Artículo publicado en Sociología Divertida (ver aquí)
Antes de comenzar este artículo me gustaría curarme en salud, poner las vendas antes de la herida, adelantándome a las críticas que pudieran hacerse y que, por cierto, me temo que podrían estar justificadas si no se explican debidamente mis intenciones.
En primer lugar éste no es un artículo científico, si acaso, lo único científico que he hecho ha sido observar, durante 32 años de servicio a mis compañeros y a mí mismo, y extraer unas hipótesis. Pero tengo que admitir que no las he contrastado empíricamente, los tipos que voy a exponer aquí no tienen validez científica, pueden que a algunos os resulten caricaturas, aunque – si conocéis a la Administración española por dentro - seguro que vais a reconocer a ciertas personas en alguna de mis caricaturas. En mi descargo diré que no he encontrado ningún estudio serio acerca de la productividad del funcionariado en España, no digo que no lo haya, simplemente lo he buscado y no lo he encontrado. Tampoco se trata de un artículo divulgativo, de esos que acostumbro hacer, en los que cito a los autores importantes e intento hacer sencillos los conceptos complicados para llegar al público en general.
En segundo lugar querría dejar más claro todavía que este artículo no es ningún ataque al funcionariado. Soy funcionario y a mucha honra. Últimamente con este debate que se está manteniendo acerca de los límites del humor, provocado por el poco sentido del humor de ciertas instituciones y organizaciones de nuestro país, he oído a ciertos maestros de la comedia decir que si alguien pertenece a un determinado colectivo está legitimado para hacer humor sobre ese colectivo, de alguna forma, una persona de raza negra podría hacer chistes racistas o una persona discapacitada podría mofarse de su propia discapacidad. No estoy seguro de ello, sí que he visto muestras de este tipo de humor y me he reído claro, pero no estoy seguro de que ser funcionario me habilite para decir cualquier cosa, humorística o no, de los funcionarios. En cualquier caso no voy a hacer chistes pero sí que me voy a aproximar desde el humor a las distintas clases de personas con las que me ha tocado trabajar, como subordinado o como jefe, durante esos 32 años de servicio que decía antes y puedo afirmar que lo último que quiero es ridiculizar al colectivo al que pertenezco.
Una de las formas principales de análisis de cualquier fenómeno, ya sea social o natural, es realizar una clasificación de los valores que puede tomar. Todo fenómeno se puede descomponer en categorías en función de esos valores y se puede hacer de maneras diferentes, desde distintos puntos de vista o dimensiones. Una de esas dimensiones, en el estudio del funcionariado que es de lo que se trata, puede ser la productividad. Podrían ser los Cuerpos funcionariales, los grupos de titulación, la edad o la remuneración, pero en este artículo nos vamos a fijar en la productividad.
Si nos ponemos serios, por productividad se entiende, de un modo general, la producción por cada trabajador, o bien, la producción por cada hora trabajada, o cualquier otro tipo de indicador de la producción en función del factor trabajo. Es decir, en este artículo nos hemos impuesto la tarea – nada más y nada menos - de clasificar a los funcionarios según la cantidad de trabajo que llevan a cabo.
Esto no es fácil, por eso quizás sea tan difícil encontrar un estudio acerca de este tema, es más sencillo medir la productividad en una fábrica que en una oficina, es más fácil medir la productividad en un sector concreto que en la Administración en la que trabajan cientos de miles de personas con funciones muy distintas en muy diversos sectores. Es más en España, al menos en lo tocante a la Administración General del Estado, la productividad es sinónimo de productividad horaria, es decir, se trata de un complemento que se cobra por el horario extendido que el funcionario cumple no por la cantidad ni por la calidad del trabajo que desempeña. Situándonos en el extremo, el funcionario en cuestión podría calentar la silla durante toda la jornada sin hacer nada y le pagarían el complemento de productividad porque lo que se mide es el tiempo de permanencia en el trabajo. No es broma, conozco casos.
Así pues, ante tanta dificultad para medir, como he adelantado en párrafos anteriores, vamos a rebajar el nivel científico de este asunto y nos vamos a conformar con hablar de cantidad de trabajo abstrayéndonos de unidades y medidas.
Para hacerlo vamos a recurrir a una metodología que inventó el gran sociólogo alemán Max Weber (2): “Los tipos ideales”. Para Weber, la identificación de tipos ideales era una de las tareas básicas de la sociología. Consiste en establecer unos valores genéricos, que actúen como modelos que permitan describir un fenómeno, a partir de los valores reales del mismo. Son una abstracción de la realidad, nunca se verá un tipo ideal caminando a nuestro lado, sin embargo, si se observarán las características de ese tipo ideal. Por todo ello, los tipos ideales no pueden agotar la realidad, esta es mucho más compleja, pero nos dan una idea de la misma. En definitiva, como dijo Lachman (3), los tipos ideales son en esencia una vara de medir.
Los tipos ideales que se van a usar son de mi cosecha. Les he puesto un nombre, desde el buen humor, lo más descriptivo posible. De esta manera intento hacer más fácil la identificación por parte de los lectores que conocen esos tipos de personas y, por supuesto, se intenta la comprensión de los lectores que se hallan lejos de la Administración, a los que no les es nada fácil comprender los mecanismos internos de la misma, porque muchas veces para entender lo que pasa en los organismos públicos hay que estar dentro de ellos, y a veces ni eso te garantiza la comprensión de lo que pasa. Lo que sí puedo afirmar es que a todas las personas que he conocido trabajando las puedo colocar en alguno de estos tipos que he ido identificando con el tiempo. Los tipos los voy a ordenar desde los menos trabajadores a los que más trabajan.
El primer tipo ideal es el “barredor de medias baldosas”. El término está tomado de “Astérix y el escudo averno”, en este álbum, “Magníficus” es el legionario más vago de todo el ejército romano. Con ese currículo, como es natural, se pasa su vida militar arrestado por sus superiores y cuando le castigan a barrer el patio de armas de la casa del Gobernador, barre primero media baldosa, descansa o dormita un buen rato apoyado en su escoba y, a continuación, barre la otra media para desesperación de su decurión que le amenaza con barrer todas las medias baldosas desde la Galia hasta Roma.
Puede parecer sólo un personaje de cómic pero hay personas que no hacen absolutamente nada. De hecho pensé en el símil de Magnificus cuando conocí un archivero de un Registro Civil que dejaba a menudo las carpetas a medio archivar encima de los archivadores o de su mesa de trabajo.
Estos funcionarios rebotan de una unidad administrativa a otra y en todas ellas siempre pasa lo mismo. Se les aísla y se espera la oportunidad de colocárselo a otra unidad. En esta operación de traslado se suelen ocultar sus malos hábitos con el fin de que los destinatarios no pongan reparos a la hora de aceptar los servicios del barredor.
El “barredor de medias baldosas” es consciente de sus limitaciones, no aspira a ascender, no pide subidas, espera tranquilamente la jubilación.
El “barredor de medias baldosas” existe pero es muy poco común, el grupo está compuesto por pocas y selectas personas. ¿Por qué se trata de un número pequeño de empleados?, básicamente porque para ser barredor de medias baldosas hay que valer. Se es de esta manera, se nace. Una persona medianamente normal necesita de alguna actividad cerebral, los barredores se pueden pasar horas sin hacer absolutamente nada.
El "barredor de medias baldosas" es un fenómeno que sólo puede darse en la Administración pública pues en la empresa privada, por definición, no puede consentirse su presencia, ya que sería antieconómico. La facilidad para el despido es mucho mayor en la empresa privada por lo que no cargan con este tipo de personas.
El segundo tipo ideal es el “de la carretilla boca abajo”. He denominado a este grupo de esta manera pues cada vez que me he encontrado con uno de ellos siempre me he acordado de un chiste que contaba mi padre. El chiste es como sigue: “en una obra todos los obreros están confundidos, ha entrado recientemente un obrero que lleva siempre la carretilla boca abajo. Cada vez que le echan ladrillos éstos se caen por los lados pero él, impertérrito, sigue llevando la carretilla del mismo modo. Hasta el punto de que ya ni se molestan en echarle ladrillos. Todos andan diciendo en voz alta y entre grandes risas que el nuevo está loco; pero él cada vez que los oye dice entre dientes para que no le oigan: ¿loco?, sí, pero a mí no me pesa la carretilla”.
Este tipo es más frecuente que el anterior y, al contrario que él, solicita traslados, empuja y da codazos ante una plaza libre que mejora su situación o ante un ascenso.
Si el “barredor de medias baldosas” no se da en la empresa privada pues es antieconómica su presencia, el de la carretilla si está presente, pues él no se niega por principio a trabajar. Su estrategia es más sutil, no hace bien su trabajo, dice que no sabe o que no ha recibido tal o cual curso de formación, pone muchos inconvenientes o se equivoca selectivamente cuando el trabajo no es de su agrado. De manera que su inmediato superior, que es el que normalmente tiene que bregar con él, acaba no encargándole trabajos, pues es más fácil realizarlos uno mismo que encargarlos a alguien tan ineficaz.
Esta estrategia laboral se acompaña de otra estrategia en las relaciones con los compañeros. Este tipo de personas se comporta de manera agresiva, antipática, a veces un poco errática. De esta manera se gana un espacio a su alrededor que pocos osan pisar. Este espacio neutral, esta tierra de nadie, contribuye a crear una imagen asocial que ayuda a su estrategia general en el sentido de que hace todavía más difícil que se le encarguen trabajos.
El siguiente tipo es el “cumplidor del expediente”. Se trata del tipo ideal más común. El cumplidor es el tipo adaptativo por excelencia, estudia el nivel medio de trabajo del grupo al que pertenece y se ajusta no saliéndose de ese margen. Esta continuamente estudiando este nivel medio de trabajo y decidiendo si él está ajustado al mismo, si decide que no lo está incrementará su productividad hasta conseguir adaptarse, en caso contrario reducirá su trabajo hasta alcanzar lo que él considera que es justo.
En caso de traslado de un grupo de trabajo a otro se convierte temporalmente en el siguiente tipo ideal – el eficiente – hasta que calibra la nueva cantidad media de trabajo y las costumbres laborales del nuevo grupo, reduce su actividad y vuelve al tipo ideal del que partió.
Es un experto en agravios comparativos, está pendiente de cada movimiento que se realiza en su grupo de trabajo y cuando se considera tratado injustamente intenta por todos los medios que se vuelva al status quo de partida.
Los miembros de este grupo son los que marcan el nivel medio de trabajo de una unidad. Presionan sobre el resto de los funcionarios para que se adapten a ese nivel medio. Esta presión se realiza tanto sobre los que están por debajo de ese nivel de trabajo como los que están por encima, de esta manera, acaban por establecer el nivel medio de trabajo aceptado grupalmente.
El cuarto tipo que te puedes encontrar si te relacionas con la Administración pública es el “eficiente”. Es el funcionario que resuelve problemas, el que conoce la normativa al dedillo, aquel al que todos preguntan cuando surge una pregunta - normalmente porque la formula un ciudadano - que no estaba prevista en el guion.
Podría entenderse, en buena lógica, que el “eficiente” destacara y ascendiera en la estructura jerárquica, o al menos que tuviera el reconocimiento de los compañeros. Pero las organizaciones jerárquicas no funcionan de esa manera. No existe una correlación directa entre la eficiencia y el progreso en una carrera administrativa. Existen muchos condicionamientos, restricciones que impiden que esto sea así. Por ejemplo, se puede ser competente pero estar en la parte inferior del escalafón o carecer de la titulación universitaria exigida.
En cuanto al reconocimiento de los méritos, todos sabemos cómo es el ser humano - no sólo los funcionarios - y cuánto nos cuesta reconocer las virtudes de los demás.
Por estas razones, el ser eficiente, es un estado que generalmente solo es temporal. Se suele producir cuando alguien es nuevo en el puesto, cuando eres un joven recién salido a la selva del mercado laboral, cuando existe una posibilidad de ascenso o cuando algún funcionario se halla en comisión de servicio y puede regresar fácilmente a su situación anterior.
El “eficiente” representa el tipo ideal de funcionario que deseamos que nos toque cuando tenemos contacto con la Administración. Sus características representan el ideal de funcionamiento de las instituciones. Por tanto representa el nivel medio de trabajo solicitado socialmente a la Administración del Estado.
El quinto, y último, tipo es el “héroe funcionarial”. El héroe es aquel funcionario que es eficiente durante toda su vida laboral a pesar de los problemas descritos en el apartado anterior. Es inasequible al desaliento, a la presión del ambiente y a la falta de recompensas. Nada de esto mina su espíritu y siempre resolverá problemas, cumplirá el horario, conocerá la normativa y contestará a las preguntas no previstas en el guion.
El héroe funcionarial es muy poco común, como le pasa al “barredor de las medias baldosas” que es su tipo opuesto, se trata de alguien que tiene que nacer con esas características.
Estos son los cinco tipos que he extraído de mi observación continua durante tantos años, es una clasificación subjetiva, por tanto otros podrían proponer otra distinta o quitar y poner tipos. Mi mujer, cuando leyó los borradores de este artículo, me dijo que echaba a faltar otras clases. Cuando le dije que concretara más me dio dos ejemplos: el trepa y el acomplejado. Pero lo cierto es que para mí, el trepa – una institución que no afecta solamente a los organismos públicos – y el acomplejado, pertenecen a otro tipo de clasificaciones, el primer tipo estaría dentro del campo de las motivaciones o de la ética y el segundo de la psicología, no me parecen tipos de una clasificación en función de la cantidad y calidad de trabajo que realizan. El trepa, que viene de trepar, sería aquel que busca el ascenso o la influencia sin importarle los medios que usa para conseguirlo. Los trepas que yo he conocido suelen ser eficientes porque algo tienen que aportar para postularse además de sus sucias técnicas a la hora de medrar. En cuanto a las personas con algún tipo de complejo patente pueden ser cualquier cosa, pero yo me los suelo encontrar entre los de la “carretilla boca abajo”, en el centro justo de ese espacio vacío que mantienen en su relaciones sociales.
Existe en la sociedad la idea de que el funcionariado no trabaja. Cuántos chistes, cuántos comentarios se pueden oír al respecto. Pero alguien ha de trabajar puesto que, de mejor o peor manera, la Administración está operativa. La idea general que hay en la sociedad de que el funcionario no trabaja viene de la existencia de tipos como el “barredor de medias baldosas” y el de la “carretilla boca abajo”, que muchas veces es patente y trasciende al medio social. La tolerancia a estas posturas viene de la dificultad de la Administración para despedir a ese tipo de personal. Pero si obviamos estas figuras, que al fin y al cabo son minoritarias, ¿qué diferencia se observa entre, por ejemplo, el personal de un Ministerio y el de una empresa privada dotada de una organización burocrática?.
Los problemas que manifiesta la Administración tienen su origen, más que en su personal – siendo éste un aspecto de urgente estudio y mejora - en otras esferas, como son la falta de una organización funcional superpuesta a la jerárquica, una falta total de planificación, falta de objetivos identificados, la rutinización, la anomia y otras cuestiones organizacionales. Bastaría con que cada unidad estableciera unos objetivos para sus empleados y un tiempo para llevarlos a cabo para que inmediatamente mejoraran las cifras, al final probablemente sólo se trata de eso, de cierto abandono por parte de los que mandan. No quiero ser cínico pero, aunque no lo comparta totalmente, no me resisto a poner aquí la opinión del escritor francés Paul Masson (4) cuando escribió que los funcionarios son como los libros de una biblioteca: los situados en los lugares más altos son los más inútiles.
Y no puedo terminar este artículo sin mojarme, sin autocalificarme dentro de mi clasificación. Me parece justo que si me atrevo a opinar de los demás opine de mí mismo también. Mi situación, como la de todos los empleados públicos con una antigüedad significativa, ha pasado por todos los estados. He tenido épocas buenas y malas, en algunas ocasiones muy malas, cuando no contaba con la confianza de algún superior indigno de confianza. En general, puedo decir que he llevado bien este tipo de situaciones, pero no puedo decir que en esos momentos yo fuera eficiente, en parte porque no me dejaban serlo. Reconozco que ha habido períodos en los que me he limitado a cumplir el expediente en espera de tiempos mejores. En el resto del tiempo, la mayoría diría yo, creo que he sido bastante eficiente.
Juan Carlos Barajas Martínez
Sociólogo
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