estaba emergiendo en Afganistán ni una sociedad civilizada ni un gobierno nacional capaces de contenerles. Hoy solo cabe confiar en que los talibanes hayan aprendido también algunas lecciones y que las potencias globales y regionales sean lo suficientemente fuertes y responsables como para contener los excesos de aquellos mediante otro tipo de persuasión. Quizá China lo ha entendido mejor que nadie, pero en estos momentos hay bastantes más incógnitas que certezas sobre cual puede ser su papel en el futuro de Afganistán. 7
Los países que defienden la libertad deben expresar con fuerza este compromiso y las poderosas imágenes de este verano en la caída de Kabul deben servir de advertencia sobre el elevado coste moral y económico de los errores cometidos. Las democracias de calidad no abundan en el mundo, y algunas de ellas retroceden, según muestra el conocido índice de The Economist8. Aprendamos las lecciones y no nos apresuremos a tirar por la borda la herencia de Occidente.
El título inicial de esta entrada era “Afganistán y Occidente”. Estando la misma a medio redactar, en la madrugada del domingo pasado, repasando la prensa diaria, nos cruzamos con una tribuna del Maestro Mario Vargas Llosa publicada en El País y titulada “Kabul y Occidente” cuya lectura recomendamos encarecidamente. Aunque nuestro enfoque es coincidente en buena medida, nos parece que conviene revisar qué es hoy el “Occidente”. En el punto central de nuestra tesis, estamos de acuerdo. Sea lo que sea Occidente hoy no se puede, ni se debe, decir que este “ha sido derrotado”. De ahí el nuevo título de la tribuna. El enlace a la tribuna de Mario Vargas Llosa es: https://elpais.com/opinion/2021-09-05/kabul-y-el-occidente.html.
Véase, sobre este punto, un equilibrado análisis publicado recientemente por el Washington Post: https://www.washingtonpost.com/politics/2021/08/20/trump-peace-deal-taliban/.
En la ocupación de Afganistán, en realidad se mezclan muchos elementos complejos, algunos de ellos con tintes claros de dejà vu. La ocurrencia de los terribles atentados del 11S de 2001 desencadenaron una intervención de los EE. UU. En la que se mezclaba la búsqueda de Bin Laden con el desalojo de los talibanes del poder, a cuyo régimen islamista se le consideraba un refugio para este tipo de terrorismo. Al mismo tiempo, la situación en Iraq contaminó y distrajo la actuación en Afganistán, apareciendo en escena la motivación del nation-buildingen la intervención en este último país. Como sucedió en la Guerra de Vietnam, los generales del ejército americano reportaban progresos inexistentes en sus informes que acabaron de complicar las cosas. Hasta que el gobierno estadounidense decidió acabar la guerra afgana en diciembre de 2014, dejando en el país un contingente de apoyo al ejército nacional y manteniendo una importante ayuda económica militar y para la reconstrucción cuyo importe osciló alrededor del 30% del PIB del país.
pero si desean conocer algunos de los mejores análisis de los antecedentes que han llevado hasta el colapso reciente les recomendamos los tres primeros capítulos (y el resto, naturalmente) de este informe oficial publicado en la víspera de la salida de las tropas americanas de Afganistán: https://www.sigar.mil/pdf/lessonslearned/SIGAR-21-46-LL.pdf#page=38. No nos negarán que tiene mucho mérito que un informe oficial reconstruya críticamente los antecedentes de un fiasco como este y extraiga las lecciones, como quien dice, en tiempo real. Este informe, entre los muchos datos interesantes que aporta en sus 122 páginas, alude a la ingente creación de infraestructuras civiles. Los EE. UU. han destinado 145 mil millones de dólares en las dos décadas que ha durado su presencia en el país a programas militares y civiles de reconstrucción. En 2007 y 2010, la ayuda anual superó el PIB del país manteniéndose en muchos años por encima del 45%, considerado el límite máximo de capacidad de absorción de la ayuda en países beneficiarios sin graves conflictos. La corrupción generalizada de los elementos locales y contratistas extranjeros y la escasa supervisión de los agentes americanos, el propio informe reconoce, facilitó el despilfarro de una parte muy importante de estos fondos, y hasta su abundancia estimuló la corrupción. Pero, en este periodo aumentaron la esperanza de vida y la tasa de alfabetización de la población afgana, entre otras mejoras.
Puede escucharse la entrevista en este enlace: https://www.rtve.es/play/audios/las-mananas-de-rne-con-inigo-alfonso/borrell-afganistan-derrota-mundo-occidental/6063803/. Se comprende que es una declaración casi sobre la marcha, pero choca una caracterización tan derrotista de lo acontecido. La evacuación de las tropas internacionales estaba decidida y pactada desde los acuerdos de Doha del presidente Trump con el Talibán en febrero de 2020. Prevista inicialmente para mayo de 2021 pudo retrasarse hasta agosto de este mismo año.
Véase https://www.theatlantic.com/international/archive/2021/09/china-taiwan-afghanistan/619950/.Ambos países comparten una estrecha frontera entre Pakistán y Tayikistán.
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