Lo que empezó como simple arlequinada de un escritor parreño, más o menos acreditado, entre barrunto y atisbo resulta que va avanzando, y, recubierta de melancolías, me resulta difícil dejarla. Por eso ayer, mientras escribía una colaboración digital, traspasó mis filtros de documentación la noticia -acompañada de seres desaparecidos, como la foto de mi prima Margarita fallecida años ha, pero que dejaron su huella en la historia de nuestro pueblo- de que no habría fiestas del Cristo en agosto (habemus Covid-19). Y este aviso me sacó de una fecha muy lejana: julio de 1935. Estoy escribiendo un capítulo de la novela que debo entregar a mi editorial antes de que finalice este aciago año de 2020, lleva por título El artista de Valdeganga. La acción discurre a unos kilómetros de La Parra de las Vegas, en los hoy desaparecidos Baños de de ese añejo balneario.
En la novela La Parra se convierte en "El Parral de la Vega", en ella sus personajes son ficticios, aunque cercanos y revividos. Y, para aportar algo con el fin de que el borboteo veraniego no desaparezca tampoco en el pueblo durante las próximas jornadas, he sacado de la narrativa unas páginas que no son leyenda, sino trasunto literario de una escena romántica desarrollada bajo el puente de El Castellar una tarde del mes de julio del año anterior a la Guerra Civil. Queridos jovenes de ascendencia parreña, podéis acompañar la lectura con la canción de Joaquín Sabina "Y Nos Dieron las Diez" (ver vídeo aquí), os llegará la declaración al alma. Transcribo lo escrito:
... Sus respectivas percepciones se amasaban todavía en el fornido idealismo juvenil, sin afianzadas experiencias personales y expectantes a cuanto el paso del tiempo fuera dando a la creación de las personalidades de cada uno de ellos.
Quedaron, no obstante, para el recuerdo de esa noche disfrutada en los baños de Valdeganga tres fotos realizadas por Pedro, que les hizo llegar a todos los reunidos al cabo de un par de semanas, sin dilación, después de revelar el carrete. Las tituló “Azar y destino”, con la numeración de las secuencias.
Teresa y Samuel, que se estuvieron viendo todas las tardes a partir de la tertulia, permanecieron mudos un rato al ver esas instantáneas.
-¿Qué te parecen? -preguntó él.
-Preciosas -elogió ella-. ¡Qué noche más ideal!
-Yo no creía en el amor platónico, hasta ese momento. Bastaron dos horas a tu lado para que cambiase de opinión. Me queda un año para acabar la carrera. ¿Sabes lo que he pensado? Pues terminarla en la Universidad de Valencia, para estar todo el curso junto a ti. No creo que haya ningún impedimento administrativo.
-Nuestro amor no puede quedar dormido, sino incrementado. Lo hablaré con mi padre, y seguro que conoce los trámites y pasos a seguir. Tus padres, ¿pondrán algún obstáculo?
-Creo que no. Ellos desean lo mejor para mí en todos los órdenes. Y tú les caes muy bien.
-La religión podría ser un inconveniente…
-Ninguno. Tus padres son unos liberales avanzados, a los que las vallas religiosas, por lo que me has contado, no les suponen ningún freno. Y los míos poseen una bondadosa cultura y una capacidad descomunal de adaptación a las circunstancias. Solos no van a quedarse tampoco, ya que Clarisse los cuidará con todo esmero, como ella sabe hacerlo.
-Lo importante es que el placer de habernos conocido no termine jamás y nos ayude a superar cuantos obstáculos se presenten.
-Prométeme ahora que nunca te arrepentirás del paso que hemos dado -Samuel alargó la mano para apartar el pelo de los ojos de Teresa y le dio un beso espacioso, repleto de sensualidad.
-Vamos a sellar nuestro compromiso con el destino.
Lanzaron a las aguas del río Júcar dos anillos, agarrados entre sí por un fuerte broche. Quedaron relajados por el silencio, jurándose placer y fidelidad. Las conversaciones de esas tardes precedentes le ayudaron a Teresa a descubrir las mitzvot, los preceptos bíblicos de la Torá, y, con estos, sintió que su vida había cobrado peso, propósito y dirección. Cogida a Samuel, sin pestañear, miraron los dos como sus anillos iban bajando hasta el fondo de las aguas y, nada más desaparecer de su vista, le dijo:
-Los placeres materiales son gratos e importantes, pero no se pueden comparar con las delicias grandiosas del amor y de tener una vida con sentido.
En ese instante apretó suavemente la mano de la amada en su pecho.
-Es una lástima que mi primo Pedro no esté con su máquina fotográfica aquí, junto a nosotros, para hacer inextinguible este soplo tan benigno.
-Podrías hacer tu tercer cuadro de este verano en los Baños de Valdeganga. El sitio y tú acabáis de darme la idea: La vida con sentido. Una alabanza del deleite sentimental, que no desdibuje nunca la realidad de dos seres, tú y yo, y este lugar.
El arte, lo mismo que la literatura, posee la destreza de convertir lo periférico en central, que era lo que quisieron preservar al arrojar sus argollas a la corriente.
-Así lo reflejaré en ese lienzo -respondió Samuel, que empezó a imaginar un paisaje bello y suntuoso-. Tiene que evocar un momento trascendente del ayer en el devenir del tiempo. Símbolo de la apacible nostalgia.
Asomaba la intención cierto aire de candorosa materialización de sus respectivos deseos. Una ocurrencia íntima y original dispuesta en ambas conciencias con el único propósito de festejar la certeza de su seria relación en un lugar retirado, cuando la claridad del día se iba evadiendo y apremiaba el regreso al balneario. Aceleraron el paso y sólo se detuvieron a beber en una pequeña fuente, desde la que se veía ya la hospedería.
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