¡Qué bella es la vida, incluso cuando desaparece!
Hace varios días recordaba una de mis escritoras favoritas, la majestuosa y afectiva Irene Vallejo, en su columna de El País (ver aquí), que cuando muere alguien querido, se desvanece el futuro que no compartiremos, pero también grandes regiones del pasado. En su tierna fermentación de ideas, ese vahído palidece lo que vivimos juntos, el bullicio íntimo, las canciones, los chistes impenetrables para el resto del mundo y los recuerdos quedan huérfanos igual que un zapato solitario.
Este duro crisol me ha envuelto por un momento con la manta del espíritu de Samuel Eskenasy, el protagonista de la novela que estoy fraguando en estos instantes, el cual tras la pérdida de su ser más querido, tiene que acostumbrarse a un mundo cercenado, a una casa desierta. Un hogar gris en el que las cosas siguen en su sitio aunque, sin la lozanía de la persona que las atesoraba, ofrece un perfil ajado, insulso y aburrido. Y, a medida que pasan los días, disminuye el escepticismo de la desaparición, pero se prolonga ese marchitamiento, como una hoja decadente recién caída del árbol en otoño, como una rueda pinchada, y ese arrebato sin freno que sube a los ojos convertido en sollozo.
Los últimos días de octubre dan paso al tiempo de Difuntos, cambio de ciclo, de tiempo, de época, nos adentramos en un espiral de recordatorio hacia aquellos que ya no están con nosotros, recordamos a todos los santos y a los difuntos, revivimos supersticiones, cuentos y leyendas que, un día nos transmitieron nuestros padres, madres o abuelos.
Este tiempo de difuntos y ánimas es momento de compartir en familia la compra de flores Y adornos, la limpieza de tumbas y panteones, la compra de castañas, buñuelos o huesos de santo. Es época de convivir con la estirpe y degustar la gastronomía conquense, que acoge estas efemérides amargas con un toque distintivo.
El día de los Santos con el estómago lleno y la lumbre encendida se hace más llevadero. Hay quien prefiere revivir recuerdos en soledad, mientras otros desean pasar el duelo de la celebración, marcada por el luto en el almanaque, acompañados de la familia o los amigos.
Pese a no ser un aperitivo exclusivo de esta fecha, nos encontramos en el meridiano otoñal, época idónea para consumir un entrante de castañas asadas y satisfacernos con su aroma característico, el mismo que recorre cocinas y fogones de los artesanales braseros alzados en el corazón de muchos hogares de nuestra provincia. En los que como plato principal se hace una buena sartén de gachas autóctonas.
Me dio algo de pelusa mi esposa al volver desde el pueblo a casa y contarme que mi cuñada y sus primas prepararon ese guiso fuerte ayer, después de elaborar los ramos y las coronas de flores para, a continuación, llevarlas a engalanar las tumbas de los seres más estimados ahí yacentes. No sin antes pasar por la boca unos buenos postres, con la esencia azucarada del día; una efeméride un tanto amarga para algunos, que siempre podrá endulzarse con la gastronomía más dulzona de la provincia, ya sea con huesos de santo, buñuelos, rolletes, torrijas e incluso puches.
Yo tuve que apechugar con la comida precocinada que ella me guardó. Y, encima, cometí la equivocación de poner una selección de música que contenía una de las canciones que más huella me ha dejado: Everybody Hurts de R.E.M. Sí, la canción que como escribió Jorge Fuentes "más a hecho llorar a los hombres" (escuchar aquí).
En 1993 el grupo estadounidense R.E.M. lanzó su octavo álbum de estudio, “Automatic for the people”, sindicado por la crítica como el mejor disco de su carrera. El single más popular de ese disco sería la bella balada “Everybody Hurts” (“Todo el mundo hiere”), cuya música y letra fue escrita casi en su totalidad por el baterista Bill Berry -quien quería escribir un mensaje de esperanza comprensible, directo y carente de metáforas a los adolescentes-, aunque en los créditos se adjudicó su autoría a los cuatro integrantes de la banda.
Desde esa fecha a la actualidad, esa canción de 5:24 minutos, cuyo arreglo de cuerdas fue escrito por John Paul Jones, bajista de Led Zeppelin, se convertiría en un estandarte de la tristeza y la melancolía y en un auténtico clásico musical de la década de los 90’, tal como reconoció el bajista Mike Mills: “Apenas compusimos y grabamos la canción, dejó de pertenecernos y empezó a formar parte de todo el mundo. Es una pieza universal y puede significar algo para casi cualquier persona con la cual te relaciones, sin importar su lugar de origen o la lengua que hable”:
Cuando tu día es largo
y la noche,
la noche es tuya en soledad.
Cuando estás seguro de que has tenido suficiente
de esta vida, bueno, resiste.
No te dejes ir,
porque todo el mundo llora
y todo el mundo hace daño
de vez en cuando.
A veces todo sale mal.
Ahora es momento de cantar a coro.
Cuando tu día es una noche solitaria,
resiste.
Si te sientes como soltándote,
si piensas que ya has tenido suficiente
de esta vida, resiste.
Porque todo el mundo hace daño,
consuélate con tus amigos.
Todos hacemos daño.
No lances tu mano, oh, no.
No lances tu mano,
si sientes que estás solo,
no, no, no, no estás solo.
Si vas por tu cuenta
en esta vida,
los días y las noches son largos,
Cuando piensas que ya has tenido suficiente
de esta vida como para aguantar.
Bueno, todos hacemos daño
algunas veces,
Todos lloramos.
Todos hacemos daño algunas veces.
Todos hacemos daño algunas veces.
Así que resiste, resiste, resiste.
REM - Everybody Hurts - Todo el mundo hace daño.
Me puso la música largamente melancólico y me acordé también de muchos seres queridos que, aguijonados por la muerte, ya no estaban a mi lado; empezando por mis padres, continuando con mi hermano Nino, mi primo Manolo, y así... Hasta que me sacó de la abstracción mi amada Juli al regresar al hogar, ya de noche.
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