¡Helos ahí! ¡Igual que siempre!: Paseando el Pendón. Y es que la historia en Cuenca no es que se repita, sino que se reitera. Esté quién esté y tenga el bastón de mando el que sea. Lamentablemente así lo sufrimos, pero nadie pone remedio.
Así me expreso, con desánimo y aflicción, tras haber dado la despedida hoy a un conquense que nos deja, Antonio Fernández Chillarón, publicista de buena marca que deja esta ciudad y se marcha a otra que le ofrece un trabajo que aquí no encuentra.
Durante el ágape preguntado uno de los asistentes -poseedor de información cercana al consistorio- afirma muy rotundo: "Nada, esto no ha cambiado nada... Todo sigue igual. Primero porque no hay un duro, y después porque los usos de ausencia de gobernanza son idénticos a los del pasado". A lo cual le responde otro de los concurrentes: "Está visto. Nada más toman posesión se olvidan de que son `representantes´ y no porteadores de dominio, poder o imperio. En la ciudadanía no piensan, se encaraman a sueldo y dietas".
Al escuchar esto, he recordado cuanto escribí en el libro "Contexto Sociopolítico y Progreso de Cuenca" (publicado en 2009 por la Editorial Alfonsípolis). Concretamente los muchos argumentos contenidos en el Capítulo 4º, "Metamorfosis de Cuenca". Se inicia este con un análisis sobre las "Hipotecas del desgobierno del alcalde Cenzano"; continúa con el apartado dedicado a los "Cortos, secos y estériles presupuestos para Cuenca y caciquismo brumoso"; habla en otro de los "Proyectos de honradez sin tacha y máxima eficacia", y se cierra con la petición de una "Atención de la creciente emergencia de las posiciones `sostenibilistas´ y freno de la partitocracia". 25 páginas donde, si se hubiese seguido el guión, seguro que ahora Cuenca no habría perdido 10 años irresponsablemente. Por más que la cosa, como puede deducirse, arranca de mucho más atrás. Y por eso voy a dedicar un espacio a traer ante ustedes un artículo que forma parte ya de la historia de Cuenca. Lo escribí el 13 de septiembre de 2002. Se publicó en papel -ahora no puedo recordar el medio de comunicación que lo hizo, porque estoy todavía disfrutando de esta largo veranillo en mi casa de Chillarón, y aquí no dispongo los recortes de prensa disponibles, pero en las hemerotecas se halla-. Lean y sientan vergüenza ajena (y propia en lo que corresponda).
DESIGUALDAD URBANA E INVERSIONES EN CUENCA
La desautorización pública del Alcalde Cenzano a su concejal de Urbanismo
Pudimos leer el martes pasado en la prensa local conquense un compromiso directo y un apoyo explícito del alcalde Mtnez. Cenzano hacia “un grupo de inversores no de Cuenca”, de cara a ubicar un hotel de cinco estrellas en el PERI-2 del Júcar, en la zona a la que definió como “monte de gorrinería”. Acompañaba ahí el primer edil sus palabras recalcando que se haría con un estudio meticuloso, en un envite impávido por el porvenir de Cuenca, sin que se fueran “a bajar los pantalones hasta que se nos vean las vergüenzas”; puesto que “el alcalde apuesta decididamente por esta iniciativa”, estimando que son “perfectamente compatibles: la defensa del interés urbanístico general con la defensa del interés particular de una empresa que quiere venir a Cuenca para invertir más de 1.500 millones de pesetas y hacer un hotel de lujo”.
En medio de mi asombro, ganado por la sensatez, empiezo a recapacitar
Y, al cabo de unas horas, compruebo que estas afirmaciones determinaron entre muchos conquenses –así pude sondearlo- este interrogante: ¿Políticamente hablando, no se da cuenta el alcalde que `las vergüenzas´, en efecto, le han quedado al aire? Sí, porque ante él, la concejal de Urbanismo, Elena Carrasco, señala que “se trata de un proyecto que ha sido presentado en el Ayuntamiento, aunque aún no lo ha estudiado”. Entonces el alcalde interrumpe, y desautoriza plenamente a su concejal: “¡Esto es lo que dice la concejal de Urbanismo porque lo que dice el alcalde es que está apoyando este proyecto, que arranca con el apoyo explícito del alcalde!” El cual, asumiendo el proyecto como algo personal, repara que dejaría de ser él “si por una crítica o un mal titular” se arrugara “ante lo que considero que es evidentemente una apuesta decidida por el futuro de Cuenca”, fomentando la “gestión de reuniones de ejecutivos y convenciones”.
Esta determinación tiene, técnicamente, unas implicaciones de notable calado para la mayoría de vecinos de la ciudad. ¿Positivas o negativas? De ambos géneros. Negativo resulta, primero, que el alcalde, que se viene presentando a las elecciones bajo la cohorte socialista, incurra en refutaciones y paradojas que son el vivo reflejo de la desigualdad y de la injusticia social. Me basta con remitir al lector a algunos breves estudios de desigualdad urbana y poniendo a disposición de los interesados diversos links a sitios sobre Urbanismo, Ordenación del Territorio y Medio Ambiente, desde la dirección http://habitat.aq.upm.es/due/a1.html.
Tampoco da una positiva impresión que hable de “monte de gorrinería”, porque ¿es consciente de que en la llegada a este estado degradante él tiene una parte importante de responsabilidad por la dejación directa de las funciones que debería haber asumido, y, sin embargo, lo único que ha realizado es un abandono o deserción de ellas? Hasta permitir la perpetración de esos terrenos de suciedad en el municipio donde es la máxima autoridad local.
En tercer lugar, resulta nocivo el predeterminismo del alcalde porque con su apresurado dictamen, como nos demuestra el estudio sobre el urbanismo y la desigualdad social de D. Harvey, no trata el señor Cenzano la desigualdad como una cuestión de justicia redistributiva, planteando la incongruencia de que puede separarse de los sistemas de producción y de mercado, y esto es falso, ya que las ciencias económicas y sociales verifican que deben contemplarse conjuntamente. Cuando se establecen criterios sobre las formas de producción y de distribución de distintos bienes y servicios, se están condicionando los resultados en la distribución de la riqueza, y en la calidad, alcance y efectividad de los servicios. Las relaciones sociales están en el origen de la desigualdad. Y la “pre-postura” del alcalde en ese proyecto –que, confirma la concejal, ni ha leído- debe ponernos a los ciudadanos de Cuenca en una actitud de reserva previa frente a él, porque su explicación a los medios de comunicación está llena de oscuridades y, sobre todo, políticamente deja a la concejal de Urbanismo de su Ayuntamiento en lo que la esfera pública de Wildavsky tachaba de clientes opacos, el nivel más ínfimo que Dente y Jones cuestionaban en la gestión administrativa y de políticas públicas. ¡Pobre concejal! Si en lugar de ser una “barbie” fuera una actriz política principal, lo primero que debería hacer es verter a este hombre el propio cargo. Ella no está ahí de “prestada”, como ha resultado a la vista de los periodistas, puesto que, como cargo democrático representativo, jamás queda sometida a ninguna precarización decisional del poder público mediatizado jerárquicamente. Por favor, señor alcalde, lea un poco de Teoría Política analítica, y en concreto la obra del profesor Ferran Requejo Coll Las democracias.
Aprendí junto a Jaime Jiménez, portavoz del PSOE precisamente en mi dura etapa de concejal único del CDS ahí, que nunca puede haber una gestión política “limpia” y dirigida a “toda la población” si falta su principal instrumento: un presupuesto repleto de capítulos bien estructurados y convenientemente programados para una política “intersticial” directa y compacta. Y, queridos conquenses, esta capital operación es injustamente la que no nos viene dando ni un segundo el alcalde Cenzano desde que se apoltronó en el cargo a comienzo de los años noventa. Cuenca tendrá un presupuesto municipal en regla en el momento que este hombre se convenza de que está muy necesitado de un cambio de personas y de una mejora esencial en su equipo político, lleno ahora de “gente prestada” ex profeso para que no le hagan sombra, a tono con la metódica del “bonismo”. Frente a la estrategia cenzanista, en la otra banda, la dirección hacia la que llevan los nuevos tiempos en el tablero político es a disponer grandes partidas con unos peones firmes que sepan asumir sus responsabilidades con capacidad delegada y apta para desarrollar una administración municipal eficiente y de amplia prospectiva, independiente de los protagonismos (discursivo-fotográficos en el caso conquense) que el alcalde quiera concederse.
Lo que se lleva dentro
La apreciación expuesta al comienzo respecto a la defensa –sin estudio ni conocimiento pormenorizado, como exhibe ante su concejal- que Cenzano hace alrededor de la implantación de un gran hotel, aparte de desenfocada, en cuarto lugar, exterioriza el corto nivel de maniobra que rodea la actividad potencial de este corregidor de partido. Al contrario de lo que le sucedió a Julián Marías, que fue senador por designación real, entre mediados de 1977 y finales de 1978, este alcalde no ha aprendido algo que en el fondo debía saber desde el inicio de su dedicación a la política. El señor Martínez Cenzano continúa sin localizar en la vida colectiva y concretamente en la política eso que dicho filósofo tachaba de fundamental: “la mayor importancia de lo que se intenta, propone, respecto de lo que se consigue y realiza”. Si hiciéramos un fascículo del recorrido en prensa desplegado por el alcalde de Cuenca, divisaríamos verdaderamente la cantidad de cosas ni conseguidas ni realizadas por este hombre, que ha llegado a hacer el ridículo en casos patéticos, como el que cuento en un libro respecto a su fotografía de petición del AVE por Cuenca tras el aturdimiento que sufrió su partido con la derrota en las elecciones generales del 2000.
Pues bien, como destaca J. Marías, en la actividad política es más revelador e importante lo que hay que retener, lo que permite juzgar con acierto la significación de la fracción mayoritaria de la sociedad: “Habría que medir el volumen y sentido de las decepciones que ha tenido una parte considerable de la sociedad por no haber hecho caso de lo que se podía descubrir en las propuestas no realizadas, pero manifiestas, que eran lo que un grupo más o menos numeroso llevaba dentro, lo que verdaderamente deseaba, su significación profunda, que se descubría plenamente con la realización posterior”.
Esta evidencia, que la mayoría poseemos en la consideración, primariamente filosófica, de la estructura de la vida humana, suele ser desatendida en su dimensión colectiva de carácter estricto, por ejemplo política; aunque se nos descubre al asistir, como espectadores, a las pugnas entre partidos o grupos ideológicos, a la convivencia de diversos intereses, a las concepciones, presuntamente racionales, de lo que se llaman “ideologías”, pese a que tal vez las ideas tienen una parte muy circunscrita en ellas.
Comparto el interés de Julián Marías por medir la proporción de decepciones de la sociedad al comparar las expectativas con la supuesta realización de ellas. No es fácil calcular el número real y la significación de ellas, porque ahí interviene otra magnitud decisiva: la tenacidad con que el hombre adhiere a las tomas de posición de presunta justificación ideológica. Una vez tomada una posición que se reputa racional, cuesta gran esfuerzo la rectificación, porque representa el reconocimiento de un error, no sólo personal, sino la descalificación de una tesis a la cual se ha adherido, no como a una idea sujeta a crítica y examen, sino como a una creencia que se ha hecho propia por motivos que poco o nada tienen que ver con la inteligencia y la razón. Y este es el caso acontecido con Cenzano respecto al hotel de lujo. Peripecia amenazada por lo que llama J. Marías «fragilidad de la evidencia», el hecho notorio de que ésta, aun lograda, no resiste a las presiones del hábito, la reiteración de las viejas creencias, la inercia histórica y social, la persistencia de antiguas devociones, de adscripción a tesis a las que se atribuyó con poco fundamento una validez que ha sido desmentida por los hechos, por el curso de la historia o por un ejercicio más riguroso de la razón.
Por descontado que, sin embargo, no es fácil acertar. El criterio más seguro es fijar la atención en el núcleo decisivo, aquello que es el más profundo origen de ese difícil y problemático acierto: la fidelidad a la verdad o la predilección por el error. Para quienes guiamos algunas apófisis de nuestra meditación con argumentos de Ortega y Gasset o de Julián Marías –junto a muchísimos otros que dan solidez a nuestro conocimiento a base de su lectura- creemos que lo que decide es la verdad o la fórmula personal del error, es decir, la mentira, el error elegido. “Si se mira bien, si se tiene presente lo que se lleva dentro, aquello a que se orienta la persona, se descubre sin temor a equivocarse lo que se puede esperar”, tiene dicho J. Marías, que añade a continuación: “Solamente he errado al juzgar a mis prójimos o a sus agrupaciones colectivas cuando no he tomado en serio lo que proponían, es decir, lo que realmente deseaban, aquello que verdaderamente ofrecían, en que profundamente consistían”.
Esta perspectiva, que se nutre de una radical adscripción a la verdad, es el único método que se conoce para lograr una orientación que no sea desmentida por la realidad misma, que es inexorable. De ahí la persuasión de Julián Marías de que “sólo las raíces morales de la inteligencia garantizan el recto funcionamiento de ésta”.
Este último hecho, a tenor de nuestra larga reflexión, es el que puede cubrirnos de dudas en cuanto a las intenciones de un alcalde que no tiene nada claro cuáles, cuántas, cómo y cuándo deben cundir las inversiones realizadas en Cuenca. Móviles todavía menos explícitos en el área de urbanismo.
La privatización de la socialdemocracia
En síntesis, podemos decir con el profesor José Vidal Beneyto, que casi desde sus inicios el antagonismo entre izquierda y derecha se apoya en la distinta consideración de las relaciones entre capitalismo y democracia. Si para los conservadores y los liberales las libertades políticas son indisociables de la libertad económica propia del sistema capitalista, para las opciones de progreso la acumulación de capital que es la razón de ser del capitalismo conlleva la concentración de la riqueza y del poder en unas pocas manos, lo que es incompatible con la satisfacción de la mayoría y hace imposible su aceptación por los ciudadanos. Acumulación capitalista y legitimidad democrática son por ello inconciliables. Socialismo y comunismo, anclados en el marxismo, postulan la sustitución radical del capitalismo por un nuevo orden social, mientras que la socialdemocracia aspira a su transformación mediante una acción redistributiva y una política solidaria ejercidas desde y por el Estado.
La fuerte expansión económica, que tiene lugar después de la Segunda Guerra Mundial y que se prolonga durante más de 25 años, permite una alta retribución del capital simultánea del pleno empleo y de un sostenido aumento de salarios, lo que dota a la socialdemocracia y a su más conocido producto -el Estado de bienestar- de una notable capacidad de atracción. Pero, en la década de los setenta, la crisis económica y el paro que la acompaña cuestionan el pacto Estado-capital-trabajo y problematizan la legitimidad del sistema. Touraine, en 1980, nos anuncia que el socialismo ha muerto y Dahrendorf, ese mismo año, sentencia la socialdemocracia. El manifiesto Europa: la tercera vía, el nuevo centro que Blair y Schröder lanzan el 8 de junio de 1999 es el punto final de este proceso. Meta de llegada que nos devuelve, casi sin añadidos, a la posicion de la derecha civilizada europea, que desde Ludwig Erhard y su economía social de mercado, pasando por Giscard d'Estaing y Helmut Kohl, ha venido revindicando el apelativo de centro e impuesto sus grandes temas, según explica Vidal Beneyto en Le Monde Diplomatique de julio de 1999.
Entonces, lo más sorprendente de este cambio de contenido y de propuestas, por lo demás absolutamente legitimo, no es la incoherencia o el cinismo de seguir pretendiéndose socialdemócrata sino la endeblez de sus soportes teóricos y la inconsistencia de su desarrollo. De esto es de lo que podemos acusar a Cenzano, adscrito en los hechos a un modelo que se nos propone y que no puede decirse ni nuevo ni socialdemócrata. A no ser que hablemos –y aquí es donde patina nuestro alcalde de medio a medio- de una socialdemocracia para uso de liberales, de una socialdemocracia privatizada.
Aquí situados, recalamos en la desconfianza. No se trata de hacer un hit-parade de la corrupción, sino de situar a este fenómeno, que la nadería política ha convertido en el eje del debate democrático, en la desconfianza entre la Administración y la ciudadanía, como señaló Josep Ramoneda. El policía, el juez, el inspector de Hacienda y el propio político son figuras externas, a las que nos aproximamos con la desconfianza que inspira el poder cuando resulta ajeno. La actuación represiva del Estado concierne fundamentalmente a la libertad y a la propiedad. O por lo menos así lo consideran los ciudadanos. Por eso se equivocó Borrell (y con él los justicieros que han estado en apuros) pretendiendo, con agresivas y moralizantes campañas, que los ciudadanos pagaran no sólo por obligación sino por virtud. En una sociedad democrática es exigible que los ciudadanos cumplan la ley. Pero tienen todo el derecho a hacerlo contra su voluntad y con perfecta desgana. La ciudadanía, que es permisiva con los abusos policiales contra la delincuencia, es exigente cuando se descubre que los que deberían protegerles se han aprovechado para enriquecerse y por esto la ciudadanía es especialmente reactiva cuando le tocan los dineros.
Es bueno que los ciudadanos crezcan en escepticismo. Pero la desconfianza llevada a sus últimas consecuencias, como argumenta Ramoneda, conduce a un estado precrítico. Mientras, para que las instituciones funcionen la crítica es imprescindible y la crítica requiere de una mínima base de complicidad, siendo los casos como el de Cenzano frente a su concejala de Urbanismo los que la destruyen.
La valoración técnica nos conduce a otro punto de censura, que es el de haber presentado el Ayuntamiento de Cuenca una ejecutoria reprobable en las cifras de ejecución presupuestaria durante la última década. El control del déficit en el conjunto de España depende en demasía del aumento de los ingresos fiscales, reflejo del crecimiento económico a tasas superiores al 3%; mientras, el control del gasto de la Corporación capitalina se ha ido relajando en el último quinquenio, hasta el punto de haber aumentado a porcentajes insostenibles, que ni el alcalde ni su Intervención nos dan de un modo creíble, conectado en exceso a las caprichosas “dobles contabilidades”. Con las cautelas con que hay que tomar este tipo de cálculos, siempre problemáticos, el déficit estructural del Presupuesto municipal de Cuenca aparece por encima del 3%. Lo cual significa que el déficit público supera holgadamente las exigencias del criterio europeo de estabilidad. Por tanto, sin esta última, una concesión político-económica como la del hotel de lujo nunca puede ser enclavada como inversión institucional, sino como palanca de beneficios para una empresa privada, no municipal, por supuesto.
Más claramente, el control del gasto público en eñ Ayuntamiento de Cuenca, que es la pieza fundamental de una política de ajuste, suele estar basado en la rebaja de los intereses de la deuda por el descenso de los tipos de interés, en el férreo control de los sueldos de los funcionarios y ¡en un recorte masivo e indiscriminado de la inversión pública! La política de Cenzano, se abstiene de equilibrios que permitan salvaguardar el papel del Municipio en la formación del capital público, por lo que tendrá siempre efectos negativos sobre las infraestructuras sociales de la capital. Aunque ahora, por la bandeja subvencionadora de la Junta de Comunidades –dispuesta a “retratarse” con munícipes socialistas- no se perciban los efectos dañosos. Estos vienen cuando se cierra la fuente de recursos, que puede producirse en cualquier momento; bien tras unas elecciones, con la simple modificación de un cargo toledano o a través del cambio de programas estructurales. Las cifras no lo son todo. A veces, como en este caso, ocultan decisiones discutibles que los contribuyentes pagarán caro en el futuro.
El Gobierno municipal presidido por el señor Mtnez. Cenzano, por tanto, emborrona el lustre de otros indicadores, nunca refulgentes por el desajuste tosco e invertebrado, y, sobre todo, por el oscurantismo informativo de su gestión presupuestaria; una opacidad que contrasta con las abundantes explicaciones sobre la firma de convenios insulsos junto a compadres socialistas de la Junta, como queda cansinamente demostrado en las intempestivas apariciones con las que agota a los lectores de El Día de Cuenca. Lo duro en este caso está también en que este diario no cambie de dirección, ni imprima nuevos aires, más acordes con los tiempos de la Sociedad de la Información, a sus contenidos.
De progresismo, Cenzano, nada
Todo el mundo reclama para sí no sólo la condición de progresista sino también la representación del progresismo. Y nuestro alcalde no puede ser menos. Se ve más claramente en los momentos que despunta la llegada de la estación electoral, instantes en los que considerarse progresista es fundamento indispensable para captar votos o para no perderlos. Para Walter Benjamin el progreso era un huracán que procedía del paraíso y que nos alejaba de él: el sendero que nos separa de la tierra prometida, eso que llamamos Historia, es una sucesión de ruinas y cementerios, una catástrofe única que se nos manifiesta como una cadena de datos. Es imposible aprender de esa cadena. Quienes confían en la bondad última de las catástrofes, pues sirven al menos para que el hombre aprenda a no repetirlas, se embaucan por fe o ignorancia. Y esto último es lo que ha hecho nuestro alcalde ante el hotel de lujo.
De ahí que si progresar es sinónimo de mejorar, se convierte en prueba irrefutable de que la trampa hizo fortuna calando en el lenguaje común. En realidad, progresar significa no estar contento nunca con lo que tenemos y tirar hacia delante por ver si alcanzamos un lugar que, asistamos a la Historia, no tiene por qué ser mejor que si retornamos. Es evidente que resulta sencillo entender que nuestros políticos no se atrevan a reconocer que lo que nos conviene es dar unos pasos atrás, porque eso significaría discernir que los de su clase nos timaron.
Si no hay que mezclar churras con merinas, terminaré diciendo –por hoy- que la planificación urbanística transciende de las actividades técnicas de Arquitectos e Ingenieros urbanistas y de las apreciaciones más o menos atrevidas de sociólogos, políticos, e incluso filósofos (recordemos cómo Ortega describía la ciudad andaluza o castellana como una escultura compacta; frente a la ciudad cántabra que es más bien una urbe centrifugada, donde cada edificio ha sido lanzado hacia los campos). Por esto mismo es inadmisible también la compostura de Cenzano respecto al gran hotel. Este alcalde, si sus palabras no engañan –y son tan evidentes que así parece-, quiere trascender al plan de ordenación urbana. Y tendrá que tener en cuenta variadas técnicas: industriales, arquitectónicas, agrarias, forestales, ambientales, sanitarias, jurídicas, etc...
Sólo de esta combinación podrá surgir esa adecuada política de ordenación territorial que urgentemente pedimos en Cuenca, y que también tendrá que encontrar su adecuación al planteamiento sociológico, histórico, artístico, etc... En este sentido, cara al diseño de nuestro modelo urbano, Cenzano o el que le suceda no puede olvidar que el urbanismo, la urbe, no es solamente un producto de un conjunto de disposiciones legislativas. Tiene que ser la búsqueda de un equilibrio de la dinámica de la polis, de la ciudad, lo cual dependerá de factores geográficos, sociológicos, políticos, económicos, ambientales, culturales, mercantiles, etc... Así, desde el Medievo, han venido distinguiéndose ciudades con diferentes funciones: a) función militar (ciudades fronterizas: Badajoz); b) función política (ciudades como Madrid, Valladolid); c) función religiosa (ciudades santuario: Ávila); d) función intelectual (ciudades universitarias: Salamanca); e) función económica (ciudades mercado: Sevilla).
La moderna sociología urbanística describe así los tipos de ciudades: en EE.UU. se presenta a Chicago como una ciudad de transportes y de negocios, a Pittsburgo, como una población fundamentalmente industrial, a Washington, como una capital política o gubernativa, a Nueva York, como el principal núcleo urbano, financiero y comercial; a Atlantic City como una ciudad de descanso, ocio y reposo. De este modo influyen todos estos variados factores en el ámbito de la planificación urbanística y la ordenación moderna del suelo y del territorio.
En España, el planeamiento urbanístico de los años 1960 y 1970 se centró en dos problemas fundamentales, de una parte, la denominada ordenación urbanística del territorio; y de otro, la fijación de los límites y del contenido y alcance mínimo del propio planeamiento urbanístico, ligado siempre a una legislación general, dependiente de los desarrollos concretos de las líneas de actuación de los planes específicos y concretos municipales, comarcales y provinciales, que atendieron siempre a los casos específicos. Esto fue provocando la creación de fenómenos de desconcentración y descongestión de los grandes núcleos urbanos, por razones de índole industrial (polígonos industriales), geográficos, sociológicos, ambientales, etc...; con la creación de complejos urbanísticos, atendiendo a la conservación del paisaje, de los elementos arquitectónicos típicos, culturales, relevantes históricamente, medioambientales (zonas ajardinadas, parques públicos, etc.). Todo ello ligado al régimen jurídico de la propiedad y al sistema jurídico previsto para el tráfico de los bienes inmuebles, su protección y sus restricciones.
Por tanto, cuando el alcalde ha hablado de estudios y más estudios, los ciudadanos libres le recordamos que le resultará muy útil a él y a su equipo también reflexionar sobre los intereses dignos de protección en el tráfico urbanístico, los denominados volúmenes de edificabilidad del suelo, la regulación de las denominadas zonas verdes, la divisibilidad de aprovechamientos y funciones del dominio, la valoración del suelo y de las edificaciones, etc... En este sentido tenemos una bibliografía clásica en la civilística y en los tratadistas de Derecho administrativo, a los que debía haber acudido el señor Cenzano, por lo menos antes de cocear a su concejala de Urbanismo. La ciudad es, sobre todo, contacto, regulación, intercambio y comunicación. Ésta es la base epistemológica sobre la que se sostienen, después, el resto de los componentes que acaban por constituirla. La estructura, la forma de producir la ciudad, el paisaje urbano, su monumentalidad, la movilidad, incluso el mercado..., son aspectos secundarios o parciales en relación con aquello que es esencial de la ciudad, que es la interacción entre los ciudadanos y sus actividades e instituciones. Por el contrario, los usos políticos del señor Cenzano sólo nos dan a la mayoría de los conquenses desigualdad urbana. Y no sale de esto el modelo de ciudad mejor.
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