Una cuestión económico-profesional aledaña de mi hijo me hizo viajar ayer tarde a La Parra de las Vegas junto a él. Y a fe que mereció la pena. Tuvimos un encuentro prefijado con el alcalde, Vicente Martínez Vedriel, con el que tuvimos una amigable conversación, llena de anécdotas y de recuerdos familiares, que, por encima de otras cosas, a mí en particular me hizo sentir admiración por Vicente. Su asombrosa serenidad y llaneza, unidas a la combinación de esfuerzos y generosa dedicación, merecen ser alabadas, a la par que transmitidas a los cuatro vientos. Así lo digo porque el edil realiza desprendidas labores de toda especie, todas ellas engarzadas para que nada se pare en este despoblado municipio. Y esto merece un premio. El reconocimiento de todos los parreños, de habitación permanente, intermitente o esporádica lo posee ya. Lo que toca en estos instantes es que su labor y sus proyectos se atiendan por las administraciones de intendencia o gobernación superior (Diputación Provincial Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha y Subdelegación del Gobierno), especialmente su propuesta de acondicionar y alquitranar el camino local que une este municipio con Valeria, y que entreabriría múltiples posibilidades de intercomunicación y de integración económica con el conjunto de la comarca, al abrirse directamente con Valera de Abajo y Valverde del Júcar; facilitando igualmente los viajes con Valencia y ahorrando 28 kilómetros a los que se desplazan al pueblo desde esta ciudad.
La conversación entre los tres dio para mucho, principalmente por nadar en el gran embalse de las evocaciones. Natural, puesto que como dice la sabiduría el recuerdo es el único paraíso del cual no podemos ser expulsados. De ahí el breve repaso que hicimos de la despoblación del pueblo y los percances que esto ha traído, hasta dejarnos en el yermo de la España invisible.
Puede verse lo que digo en la obra de investigación "La España en la que nunca pasa nada. Periferias, territorios intermedios y ciudades medias y pequeñas! (Sergio Andrés Cabello, Ediciones Akal, 2021). Dice en su prólogo que España se ha dividido en dos en muchos sentidos. Madrid y Barcelona, las ciudades globales, y sus ámbitos regionales de influencia han atraído la atención por muy diferentes motivos durante estos años. Eran zonas pujantes en las que se concentraba la actividad económica y política, y donde parecía jugarse buena parte de nuestro futuro. En el otro lado estaba la España olvidada, la vaciada, aquella que se despoblaba y que regresó con fuerza al debate público, pero únicamente como ejemplo de lo que estábamos dejando atrás. Lo cierto es que aquella visibilidad que se otorgó a la España vacía tuvo un tono bucólico, casi de añoranza; más que plantearse nuevas formas de incorporar a los territorios que se perdían, todo parecía desenvolverse entre lamentos por lo que ya se había marchado.
Presa de los marcos habituales de análisis de la época, el problema se enfocó desde la necesidad de traer el pasado al presente. Se insistió en la edad avanzada de sus pobladores, se subrayó la escasa formación de las personas que allí quedaban, lo difícil que resultaba adaptarlas a las necesidades de los tiempos, por lo que las recetas que se ofrecieron fueron las estereotipadas: introducir modernidad en ellas a través de buenas conexiones digitales y promover el emprendimiento local con mirada amplia (y si era posible, global). Al fin y al cabo, gracias a internet, un pequeño negocio puede tener un gran recorrido en territorios lejanos. Estas experiencias suelen resultar fallidas, como bien señala el libro Sergio Andrés Cabello, pero no dejan de recetarse porque forman parte de nuestra ortodoxia intelectual.
Dado que todo se jugaba entre los grandes núcleos de población y las aldeas vaciadas, desaparecían de la discusión esos nódulos locales que fueron esenciales para el desarrollo de las regiones, que llevan tiempo en declive y que, por su papel de pivotes, constituyen núcleos esenciales para la articulación de España. Cuenca resulta uno de los mejores ejemplos de este abarrancado retrato, en el que nos aparece tristemente La Parra de las Vegas. Afortunadamente la grandeza no viene de la comodidad, sino de la superación de retos, tal como nos demuestra el pueblo con los veraneantes aquí reunidos en el mes de agosto. Sus fiestas son un remanso de recreación y gozo; de aquí salió la idea de animar a superar tropiezos o caídas, con la que salí ayer del pueblo en dirección a mi domicilio en Cuenca: utilizar la palabra al máximo, porque las palabras tienen el poder de levantarnos, de darnos perspectiva y recordarnos lo que realmente importa.
Así lo vi al estrechar la mano al cura párroco, que estaba al frente del meritísimo Campamento Parroquial "El Cid Campeador". Eran ya más de las siete de la tarde y no había nadie en la plaza, sólo los juveniles "acampados", el director del evento, el alcalde, mi hijo y yo. ¡Una lástima!, pero el programa -como anunciaba el cartel- así lo exigía. De haberse reservado para agosto, otra cosa hubiera resultado en orden a la asistencia.
En resumen, nos perdimos mi hijo y yo, el desarrollo del mito del Cid y la memoria histórica. Marchamos sabiendo que con los peregrinos no solo discurrió el románico más puro de inspiración francesa. A lo largo del Camino de Santiago florecieron también recias historias militares, y fueron adquiriendo forma en sus trazos populares muchas figuras épicas, como el Roldán francés o el Cid Campeador, cuyas hazañas en tiempos de Alfonso VI y al-Mutamid darían pie a la primera gran pieza de la literatura castellana: el Cantar del Cid o Cantar de Mio Cid, una portentosa joya literaria, una indiscutible obra maestra del genio castellano que es, además, la primera manifestación de memoria histórica en España.
Como recuerda el medievalista José Ángel García de Cortázar, la memoria histórica siempre se utiliza para algo. Y en el caso del Cantar, sus cinco elementos servían a la perfección a los objetivos e intereses de Alfonso VIII de Castilla, que cien años después de la muerte del Cid preparaba la gran ofensiva contra los almohades. Son —esos cinco elementos— el héroe victorioso; la fidelidad al rey; la confianza, siempre apoyada en Dios, en el éxito de los cristianos en la pugna con los musulmanes; la funcionalidad de la segunda nobleza, en comparación con la primera de los infantes de Carrión, en la lucha contra el islam, lo que facilitaba a aquella su ascenso social y enriquecimiento; y la grandeza de Castilla y sus gentes, separadas desde 1157 y hasta 1230 del reino de León.
Historia y mito son dos formas radicalmente distintas de acercarse al conocimiento del pasado, como enseña Fernando García de Cortázar. La primera se pega a las pruebas documentales, quiere ser veraz y regirse por la razón; el segundo tiene que ver más con la imaginación, el sentimiento, y a menudo busca dar lecciones morales. Todas las historias de la historia han convivido, y aún lo hacen, con los mitos. No hay que olvidar que estos últimos están en el origen mismo de la Historia con mayúscula, y tampoco hay que ignorar que todas las sociedades han echado mano de su arsenal de imágenes para crear y salvaguardar su cohesión.
Esto último es lo que he pretendido hacer hoy con estas líneas.
Últimos comentarios