Las entrañables e imperecederas memorias de mi padre se abren con la siguiente cita de Rabindranath Tagore, Premio Nobel de Literatura en 1913:
Quisiera que mis pensamientos
volviesen a ti,
cuando yo
me haya ido,
como ese refulgor
del sol poniente
en las orillas
del estrellado
silencio.
Y a fe que así ha sido. Escritas esas crónicas de mi progenitor con una perspectiva costumbrista muy laudable -dado el lugar donde nació y determinó la complacencia de su vida hasta su emigración del pueblo en 1957-, están repletas de una inusual objetividad, cosa poco común para ostentar la condición de simple burócrata, que determinó toda su existencia. En la página 11 dice lo siguiente: "Llegamos al año 1.935 [o sea, cuando él contaba con 14 años] y debido a una epidemia que sufrió el pueblo fallecieron varios jóvenes. Entre ellos, uno que se llamaba Victoriano Collado, que era mayoral e iba con la ovejas de Felipe Martínez Serrano (`Triunfa´). Entonces Cayo Collado Fernández, que era el pastor del vacio [así lo escribe la memoria], tuvo que hacerse cargo de las ovejas (que las encerraban en la tinada llamada de los Enebrales), y para sustituirle en el vacio nombró pastor a Julián Martínez Martínez (alias `Genarete´), con el cual fui solo de zagal desde el 1º de abril al 1.º de julio de 1935. En dicha fecha se juntaron las ovejas y el vacio hasta el día 5 de agosto, en que se entró en la rastrojera; durante dicho plazo no se pudieron encerrar, debido al mucho ganado que llevábamos, unas 780 cabezas."
Ese episodio ha imbuido sutilmente el final del capítulo 8 de la novela El artista de Valdeganga -mi principal dedicación en estos momento-, que termina como transcribo a continuación.
A Francisco, por su propia posición social, le gustaba estar enterado de lo que se cocía en la avanzadilla del poder local parreño, y, por la edad de sus hijos, seguía a corta distancia el desarrollo de la enseñanza en la Segunda República. Sus vástagos estaban terminando el bachillerato y no tenían problemas en el aprendizaje, pero le causaba cierta desazón la discontinuidad de la política educativa republicana. Desconfiaba instintivamente del Plan de estudios de bachillerato aprobado en 1934.
-Siete cursos son muchos. ¿Qué opinas tú, Juan?
-Ya veremos, a mí los dos ciclos me parece que están bien diseñados, son bastante completos y se orientan positivamente. Siempre que se sepan interpretar bien los dos cortes de los exámenes, el de conjunto en 5º, y la reválida en 7º. Esto encierra dificultades, que el Ministerio puede y debe superar. Vamos a esperar.
-Lo que parece que ya está hecho es el nombramiento de la nueva maestra de El Parral, porque falta hacía. Para la designación no me han consultado en Cuenca -dijo quejumbroso Marcelino.
-¿Es que tenía que hacerlo el delegado provincial? -replicó Elías.
-Hombre, siempre viene bien para palpar si un funcionario va a aterrizar con buen pie en un sitio -respondió Cientierras desde su montículo clientelista.
Javier Belinchón rompió una lanza a favor de Sarmiento Rincón.
-No os quejéis, que os habéis llevado a la intemerata, la joya de la corona de las maestras. Es inteligente, cariñosa, culta, generosa. Y, además, con una vocación ejemplar. En Olivares, por lo que me han dicho, sienten inmensamente su marcha.
-Lumbre de llama, calienta el cuerpo y calienta el alma. -Pregonó Juan, al calibrar en los rostros de los novios y de Lupo un desinterés progresivo-: Os noto un poco molidos. ¿Nos invitas Gabriel a un vino en tu bodega mañana por la tarde? De paso nos enseñas lo que lleváis hecho.
-Encantado. Me sentiría muy honrado. Que vengan también tus padres, Clarisse y Paula, porque me habéis ayudado muchísimo toda vuestra familia, Samuel, sin la que no hubiera sido fácil levantar cabeza.
Dejó ruborizado al artista, que, antes de partir hacia Levante, terminó Amanecer entre tormentas y se lo regaló a la esposa de Gabriel en correspondencia. Fueron varias jornadas que cerraron aquella especie de fábula vivida en los últimos dos meses por los Eskenasy. Una alegoría que enjaezó sus vidas, transformó sus costumbres y dejó atrás finalmente el pretérito con el provisorio cumplido en Valdeganga. Corto periplo en el que Esther abandonó su depresión. Motivo por el cual, en prueba de gratitud al doctor Galo, media hora antes de marcharse de los baños, pasó junto a su esposo al despacho del médico para decirle:
-Nos vamos. Su milagroso tratamiento me ha dejado totalmente recuperada. Nos hemos enterado de que es usted un amante de la música clásica y de la ópera. Y, como reconocimiento, hemos encargado la compra de estas entradas para el Teatro Real de Madrid en el mes de octubre. ¡Que disfrute de esas sesiones!
-Y hasta el verano que viene -se despidió Mathias.
-Aquí estaremos -terminó Don Galo.
Últimos comentarios