Resulta común e inalterable observar que los "políticos de paso" por Cuenca, en más de un 95 por 100 encabezando listas para el Congreso y el Senado presentadas por el PSOE y el PP, una vez finalizada su legislatura no vuelven a aparecer por esta provincia; adiós y se te he visto no me acuerdo. Estoy pensando en Rafael Mazarrasa y Francisco Utrera, concretamente y a nivel de ejemplo. ¿Y esto por qué? Pues el sustentáculo se halla en las ejecutivas territoriales de los dos partidos citados, siendo asimismo la causa reactiva que nos produce a mucha gente escuchar las promesas que casi siempre terminan incumplidas. Son discursos pobres y elocuentes del pésimo raciocinio salido del conocido como trepa político. Ante estos la reacción más expresiva es poner la cara tiesa, mientras se va deslizando desde la frente a la barbilla un amplio interrogante que se posa en el rostro de los teatreros que les prestan atención.
Ahora sucede muy a menudo en Cuenca capital los fines de semana (viernes, principalmente), en los instantes que posan ante los medios de comunicación local-regionales (?) Page y Martínez Guijarro para vender paja, medias/enteras falsedades y ridículo a espuertas. Estos ilustres cantamañanas, ejercientes del pastoreo de secano en esta Comunidad autónomas -se verá en el libro que dediqué a "El Cambio General y las incertidumbres de Castilla-La Mancha" y está en imprenta en estos instantes-, por sus hechos, delirios y dejaciones, antes de acabar patinando por el precipicio del no retorno, merecen un profundo examen de Psiquiatría Social, con el pertinente dictamen de neuropolítica.
Los delirios según el doctor Yuste Grijalba, miembro de la Real Academia Nacional de Medicina, merecen una preocupación grande, ya que el escenario político español lleva años permitiendo la existencia de una epidemia de tal índole. Él encontró la fuente de infección, el mecanismo de transmisión y los contagiados. Los tres elementos clásicos -semilla, sembrador y terreno- de las epidemias sin que nos falte el modo de transmisión.
Los delirios son un síntoma. Típicos en la paranoia clásica, se pueden observar también en los trastornos afectivos y en la personalidad o en las demencias, sin olvidar las ocasiones en las que una enfermedad neurológica o metabólica debuta con estos síntomas. Los delirios han sido abordados con los instrumentos de la (psico) patología general. Semiología, etiología, patoplastia, patogenia y patocronia. ¿Por qué se producen? ¿Cómo evolucionan? ¿Por qué se mantienen? A lo que cabe añadir, como hace Yuste, otra pregunta: ¿Cómo se extienden en la sociedad si es que esto sucede? Epidemiología.
El delirio es un trastorno básico del contenido del pensamiento, no es una burla o una farsa, sino una visión alterada de la realidad que observada desde el exterior, por el clínico que intenta clasificarlo, tiene un fuerte pero subjetivo, carácter de certeza, de incorregibilidad y de absurdez. En el caso del pretendido cierre por parte del PSOE (en alianza con CEOE) del tren convencional, como ha demostrado la encuesta CITCO_MCV del GEAS-jab, el delirio es lo que se siembra, se extiende, se reproduce en otro u otros, se convierte en epidemia, que, en este caso, se plasman en los resultados obtenidos con esa herramienta y que la opinión pública rechaza por completo los planes de socialistas y empresarios. Estos tienen juicios falsos, erróneos, producidos por falta de capacidad intelectual, falta de formación o variación del estado de ánimo. Debo advertir, con estudios en mano y sobre la mesa que, si vuelven atrás y retornan a la realidad, ambos sectores no caerán en el delirio, pues en la mayoría de las ocasiones este tipo de hechos son reductibles tras el razonamiento pertinente.
Ahora bien, los delirios, como juicios de la realidad falseados, tienen como características una convicción extraordinaria, certeza subjetiva, no ser influenciable por la experiencia, imposibilidad del contenido, son absurdas o erróneas y están teñidas de un componente afectivo que las hace, aún más, incorregibles. Dándose mucho entre los llamados "trepas políticos". A Martínez Guijarro se le cuela a menudo este tipo de disfuncionalidad, principalmente cuando habla de proyectos "pioneros" (pero descubiertos y aplicados en otros lugares años antes) o "ejemplares" (aunque aparcados en estériles garages de inmovilización administrativa o financiera). Cosas de los trepas políticos.
Jaime Figueroa tiene una buena sinopsis -publicada en Terra Rayana- sobre cómo oidentificar a un trepa político. Así, dice que cada vez están más generalizadas las quejas sobre la capacidad de nuestra “clase política”. La descalificación como mediocres, corruptos o simples embusteros se extiende sobre ella como un tsunami imparable de una gran mancha de aceite que se extiende sobre la valoración colectiva de nuestra sociedad.
El embrión de la política mediocre suele germinar en los municipios, en cualquier pequeño pueblo nos podemos encontrar con algún concejal parasitario, copiando sin ningún tipo de rubor o simulando una hiperactividad que pretende trasladar su visión mesiánica del ejercicio de su poder. Cuando su verdadera y en muchas ocasiones única cualidad suele ser el apropiarse de los méritos que le corresponden a otros. En fin, esto no deja de ser una humilde definición más de lo que es un trepa político. Personaje de base ideológica voluble, que hace de la necedad su egocéntrica visión de la realidad.
Suele estar en posesión de una inaudita agilidad camaleónica cuando se trata de aplicar la evolución ideológica –cambio de pelaje– para mudar de “nido” político, que le facilite y le abrevie el tiempo de espera para encumbrar sus ambiciones.
Generalmente, suelen dividir sus propuestas en dos tipos: Las estrafalarias y las del provecho, que señalan hacia un único destino; alimentar y retroalimentarse entre otros menesteres, de reclutar serviles colaboradores. Cuestión que le facilita poner en práctica la prepotencia a la hora de ejercer su cuota de Poder.
Como buen maniqueo, suele tejer una telaraña artificiosa de seguidores, repartiendo las prebendas que le permite la cuota de Poder que por coyuntura ostenta y que a su vez, le otorgue –rebozado– crédito personal y político.
Fuente: Faustino, El Diestro, 10 de marzo de 2019.
El “trepa” es una figura muy de nuestra manera de ser. Los hay en todos los estamentos sociales. En cualquier sitio donde estén reunidas más de una persona, es muy posible que lo haya. La conocemos desde siempre y desde siempre henos aprendido a defendernos contra ella. No obstante, hay una gran diferencia entre el que la ejerce en el ámbito privado y el que la ejerce en lo público.
Sin lugar a duda es en el mundo de la política donde más se acentúa esta práctica tanto en calidad como en cantidad. Nuestra constitución desde que se aprobó, ha dado un poder y una forma de ejercer a los partidos políticos que están pasando una factura, más que elevada a nuestra sociedad. Dentro de esos partidos, rivaliza el egoísmo personal con la vocación de servicio público o si prefieren, los que tienen un desarrollado sentido de la justicia.
Jorge Valencia se refirió hace cuatro años y medio en el asterisc* a los trepas en la política, certificando que son personas sin ideas ni escrúpulos cuyo único objetivo es medrar dentro de su organización política para alcanzar una mejor posición y más notoriedad pública, pero sobre todo para poder lograr un escaño y un sueldo público como colofón. Salir en las portadas y en las televisiones no está nunca de más, y desde luego su ego hay que regarlo todos los días como a una planta trepadora, pero esto es secundario. La verdadera aspiración de un trepa es vivir del cuento sin pegar un palo al agua.
Para lograr su objetivo el trepa hará lo que haga falta: cambiará de chaqueta las veces que sean necesarias, traicionará a sus compañeros por la espalda, dirá una cosa y hará la contraria. Y todo ello lo justificará con cualquier excusa barata bien aderezada de tópicos, frases hechas y demás ocurrencias sin sustancia política pero de gran tirada en el mercado de la «comunicación política» o como quieran llamar al circo barato en el que han convertido el espacio de información política. Porque si la existencia de este tipo de personajillos ya es perjudicial para la política, más grave aún es la aceptación de este comportamiento por parte de los ciudadanos como algo natural.
(Continuará)
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