En el campo mediático de nuestro país tenemos lo que se pudiera definir como un amplia fauna de las mas diversas especies en la que se pudieran catalogar quienes, dedicándose al oficio de informar, debieran de tener el buen sentido, la prudencia, la visión de Estado, la medida y la discreción para saber dosificar las informaciones que se le dan a ciudadanía, percatarse de sus autenticidad y tener la plena seguridad de que, lo que se expone al conocimiento público es cierto y demostrable ante cualquier tribunal de justicia. Los hay que se limitan a ser correas trasmisoras de ciertos partidos, en los que están integrados de un modo u otro; a los que están plenamente subordinados y a los que, por la cuenta que les trae, defienden con uñas y dientes, aunque ello comporte mentir, engañar o prescindir de la ética profesional. Tampoco faltan aquellos que no tienen escrúpulos en ofrecerse al mejor postor, una forma de amoralidad que queda justificada, al menos para los que se benefician de ello, por aquello de que el fin justifica los medios. No faltan los fanáticos cuyas ideas fijas les llevan a crearse una ética particular, basada en que todo vale para defender sus ideales, fueran éstos de derechas de izquierdas, nacionalistas o secesionistas, ya que su fanatismo les impide considerar las diversas situaciones a las que se enfrentan con la debida objetividad.
Pero todavía existe otro tipo de periodista, en este caso muy dependiente de las direcciones de sus medios, que se rigen más por la pretensión de destacar, hacer méritos, conseguir noticias impactantes o poner de cabeza abajo al primero que se les ponga por delante, con tal de conseguir un tema importante que ofrecer a su dirección. Estos personajes, estos tipos de reporteros que podríamos definir como "caza recompensas" se han constituido, durante los últimos tiempos, en verdaderos depredadores de intimidades, ratas de las cloacas de la sociedad y verdaderos batidores de escándalos y trapisondas. Para ellos, el destapar los cenagales que se esconden debajo de cada partido político, desnudar las intimidades de los poderosos y convertirse en la Inquisición de los adinerados, es su manera de entender la ética periodística; sin que les preocupe, en lo más mínimo, los efectos que puedan producir la publicación de sus pesquisas ni la posibilidad de que los datos conseguidos no se ajusten a la realidad. Lo importante es la información rompedora, la exclusiva informativa o la gloria que ello puede proporcionarles. Su afán de brillar sobre los demás y la fatuidad y exigencias de sus directores, los impulsan a lanzarse a la aventura de lo que ellos denominan "periodismo de investigación", en la que todo vale, aunque ello conduzca a machacar honras o destruir reputaciones. Para algunos ni siquiera precisan tener la certeza moral y ética de aquello que dan a conocer al público es cierto, anteponiendo su ego personal a la posibilidad de que algún error de apreciación pueda poner, injustamente, en la picota a personas, partidos políticos o empresarios, objeto de sus investigaciones.
Cuando un país se está aguantando con alfileres; su economía no acaba de reaccionar, existen casi seis millones de personas que carecen de trabajo y la desconfianza de la ciudadanía en quienes los dirigen roza el mínimo; es responsabilidad de aquellos informadores que tienen en sus manos la posibilidad de influir, a través de los medios de comunicación, de una manera casi decisiva, sobre aquella audiencia o clientela que da por hecho que toda información que se da a conocer por las TV, periódicos, radios u otros sistemas, como pudiera ser Internet, es verídica y, en consecuencia, no se toman la molestia de meditar sobre ella, comprobarla, ponerla en tela de juicio, intentando comprobar la veracidad de que lo que se les informa, antes de darla por buena.. La confianza, en estos momentos de crisis, es algo básico para que podamos obtener ayudas de Europa o para que, las bolsas internacionales y los inversores, tengan la certeza de la solvencia de nuestros valores, con el objeto de que se decidan a invertir en ellos. Cualquier noticia imprudentemente publicada, cualquier asomo de corrupción o cualquier hecho que pudiera causar desconfianza en nuestros inversores tradicionales, en un momento en que toda Europa está en una etapa cercana a la recesión, puede ser causa de que todo lo alcanzado en 14 meses de esfuerzos del Gobierno, para restaurar la confianza en nuestros valores, se vaya al garete en un solo día.
Pues bien, parece que nuestro personaje, Pedro J. Ramírez, director del diario El Mundo, una persona inteligente y nada sospechosa de tener simpatías hacia las izquierdas; ignoramos por qué motivos, lleva un tiempo en que todo lo que hacen los del PP le parece equivocado y, de hecho, parece dispuesto a ponérselo difícil a don Mariano. Es evidente que el señor Rajoy y el PP no lo han tenido nada fácil para afrontar el legado que les dejaron los del PSOE. Sin que podamos decir que no hayan cometido errores, deberemos reconocer que han tenido agallas para realizar recortes muy dolorosos, promulgar leyes que han causado sorpresa y algunas han sido muy mal recibidas por los ciudadanos. Recibieron una nación al borde de la quiebra; que ha estado viviendo por encima de sus posibilidades y a la que la explosión de la "burbuja la inmobiliaria", junto a una insensata política de despilfarro, de leyes sociales imposibles de sostener y un evidente descrédito internacional (ganado a pulso por el señor Rodríguez Zapatero). Un trabajo ingrato, desagradecido, difícil de hacer entender para un pueblo al que se le está exigiendo más de lo que se pudiera esperar.
Lo que le sucede a PJ es que es alguien adicto a la fama; convencido de que es el ombligo del Mundo y que, como tantos otros personajes importantes, padece del síndrome de Narciso, el hijo de la ninfa Liriope, quien, al contemplarse en una fuente, se quedó enamorado de su propia belleza. El señor Ramírez antepone todo lo que pueda darle notoriedad a él mismo o a su periódico, a cualquier consideración de oportunidad política, económica o social, o valoración de las consecuencias que, para el país, pueden implicar las informaciones que da. Él está convencido de que todo le está permitido y no duda en emprenderla contra tirios y troyanos, si ello significa un galardón que colgarse del cuello o unos cuantos miles más de ejemplares vendidos de su periódico.
Algunos, sin embargo, que tenemos un especial concepto cínico de la política, a la que consideramos como un terreno de arenas movedizas sobre el que los políticos deben transitar sin dejarse engullir, logrando que los ciudadanos piensen que pisan terreno firme. No hay ni ha habido, a través de la historia conocida, un solo gobierno que no haya tenido sus sombras, no ocultara sus secretos y no utilizara el poder para, incluso para obtener objetivos legítimos para el país, métodos que pudieran considerarse poco ortodoxos. Seguramente, el señor Ramírez estará encantado de la mugre que ha sacado a relucir; es posible que hasta se sienta justificado, pensando que ha hecho un gran servicio a la Justicia y que ello le va a beneficiar ante la opinión pública y le saldrá rentable para su periódico. O puede que busque la envidia de sus colegas de la izquierda que hubieran estado encantados de poder ser ellos los que pusieran al PP a parir. Si, señor Ramírez, le felicitamos por sus primicias y por sus éxitos editoriales. Sólo un pero a su conducta, un pequeño pero que puede que, para usted, no signifique nada, que lo considere como meros daños colaterales que puedan derivarse de sus informaciones. Pero, si llegaran a causar el caos que parece que se está buscando con la petición continuada de dimisiones, la situación del país podría agravarse debido a que no existe, en estos momentos, una alternativa política capaz de optar al gobierno de España. No hay oposición capaz de asumir el reto de tomar las riendas del gobierno. O así es como contemplo esta manera, tan extraña, que usa PJ para colaborar a la salvación de nuestra nación.
Miguel Massanet Bosch
Últimos comentarios