Centrándonos en la historia, los análisis de cualquier comunidad rural -a partir de las enseñanzas de Helen Nader- tienen que ir más allá de lo económico y político, adoptando ideas y técnicas de otras disciplinas como la antropología, la sociología y la etnografía. Así, por ejemplo, como vengo haciendo en las colaboraciones dedicadas a lo que vine en llamar "los vanidosos de La Parra", que no tiene mayor simbología y aplicación que un pretexto para agrupar a aquellos que poseemos nuestras raíces en este pueblo y poseemos la dignidad y el orgullo de tenerlas en esta tierra; y así lo manifestamos, sin ningún ápice de arrogancia o altivez, sin soberbia ni vanidad, ahuyentados por supuesto de las conexiones con las que se enlazan los sinónimos negativos de la palabra vanidoso (es decir, vano, hueco, hinchado, altivo, arrogante, engreído, presuntuoso, creído, fatuo, etc.). Esto, más bien, es todo un signo de personalidad desinteresada y altruista, que, como he dicho en más de una ocasión, demostramos los parreños al dirigirnos con la cara abierta y el espíritu limpio a cualquier extraño o desconocido. ¡Cuánta gente desearía ser igual! Y cuántos reptiles transmisores de envidias desaparecerían con la extensión de un comportamiento generalizado merced a este buen aire, que respiramos desde pequeños y se transmite de generación en generación.
La historia dice que esta Villa en el Censo de 1591 contaba con una población de 165 vecinos, de los cuales 142 eran pecheros (o sea, obligados a pagar o contribuir con pecho o tributo, o más claramente, en versión de aquella época, eran plebeyos, en contraposición a "noble"), 21 hidalgos y 2 clérigos. En 1787, Floridablanca nos da una población de 795 habitantes, de los cuales, 1 es cura, 1 sacristán, 1 ordenado de menores, 18 hidalgos, 1 abogado, 1 escribano, 45 labradores, 10 jornaleros, 26 criados, 3 tejedores, 2 albañiles y 22 carreteros, más 664 entre menores y sin profesión declarada.
En el censo del Marqués de la Ensenada, en 1752, se dice que el mayor hacendado de la villa es D. Miguel Escudero y se afirma que La Parra pertenecía al Partido de Cuenca, y tenía un total de 177 vecinos. Estos obtenían una renta valorada en 146666 Rs. de vellón, de los cuales las mayores partidas corresponden a los Labradores con 51120 Rs., a los Carreteros con 19525 Rs., a los Sirvientes con 18000 Rs. a los Pastores con 11250 Rs. y a los Colonos de los Bienes de la Iglesia con 9088 Rs., además de otros menores. Esta población, añade textualmente, "cuenta con tres plazas, y se encuentra construida sobre un pequeño cerro y sus laderas, rodeada de tres vegas, la de La Cañada, Tejar y Terceros".
En su conjunto urbano cuenta con valiosas construcciones, entre las que destacan el Ayuntamiento, con fachada porticada; los restos del palacio de los Condes de Cervera, que fue destruido en la guerra de la Independencia, y la Iglesia Parroquial de la Asunción, construida en el siglo XVI. Posee ésta en su interior una capilla enterramiento de los Carrillo de Toledo, fechada en 1653, y en ella se hallan enterrados algunos de los mencionados condes de Cervera (Los Carrillo).
Algunos núcleos rurales, como parece que sucedió con La Parra de las Vegas, surgieron entre los siglos XV y XVI como consecuencia de la instalación espontánea en el agro de grupos de campesinos, quienes de manera autónoma ocuparon y explotaron un espacio sin que mediase planificación previa por parte de concejos o instituciones señoriales. Este modelo es coincidente con lo que conocemos para otras regiones europeas, donde el poblamiento intercalar se incrementa desde finales del siglo XV. Nos situamos ante una pauta de ocupación del medio rural durante la Baja Edad Media a base de asentamientos intercalares organizados por el campesinado y que tuvieron como finalidad racionalizar los costos de explotación mediante la reducción de los tiempos de desplazamiento. La dedicación agraria y la viabilidad económica de estas estructuras se combinan con elementos identitarios, como el desarrollo del sentido de comunidad o la identificación con la nueva parroquia, para explicar su cohesión y continuidad.
A lo anterior debemos unir, además, el modelo sociopolítico como factor decisivo para interpretar la consolidación o abandono de núcleos en el territorio. Las nuevas formas de organizar los aprovechamientos agrosilvopastoriles se basan en mecanismos como la apertura institucional, que permiten una participación comunitaria real en su organización y gestión. La ocupación y explotación del espacio mediante este poblamiento intercalar funcionó hasta que el contexto local e internacional de mediados del siglo XVI da paso a una serie de realidades demográficas (pérdida de población) y políticas (oligarquización y venta de jurisdicciones) que inciden directamente sobre el modelo de ordenación territorial. Por ello, se observa desde mediados del XVI la desaparición de algunos núcleos, sin que se aprecie un cambio sustancial en los factores ecológicos y las dinámicas productivas que los generaron.
La comunidad rural parreña antes de la Revolución Industrial era la dominante en la mayoría de los países europeos; esto es, en ella la agricultura representaba con mucho el sector mas importante de la economia, y los campesinos componian la gran masa de la poblaciôn. Formaban la base de la economia y sociedad, y producian los excedentes que mantenian a las élites eclesiásticas, nobiliarias y reaies. No puede pasarse por alto en esta descripción que la sociedad rural era altamente estratificada, y que incluía muchos oficios no-agricolas. En las comunidades rurales de toda Europa habia taberneros, mercaderes, y una variedad de artesanos que satisfacian las necesidades de la localidad. Además, los mismos campesinos frecuentemente elaboraban panes, u otros articulos para el mercado, además de su producción agraria. Por otra parte, la sociedad rural no estaba herméticamente separada de la vida urbana. En toda Europa lo rural invadia los grandes núcleos urbanos (ciudades y villas) con huertas, animales y campos cultivados. Y aún en las mas importantes "ciudades" vivian gran número de labradores y jornaleros que salían diariamente para trabajar en los campos alrededor de la urbe. Además, en el resto de Europa como en España, los intercambios económicos, sociales, y demográficos entre las ciudades y las comunidades rurales borraban la distinción entre lo rural y lo urbano.
En términos sociológicos, la existencia de una comunidad rural depende de una serie de relaciones mediadas y recíprocas entre los miembros de la comunidad. El reducido tamaño de la comunidad típica de campesinos facilita e intensifïca el sentido de unidad comunal. Todo el mundo se conoce, y la comunidad tiene casi un ambiente familiar, debido a los enlaces matrimoniales entre vecinos. Los aldeanos hacen todo juntos: trabajan, participan en bodas y otras fiestas y actividades religiosas, comparten con todo el mundo sus más importantes alegrías y tristezas. Los límites de la comunidad rural normalmente coinciden con los de la parroquia, y eso forma todavía otro elemento que reúne los habitantes. La iglesia parroquial desempeña un papel sumamente importante en la vida comunal, hasta el grado que muchas veces es difícil distinguir entre lo parroquial y lo comunitario, porque es una sola cosa.
Hubo una relación esencial entre la comunidad rural y su término. Es comprensible, porque antes del desarrollo de actividades industriales y comerciales, la única fuente de riqueza era la tierra. Normalmente se buscaba para la comunidad rural un sitio que aseguraría la disponibilidad de cinco recursos esenciales: agua, tierras cultivables, pasto, materiales de construcción y leña u otro combustible. La necesidad de proteger estos recursos esenciales animaba y fortalecía la cooperación entre los miembros de la comunidad. Así los vecinos se organizaban para actuar conjuntamente porque, ya en los principios de la Edad Media, en muchas partes de Europa (sobre todo en el mundo mediterráneo), las comunidades rurales no podían tolerar la pérdida de ninguna parte del territorio que consideraban "suyo".
A pesar de las diferencias socioeconómicas dentro de la comunidad rural, los habitantes sentían una fuerte identificación con la localidad, y solían mostrar una gran solidaridad frente a los de fuera. Este grado de solidaridad local se encuentra raramente en la sociedad individualista de hoy. Pero era una de las características más destacadas de la Europa del Antiguo Régimen.
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