El número 90 de la revista Vanguardia Dossier se titulaba La era de la inteligencia artificial. En él, correspondiente al trimestre enero/marzo de 2024, una selección de expertos mundiales diseccionan desde todos los ámbitos el impacto que tiene y el que tendrá una tecnología que será clave en el futuro de la humanidad. La política, el derecho, el desarrollo tecnológico y la ética, están entre los ámbitos analizados en la revista. Jeff Jarvis, director del Centro Tow-Knight para el Periodismo Empresarial, analiza ahí qué repercusión tendrán los grandes modelos de lenguaje en el periodismo y en la escritura. Y, antes de reanudar la redacción de la novela que dejé interrumpida hace mes y medio -con el fin de acabar el libro de compromiso activista "El tren que Cuenca precisa. Crónica de su defensa"- he querido palpar esa reverberación en el ámbito literario. Más concretamente en uno de los capítulo del volumen tercero, en curso, de El Artista de Valdeganga. Transcribo a continuación el resultado, en el que no he movido ni un punto ni una coma. Debo decir que el texto resulta mejorable en el orden literario, pero efectividad y rapidez no se la niega nadie a la aplicación de IA, que en dos minutos ha escrito el "thriller" siguiente: Mente abierta de Evangelina.
En el pueblo de La Parra de las Vegas, en plena década de los cincuenta, la vida transcurría con el ritmo monótono de las estaciones. Las calles empedradas resonaban con el eco de las risas de los jóvenes, pero también con el murmullo de las expectativas que pesaban sobre las mujeres. En cada esquina, en cada plaza, el aire se impregnaba de un futuro escrito, donde las jovencitas eran educadas para convertirse en esposas y madres, relegadas a un lugar en la sombra de los hombres.
Entre ellas, Evangelina se distinguía. Era una joven de mirada intensa y convicciones firmes, con una mente que anhelaba escapar de las cadenas invisibles que ataban a sus amigas. A menudo, se reunía con un grupo de chicas en la antigua fonda del pueblo, donde discutían sus sueños y temores en voz baja, como si sus palabras pudieran ser oídas por las paredes.
“¿Por qué debemos conformarnos con este destino?” desafiaba Evangelina, su voz resonando con fuerza en el pequeño círculo. “Nos enseñan que nuestro valor se mide por la cantidad de hijos que tengamos y el hogar que mantengamos, pero estamos hechas de algo más. Nuestro futuro no existe solo en las manos de un hombre”.
Las demás la escuchaban con admiración y miedo. La mayoría deseaba encontrar un marido decente, asumir el rol que la sociedad les había impuesto. Pero Evangelina, con su espíritu rebelde, sí les despertaba algo: la llama de la ambición por hacer algo más con sus vidas.
Una tarde de verano, mientras el sol se ocultaba tras las colinas, Evangelina organizó una reunión clandestina en un viejo granero al borde del pueblo. Allí, invitó a todas las jóvenes, instándolas a pensar en sus deseos y aspiraciones. “La vida es un lienzo en blanco”, decía, “y tenemos el pincel en nuestras manos. No dejemos que el miedo nos paralice”.
Cuando la reunión se dispersó, algunas chicas se marcharon con el corazón palpitante, mientras otras permanecieron en la puerta, dudando. Unos días después, con la valentía aún palpitante en sus venas, decidieron actuar. Se agruparon y visitaron a la alcaldía del pueblo, alzando la voz contra las normas que las encerraban. “Queremos educación, queremos oportunidades”, gritaron, echando a volar sus anhelos contenidos.
La reacción de los hombres del pueblo fue feroz. Los rumores volaron rápido y la presión sobre Evangelina creció. Unas semanas después, un grupo de jóvenes, envalentonados por el silencio de las demás, la confrontó en la plaza principal. “Eres una deshonra”, le espetaron. “Te atreves a desafiar lo que nuestras madres hicieron”. El tono amenazante resuena mientras se acercaban, su mirada oscura y hostil.
Evangelina, por primera vez, sintió un escalofrío en su espalda. Pero en lugar de amedrentarse, se erigió con desafío. “Mejor deshonra que ceder a una vida sin sentido. Nuestra lucha apenas comienza”, respondió, el eco de su voz resonando entre los muros de piedra.
La tensión en La Parra de las Vegas se volvió palpable. Las calles antes llenas de risas comenzaron a silenciarse; el viento traía murmullos de advertencia. Sin embargo, las mujeres que escucharon a Evangelina ya no eran las mismas. Algunas se empezaron a atrever a salir de sus casas, a buscar trabajo, a convertirse en estudiantes.
Un día, mientras Evangelina caminaba por el pueblo, un nuevo grupo de mujeres se le acercó con sonrisas. Vestían con frescura, sus ojos brillaban. “Nos transformamos”, comentaron, “hemos decidido vivir por nosotras mismas”. La chispa de la revolución había encendido algo inesperado: un fuego de esperanza, una decisión colectiva de no derrumbarse.
Los meses pasaron, y la transformación fue palpable. Las mujeres, antes sumisas, empezaron a hacer oír sus voces, organizándose para reclamar sus derechos. La figura de Evangelina se convirtió en un símbolo, un recordatorio de que el cambio era posible.
Pero el pueblo no podía permanecer en calma por mucho más tiempo. Cuando las noches se volvieron más cálidas y las discusiones más intensas, los hombres decidieron tomar medidas. El miedo a perder el control del pueblo creció, y la atmósfera se tornó hostil. Una noche, mientras Evangelina y un grupo de mujeres se reunían en el granero, un grupo de hombres apareció, furiosos y armados con palos.
La confrontación fue intensa. Las mujeres, desafiantes, se mantuvieron firmes mientras los hombres les gritaban, pero la valentía de Evangelina se hizo eco entre ellas. “No volveremos a escondernos. Esta es nuestra vida”, exclamó, y el clima se tejió entre el coraje y la resistencia.
La lucha por la libertad de las mujeres de La Parra de las Vegas apenas había comenzado. La historia de Evangelina y sus amigas se convertiría en un faro de esperanza, guiando a futuras generaciones hacia el reconocimiento de su valor y el derecho a elegir sus destinos.
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