Al llegar a mis manos esta retahíla de seres queridos, o por mejor decir queridas, estimadas, apreciadas y muy consideradas féminas, con bastantes de las cuales he pasado momentos encantadores e inolvidables, y todas ellas artistas de la avanzadilla de la siempre bien llevada vanagloria del "ser" de La Parra de las Vegas -mi pueblo, por siempre jamás-, ahora en Fiestas en honor de su Santo Cristo (espero estar mañana por la tarde ahí)), me silba el limpio aire de esa amada localidad. Y se posa directamente en mi hombro un ligero susurro de Gabriel García Máquez, incitándome a dejar lo que estaba haciendo, porque, como dijo con impulso literario: “En todo momento de mi vida hay una mujer que me lleva de la mano en las tinieblas de una realidad que las mujeres conocen mejor que los hombres y en las cuales se orientan mejor con menos luces”. Como se plasma en el propio "Salto del vaso", de añorados recuerdos.
Todo árbol es una historia, un largo proceso, tan lento que apenas podemos percibirlo. Y la fotografía antedicha al comienzo es la mejor manera de observar el resultado final. Así lo percibo al mirar a mi prima Esperanza, a mis amigas Alicia o Meri, a la buena Aurora, ..., a todas en suma. Un ramillete de mujeres idóneas para divisar la mejor armonía a la hora de escribir cualquier evocación de la fantasía de los mejores bosques de La Parra, que siempre nos han ilustrado desde la niñez.
Me trasladan en estos instantes al Salón de la Casa de "Vítor", cuando correteábamos entre las parejas jóvenes que bailoteaban al son del acordeón, y, junto a las madres más echadas "p´alante, movían armoniosamente sus cuerpos al sentir un pasodoble, inmediatamente acompañadas por los padres con instintivo amor. Así daban rienda suelta a las conversaciones de las abuelas, que derivaban sus miradas y daban tono a la estancia con pícaros comentarios, sin aplacar el ruido de la Plaza -todavía sin fuente con vino-, donde sonaban los petardos lanzados por los adolescentes más envalentonados. Y mientras, en las mesas de arriba, los abuelos, ante un sin parar de entradas y salidas, jugaban su particular truque, entre flor y flor.
En esos inicios de mi vida empecé a darme cuenta de algo que unos cuantos años después comprendí de lleno, como es el que "siempre hay una mujer al principio de las grandes cosas" (cita tomada de Alphonse de Lamartine). Básicamente porque la intuición de una mujer es más precisa que la certeza de un hombre, como deduje de Kipling al ascender al piso de la juventud. En ésta me desenvolví con ardor entre los entresijos de la Antropología -la auténtica Ciencia del hombre-, que siempre me ha facilitado el poder vivir con educación y sin androcentrismo la exquisitez de admirar con equilibrio la mejor estética de excelentes mujeres. De este modo he podido huir airoso de cualquier desengaño pesimista, y también me ayudó a comprender el particularismo histórico de La Parra -que voy comunicando mes a mes en estas páginas-, e igualmente su diversidad cultural, el desciframiento de las estructuras sociales del lugar, la interpretación de sus simbolismos y otros.
Con las fotos discierno el evolucionismo sin posición etnocéntrica. Me dejan abriendo las puertas de la senectud, que he comenzado a vivir sin acidez ni amargura, apoyándome si acaso en la melancolía paradigmática del reconocimiento a cuantas personas me han permitido vivir con felicidad las muchas horas que duermen ya tranquilas dentro de un dulcificado envejecimiento.
¡Un fuerte abrazo a los parreños y parreñas! A los que no están, todavía más.
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