Esta fotografía ha cubierto de plata todo mi espíritu, forzándome a dejar a un lado del escritorio la gigantesca faena que sujeta el compromiso de un ensayista veterano, siempre atado a la literatura. Con esta he sorbido unas cuantas dosis de emociones familiares y, estimulado por esos valores, de un modo automático he compuesto el soneto "En memoria de mi Tía Fili", que en La Parra de las Vegas nació y de esta tierra emigró.
En memoria de tía Fili, luz brillante,
cumpliría hoy ochenta y ocho inviernos,
fuerte su esencia, un alma de alientos,
en cada rayo, su risa constante.
El tiempo trae su paso distante,
pero en mis sueños, aún guardo sus cimientos,
con tenacidad brindó los fundamentos,
un faro eterno, su amor desbordante.
Aunque el destino nos alejó con prisa,
su voz resuena en el viento callado,
y en mi corazón su legado anida.
Con firmeza enfrentó la vida,
su espíritu es un canto elevado,
tía Fili, siempre serás bien querida.
Los primeros y mágicos recuerdos que aún perduran en mi memoria permanecen en un rincón bien nutrido, cubierto de mágica felicidad, al lado de mis abuelos, Pedro y Emilia, y la hilanza generosa de juegos con mi primo hermano Emilio. ¡Qué tiempos más bellos! Pero, sobre todo, cuánta solidez traspasaron a mi temperamento, dando forma a la personalidad de mi ser. Una gratitud imperecedera, que el corazón custodia con sosiego y emotividad.
Mis padres fueron un vehículo esencial en esa configuración, si bien los valores familiares de manera conjunta han sido la gran guía que he intentado seguir para que la ventura y el bienestar permaneciesen a mi lado siempre. Esos valores son principios, creencias y normas que encaminan las interacciones y relaciones dentro de una familia, transmitiéndose de generación en generación. Valores que son fundamentales para el desarrollo personal, la formación de la identidad y el fortalecimiento de los lazos familiares.
Tenemos ahí, en primer lugar, el respeto. que implica reconocer y apreciar a cada miembro de la familia, valorando sus opiniones y sentimientos; este valor es esencial para una convivencia armoniosa y fluida dentro del hogar. Viene a continuación el amor, que es la base sobre la cual se construyen otros valores familiares; fomenta el autocuidado, el cuidado de los demás y fortalece los vínculos afectivos entre los miembros de la familia. En tercer lugar se sitúa la confianza, la cual permite que los integrantes de la familia se sientan seguros y apoyados mutuamente; resultando fundamental para crear un ambiente de apertura y honestidad. En cuarto término se emplaza la solidaridad, que implica comprender las diferentes circunstancias de cada miembro de la familia y actuar en colaboración hacia el interés común; la solidaridad fortalece el sentido de unidad familiar.
Sucesiva y complementariamente la vida familiar robusta pilota otros buenos valores para la convivencia, como son la empatía, la gratitud, el perdón y el compromiso. La empatía permite a los miembros de la familia identificar y responder a los sentimientos de los demás; es crucial para desarrollar relaciones familiares más profundas y comprensivas. Gratitud es reconocer y apreciar los esfuerzos de los demás miembros de la familia, lo que fomenta un ambiente positivo y fortalece los lazos afectivos. La capacidad de perdonar es esencial para mantener relaciones familiares saludables y libres de rencor; ayuda a superar conflictos y fortalecer la unión familiar. El compromiso implica responsabilidad y cumplimiento de la palabra dada; es fundamental para crear un ambiente de confianza y estabilidad en la familia.
Desde este alcor he formado a los miles de alumnos que pasaron durante los más de cuarenta años que pasé como docente en mi vida laboral. Un estatus que nunca resultó baldío, sino que me traspasó buenas vibraciones, y que aún mantengo.
Una trepidación que observo cuando mis pasos a veces cruzan los ojos con personas que me saludan y no reconozco, porque las caras cambian y los humanos crecen.
No obstante, un vanidoso de La Parra nacido en los años cincuenta del siglo pasado no podrá dejar a un lado la dura vida que juvenilmente vivió mi tía Fili en aquella época, durante la que a base de duro trabajo y gran esfuerzo se pagó sus nupcias con su novio Fernando. Momentos en los que la naciente emigración del campesinado les llevó hasta Lérida, lo mismo que previamente me había llevado a mí. Un gravamen de ruptura ante la posibilidad de mejorar el régimen de vida.
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