Un párrafo del editorial -con el título "“Allá donde se pierden los ríos y caminos”- de la revista Los Ojos del Júcar, autodefinida como un espacio de encuentro, creación y discusión para todas aquellas personas e iniciativas que buscan un futuro diferente, más vivo y participativo para la provincia de Cuenca, me ha incitado a releer a Ryszard Kapuściński, el laureado escritor, ensayista y poeta polaco, que está considerado como uno de los grandes maestros del periodismo moderno. El parágrafo alusivo afirma concretamente esto:
"Alejando el tema de la falta de ecosistemas empresariales y creativos de forma consistente en nuestra ciudad; uno de los motivos de este hecho es la ausencia o “mala presencia” de medios de comunicación eficaces y sostenibles. Una estación del AVE estratosférica y una red de carreteras y autovías que, exceptuando a Madrid, lejanas quedan del año 2021. Y de puntilla, el cierre del histórico ferrocarril entre Madrid y Valencia, que comunicaba Cuenca con estas dos grandes ciudades. Y es que es cierto que los tiempos cambian…"
Después de esta afirmación se sumerge en exceso dentro de la literatura acuífera y en las sendas literarias del emplazamiento de estas tierras y sus vías de comunicación. Con ello, deja de lado un aspecto trascendental: el discernimiento fehaciente dirigido a asentar las bases para el imprescindible cambio estructural de esta provincia. Me refiero en particular a la mentira política.
Como remarcó Silvia Hinojosa, la desafección hacia la clase política se ha forjado en parte en la creencia de que todos ellos mienten y además con impunidad. Los sondeos recogen desde hace años un nivel alto de desconfianza hacia la política en España que apunta en ese sentido. Pero hay políticos sinceros y farsantes en un porcentaje similar al resto de los ciudadanos, aunque las consecuencias de sus mentiras son mucho mayores. También sus recursos para mentir o, como en los buenos trucos de magia, presentar la realidad de forma distinta a como es. ¿Es eso una mentira?, podemos preguntarnos. En todo caso, no siempre es voluntaria. La distracción es también una técnica de los políticos para que el ciudadano desvíe la atención de lo importante y se fije en un punto de interés alternativo que no compromete el truco. Si sale bien, los suyos le aplauden. Esto es demasiado común en el hábitat más cercano conquense, como nos demuestran dos de los medios digitales de transmisión informativa de nuestra provincia: Enciende Cuenca y Cuenca News.
“No mienten todos los políticos. Los hay que mienten algo y a veces, y otros intentan mucho no mentir. Los que más mienten son los corruptos para intentar tapar sus actos, es evidente y explica un determinado tipo de mentira –apunta el sociólogo y politólogo Robert Fishman, profesor de ambas materias en la Universidad Carlos III de Madrid–. Pero, en términos generales, los políticos españoles se distinguen más por el intento de excluir a otros actores de la esfera de la legitimidad que por mentir. Me preocupa más esa tendencia a excluir, aunque obviamente se miente”.
Los efectos de la mentira en política suelen tener consecuencias en la vida de los ciudadanos y es un factor que influye en el rechazo hacia ese comportamiento, que tiene una dimensión pública. Pero no está claro que a los políticos se les censure por mentir en la misma medida que se hace en el ámbito privado.
“No hay diferencias entre la mentira social y la política. La mentira siempre persigue encubrir algo que está mal o hacer ver que has hecho algo mejor de lo que es –asegura el politólogo Oriol Bartomeus, profesor de Ciencia Política de la Universitat Autònoma de Barcelona–: La diferencia entre una y otra es a cuánta gente mientes. Y también que se considera que en política la mentira es consustancial. Lo vemos en las encuestas, la gente cree que los políticos mienten y en eso tienen ellos una ventaja, que es que de entrada no sorprende”.
Vistas las circunstancias que rodean y determinan la actividad pública en Cuenca y su provincia, mendicante y de muy baja calidad, voy a analizar las patologías políticas de este territorio en el momento presente, que determinan su paralización y falta de dinamismo económico y social. Y voy a hacerlo a través de una serie de artículos que, inicialmente, redacté para la nueva etapa de la revista Los Ojos del Júcar. Sin embargo, observadas por mi parte determinadas disrupciones en ese medio -donde ya publiqué la gacetilla introductoria-, me parece más util presentar dentro de este blog la amplia serie de dejaciones y omisiones de los representantes públicos, la progresiva propagación de conmociones de desazón política difusa en una parte apreciable de la población aquí instalada. Vamos a comenzar.
Ese angustioso sinsabor está siendo invadido por componentes de un resentimiento crítico que se nota especialmente entre las nuevas generaciones que, en proporciones notables, entienden que no van a lograr –no están logrando– los niveles de vida y de bienestar que alcanzaron sus propios padres, debido a la quiebra de los procesos generales de movilidad social ascendente que experimentaron sus mayores desde los inicios de la revolución industrial. Movilidad ascendente que en muchos lugares ayudó a consolidar modelos de sociedad y paradigmas políticos sustentados en una conciencia social mayoritaria de pertenencia a las clases medias y de autoubicaciones políticas en un centrismo un tanto inespecífico; pero claramente anclado en posiciones de moderación y de rechazo no solo de los extremos ideológicos, sino también de las “estridencias” y las “desmesuras” políticas. Algo que se había logrado afianzar en las sociedades "más avanzadas".
No se alcanzan a palpar materialmente -por fortuna- entre la juventud conquense, pero si entablamos una conversación abierta y sincera con ellos, o nos adentramos en sus cuentas de Instagram, Facebook o Twitter, pronto se observa una plétora de disonancias hermanadas a los extremismos políticos que los medios de comunicación y, principalmente, las redes sociales decantan hacia un bipolarismo intransigente. Son ritmos de hostilidad patológicos que eran calificados por los especialistas en Psicología Social y los intérpretes de fenómenos de ese tipo como una parte de eso que los anglosajones llamaban “la franja lunática de la política” (lunatic fringe).
Estimo necesario aclarar y demarcar en este capítulo introductorio los elementos conceptuales más destacados que componen las “patologías de la política”. Así nadie se llamará a engaño en el momento de adjetivar hechos, déficits, senderos o veredas mal encarados o de resultados negativos, causados por los políticos que han detentado el poder en esta provincia tras la renovación democrática traída por la Constitución Española de 1978.
En esta gran barcaza navegan, en términos médicos, las enfermedades de la política; es decir, los achaques o afecciones de la misma. Así lo corroboró Antonio Alarcó (Vid. Antonio Alarcó (2010): Patologías de la política, en diario ABC, 15 de agosto de 2010).
Subraya este cirujano, político y catedrático español, miembro del Partido Popular, que hay personajes dentro de la política que confunden legitimidad con preparación y que creen que los votos obtenidos por el partido son un apoyo directo de los ciudadanos a su persona (es muy relativo). Además, por arte de magia, se convencen de que tienen toda la verdad en sus manos, que han sido tocados por Dios; creen que son invencibles y que sin ellos la sociedad en la que viven no podría salir adelante.
Tienen un concepto mesiánico de la vida y llegan a vanagloriarse de que por las calles les paran hasta las madres que quieren que sus hijos se saquen fotos con ellos (qué tremenda patología) y además te lo cuentan en serio.
En sus delirios, mienten de forma recurrente y acaban creyéndose sus propias mentiras. Esto lo tiene más que demostrado Eulalio López Colliga, con decenas de ejemplos que, con nombres y apellidos viene evidenciando y poniendo contra la pared.
El neurólogo y ex ministro británico de Exteriores David Owen pasó seis años estudiando el cerebro de los líderes de la clase dirigente y los resultados que obtuvo los publicó en 2008 en el libro «En la enfermedad y en el poder». Según su análisis, hay una razón para este comportamiento y la denominó el “síndrome de Hubris”. Para Owen, cuyas conclusiones pueden trasladarse sin ningún problema a la vida pública española, el poder intoxica hasta el punto de afectar a la mente. Por esto hay que hablar y acercarse a tales políticos con las debidas reservas y guardando las distancias precisas para que no nos peguen su propio contagio. Un achaque que es muy común entre los mandamases conquenses, que siguen enredados por la hebra que heredaron de los usos y las formas políticas caciquiles del siglo XIX, y con las que no han sabido cortar, sino que las practican aún, ahora destempladamente bajo la máscara del que se conoce como “clientelismo de partido” (Vid. José Cazorla (1992): “Del clientelismo tradicional al clientelismo de partido: evolución y características”. Working Paper, Barcelona, 1992, 25 pgs.).
Una exagerada confianza en sí mismos, el desprecio continuado de los consejos de quienes les rodean y el alejamiento progresivo de la realidad, son algunos de los síntomas que presentan las personas que padecen este síndrome. Son iluminados y mesiánicos que toman decisiones precipitadas y poco meditadas que, en la mayoría de los casos, perjudican al colectivo.
Si bien es cierto que esta patología no está incluida en los libros de medicina, también lo es el hecho de que, sin mucho esfuerzo, podemos encontrar entre la clase política a personas que reúnen estas características. Los expertos aseguran que este síndrome afecta sobre todo a hombres y a personas con una capacidad intelectual limitada.
Son políticos que, como les dibuja el profesor Alarcó, están arrastrados por la erótica del poder, tienen problemas para vivir sin el placer del mando; sin el poderío de hacer y deshacer a su antojo. Les gusta el poder por el poder y eso lo suelen reflejar en chóferes, guardaespaldas, etc...
Su patología les lleva a ser secuestradores de voluntades. Aunque digan lo contrario, no creen en la lealtad, sino en el servilismo de los suyos, en la devoción al jefe. «Conmigo o contra mí» o «si no te portas bien no eres de nuestro grupo», son frases clásicas de esta minoría de políticos. Sus confabulaciones enredan la organización a la que pertenecen, tienen muy poca valentía para dar la cara y suelen comprar voluntades.
Son capaces de las mayores atrocidades y, generalmente, confunden trabajar con conspirar. Son destructivos y no creativos. No dudan en autoproclamarse permanentemente, aunque la organización no lo haga, y para ello todos los medios son buenos. Introducen a la organización en deudas sin justificar, generalmente gastadas en el autobombo.
Utilizan a los desencantados y los atraen hacia ellos para reforzarse, buscar argumentos y fomentar aún más la desunión. Muchos de ellos padecen también el síndrome de Peter Pan, son inmaduros.
Suelen recurrir al victimismo cuando hablan de ellos. Dicen que son personas sencillas y no es más que una fachada para justificarse, porque sus actos trasmiten todo lo contrario. Hablan de sus orígenes y lo utilizan como un mérito propio. En lugar de dedicar el tiempo a formarse, echan a su familia la culpa de su falta de formación. Confunden la legitimidad democrática y se olvidan de que ésta sólo sirve para mejorar la vida de los ciudadanos.
Últimos comentarios