Esta semana ha escrito Sergio del Molino que la guerra desnuda la condición humana de una manera radical y poética: “Desde la Anábasis de Jenofonte hasta las crónicas llegadas hoy de Ucrania, sabemos que nada revela mejor el material del que estamos hechos que la guerra”. Nos lo recordaba ayer Pepa Bueno a través de su newsletter.elpais, encabezada por un título inexcusable: ¿Cómo se para esta locura?
Diez días de guerra han forzado a todo el mundo, como remarca la directora de El País, a decidir con quién se alinea, si con el que tira las bombas o con los que las padecen —ojalá con otras guerras que no dejan de producirse en el mundo hubiera una toma de posición tan clara—. Pero la evidencia de la ilegitimidad y la ilegalidad de la invasión no impide que afloren nuestras contradicciones. De aquí que nos hayamos visto "enfrentados al debate sobre el envío de armas a un país asediado, sobre la participación indirecta en una guerra, sobre qué es lo menos malo cuando todo es un espanto. Se han tomado gravísimas decisiones en cuestión de horas. Europa empezó arrastrando los pies con las sanciones económicas a Rusia —demasiados intereses cruzados— y ha terminado dando el paso histórico de coordinar el envío de armas al ejército ucranio".
"Las muertes anónimas, el millón de refugiados en solo unos días y la desestabilización de todo el continente parecen haber acabado inclinando la balanza. Y, sobre todo, la brutal desigualdad en la batalla. La inferioridad militar de los ucranios es tal que incluso se han sentado dos veces a negociar con los rusos mientras bombardeaban su país. Putin no ha decretado una tregua ni siquiera para hablar. ¿Cómo se para esta locura?"
El historiador y filósofo político Luuk van Middelaar, que fue además asesor del presidente del Consejo Europeo, ratifica que con la invasión de Ucrania, el presidente Putin se ha arrojado a lo inimaginable, ha cruzado el Rubicón, ha entrado en un tiempo de guerra. Para él no hay vuelta atrás. Fuego y llamas; todo o nada. Ahora es vital que, por nuestra parte, mostremos voluntad política y serenidad. De lo primero nos sobra; sin embargo, lo segundo es escaso.
Cuando los peligros son grandes se desatan fuerzas inesperadas. "Para empezar", comienza diciendo el citado historiador, "Ucrania, que ha encajado con valentía los primeros golpes, está aguantando y ha alcanzado una gloriosa victoria en la batalla inicial por la opinión pública europea. Ya no estamos ante un país caótico de 40 millones de habitantes a orillas del mar Negro, sino ante una nación que se presenta como portadora de la promesa democrática de Europa y en la que el presidente Zelenski aparece como un héroe universal." Sí, hay energía política a raudales, aunque a veces falte temple estratégico. Esto es preocupante, dice asimismo Middelaar porque, lejos de los bombardeos de Kiev y Járkov, entre los espectadores la preocupación y la inquietud pugnan por imponerse. El triunfalismo que se observa en Twitter sobre los errores de cálculo militares de Moscú es prematuro, sin duda.
Ahora mantener la serenidad es una cuestión de vida o muerte. La prioridad absoluta es evitar el peligro de una guerra nuclear. Es irresponsable y temerario insistir en que Putin está yendo de farol. No es algo que parezca haber calado en todos los principales políticos.
Von der Leyen no es consciente de que para el Kremlin, al que estamos intentando conducir a la razón, las promesas que la OTAN y la UE han venido haciendo a Kiev desde 2008 son una fuente primordial de conflictos. Y ¿qué resultado podemos anticipar?: ¿Ucrania, extinta república soviética, entra en la UE sin ser al mismo tiempo integrante de la OTAN? Lo segundo es una línea roja geopolítica, ya que podría producir una guerra nuclear entre Estados Unidos y Rusia. ¿Acaso puede la UE rescatar a Ucrania de las garras de Moscú, ahora o pronto, sin EE UU, partiendo de su propia cláusula de asistencia militar (artículo 42.7 del tratado de la UE), equivalente nunca puesto a prueba del artículo 5 del tratado de la OTAN? Son cuestiones estratégicas de gran calado, y los giros del destino aún no han dicho su última palabra.
Por descontado, dentro de este ánimo, hay que parar la demencia furiosa de Putin y sus subalternos. Ya se ha pasado por un alto el fuego que se presume efímero, el tiempo justo para la creación de corredores humanitarios por los que evacuar a la población civil. Es el acuerdo alcanzado por las delegaciones rusa y ucraniana en Belovézhskaya Pusha, en Bielorrusia, cerca de la frontera con Polonia. Mientras se produzca la salida de civiles a través de estos pasillos humanitarios, cesarán los enfrentamientos armados. A la espera de una tercera reunión en próximos días, la situación de los refugiados -un millón de personas han salido de Ucrania desde que se produjo, el 24 de febrero, la invasión- continúa siendo la prioiridad para el mundo occidental. En este sentido, la UE acordó otorgar protección temporal automática por un periodo de hasta tres años a las personas que huyen de la guerra.
No debemos perder la guía del referente Merkel. Alguien definió la dupla Merkel-Putin, cuando esta oficiaba de maquinista de la locomotora de la UE, como una pareja tan imposible como duradera. Pese a que Angela Merkel se retiró sin lograr atraer a Vladímir Putin a los principios de legalidad de Europa, lo cierto es que al menos supo contener las ínfulas más primarias del presidente ruso. La conversación de una hora y media mantenida ayer por el presidente galo, Emmanuel Macron (empeñado en suplir el vacío de Merkel), y su homólogo ruso da poco pie a esperar que Putin rebaje la intensidad de sus planes respecto a la invasión de Ucrania. «Lo peor está por venir», concluyeron en El Elíseo tras la conversación: Putin «continuará su ofensiva militar , hasta tomar el control completo de Ucrania». Hay analistas que valoran la ausencia de Merkel en el escenario europeo como una circunstancia que no juega precisamente a favor de una solución lo más incruenta posible a la guerra en Ucrania. Nunca se sabrá, pero el caso es que Merkel y Putin lograron entenderse durante años, aunque sin estar en nada de acuerdo.
Quiero decir con esto que lo que se necesita ahora son Interlocutores dominantes del análisis neuropolítico. Tanto en EEUU como en Europa y Rusia los hay a docenas, luego basta ficharlos para que cosan los hilos bien, milimétricamente. De forma que transmitan, al lado de buenos expertos en Derecho Internacional, una filosafía política apta para zurcir un Acuerdo Marco de Responsabilidad que no pase por alto la "banalidad del bien". No atañe esta a la condición modesta de su ejercicio, sino al modo en que, en demasiadas ocasiones, malbaratamos su dignidad. A falta de que alguien pudiera resolver la condición sustantiva de la virtud o la excelencia, son demasiados los lugares en los que el compromiso ético se exhibe de una forma casi pornográfica.
Lo explicó muy bien Diego S. Garrocho, cuando en septiembre de 2021 habló en Ethic del reconocimiento de una la sencillez en la calidad moral de aquellos que ejecutan acciones heroicas. Se refiere ahí a la espectacularización de la moral contemporánea, que se presenta como el último desarrollo del diagnóstico de Guy Debord: "Hemos cancelado las fuentes clásicas de sentido –la tradición, la religión y la costumbre– para mercantilizar algunos de los fuegos sagrados que en otro tiempo nos sirvieron de inspiración rectora para el gobierno de la vida y la custodia de lo humano".
Esos psiquiatras sociales que propongo han de detenerse en las coordenadas del narcisismo, tan propio de nuestro tiempo -y tan presente en la caracterización política de Putin-, de manera que obligue a los máximos dirigentes mundiales a no sentirse singulares. Así puede acudirse al festival cosmético de valores y principios que deje de ser un vestigio barroco tan reconocible en nuestro tiempo en la Relaciones Internacionales, con mayúscula.
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