"Cuando las mujeres se hayan liberado al fin, habrá que invertir el péndulo y empezar con la liberación del hombre" (Gil Bejes Sampao)
Lo que puede que no nos hayamos planteado nunca son las causas, los fundamentos, los motivos o condicionamientos sociológicos que hayan podido influir para que, un niño inocente, nacido, como cualquier otro, de madre, pueda llegar a transmutarse en un ser odioso, rebelde, intratable o, incluso, un anti sistema incapaz de integrarse en una sociedad civilizada. Estos días se está hablando, con motivo del "Dia Internacional de la Mujer", de la famosa "discriminación de las mujeres respecto al sexo contrario"; de las desigualdades que siguen existiendo respeto a los hombres convertidos, en virtud de la pujanza del feminismo, en las víctimas propiciatorias de cualquier pronto, mal humor, histerismo o ramalazo rencoroso de la mujer, a la que, en virtud de las nuevas tendencias imperantes en la sociedad, se la debe tratar como si fuera una porcelana china teniendo cuidado de no "ofenderla", "incomodarla" o " darle un tratamiento inadecuado" bajo pena de incurrir en las iras de todo este colectivo femenino, dirigido en esta batalla por el feminismo más radical, aquel que fue definido por Juan Ovitral, abogado, político y sociólogo español, como el calificativo de las "hembristas", un neologismo que se puede definir como: "discriminación sexual, de carácter dominante, adoptada por las mujeres; que se manifiestan contra el machismo para sustituirlo por otro sexismo, el suyo: el hembrismo".
Lo curioso de esta embestida feminista es que ya no se conforma con equiparase, en deberes y derechos a los hombres, algo que ya ha conseguido ampliamente; sino que, en esta campaña por desacreditar al sexo contrario, ha avanzado un paso más hasta conseguir de una manera subrepticia, manipulante y anticonstitucional, que se le concedan prerrogativas por razón de sexo, para poder competir con ventaja con los hombres, para cualquier cargo, sea público o privado, por el que puedan competir; en cuyo caso, ya no se habla de estar mejor cualificado para ocuparlo, de ser el mejor preparado, el más inteligente o el que más se adapta al perfil solicitado, porque, señores, en este país se ha roto la veda a favor del feminismo y existe lo que se ha dado por denominar "discriminación positiva", un concepto absurdo, porque cualquier discriminación nunca puede ser positiva ni constitucional (ver el artículo 14 de la Constitución española). Por desgracia, la politización absurda en que está enfangando la Administración de Justicia española, de la que no se ha podido librar ni el propio TC, ha permitido que las normas constitucionales se hayan interpretado en un sentido laxo, de modo que, especialmente en las dos legislaturas de Zapatero, se cometieran los más absurdos ataques a la Carta Magna como han sido: la aprobación del Estatut Catalán o la legalización de Bildu, entre otras.
En esta batalla feminista, debidamente orquestada por la invasión de parlamentarias que nos han traído las últimas legislaturas; por las recalcitrantes "hembristas" militantes de los partidos de izquierdas, cuanto más extremistas más vocingleras, exigentes y desmadradas más populares y más consideradas; deberemos reconocer que han recibido un gran apoyo por parte de un numeroso grupo de hombres que no han dudado en pasarse al bando femenino, no precisamente para evitar que fueran discriminadas, como sucedía antaño, que es algo en lo que podemos estar todos de acuerdo, sino por otros motivos menos altruistas, por ejemplo, el conseguir el voto de las mujeres en sus campañas electoras o por ser de esta especie, tan común, a los que antes se los calificaba de "calzonazos", "calzorras" o simples "Juan lanas" dominados por las faldas, que se han acostumbrado a vivir al amparo de sus parientas o, todavía peor, pertenecer al nuevo estereotipo de antisistema, progresistas, relativistas y amorales, que se han integrado en un tipo de sociedad libertaria, donde la cohabitación de sexos es algo habitual, la homosexualidad y el lesbianismo son considerados tan decentes como la heterosexualidad y la vida promiscua, de libre intercambio de favores sexuales, forma parte de su especial sentido de las libertades humanas. Hoy en día, todo aquel político que quiera medrar (aparte de conseguir una posición personal desahogada) tiene que romper una lanza en apoyo del feminismo, de la igualdad, de los cupos obligatorios y de la claudicación de los varones ante las mujeres.
Es una batalla que el hombre tiene perdida de antemano. De hecho, las que se han equivocado y las que van a salir trasquiladas por las consecuencias de sus desmedidos deseos de poder, van a ser las propias mujeres y, por supuesto, las generaciones de jóvenes, de uno y otro sexo que, debido a que sus padres tienen que ir al trabajo, quedan en manos de otras personas, en el mejor de los casos abuelos, que no hacen más que ocuparse de su custodia; como es el caso de las guarderías donde, apenas con unos pocos meses de edad, son enviados por sus padres. Allí han de convivir con otros con los que han de compartir desde virus hasta peleas, arañazos o bofetones, de modo que lo que, en realidad, aprenden desde la niñez es que, para sobrevivir, es necesario dejar aparte los buenos modos y aprender a sacar provecho de la fuera física, la marrullería y el dominio sobre los más débiles.
En EE.UU., esta nación que va cien años por delante del resto, parece que ya hay estadísticas que ponen de manifiesto que cerca de un 30% de mujeres que ocupan cargos importantes, ejecutivas y empresarias, han decidido regresar a sus hogares para ocuparse de la educación de sus hijos. No hace falta irse tan lejos para ver lo que está ocurriendo en nuestro país, en el que el abandono del hogar de los padres en su afán de ganar más dinero para vivir en un nivel superior, da lugar a que sus hijos no tengan a quien acudir para exponer sus problemas; se acostumbren a relacionarse más con sus amigos que con sus padres y acaban por dar más crédito a cualquiera que los haga un lavado de cerebro que a lo que puedan decirles sus propios "progenitores" una palabra que, en esta era de matrimonios de homosexuales y lesbianas, parece que tiende a sustituir al conocido "papá" y "mamá". Todavía no hay estadísticas fidedignas de los traumas de aquellos muchachos o muchachas adoptados par familias de dos padres o dos madres. Sin duda que, de seguir por este derrotero, tendremos ocasión de ver las aberraciones sexuales más absurdas, antinaturales y de peores resultados para la procreación, la pervivencia de la humanidad y el futuro de la raza humana.
Tampoco las feministas o las "hembristas" han conseguido demostrar que la ascensión al poder de las mujeres haya significado un cambio importante para la humanidad. Al contrario, muchas de ellas tienen la tendencia de asimilar con gran rapidez los defectos que achacan a los hombres, como se viene demostrando en su participación en casos de corrupción política. Tampoco demuestran una especial sensibilización con la pobreza, algo que podríamos observar en el caso de la señora Kirchner, de Argentina, una millonaria peronista que tiene a su pueblo cercano a la miseria. No, no se trata de un sexo u otro, se debe a la preparación, el sentido común, la aptitud y la honradez política del sujeto, hombre o mujer, la que debe primar para valorar a quienes nos han de gobernar. Todo lo otro no son más que ganas de marear la perdiz. O así es, señores, como valoro yo el caso del feminismo o "hembrismo", como prefieran.
Miguel Massanet Bosch
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