Foto: La Parra en sus vegas
Este pueblo castellano, modesto y querencioso, debe su nombre a la abundancia de vides y a las fértiles vegas que se extienden por su entorno. Fue fundado por campesinos repobladores que se instalaron en este lugar, posiblemente, tras la conquista de Cuenca y del avance cristiano hacia la fortaleza de Alarcón.
En su término aparecen vestigios y yacimientos de antiguos poblados campesinos que se hallaban dispersos por el entorno de la cercana Valeria. Ha sido habitado siempre por unas gentes singulares –aunque cada vez somos menos los nacidos en él-, cuyo mejor sentido antropológico lo da una adivinanza -con la que cerré el 11 de junio de 2007 el post titulado "Cuando La Parra salta el vaso" en Aires de La Parra (ver aquí)- que prefigura su reserva identitaria.
- Dicho acertijo decía lo siguiente: Andan tres en conversación, cuando aparece un cuarto que hace veinte años que vio por ultima vez a los otros. Después de los saludos entra en la conversación, como si se hubiera ido a su casa a por la merienda de pan vino y azúcar hace diez minutos… ¿Dónde se desarrolla la conversación?
Dio testimonio de esto, por aquellas fechas, la Asociación “Salto del Vaso” ubicada en la localidad donde se desenvuelve el enigmático parloteo. Junto a éste, en el preformato de su Web, figuraba un interesante diccionario autóctono, que representa la escenificación de sus hablantes con voces que explicitan situaciones humanas de este municipio, con su propio dialecto y visión de mundo. "Ambos son parte de una cosmovisión polifónica sencilla, pero al mismo tiempo fresca, sincrética, renovada, donde la libertad muestra una experiencia de sinceridad, amabilidad, responsabilidad y concepción directa de la vida, sin ambages de ninguna especie", dije entonces y ratifico ahora.
Son unos puntos de apoyo para un temperamento sutil, aunque noble; nada simple, y muy perspicaz en todas las ocasiones. Desde hace siglos, la cazurrería rural de otras zonas se encuentra ausente del citado municipio. Y esto ha trascendido a la mirada antropomórfica externa, principalmente de quienes tienen su primer contacto con un parreño.
En el momento de adjetivar a las personas vanidosas se dice de ellas que destacan por una característica propia, y es que se mueven con el andar pausado y altivo; son bastante jactanciosos o petulantes, y les dominan los modos acicalados de las personas presumidas que se saben -o se creen- el centro del mundo. No voy a negar esa especie de orgullo de cuna, que trascendía en la personalidad de muchos de aquellos lugareños y que se traspasaba de generación en generación; teniendo su trascender sociológico en una manifestación, negativa y propia de hidalgos venidos a menos, principalmente a partir de finales del siglo XVIII, con la entrada en crisis del estamentalismo aristocrático y la paulatina difusión de la clase burguesa en el siglo XIX. Esto quiere decir que se conservaron entre parreños usos y costumbres demasiado tradicionales, que poseían una especie de instinto -traspasado de familia en familia, y de generación en generación- portador de rencores y resquemores que se traducían en no tratarse, ni hablarse de por vida, por cualquier ofensa o afrenta causada a un pariente cercano.
Y aquí, en esto se encierra uno de los rasgos distintivos de los comportamientos que caracterizan la vanidad. Por fortuna, se halla muy despegada ya de La Parra de las Vegas. Primero, porque carece prácticamente de autóctonos (en invierno no sé si llegarán a doce personas las que habitan el pueblo permanentemente); y después, porque la educación más actual de sus vecinos ha modificado bastante esas prácticas y procederes. Dichosamente menos vanidosos que sus antecesores, pues no hacen de sus personas una valoración excesiva de los propios méritos y habilidades. Bien saben que las personas vanidosas dan por hecho que los demás los tienen en muy alta estima y consideración porque se encuentran en un nivel superior. Ahora el mérito no se hereda, sino que debe ganarse con el día a día, cotidianamente. Lo cual significa que su misma personalidad, felizmente, ha ganado en reflejos sociales y se compone de bastante menos exceso de arrogancia y engreimiento de los que reza el refrán.
(Continuará)
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