Edgar Morin terminaba su ensayo sobre la complejidad señalando que “la complejidad nos prepara para vivir lo inesperado, aunque no nos libra de la incertidumbre”. Así lo han constatado los críticos sociales y políticos más lúcidos al referirse a lo que viene pasando en la fenomenología de la pandemia, un suceso mucho más complejo de lo que vemos en las grandes cadenas de noticias en televisión. Huyendo de ella, varios días atrás me acerqué a La Parra de las Vegas, más concretamente a la chopera que heredé de mis padres en la partida de Hoya Honda, en la zona noroccidental del término municipal parreño en la margen izquierda del río
Júcar y muy próximo al puente "nuevo" sobre el río, antes del conocido como "romano", por el que pasaba la calzada romana que unía Valeria con Segóbriga.
Esa chopera está emplazada a unos quinientos metros de la Central Hidroeléctrica de El Castellar. Actualmente está todavía en funcionamiento, y capta el agua directamente del lecho del río mediante un monumental azud que secciona el cauce de parte a
parte de forma diagonal. El caz, semejante en tamaño al río que discurre paralelo por su izquierda, desemboca en el salto. Como muchas de estas pequeñas fábricas de luz, se construyó en las primeras décadas del siglo XX, en concreto en el año 1922.
Habían pasado casi veinticinco años desde la última vez que acudí a ver los chopos al lado de mi padre. ¿Por dejación, desgana, desinterés o inercias? De todo un poco. Y a fé que me arrepentí de no haber acudido antes. ¡Pobres chopos! Ahora viejos e inútiles, me dejaron en la pura perplejidad de las culturas, porque mi vista constató que somos parte de una cultura, pero las culturas no existen como entidades autónomas aisladas. Ahora, como antes, reconocemos que están en continuo cambio e interrelación. No existe el “ciudadano del mundo”. Esta es una ilusión creada por la ilustración y esconde, detrás de su aparente atractivo, una actitud reduccionista. Siempre estamos anclados en una cultura, en un contexto, y desde allí tendemos a mirar lo demás y a los demás. Lo entendí con solo mirar el árbol más viejo de los que ahí habían, y que dejaron con sano juicio los forestales de mantenimiento de la ribera.
Nada más verlo intenté traer a mi desgastada memoria algún pequeño fragmento de los numerosos poemas de afamados autores que dejaron su huella dando loas históricas a estos árboles. No tuve ninguna dificultad. Lo conseguí a través del móvil y uno de sus buscadores, que me puso en manos del "Chopo muerto" de Federico García Lorca:
¡Chopo viejo!
Has caído
en el espejo
del remanso dormido,
abatiendo tu frente
ante el Poniente.
No fue el vendaval ronco
el que rompió tu tronco,
ni fue el hachazo grave
del leñador, que sabe
has de volver
a nacer.
Fue tu espíritu fuerte
el que llamó a la muerte,
al hallarse sin nidos, olvidado
de los chopos infantes del prado.
Fue que estabas sediento
de pensamiento,
y tu enorme cabeza centenaria,
solitaria,
escuchaba los lejanos
cantos de tus hermanos.
En tu cuerpo guardabas
las lavas
de tu pasión,
y en tu corazón,
el semen sin futuro de Pegaso.
La terrible simiente
de un amor inocente
por el sol de ocaso.
¡Qué amargura tan honda
para el paisaje,
el héroe de la fronda
sin ramaje!
Ya no serás la cuna
de la luna,
ni la mágica risa
de la brisa,
ni el bastón de un lucero
caballero.
No tornará la primavera
de tu vida,
ni verás la sementera
florecida.
Serás nidal de ranas
y de hormigas.
Tendrás por verdes canas
las ortigas,
y un día la corriente
llevará tu corteza
con tristeza.
¡Chopo viejo!
Has caído
en el espejo
del remanso dormido.
Yo te vi descender
en el atardecer
y escribo tu elegía,
que es la mía.
Miré otra vez al puente, cogí el coche y regresé a Cuenca en paz.
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