Siempre ha llevado consigo el viejo `Olmo de la Iglesia´ de La Parra de las Vegas, principalmente entre la infancia, un porte entre mítico y mágico. Ahora ya seco, como consecuencia también de la carrera de la edad y por una grafiosis que acabó con sus días. Pero ahí está, y somos muchos los que lo recordamos exuberante y poblado de hojas, a cuya sombra se comentaban cuentos, leyendas e incluso se expandían amores.
En particular conduce mi retentiva a la cabalgata que Cuenca ha dedicado este año a su condición de Ciudad Patrimonio. Me guía ese acto al ver las fotos que recibo por wasap del premio que le han dado a la cuadrilla carnavalera en la que han desfilado hace unas horas mi hijo y mi sobrina Alba. Helos aquí.
Los miro y retorno melancólicamente a La Parra, sola y vaciada. Veo en el recuerdo más lejano a la Fermina, una apreciada prima de mi madre, que era una impetuosa estimuladora de actos festivos de este cariz durante mi niñez en el pueblo.
Lo que queda del Carnaval tradicional constituye unas fiestas de indiscutible interés etnográfico, de orígenes remotos e impregnadas de influencias culturales de tiempos romanos, de costumbres y creencias celtíberas. Otras que rememoran hechos y vivencias medievales, que recuerdan o celebran momentos de especial importancia en el devenir de la historia popular y cotidiana de las gentes de otros tiempos, más o menos lejanos, de los hitos que marcaban el ritmo de sus vidas, como la siembra, la siega, y la recolección de la cosecha, la llegada de las estaciones…
Hay otras de carácter mítico, con seres de leyenda, con personajes históricos o inventados, con personificaciones de animales. Tomo de Fernando Pérez en ArasEventos una anécdota. Según le cuenta una de las personas más mayores del pueblo de Aras de los Olmos (provincia de Valencia) en el año 1950 en los carnavales se hacían las típicas gachas en la plaza, la costumbre de la fiesta estaba en que había que quitar el caldero de las gachas una vez estaba a punto de comer; en el desarrollo de la jarana los quintos de la época debían evitar que no se lo llevaran, dejando a quienes intentaban quitarlo todos negros de hollín del caldero. Por la tarde se hacia el pasacalle y luego baile. Ese año a Paco, todo desnudo y untado de aguamiel, le pegaron plumas y lo ataron a una reja, y los quintos siguieron con el pasacalles. No gustó al pueblo esta broma, ya que se quedo helado y luego, en el momento de quitarle todo, cogió una pulmonía como consecuencia del frio que hacía. Actos así se amparaban bajo la encomienda y al amparo de los espíritus o los entes nacidos de la imaginación popular y colectiva, supervivientes de otras épocas gracias casi siempre a la tradición oral.
Son celebraciones dinámicas, coloristas y participativas, en las que los pobladores de lugares incluso recónditos, ponen su mejor empeño cada año; de las que se sienten orgullosos y de las que disfrutan profundamente jóvenes y mayores, vecinos y forasteros. Estos últimos, por suerte, cada vez más numerosos en muchas de estas fiestas populares, atraídos por su carácter pintoresco, su fundamento cultural y etnográfico, la belleza de los entornos y la riqueza patrimonial de los pueblos y la hospitalidad de las gentes. En La Parra, sin embargo, solo abundan las calles vacías.
El paso del tiempo ha relegado al olvido algunos de estos festejos y otros, se han “salvado por los pelos” de desaparecer, debido unas veces a la despoblación de los entornos rurales concretos -como ocurre con La Parra-, otras a la presión política de los oscuros tiempos de la dictadura. Si durante esa época de historia de España el carnaval no se consideró una fiesta “legítima” por ser de origen pagano, si se trató de negar su carácter de antigua tradición, si se impidió incluso en ocasiones su celebración, hemos de pensar que en el caso concreto de los Carnavales tradicionales de pequeñas poblaciones, el efecto de esta presión fue definitivo. Sin embargo, son fiestas que han perdurado, que han sobrevivido como patrimonio cultural, a veces incluso íntimo, de los hombres y mujeres que han vivido y viven esos lugares.
Por eso animo a los habitantes que respiran los aires de La Parra a devolver al pueblo esta tradición. Lo afirmo con argumentos del profesor Javier Marcos, del Departamento de Psicología y Antropología de la Universidad de Extremadura. La globalización, la modernidad y su lógica de la racionalidad y el mercado todavía no han ganado la batalla a la cultura popular. Transformado, reactivado o recuperado el carnaval de nuestros días resiste, como lo ha hecho durante siglos por otras razones, los embates de la urbanización, la secularización y las agresiones de las fuerzas que propalan la uniformidad cultural. Lo que actualmente se está produciendo, como fenómeno simbólico de resistencia identitaria frente a los procesos de homogeneización, es una refuncionalización y resignificación de los rituales al objeto de preservar/continuar la tradición. Una de las características de los rituales festivos, siéndolo por definición el carnaval, es la polisemia y la capacidad para adaptarse, con flexibilidad, al cambio social. Y otra, genérica para todos los ritos, es la de vincular el presente al pasado, y el individuo a la comunidad. La fiesta implica, pues, la continuidad de las generaciones y los grupos sociales locales; actualmente se debate, no obstante, entre los valores de uso (identidad) y los valores de cambio (turismo).
(Continuará)
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