(Publicado en Expansión-Caffe Reggio, aquí)
OPINIÓN: AHORA MISNO
La distancia entre el norte y el sur de Europa crece cada vez con mayor rapidez, hasta el punto de que se está convirtiendo en un abismo. La reciente crisis provocada por un país como Chipre, cuyo PIB no supera los 23.000 millones de euros, y la catastrófica respuesta a la misma por parte de la UE, viene a confirmar esta tesis, si es que quedaba alguna duda. Ya no son solamente las manifestaciones en las calles de los países rescatados, sino también su otra manifestación, el crecimiento de la antipolítica (que se expresa en Italia con una cuarta parte del electorado votando a favor del M5S de Beppe Grillo o del 29% que votó a un presunto delincuente como Berlusconi), una antipolítica que podría muy bien conquistar una importante franja del hemiciclo de Estrasburgo en las próximas elecciones europeas.
Y una de las principales características de este abismo lo constituye el antimerkelismo. Se habla del castigo que la canciller alemana estaría imponiendo a los países del sur o de la periferia europeas debido a nuestro despilfarro e irresponsabilidad, cuando los responsables de esta situación habrían sido precisamente los bancos alemanes. En este mismo sentido, se ha sugerido que el superávit alemán, situado por encima de los 700.000 millones de euros, producto de las operaciones comerciales operadas por Alemania en gran parte sobre las economías periféricas, no se empleó en estimular la demanda interna de ese país, sino en comprar deuda de los países que luego han venido a resultar objeto de rescate (Irlanda, España, Grecia) o la mera especulación.
La conclusión sería que la banca alemana se habría cargado de activos tóxicos (hasta unos 900.000 millones de euros) y, ahora, la propia irresponsabilidad del sector financiero alemán se volvería en contra de las economías periféricas. De esa forma, los rescates de los países del sur, se constituirían en realidad –más que otra cosa– en unas ayudas a estas economías para que, una vez saneadas, cumplan con sus compromisos… y devuelvan el dinero que deben a los bancos alemanes.
Y, junto con teorías más o menos elaboradas como la descrita y que prescinden en todo caso de la responsabilidad de las economías periféricas en el tamaño y la dificultad de solución de sus propias crisis, aparecen imágenes como la del cartel que un manifestante chipriota portaba en una protesta y que decía: “Merkel=Hitler”. Es la brocha gorda de lo que otros quizás escriban con un mayor lujo de argumentos.
Los deberes de Alemania
Es verdad que Alemania debería impulsar más el crecimiento europeo (aunque eso no sea probable, ni siquiera después de las próximas elecciones de este otoño), que la economía es europea pero la política es nacional –como dice Timothy Garton Ash– y que la toma de decisiones que se produce en Europa solo cuenta con una legitimidad indirecta (lo que es lo mismo que decir que no es democrática). Pero no deja de ser cierto que nos encontramos ante una especie de dilema imposible. ¿Qué vino antes, el huevo o la gallina? Lo que ocurre es que esta dialéctica tiene poco sentido, sino es el de enervar los ánimos y dificultar las soluciones.
La única forma de resolver este abismo consiste en reforzar la agenda política de la construcción europea, al mismo tiempo que se producen las diversas uniones ya previstas (la bancaria, la económica, la fiscal…). Y que la agenda política lo sea en términos de dotar de una mayor legitimidad al sistema, con un Parlamento Europeo que tenga las mismas funciones que cualquier parlamento nacional, y un Gobierno (o Comisión Europea) elegido y controlado por aquel.
Cuando le preguntaron al presidente del BCE, Mario Draghi, por la previsible evolución de la economía italiana después de unas elecciones que no habían resuelto nada, se dice que este declaró: “No importa mucho, después de todo, el 50% de esa economía está en piloto automático”. Un piloto que a lo mejor es muy competente, pero que no está formado por representantes políticos elegidos en las urnas.
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